Campo de flores
Llevaba una buena cantidad de flores en su mano, las más bonitas según su criterio. De diferentes tamaños, colores, texturas y olores, todo para el caprichoso príncipe diurno.
Llevaba los lentes, claro, era inevitable que no los portara con tremenda luz cegadora y sentía algo de lastima, los cristales oscuros no le permitían apreciar del todo los colores vibrantes a su alrededor. También estaba envuelto de pies a cabeza en una capa de aquella crema que le dio esa mujer de cara redonda y no se arrepentía porque además de no ver su piel rosada, la sentía fresca.
Resopló con fastidio cuando un grupo de niños se acercaron curiosos hacia su persona ya casi por salir del pueblo. Caminó más rápido, obviamente, pero los mocosos terminaron por gritonear sin reparo para que se detuviera, solo hasta que corrieron para alcanzarlo y arrebasarlo fue que lo hizo. El más alto de todos, de piel oscura y pecas doradas, se puso adelante de los otros tres, con hombros erguidos y mentón levantado.
Sin duda el crío tenía porte de soldado.
- ¿Qué quieren? - intentó no sonar brusco aunque no lo logró del todo.
- Flores - dijo y otro escuincle dejo ver un ramo de florecitas pequeñas de colores suaves, pasteles. - Nosotros vendemos flores de solaris, ¿gusta apoyarnos?
- La hemos cosechado nosotros hoy en la mañana - dijo otro. - Estamos ahorrando para la feria mágica que vendrá pronto. ¿Ha visto los trompos estrella o los pegaso? Deseamos uno y también las chispas del cielo.
Niños.
Sacó su morralito de cuero de dragón, el cual no pasó desapercibido porque un guau se escuchó de los infantes, eso le hizo sonreír. Cuando era un niño, también se sorprendía al ver prendas o accesorios de dragón, son muy raros y caros.
- ¿Con esto está bien? - les tendió cinco monedas y entre todos se vieron con ojos bien abiertos.
- ¡Sí! -gritaron a la vez los de atrás.
- Es realidad es mucho - dijo nuevamente el niño frente suyo, por lástima eso le trajo un golpe por parte de sus amigos. - Con una está bien.
- Quédenselas - dijo con simpleza, colgando su saco en el cinto. - También fui un niño y sé lo que es desear un juguete nuevo.
Tomó el ramo de solaris y siguió su camino sin responder los animosos gritos de los niños. No le llevó mucho tiempo hasta que vio el lugar de anoche, el estanque estaba tan sereno que podía compararlo con un espejo que capturaba a la perfección el cielo y, a su lado, estaba el tronco donde el príncipe ya estaba sentado, esperándolo.
Le daba la espalda, llevaba la melena suelta en su totalidad y parecía relajado. Se acercó con paso suave y tranquilo, preparándose mentalmente. Cuando llegó a su habitación en el castillo movible, se prometió ser más precavido, suficiente tuvo ayer como para saber que el príncipe jugaba sucio para sacarle información.
- Llegas tarde - dijo el pelinegro y por su tono, supo que no lo decía como queja o reproche. - Pensé por unos segundos que no vendrías y que me dejarías plantado.
- A pesar de que nunca acepté verte... - dijo a la par que se sentaba a su lado, asegurándose de que haya distancia entre ellos. - Pienso que en lugar de que estés de flojo evitando tus obligaciones de la realeza, inviertas tu tiempo en darme ese recorrido por tus tierras.
Le vio por unos segundos, suficientes para capturar ese puchero. Al joven monarca no le había gustado su comentario. Que bueno. Desde ayer había caído en cuenta que el trato suave no era la mejor manera de persuadir al joven pelinegro, este lo percibía demasiado falso y no le culpaba.
- ¿Piensas eso de mí? - la pregunta le sorprendió.
-¿Importa?
- A mí sí -dijo con rapidez, viéndolo al fin. - ¿Crees que no seré un buen monarca? ¿Aizawa... ha dicho algo al respecto?
No sabía muy bien si era un pregunta trampa para saber más o si se trataba de un pequeñísimo índice de debilidad. Realmente no importaba, pensaba pasar por alto eso y no arriesgarse aunque...
- ¿Por qué metes a tu padre en esto? - se arriesgó al meter a su maestro de la peor forma posible al parecer y, claro, al niño mimado no le pareció.
Una lucha de miradas, brutales y afiladas, se mantuvo por unos segundos. El primero en apartar la mirada fue el contrario para luego soltar el aire de forma muy lenta, como hallando paciencia. Las cosas, de pronto, se habían puesto tensas y le resultaba muy incómodo.
- No quiero ser rey - dijo con claro enfado. - Y él lo sabe, pero creo que está aquí para que yo lo sea. Cuando me dijeron que estaba aquí, lo primero que hice fue ver hacía el jardín trasero donde estaba en ese momento, ¿sabes? Y los vi a ti y a tu compañero, cualquier tonta esperanza de que me llevara lejos de aquí se esfumó.
- No es tan malo ser rey a mi parecer - se atrevió a decir. - ¿Por qué no te agrada la idea? La comodidad te rodearía. Siempre. La gente te ama y desea que seas su rey, eres el legítimo heredero.
El futuro monarca se encogió un poco en su sitio, incómodo, cosa que le llamó muchísimo la atención. ¿Qué ocultaba el joven príncipe? Le dio una rapidísima escaneada, no encontrando nada anormal, al menos físicamente.
- Es una prisión, dejaré tener el control de mi vida - dijo con simpleza, estirando sus piernas y mirando hacia el cielo. - Tendré que casarme poco después de que tome el trono, la corte escogerá a las candidatas y luego me veré obligado a tener hijos... todo en menos de un año.
Guardó silencio y Eijirou prosiguió:
- Amo el reino, a su gente, tradiciones y el clima, pero mi vida es mía... mi padre nunca amó a mi madre y cuando murió, yo... yo fui objeto de su despreció. No quiero eso. - Otro silencio. - Estudié toda mi vida para esto, Nocturnal, no disfruté mi infancia, tampoco mi adolescencia y al parecer ninguna de mis siguientes etapas.
- Casi das lástima.
Su compañero formuló una sonrisa casi genuina y negó con suavidad. Su vista abandonó el cielo y observó el estanque estático. No era de su interés escuchar datos matizados de más con tristeza, nada lo haría desviarse de la misión encomendada.
Tenerle lástima a un pobre rey que se pudría en lujo y lo haría aún hasta la muerte no estaba en sus planes. Es más, él se encargaría de que se convirtiera en eso que no deseaba.
- No esperaba menos de un hombre de las tierras frías. ¿Me trajiste mis flores?
Agradeció el cambio del tema. Pasó el ramo a la otra mano y se la tendió.
El pelinegro se tomó su tiempo para observarlo minuciosamente. Fingió por varios segundos mirar a hacía otro lado, esperando dar la impresión que no le interesaba, pero no se distinguía por su paciencia. Entonces, cuando le prestó la atención al diurno, la expresión en su rostro le resultó sincera y hasta cierto punto encantadora.
No era de burla, tampoco de desdén o de superioridad, sino era sincera y hasta había índices de alegría. Parecía un niñato. Rápidamente desvió la mirada hacia otro lado aparentando observar algo más interesante, en este caso su zapato; no iba a permitir que lo avergonzara una vez más por mirarlo.
Admitía que se perdía un poco en su apariencia, tan diferente a la suya; en las pecas en sus hombros y nariz, doradas y tiernas; o en sus movimientos en el ritual de anoche, pero no lo hacía con connotaciones más allá de las curiosas. El príncipe del Reino del Día era tan... inusual a todo lo que estaba acostumbrado pero, ¿no lo eran todos los de aquí? Desconocía el estándar de belleza en ese reino, pero estaba seguro que el hombre a su lado entraba en la definición.
- Es hermoso - mencionó con suavidad, aún si separar la vista del ramo. - Gracias, no pensé que un tipo como tú tuviera la gran habilidad de crear algo tan bonito.
-Deja de bromear, es solo un puto ramo.
- No es broma, pero... guerrero de la noche, ¿de dónde conseguiste esta florecilla?
Regresa la mirada y ve que señala la flor de Solaris, la que le compró a los niños.
- Por ahí - dice con simpleza.
El futuro monarca entrecierra los ojos, no muy convencido de creerle. Él solo suspira y apreta los labios como señal de que no hablará. Tal vez está mal llevarse el crédito de la recolección de las Solaris, pero no piensa arriesgarse a que este le haga hacer otro por hacer "trampa".
- Katsuki, debes de saber que toda flor significa algo, ¿sabes? Esta, la rosada significa amistad y esta, la de color azul marino, significa buenos deseos a la persona a quien se las das.
- Ajá, ¿y qué?
-Bueno, esta flor se llama Solaris y significa una declaración de amor. Se encuentra en la pradera poniente, no está para nada cercas de aquí y dudo muchísimo que hayas ido para allá en busca de flores.
- ¿Qué quieres decir, que me declaré?
- Uy, valiente y listo, admito que tienes encanto -comenta cantarín. - Está bien, Katsuki, pienso que vas muy rápido pero acepto tu declaración de amor.
Luego de eso estalla a carcajadas mientras oculta su rostro en su ramo. Las mejillas de canela toman un color rosado marcado, sus ojos se hicieron chiquitos con las líneas de las comisuras bien marcadas, dándole aires joviales. Pensó que le iba mejor esa imagen en lugar de la sería y dura.
- Me largo - sentenció.
- No. Espera. Yo... lo siento - esa voz no sonaba para nada arrepentida.
El agarre en su manga suelta le hizo detenerse pero no volteó. Ese niñato bonito seguramente aún mantenía su tonta sonrisa, lo que le daba más ganas de golpearlo.
- Escucha, cabrón - empezó, con la irá palpable en cada sílaba.
- No. Tú escucha -mencionó el otro con voz firme. - Estaba bromeando, ¿sí? No te lo tomes tan apecho. Yo jamás había recibido está clase de flores y pensé que tenía que bromar al respecto porque estoy seguro que nadie recibe esta clase de flores por error.
Se relajó un poco pero se negó rotundamente a verlo.
- Bien, ya que has cumplido, yo haré mi parte. Te mostraré el sitio, pero primero debo poner mis flores en un jarrón o se morirán.
Ambos se levantaron del tronco y caminaron en dirección contraria al pueblo. Cuando llegaron a los inicios del bosque de troncos rojos y hojas moradas, se permitió observar todo a su alrededor. Desde los tréboles hasta los dientes de león, todo era hermoso. El cantar de los pájaros resonaban y le daba tranquilidad.
- Llegamos -aturdido y viendo su alrededor, notó que ya estaban muy adentro del bosque. Ya no veía nada de la pradera, solo árboles. - Bienvenido a mi lugar secreto.
Era una cabaña simple, rústica. Cubierta de maleza verde que le daban una aspecto totalmente feérico. Era bonita, acogedora.
- ¿No dirás nada? La hice yo solo. Se me derrumbó tres veces pero ya resiste, ven entra.
Hizo caso, marchó con paso lento hasta llegar a la entrada. El interior era simple, una cama matrimonial en una esquina, una mesa con una silla frente a una cocina bastante improvisada. Lo más bonito era la chimenea de roca de río.
- ¿Y bien? - presionó el pelinegro. - No está mal, ¿verdad? Para que alguien ajeno a mí llegue hasta aquí debo de desearlo, así que nadie salvo yo puede dar con este pequeño secreto.
- Espera. Es... ¿es por eso que de la nada ya estaba aquí?
- Sí, lo siento por eso. No hay muchos espacios donde yo pueda estar en paz y tranquilo, no creo que me delates pero no quiero correr riesgos. Si me quitan este lugar, yo me volveré loco.
- ¿Por qué me das ese poder? - cuestionó sumamente interesado. - Podría decirle a Aizawa.
- ¿Estás afirmando entonces que le estás informando cosas a Aizawa?
Calló y el contrario solo le miró unos instantes en silencio antes de seguir con lo suyo. Sacó un lindo florero de vidrio de colores de unos estantes de arriba y luego le miró otra vez.
- Creo que darte ese "poder" es un ganar-ganar para ambos.
- ¿A qué te refieres?
No recibió respuesta, su alteza se dirigió a la entrada, dándole la indicación de que se quedará en la cabaña "iré al arrollo que hay aquí detrás, no rompas nada". Esperó sentado en la silla, inspeccionando el espacio a simple vista a su antojo ahora que estaba solo.
No sabía qué tan seguido el chico venía a ese lugar pero difería a que era seguido, el lugar estaba muy limpio. La cama con sábanas simples, de un estampado floreado, iba bien con el ambiente del lugar; se veían frescas y sabrosas para dormir.
Un crujido le hizo salir de esa calma que le daba inspeccionar el lugar, provocando que se asomara por la ventana que daba hacía un costado de la cabaña, justo del lado donde el ruido pareció escucharse. No vio nada y eso le alertó. Tal vez alguien más había entrado a ese lugar, según protegido con alguna mierda mágica, a la par de ellos.
Tal vez eran los bastardos que han estado buscando Aizawa e Izuku con tanto esmero y si era así...
MIERDA.
Se levantó tan rápido que la silla cayó y más pronto que tarde llegó a la zona trasera. Agudizó sus sentidos, justo como el excelente cazador que era y espero. Uno. Dos. Tres. Cuatro segundos. Solo las hojas y, luego, otro ruido extraño.
PUTA MIERDA.
De su cinturón sacó una pieza de piedra rectangular, no más grande que la palma de su mano. Luego de ejercer cierta presión en el objeto, este se partió en dos y cayeron, pero no tocaron el suelo pues la cadena que los unía, delgada y ligera pero jodidamente resistente, los mantenía en suspensión gracias a su mano que la sostenía.
En la caza de bestias, había un sinfín de armas que los cazadores de las tierras de la luna sabían manejar. Todas, en su mayoría, letales. Esta, la brugal, era de sus preferidas porque, además de ligeras, dañaban mucho si sabían propinar el golpe. Ha matado un oso negro solo con la brugal, un golpe directo a su cráneo con una de las dos piedras le dio mucha carne y una hermosa piel que forra su cama, allá, en su casa.
Caminó con paso sigiloso como un zorro lunar e intentó guiarse por sus sentidos. El caer del agua se llegó a escuchar conforme más avanzaba y eso le motivo a acercarse. Si cualquier cómplice del bastardo del Rey sol estaba aquí, el se encargaría de sacarle toda la maldita información con golpes en las bolas.
Se preparó cuando otro ruido raro se hizo presente, empezando a girar un extremo del arma para agarrar vuelo. Hizo de lado el arbusto que le impedía avanzar y ver con tanta rapidez que lo único que vio fue una sombra con silueta de hombre, suficiente para arrojar con una precisión exacta. La brugal dio contra algo, pero no fue el blanco; destrozó el tronco rojo del árbol que estaba detrás de la sombra como si de una ramita se tratase.
Katsuki jaló el extremo y tomó posición para pelear con ambos extremos de la arma. Giró con velocidad cuando detectó pasos corriendo detrás de sí, listo para defenderse pero no había nada, tampoco estaba el arbusto y mucho menos escuchaba el agua caer.
Miró hacía atrás y el árbol ya estaba en el suelo, no lo escuchó caer tampoco, es más, no se escuchaba nada ¿cómo era... eso posible?
- ...ki...
¿Dónde estaba la cabaña?
- nal...
No se alejó tanto, solo fueron unos pasos.
- ¡Nocturnal, maldita sea! - la voz del príncipe le golpeo el cerebro, un parpadeó y volvió a haber ruido a su alrededor. Escuchaba los pájaros, también el ruido y su cabeza volvió a tener claridad. - Carajo, ¿qué es eso? Acabas de matar un árbol, ¿sabes?
- ¿Qué? - él estaba desorientado, en sus manos sostenía la brugal y un árbol a unos dos o tres de él estaba tirado, ¿qué putas había pasado? El diurnal le sostenía de ambas muñecas, parecía agitado, tal vez había corrido desde el arrojo luego de escuchar el destroce del tronco.
- Chico de la oscuridad, te dije que me esperaras en la cabaña, ¿por qué no obedeces a tu rey? - el tono de reproche, muy parecido al de una madre hacía su hijo le hizo rodear lo ojos e intentar sáfarse del agarre.
- Tú no eres mi puto rey.
- Ajá - dijo antes de colocar ambas palmas en sus mejillas. El tacto era suave, delicado, tibio. - Sí, fueron las hadas. Hay muchas en este bosque, a lo mejor te dirigían a un portal, tal vez les gustaste.
- ¿Hadas?
- Sí, hadas. No me digas que en tus tierras no hay hadas.
- Claro que las hay, bastardo - bufó dando un paso atrás para cortar cualquier contacto. - Pero son carroñeras, la mayoría. Las hadas "agradables" viven en los bosques más peligrosos, son blancas y viven en las piñas de los pinos.
- Ven, debemos buscar el portal y dejarles algo, de lo contrario intentarán robarte otra vez.
Algo que descubrió fue que aquel hombre le importaba una jodida roca su opinión, se negó un montón de vece a ir a la cabaña por pan y miel y aún más para ir en buscar del portal. Sin embargo, descubrió que él terminaba haciendo las cosas aún después de negarse.
- Mira, aquí esta. Anda, presentante y diles que eres mío.
- ¿Quién carajos va a decir que soy tuyo? - le vio totalmente enojado, a nada de soltarle un puñetazo para que entendiera que jugarle con esas cosas no le convenía.
- Nadie salvo yo ha estado aquí - explicó el de dientes afilados con voz cansada, como si fuera lo más obvio del mundo. - Es un bosque que resguarda criaturas elementales, yo gobierno estas tierras y ellas reconoce mi presencia, por eso no me hacen nada. Hay un trato de paz y respeto, pero tú, además de ser un extranjero, destruiste un árbol. Los guardianes del bosque se pondrán furiosos si no te presentas adecuadamente y te disculpas.
- Lo dices como si estuvieran aquí.
- Oh, lo están.
Ante eso, se queda callado y da una rápida mirada pero además de árboles, no ve nada más.
- Vamos, nocturnal, así como las montañas heladas, los bosques invernales y las praderas cubiertas por nieve que comprenden tu hogar habitan seres feéricos, elementales y espíritus, aquí también y se les debe respetar. Así cómo tú crees en los duendes de escarcha y y en los seres de piedra, te pido que crea en-
- Ya entendí - le cortó su discurso moral. - Nunca dije que no creyera, solo que jamás tuve una experiencia donde tuviera que disculparme, ¿entiendes? Es solo eso.
La sonrisa cálida que creó el pelinegró le hizo gruñir un poco, pero no lo detuvo de dar un paso al frente y ver el círculo de hongos que estaba a unos pasos más de él. Dejó la miel y el pan a un lado para luego decir:
- Mi nombre es Bakugo Katsiki, me disculpo por tumbar un árbol, no era mi intensión. Prometo darle buen uso a la madera y sabia, a cambió plantaré dos árboles más - calló por un momento, esperando algo más como lucecillas de colores o un ser de forma, pero nada.
Se mordió el labio con fuerza y luego apretó los puños después de que Eijirou le diera unos suaves toques en su hombro derecho, dándole a entender que no había terminada. Comprobaba, nuevamente, que terminaba haciendo lo que el principillo quería aún en contra de su voluntad.
- Soy un extranjero, a pesar de eso... me reconozco como propiedad del príncipe de estas tierras, tengo su protección y permiso para vagar en este bosque.
Casi después de terminar una corriente de aire, fresca y poderosa, sacudió las copas de los árboles, también los tréboles del suelo así como otras florecillas. La brisa le rodeó y sintió un suave abrazo junto con un susurró conformado de muchas voces, todas melodiosas, que le hablaban en un idioma que desconocía.
La brisa marchó para el corazón del bosque y él, por su parte, sentía ligeresa en su cuerpo.
- Te han disculpado y tienes su permiso también para ingresar, bien hecho, nocturnal.
- Como sea.
[...]
Los pies le dolían y la piel visible tenía un color rosado por pasar tanto tiempo bajo el sol. El monarca le había mostrado muchísimos lugares, justo como le prometió. Conoció un pueblo cercano a la capital donde comió una exquisita tarta de manzana, escuchó datos inútiles de cada planta que se encontraban y una que otra acnédota de sus viajes políticos que involucraba la naturaleza.
Por más que insistió, el príncipe no le reveló el por qué lo llevó a su lugar secreto, aunque en realidad no importaba tanto. Este tenía sus secretos y, mientras no tuviera nada que ver con la tarea encomendada, no era su asunto averiguarlos.
No se reunió com Izuku ni Aizawa para la cena, estaba más que satisfecho. Solo pidió que llenaran la tina con agua fría para poder descansar.
Una vez que su cuerpo tocó la seda de las sábanas, pensó que el reino del día era más bonito de lo que pensó. Tan colorido que en lugar de enfermale como al rpincipio, le fascinó los tonos posibles. Eijirou ni siquiera entró al castillo, solo le enseñó una entrada secreta y luego se despidió, caminado nuevamente hacia el bosque, seguramente hacía su cabaña.
Por suerte se volverían a ver en dos días, le ayudaría a cortar el troncó que tumbó y a sacar toda la sabia posible. No sabía cómo lo había logrado, pero ya que se había acercado al príncipe, podía dar marcha a la fase dos.
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