Su alteza, el gran Sol
Extrañaba el suave balanceo del castillo a la hora de despertar y también echaba de menos las grandes praderas cubierta de florecillas que admiraba cuando iba o regresaba del gran bosque rojo pues le trasmitía paz. Ahora, en la capital del reino del día, los días tranquilos en el campo quedaban atrás para apreciar y sorprenderse con lo colosal que podía llegar a ser la urbanidad.
Claro, en las tierras de la luna había ciudades, pero nada se comparaba a esto: abundancia en comercio totalmente local desde vegetales a magia en calles específicas, estructuras llamativas y significativa en plazas grandes, naturaleza por donde quiera: flores, árboles que nunca había visto, musgo en todas partes y acuíferos que descendían de las montañas más cercanas y que pasaban por toda la ciudad a través de canales visibles por el suelo y por encima de este. Parecía muy desastrosa la organización de la capital en cuanto a la estructura, pero eso solo aumentaba esa aura mística y pintoresca. Justo como a su gente. Justo como era Eijirou.
Aún así prefería las urbanidades nativas: con la salvaje y orgullosa naturaleza de color fluorescente rodeando por todos lados, los pinos de cristal y escarcha que parecían tocar en cielo estrellado, las luciérnagas que revoloteaban por todos lados y las aves nocturnas cantando en las puntas de los pinos y sauces llorones. Los comercios eran colgantes o dentro de los troncos de árboles gigantes que se llegaba a ellos a través de puentes sencillos de cuerda y madera.
Dichos puentes adornados de maleza brillante, normalmente de color amarillo o morado para alumbrar el camino si la gran Luna se encontraba oculta cuando la época de nieve llegaba. Si bien, las frutas y verduras no eran tan abundantes como en estos tianguis, no habían mucho que envidiar porque sus joyas eran las más preciosas y muy bien comerciadas, también tenían en abundancia las carnes, pieles, herbolaría, magia, etc. Desde su punto de vista tenían lo necesario y estaba bien. Nadie se moría de hambre, porque su cultura fría y dura los volvía sobrevivientes, pero no conformistas. Solamente que la manera de experimentar y percibir la vida era diferente.
Esto último se reflejaba esto en todo, por ejemplo, en los gustos. Eijirou tenían una gran preferencia a las fresas y mangos, alimentos abundantes del territorio. Jugosos, dulces, frescos, delicados. Mientras que él era más de nueces, almendras, avellanas y ballas deshidratadas, alimentos muy deliciosos que abundaban en sus tierras, resistentes en los peores climas. Sabor moderado, secos, crocantes. Ambos se adaptaron a su entorno, uno con una gran dualidad con el otro; con esta idea siempre presente es que ha sido posible relacionarse aún más con Eijirou.
Claro, el avance va de poco a poco, pero se vio obligado a no estar tan a la defensiva y tomar otras rutas para lograr congeniar con él desde que está en el gran palacio dorado. No sabe cómo es que la gente no se queda ciega a ver la luz del sol reflejarse, hasta él con las gafas le calaba la ridícula luz. Sin embargo, no pude negar que ya puede pasar horas sin las gafas admirando los colores vibrantes con sus propios ojos.
Ya no odiaba al sol, o al menos ya no lo maldecía a cada momento como cuando cruzó la frontera con su Maestro. Cierto, no había tenido respuesta de él, pero a penas había pasado casi dos semanas, ¿era normal, no? Dos semanas que se habían pasado volando porque mañana era el día de la coronación de Kirishima.
Creyó que estarían juntos gran parte del tiempo una vez que llegaran, pero la verdad es que son contadas las ocasiones en que se han visto y solo una de ellas fue posible a solas. Era notable lo estresado, tenso e irritable que se encontraba, aún así las emociones no eran expresadas y solo sus ojos eran los únicos en reflejar su verdadero sentir. Siempre estaba serio, cortante, frío y apagado lo que le hacía preguntarse si antes siempre era así, cuando su padre lo aprisionó en el castillo para "educarlo" cuando en verdad era para no huyera en busca de Aizawa.
Todas sus palabras bobas, sonrisas, actos infantiles se habían esfumado, parecía alguien muerto en vida y, de cierto tiempo hasta la actualidad, un sentimiento de empatía habitaba su ser cuando pensaba en el futuro rey. No era pena, pero de alguna manera le preocupaba lo ahogado que Eijirou expresaba con todo su cuerpo. Se estaba asfixiando.
Unos toques en la puerta le hacen quitar la vista del techo y volver al presente. Rápidamente se incorpora de la cama y abre la lujosa puerta de obsidiana. Uraraka estaba con un pergamino un tanto viejo en sus manos, también con una maleta pequeña a un costado.
— Su alteza Eijirou le manda esto para el día de mañana.
No duda en tomar ambas cosas, examinando con cuidado el pergamino que llama todo su interés. Ya había visto antes el tipo de papel antes, cuando fue a acompañar a Eijirou a donde se reunían los sietes soles, unos ancianos déspotas que lo insultaron apenas lo vieron.
El diurnal se mantenía en silencio mientras en carruaje avanzaba, observando por la ventana quién sabe qué cosa. Las ojeras en su rostro eran muy notorias a pesar de esa fina capa de polvo parecido al de su piel.
— ¿Otra vez mirándome de más, nocturnal?
— Te ves de la mierda.
Eijirou sonrió y apartó la vista de la ventana para verlo, sus ojos no brillaban, lo que significaba que esa sonrisa no era sincera.
— Te tengo que pedir un favor. Cuando lleguemos ante los siente soles, por favor, no digas nada. No les des más razones para que aborrezcan la idea de meterte a mi consejo solar — arrugó la boca ante esas palabras, ¿quedarse callado, él? Por favor. — Si te dicen algo yo hablaré, no voy a permitir que te falten el respeto de ninguna manera. Esos viejos son unos asquerosos puritanos que desprecian a todos, hasta a mí.
— ¿A ti? Eres el príncipe, su rey.
— No te olvides que sospecho que el peligro está en esas personas, Katsuki. Alguien sabe el secreto de mi madre. Es una amenaza. No puedo tocar nada de ese sector hasta que tenga como mínimo, medio año siendo soberano.
Y así lo hizo, cuando llegaron a un edificio que tenía forma de esfera cubierta de flores que brillaban como las pecas de Eijirou, ambos caminaron hacia entrada. El piso que le rodeaba eran piedras de rio, cuidadosamente colocadas por colores para dar un patrón de soles coloridos. Al entrar, el interior era aún más sorprendente.
Adentro se abastecía con luz natural, traída con espejos que proyectaban el rayo de luz a un candelabro demasiado bonito que estaba justo en la punta de la esfera, con muchas características de los atrapasoles que había visto el día que la luna remplazó al sol: cuentas coloridas, cristales que asemejaban a gotas de lluvia, soles y flores. Todo eso abastecía el lugar de luz de colores, en su mayoría blanca y tornasol. Bellísimo.
— Él no debe estar aquí — la voz molesta le hizo quitar la vista del candelabro para ver a seis ancianos mirarlos desde arriba. Desde un tapanco demasiado alto. — Es una grosería que traigas a este vulgar a este lugar, príncipe. Haz que se vaya.
— Concuerdo con el sol tres, príncipe. Lo hemos citado para hablar únicamente con usted civilizadamente, no necesitamos bárbaros aquí.
Apretó los puños de ira, prácticamente lo estaban llamando una bestia ignorante. Podría matarlos a todos en menos de un minuto, ellos no eran nada a comparación de las grandes bestias que ha enfrentado.
— Príncipe, debe de recapacitar ante la solicitud que hizo al consejo. Es insensato que quiera integrar a un salvaje de-
— ¡SUFICIENTE!
La voz autoritaria hizo eco en todo el sitio, provocando silencio de inmediato. Observó con sorpresa al diurnal que tenía a lado, no sabía que este tuviera ese tono de voz agresivo y a la vez tan elegante. Le gustaba.
— ¿Insensato? ¿Vulgar? ¿Salvaje? ¿Bárbaro? ¿Grosero? — Kirishima escupió cada adjetivo con desdén e irreverencia. Su mirada era filosa, pero sobre todo peligrosa. — Nadie les ha pedido su opinión ridículamente lerda*, señores. No permito estos grados de insubordinación y les aclaró que no me haré de la vista gorda sobre este suceso una vez que tome el trono.
Los ancianos permanecieron callados y el próximo Sol dio un paso al frente, tapándolo para que los siete soles dejaran de verle. No le molestaba que le vieran, él les devolvía la mirada retándolos. Kirishima le había advertido de no hablar, pero nada sobre sus otros sentidos que comunicaban.
Quería ver sus rostros llenos de arrepentimiento por faltarle el respeto no solo a él, sino a su gente. Malditos cerdos estúpidos.
— No olviden su lugar — siseó con evidente desprecio. — Si yo quiero, hago tratos con las tierras de la luna y unifico ambos territorios. Mientras tenga a mi heredero, no importa que mi hijo tenga genes de los nocturnales, ¿o sí? —
Los siete soles no respondieron.
— Este nocturnal es más importante que ustedes dentro de mi reinado, ¿entendieron?
La fémina no se retiró cuando le dio las gracias y eso le hizo alzar una ceja preguntándole que qué quería.
— Verás... tengo un mensaje de tu compañero, de Midoriya. Él sigue en el pueblo del bosque rojo, pero vendrá pronto porque ha descubierto algo y necesita verte.
— ¿Qué más? — demanda casi con desesperación. El peliverde nunca duraba mucho guardándole rencor y se sentía un poco culpable por dejarle solo, pero solo un poco.
— No me dijo más, un hada del viento me dijo lo que te dije. Solo agregó una posdata: cuídate y cuida al príncipe, el peligro se mueve.
Como odio las cosas a medias, carajo.
— Su alteza Eijirou... ¿está en peligro aún dentro del palacio?
La pregunta solo hace que las pulsaciones molestas en su cabeza se hagan más presentes, con los siete soles jodiéndole la vida desde ese encuentro, el gran Sol solicitando una reunión urgente, el puto harén planeando cortejos y acaparando el tiempo de Eijirou en cosas inútiles, la maldita coronación y su nombramiento en el consejo solar... una mierda estresante. Solo quiere tomar un caballo e irse a su cómoda casa, abrigarse con las suaves y calientes pieles y olvidarse del este reino por diez años.
— ¿El ave dorada ya regresó? — preguntó ignorando su pregunta.
— Sí, hace unas horas. En la maleta viene la respuesta. Pero no ignore mi pregunta.
— Lo está. Está en peligro. — afirma, contestándole de forma brusca. — Pero haré lo posible para que el siga vivo dentro de esta cajita llena de comodidades. Solo observe bien las personas quien se le acercan, si alguien se ve sospechoso o le da mala espina, dígame de inmediato.
— El príncipe tenía razón, es imposible no confiarse de usted. Cuando le recomendé que se acercara a Midoriya, solo bastó un breve encuentro para negarse a relacionarse más con él para pedirle ayuda. Pero para ese momento él se las había ingeniado para entablar encuentros con usted. No sé cuándo con exactitud, pero ya lo había elegido.
[...]
La ciudad era ruido desde que salió el sol, por eso se negó a salir si no era necesario. Se dio un buen baño, luego utilizó todas esas cremas perfumadas y aceites que dejaban linda y suave la piel que Eijirou le regaló y, por último, se resignó a vestirse con lo que sea que tuviera la maletita que la consejera del rey le dio.
Para su sorpresa, se trataba de ropas propias de sus tierras que se utilizaban en las épocas más cálidas más otros accesorios que le hacían falta. Era una razón tonta, pero estaba muy feliz de tener un atuendo en el que se sintiera realmente cómodo, más en un momento con tanta gente de por medio.
Tendría que darle las gracias el principillo. No. tendría que darle las gracias al Sol por darle las prendas una vez que pudieran tener un rato a solas.
El pantalón negro fresco y holgado a la medida, también la prenda de la parte superior se le acomodaba bien a su cuerpo tipo chaleco de cuello alto con una línea plateada que atravesaba su dorso en dirección paralela y una mañanera roja como sus ojos, sencilla con bordados planeados en las costuras. Todo era de un algodón ultra fresco, fino pero que duraba décadas.
Para su sorpresa, la maleta contenía, además, unos guantes de cuero fresco de tejón y varias vendas hechas con plumaje de las aves de la neblina. Todo lo que necesitaba para estar presentable lo tenía ahí. Se colocó las vendas en los antebrazos y las más pequeñas en las muñecas. Luego en la cintura y por último en los tobillos.
Observó detenidamente su apariencia y no podía gustarle más, se veía indomable y listo para cualquier adversidad. La mañanera podía modificarse para dos tamaños, uno que le llegaba hasta pantorrillas o hasta la cintura. Optó por llevarla hasta las pantorrillas y solo complementó con sus botas de cuerpo negras y altas.
Cuando la hora se acercaba, salió por fin y se dirigió al carruaje que estaba esperándolo afuera. La coronación se haría al aire libre, en un lugar sagrado donde los mitos cuentan que la gente del sol nació gracias a las lágrimas doradas que el Dios dejo caer. No tardó mucho en llegar, estaba relativamente cercas del palacio donde los altos sacerdotes y las altas sacerdotisas lo resguardaban.
El lugar era simplemente increíble, el atrio donde Eijirou se estaría para recibir el título de Sol estaba minuciosamente adornado sin llegar a ser ostentoso y atrás estaba un acantilado repleto de naturaleza colorida, pero eso no era lo más impresionante, sino que el acantilado estaba dividido totalmente en dos por un espacio pequeño donde la luz solar pasaba. De los cuatro árboles gigantes de troncos negros y copas amarillas como la luz de las luciérnaga que rodeaban el lugar colgaban elaborados atrapasol.
Pronto el lugar se llenó de gente y cuando un carruaje dorado llegó, los instrumentos de viento empezaron a sonar delicadamente. Como si fuera una canción tocada por el mismísimo aire que, a su vez, removía pétalos rosados y rojos por todos lados.
Eijirou vestía con telas amarillas con destellos blancos y una capa traslucida de color azul suave, unas sandalias con pequeñas tiras que escalaban por sus tobillos hasta las pantorrillas. La tiara dorada que le rodeaba la cabeza era muy acertada, parecía estar creada de pequeñas ramas que en sus puntas colgaban gemas transparentes o florecitas amarillas. Todo él, en conjunto, lucía majestuoso.
Aprovechó que el infeliz no podía burlarse de él para verlo durante toda la ceremonia y cuando al fin acabó, el nuevo Sol se giró con un báculo en la mano derecha que poseía un sol rodeado de una aureola en la punta para ver a su gente presente en su nombramiento oficial. Todos hicieron una inclinación en señal de respetó.
Él no lo hizo porque no era su rey, ¿cierto? O bueno, por estos momentos no lo era. Sin embargo... justo cuando la luz solar llegó a cierto punto por la estrecha línea del acantilado, los atrapasoles empezaron a emitir destellos tornasoles por el lugar, volviendo todo más mágico. Las copas se los grandes árboles se sacudieron y supo que eso era obra de los seres elementales del reino quienes también estaban presentes.
En medio de la multitud, justo por donde el Sol pasó, Uraraka caminaba hasta quedar en frente a este y ahí, inclinarse y decir su juramento de lealtad. Luego los miembros de harén y después él.
Conforme su turno se acercaba empezaba a sentirse nervioso, pero no había vuelta atrás. así que cuando escuchó su nombre, o dudo de posicionarse en el camino de flores que le llevaban gasta el rey con orgullo. "Si te da ganas de vomitar o correr, nocturnal, solo eme a mí" y es lo que hizo, se centro en su rostro, en sus pecas doradas, en sus ojos rojos, en su cicatriz y e sus hoyuelos.
Paró con lentitud, se hincó sobre una pierna para decir:
— Yo, Bakugo Katsuki, prometo respetar y proteger a mi rey con mi propia vida. Me entregaré por completo a esta nación, ignoraré los viejos recuerdos del Reino de la Noche, mi lugar de origen, para velar por el Reino del Día. Me entrego por voluntad propia con la bendición de los dioses elementales que protegen esta tierra. Me doblego ante la supremacía de Kirishima Eijirou, mi señor y soberano.
Levantó la mirada para apreciar su rostro nuevamente, sonriendo retadoramente al Sol. Este le contestó la mirada. Sus ojos brillaban como pequeños soles.
— Yo, Kirishima Eijirou, te doy la bienvenida guerrero de la noche a mis tierras. Como tu rey, te prometo mi lealtad siempre. Nuestros caminos has sido sellados por los dioses Sol y Luna y quien se atreva a intervenir, será castigado por la divinidad.
Mi rey.
Pensó.
Sí, lo es. Ese idiota lo es de ahora en adelante.
*Lerdo: Persona ignorante, estúpida, inculta.
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