Capítulo 1: Bon, el nuevo príncipe de la tierra de la luz
Con la salida del sol por el Horizonte de las tierras de Dastarah, llega un nuevo día, y con él, una nueva vida en las tierras de la luz de dicho lugar.
En los nidos de las montañas de Fersuah llegó un grupo de cuatro Graznariones aleteando alrededor de todos los nidos, despertando a todos sus compañeros. - ¡Despierten, búhos trasnocheros, tenemos que ir a la Roca Celestial! – Decía uno de los hombres pájaro mientras se metía en su propio nido. Ese Graznarión en particular, llamado Tael, era lo más similar al consejero real del Rey James, el actual soberano de los Sungura, siendo su trabajo como consejero hacer un repaso en todo el reino de la luz, comprobar el estado de las cosas, como por ejemplo si un estanque se había secado, si algún árbol se había incendiado o si algún vecino se había peleado con alguien y avisar de inmediato al rey para que lo arreglara. Normalmente no solía volver tan pronto al nido, sin duda algo pasaba, algo grande, para poder regresar tan pronto. Podrían ser noticias alarmantes, sin embargo, por su rostro sonriente, las malas noticias quedaban descartadas.
Tael fue hasta el nido donde descansaba su hijito, Eak, quien rompió el cascarón hacía ya dos años, sin embargo, a su aguilita valiente aun le faltaba tres primaveras más para mudar de plumas y que por fin pudiera volar debidamente. – Eak, despierta pequeño. – Le susurró Tael moviéndolo un poco con su ala, haciendo que el pequeño de cabellos plateados se despertara.
- Hola papa... - Mientras se sentaba al borde del nido estiraba sus alas y piernas mientras soltaba un bostezo. – ¿Qué haces aquí? ¿Qué pasa? – Preguntó aun con sueño.
Pero sin perder tiempo Tael se colocó una cesta de madera con dos aros en el costado, pasando los aros hasta los hombros, quedando como una mochila, y colocó a Eak dentro mientras decía: - Te lo explicaré todo por el camino, mi aguilita valiente. Pero ahora hemos de ir a la Roca Celestial, cuanto antes lleguemos, mejor. – Seguidamente Tael se asomó en la entrada y soltó un graznido al aire que resonó por toda la sierra y cuando alzó el vuelo de nuevo, la comunidad de humanos ave salió de todos los nidos, siendo una gran bandada que atravesó la tierra de la luz en pocos minutos, en dirección a la Roca Celestial.
Alrededor del monumento de los Sungura se encontraban tropecientos seres de distintas razas, tanto Sunguras normales como otros seres que vivían ahí, como los Trompus (humanos Elefantes), los Garuzel (humanos Gacela), Whituro (humanos Cebra), Rinngos (humanos Rinoceronte), Connochas (humanos Ñus), Centauros, entre otros. Todos se encontraban rodeando el alrededor de la roca, gracias a que el resto de los Graznariones se molestaron en madrugar para surcar los cielos de la tierra de la luz y difundir el mensaje que los reunió allí aquella mañana: El nuevo príncipe y futuro rey de los Sungura por fin había llegado a Dastarah.
En la punta de la Roca Celestial que daba al público, se encontraba el actual rey de los Sungura y dominante de las tierras de la luz, James, quien esperaba a la llegada de sus compañeros más fieles para dar comienzo a la ceremonia. El primero en llegar fue Tael, quien al aterrizar lo primero que hizo fue inclinarse ante su rey abriendo las alas y doblando una rodilla tras de sí, mostrando así respeto a su señor, quien le devolvió el saludo de manera cortés con una pequeña inclinación.
En ese momento James pudo ver como la multitud que se encontraba en frente suyo se abría camino mientras que una persona la atravesaba, una mujer con los cabellos largos por debajo de los hombros, mayormente liso con unos ligeros rizos en las puntas, y con la cara, los brazos y las piernas pintadas con líneas rojas y blancas. La diferencia de esa mujer con el resto de los habitantes de Dastarah, era que la mujer era completamente humana, no tenía alas, ni orejas, ni cola de cualquier tipo, absolutamente nada más que una piel clara, cabello en la cabeza, unas vestimentas hechas con hojas y plumas, un cesto de madera en la espalda (como el de Tael) y un gran y decorado bastón con maracas caseras y el antiguo tesoro de su extinta tribu.
Los demás pueblerinos, que se apartaban ligeramente para no cortarle el paso a la humana, susurraban entre ellos al verla: "¡Aquí llega la chamana Katherine!" Decían algunos adultos, mostrando también respeto por ella, pues a pesar de que su falta de elementos animales que la convertían en una de las únicas supervivientes de su raza, también se había ganado el cariño del pueblo. Todo gracias a que, aparte de ser la persona en la que más confiaba la familia real Sungura, ella se ofreció a curar y atender adecuadamente también a los heridos y sus enfermedades desde que llegó a Dastarah, y todos los que habían pasado por sus manos curativas hablaban bien de ella.
La tribu de la chamana Katherine era una urbanización de humanos puros que vivían en Dastarah antes de que siquiera se descubriera la existencia de los Sungura y del resto de especies, pero muchos de esos humanos no lograron adaptarse a las tierras donde intentaron vivir. Los más agresivos perecieron en la lucha que hubo entre estas tribus humanas por conseguir más tierras, los más pacíficos que repelían la carne se juntaron en distintos grupos y se repartieron por Dastarah, los cuales se encontrarían y fusionarían con razas propias de esa hermosa y prospera tierra salvaje, como los Sungura, los Connochas o los Grazuels. A excepción del grupo donde se crio Katherine, el cual consiguió sobrevivir dentro de los árboles, conviviendo con algunas razas de hombres pájaro de los valles, como los Carrakios, que les ayudaban a conseguir suministros a cambio de poder comer también una parte de esa comida, de modo que ambas razas convivían juntas. Sin embargo, los hombres y mujeres de su clan comenzaban a morir poco a poco por enfermedades extrañas que no supieron curar y el grupo tuvo que irse moviendo de zona en zona tratando de evitar esa enfermedad, hasta que solo quedó Katherine.
Pero para su suerte no quedó sola, pues antes de que su pareja enfermase logró quedarse embarazada, por lo que ahora tenía una hija sana con la que logró mantener la descendencia de su tribu.
Volviendo al presente, la chamana había logrado subir la Roca Celestial hasta quedar frente a James, para saludarse seguidamente uniendo las frentes a modo de saludo propio, pues se conocían desde que Katherine llegó a los dominios del rey Sungura, siendo aceptada por este en la zona donde vivían. Tras separarse, James guio a la chamana y al consejero real dentro de la cueva Sungura donde estaba su esposa Roselya.
La soberana de cabellos azulados se encontraba acostada en la cama matrimonial, sosteniendo en brazos a su hijo recién nacido envuelto en mantas, el cual tenía unas pequeñas orejitas de conejo, una suave y pequeña cabellera de color azul turquesa en la cabeza como su padre y los ojos verdes esmeralda como su madre.
Katherine sonrió al ver al recién nacido. - ¿Me permite, mi reina? – Preguntó la chamana a la nueva madre Sungura, quien sin decir nada, pero sin debilitar su sonrisa, acercó al bebé con cuidado a su amiga. La humana lo tomó en brazos con cuidado, pero firmeza, observando su tono de piel, su temperatura exterior, su respiración, todo lo importante a observar, para después decir con una sonrisa: - Han tenido un hijo muy sano, altezas. – Haciendo sonreír de esta manera a James y a Roselya. Seguidamente devolvió al cachorro Sungura con su madre diciendo: - Procederé de inmediato con la ceremonia. Pero antes quisiera preguntar. ¿Han escogido ya un nombre? –
Antes de que James pudiera hablar, Roselya se le adelantó diciendo: - Bon... Su nombre es Bon, Kathie. –
La chamana sonrió al oír el nombre del nuevo niño, recordando como en las revisiones durante el embarazo de la reina, esta le contaba con emoción las ganas que tenia de tener a su cachorro, siempre añadiendo que esperaba que fuera un niño para poder llamarlo como su querido abuelo, un Sungura trabajador y justo con la vida. – Ya veo, escogió un buen nombre, mi reina. – Seguidamente Katherine alzó su bastón en el aire, iniciando con la tan esperada ceremonia. Mientras el Sol comenzaba a entrar por una de las entradas de la pared, la chamana acercó el bastón y lo detuvo ante el rostro del niño, haciendo que los cascabeles y maracas atadas al bastón sonaran, provocando que el pequeño Bon se quedara mirando las esferas del bastón con especial atención.
– Ancestros de los Sungura, espíritus del pasado, bendecid al nuevo ser nacido de la luz, para que crezca sano y fuerte, hasta en rey de estas tierras convertirse. – Recito la mujer mientras movía en círculos su bastón, haciendo sonar más los cascabeles con un ritmo contínuo, provocando los tempranos instintos del bebé, quien trató de alcanzar con sus manitas las esferas que se sacudían sobre él. Justo antes de que Katherine fuera a retirar su instrumento ceremonial, Bon atrapó una de las esferas de madera rellenas con garbanzos secos i para sorpresa de la humana, la arrancó de golpe; Admitía que no había atado demasiado fuerte la maraca, pero no se esperaba que el cachorro fuera a ser capaz de separarla del bastón. Sorprendida, la chamana dijo: - Vaya, el pequeño príncipe ya empieza a mostrar de lo que es capaz. Sin duda será un Sungura muy fuerte cuando crezca. –
James, manteniéndose al lado de su esposa, se sintió invadido con un gran orgullo por su cachorro, saber que cuando Bon creciera ya sería una persona fuerte le hacía sentirse feliz, teniendo muchas esperanzas de que algún día acabaría siendo el mejor rey que Dastarah podría tener.
Puesto que Bon mantenía la maraca contra su boca para acabar de detectar que tenía en sus manos, Katherine dejó que el pequeño se la quedara, debía continuar con la ceremonia para no hacer esperar demasiado a las demás tribus, por lo que se colgó el bastón a la espalda.
Seguidamente la chamana cogió un coco atado a su cinturón y lo abrió sin problemas, mostrando que en su interior tenía una pintura casera de color rojizo. – Guiadlo en su camino des del cielo, para que algún día reine Dastarah y mantenga en orden el ciclo de la vida, y que en un futuro próximo esta siga siendo una tierra viva y próspera. – Siguió recitando, mientras que con un dedo pintaba primero una línea horizontal arqueada en la frente del pequeño de lado a lado y luego una línea vertical desde la mitad de los ojos hasta la punta de la nariz. Tras finalizar los trazados, cambió después a unas pinturas amarillas y blancas del mismo cinturón, dibujando en la pancita del pequeño un sol luminoso, representando la vida de las tierras de la luz, a la vez que Bon seguía chupando la maraca sin intención alguna de soltarla pronto.
Al acabar, Katherine miró a Roselya, la cual tenía a su esposo James a su lado y les preguntó: - ¿Están listos para presentar su hijo a las tribus, sus majestades? –
Roselya asintió con la cabeza diciendo: - Así e... - Pero se interrumpió a si misma al ver algo tras la chamana que al principio la sorprendió, pero que después le hizo aguantarse la risa, pues del cesto de madera que tenía Katherine en su espalda había salido una pequeña niña de menos de un año, con el pelito corto atado en una coleta, que trataba de alcanzar la última maraca del bastón ceremonial.
La chamana no comprendía que ocurría hasta que se giró y vio a la niña, sonriendo al momento. – Hola Irene. – Dijo la mujer humana con una sonrisa sin alzar demasiado la voz para no asustarla. Cuando la niña se giró a verla, sonrió mientras intentaba decir "mama" entre balbuceos, distrayéndose completamente de su primer foco de atención para acercarse más a ella, en un intento de agarrar los mechones del cabello de su madre, lo cual hizo que los cuatro adultos presentes se enternecieran al verlo. Katherine, aprovechando que tenía las manos libres, tomó a su hija en brazos, sacándola del cesto y le dio un pequeño abrazo diciendo: - ¿Qué tal has dormido, mi vida? – Tras escuchar varios balbuceos de la pequeña mientras que mantenía el contacto visual con ella, volvió a hablar: - Me parece genial, cariño. Pero tengo trabajo y no lo puedo dejar a medias. –
Sin que nadie se lo esperara, Tael se acercó con cautela y le dijo a la chamana: - Señora Katherine, siento interrumpirla, pero podría cuidar de su hija para que usted pueda acabar la ceremonia. Si le parece bien, por supuesto. –
Aunque no se lo esperaba, la idea no sonaba tan mal. Al fin y al cabo, Tael era un buen amigo para Katherine, fue quien la ayudó a encontrar un hogar compartido en una zona tranquila y siempre podía confiar en él para lo que fuera, aunque sus viviendas estuvieran muy lejos entre ellas. No se trataba de una situación de vida o muerte, pero por seguridad del nuevo príncipe, debía ser así, por lo que la chamana se giró hacia Tael con su niña y la dejó a su cargo, agradeciéndole el favor.
En ese momento Katherine fue a donde se encontraban los reyes de Dastarah, quienes aguardaban en su misma posición anterior, admirando a su nuevo hijo aprovechando la ocasión, hasta que la mujer humana carraspeó, trayéndolos de vuelta a la conversación. – Siento la interrupción, sus majestades. ¿Continuamos con la ceremonia? –
Roselya y James se miraron entre ellos sonriendo, seguidamente el rey ayudó a su esposa a levantarse de la cama para que pudieran proseguir, y los tres adultos, seguidos del consejero, salieron a la entrada de la cueva, teniendo delante el tramo final de la Roca Celestial, y al final de esta, las tribus presas como espectadores. En cuanto los demás Sungura vieron salir a sus reyes de la cueva, comenzaron a extender el mensaje a las demás tribus, quienes comenzaron a vitorear a los gobernadores de Dastarah, con energía y alegría por doquier, mostrando ilusión por ver al nuevo príncipe.
En ese punto, Katherine se giró hacia Roselya y le dijo: - Ha llegado la hora, mi reina. – Mientras extendía los brazos para tomar al recién nacido. Y sin ninguna oposición, la mujer Sungura con cuidado dejó a su cría en manos de la chamana, sabiendo que lo dejaba en buenas manos.
Tras coger al pequeño en brazos, la humana caminó sin prisa alguna hacia el final de la Roca Celestial, sintiendo como los cálidos rayos de sol volvían a posarse sobre ambos, a medida que iba hablando en voz alta: - ¡Seres de Dastarah! ¡Ha llegado un nuevo día a nuestro mundo! ¡Y en este nuevo día, también ha llegado un nuevo ser! - En poco tiempo llegó al borde del camino, deteniéndose a una distancia prudente del final y admirando el paisaje por unos segundos, estando el alrededor de la roca rodeada de diferentes especies, todos siendo tribus presas. En cuanto llegó al final del camino, Katherine tomó al cachorro de los costados con firmeza, pero sin demasiada fuerza para no dañarlo y lo alzó hacia arriba, exponiéndolo a las masas que los rodeaban mientras que las luces del amanecer bañaban el cuerpo del pequeño por primera vez.
En cuanto la chamana mostró a la cría Sungura de cabellos turquesas, todas las tribus comenzaron a vitorear más fuerte, lanzando sus gritos y alabanzas de cada especie con sus propios dialectos, con gran emoción y felicidad al ver al descendiente de sus majestades. - ¡Eh aquí el próximo heredero de Dastarah! ¡Bon, hijo de nuestros reyes, James y Roselia, y príncipe de los Sungura! ¡¡Larga vida al príncipe Bon!! – Gritó a los cuatro vientos Katherine.
(Para ver imagen: https://www.deviantart.com/sorahwolf/art/El-Rey-de-los-Sungura-The-King-of-the-Sungura-849218350 (No puedo colgarlo aqui, Wattpad dice que el formato no es compatible (y es un JPG ¬¬ )
Al acabar la última frase, todas las especies comenzaron a repetir a coro aquella frase dicha por la chamana: "¡¡LARGA VIDA AL PRÍNCIPE BON!!" Se podía escuchar por todos los extremos de la zona, de todas las bocas que vitoreaban a su próximo rey, de grandes y pequeños y en todas las jergas de cada tribu.
En ese mismo tiempo, desde la entrada de la cueva y donde se encontraba Tael observando la escena, la cría humana que llevaba en brazos se quedó observando a su madre en la lejanía, con un brillito especial en sus ojos. Y para sorpresa de su canguro, Irene irguió su espalda para quedarse tan recta como una víbora, aun estando en brazos de Tael y alzando los brazos balbuceó: - ¡Waga wiie Boh! –
......
Una nueva era ha llegado a Dastarah...
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