Capítulo 44: El tren que recorría el prado

—Tomaré clases de actuación y trabajaré en una tienda de ropa —respondió Hannah después de que Steve le preguntara qué haría tras graduarse.

Ella giró el volante, deseaba entrar a una calle, conducía a baja velocidad y con jazz en la radio; se lo recomendó la consejera para aliviar el estrés. Aunque nunca me lo confesó de manera explícita, creo que al ver que la terapia me funcionó, pensó que tal vez le sucedería lo mismo de intentarlo.

—No está mal —agregó Steve.

—No te la quieras dar de modesto —mencionó Karen con ironía—. Ya sabemos que te vas a Massachussets.

Imaginé a Steve elevando las comisuras de sus labios. No quise mirar a los asientos de atrás, me enfoqué en la ventana y abrí un poco el vidrio. Hacía mucho calor esa tarde de junio.

—Miranda tenía razón, debí preocuparme antes por subir mi promedio —bufó Jason, fue la primera vez en todo el trayecto que habló—. Ahora, ella irá becada a Penn State y tendremos que seguir a distancia.

Íbamos en camino a una tardeada en un club en donde tocaba la banda del novio de Maddie. Estaríamos ahí hasta que nos sacaran, celebrando el último jueves como estudiantes de instituto. El lunes sería la graduación, recibiríamos nuestros diplomas y una patada en el culo para que diéramos el paso a las siguientes generaciones.

—Al menos ustedes van a ir a la universidad —protestó una indignada Hannah. Aunque más que eso, se encontraba triste.

—Lo intentarás el próximo año. —Trató de animarla Karen.

Hannah lanzó un suspiro.

—¿Y tú, Chris? —me preguntó Steve.

Hice la cabeza hacia atrás y subí un poco las comisuras de mis labios.

—Chris va a estudiar artes en Nueva York, tampoco tiene de qué quejarse —respondió Jason antes que yo.

Como no pude contener el entusiasmo, cada que me preguntaban qué haría después de la graduación decía que me iría a una universidad neoyorkina a estudiar Artes.

—Puta envidia —añadió Karen—. Cuando estés allá no olvides que tienes la obligación de alojarme gratis.

—Lo más que puedo ofrecerte es el cuarto donde se murió una anciana —vacilé. Sentí mi móvil vibrar, alguien me llamaba, lo saqué y vi que se trataba del número de Lisa.

La emoción dentro de mí explotó. Quería gritar de la felicidad cuando recibiera la noticia de que por fin había logrado encontrarme un lugar. Rechacé la llamada y le escribí para que mejor me lo dijera por chat.

—Sería bueno jugar Ouija ahí —sugirió un emocionado Steve.

Le siguió el aplauso de Karen y la risa escéptica de Jason. Aunque el muchacho no pertenecía del todo a nosotros, a veces lo integrábamos porque no era tan desagradable, nos hacía reír. No se volvió la persona más popular del instituto, pero al menos el acoso físico cesó junto con el aislamiento.

Mi teoría resultó verdadera, cuando no estás solo, dejas de parecer apetitoso para las manadas de lobos hambrientos de acoso.

Sentí otra vibración en el móvil, más ligera que la anterior. Revisé al instante, ansioso y emocionado, como si una vez más tuviese seis años, fuese la mañana del veinticinco de diciembre y contara con montones de regalos por abrir.

[Lisa: Chris, lo siento.]

[Lisa: Intenté hablar con toda la gente que conozco y no logré nada, el tiempo de admisiones pasó]

[Lisa: Te ayudaré a intentarlo el próximo año. Ya no hay sitio para ti en la universidad.]

Releí el mensaje unas diez veces, pellizqué el dorso de mi mano y mordí el interior de mi mejilla. Quería gritar a todo pulmón mi fracaso, salir del coche y empezar a romper vidrios a patadas para soltar mi frustración, no obstante, me contuve.

Aunque eso no sanó mi dolor.

Necesitaba marcharme. No soportaría escupirles a todos mi fracaso, no después de que lo alardeé en mi intento de ser positivo, cuando por fin dejé de imaginar que sucedería lo peor y pensar en posibilidades más amistosas.

—Hannah, ¿podrías detenerte aquí? —le pregunté, la voz se me escuchaba quebrada por más que quería disimular.

Estábamos atravesando el centro de la ciudad, pasando al lado de un parque repleto de niños corriendo.

—¿Para qué? —inquirió, extrañada—. Vamos a llegar tarde.

Aunque me tomaría cerca de una hora caminar a casa, lo prefería a fingir estar tranquilo y a volver a caer en medidas destructivas. En el club venderían alcohol y yo tenía prohibido beber, sin embargo, eso no me importaría si iba en ese estado de desesperación.

—Tengo que hacer algo —contesté, nervioso

—¿Todo bien? —me interrogó Karen.

—Sí, no se preocupen.

Hannah lo dudó, pero no le quedó de otra más que hacerme caso. Paró el coche en una esquina y esperó a que yo me bajara.

—¿Seguro? —insistió Jason.

Negué un par de veces al mismo tiempo que mordí mi labio inferior. El coche se alejó, dejándome varado a mitad de ese parque y con el deseo interno de gritarles a todos que comieran mierda y que mi futuro se arruinó.

Los higos se pudrieron.

Y el tren de mi vida cayó al precipicio. 

La oficina de Keysen parece uno de esos escenarios de programa de chismes que Alice ve los sábados durante el desayuno. Tiene un cómodo sillón magenta, paredes amarillo pálido, la mesa de en medio es de cristal y en la esquina hay un florero. Ella suele sentarse enfrente, con una tableta en manos para hacer notas sobre toda mi perorata semanal.

—Estoy jodido. —Fue lo primero que dije una vez terminó de acomodarse—. No hay lugar para mí en la universidad, tomaré un año sabático, trabajaré en un restaurante de hamburguesas y me pondrán a limpiar mierda en los baños.

Keysen hizo una mueca, se acomodó en una postura menos relajada y me miró con atención para que siguiera hablando.

—Nada de lo que he intentado funcionó —resoplé, entristecido. Bajé la cabeza y miré a mis zapatos—. Soy un fracasado. —Cerré los ojos y fruncí los labios—. Ayer recibí un mensaje donde me decían que no había lugar para mí en la universidad. —Respiré con profundidad y abrí los ojos—. Iba con mis amigos, les pedí que me dejaran varado en la nada y caminé hasta la casa.

—¿Qué te dijo tu papá? —preguntó, interesada.

—Que pruebe de nuevo el próximo año. —De solo recordar su expresión mis ojos escocían—. Es mi culpa, estuve distrayéndome en tonterías y por eso lo eché a perder todo.

—Chris, no has perdido nada y tampoco fueron tonterías en las que te distrajiste, pasaste episodios bruscos que no supiste manejar.

—Sí, pero no soy el único que tiene problemas, eso no justifica mis fracasos.

—A ver, me contaste que una de tus amigas tampoco quedó en algún lado, ¿crees que ella es una fracasada?

Negué.

—Sí, pero yo alardeé de que lo iba a lograr —admití, avergonzado—, pensar positivo no sirve de nada. Seguro cuando se enteren todos me van a dejar de hablar por mentiroso.

Keysen anotó algo en su tableta y después la bloqueó.

—Ya habíamos charlado de esto, tus amigos no aprecian tus mentiras, te quieren a ti.

—Yo pienso que todo mundo ama solo al Chris que me inventé.

—Ese joven sigues siendo tú —aseguró, me señaló con su dedo índice—. También les mostraste muchas cosas que te daban miedo, te ayudaron cuando estabas mal y se preocuparon por ti.

—Tal vez —musité—, solo estoy paranoico. Me duele haber decepcionado a mi padre. —Puse las manos en mi cabeza y despeiné mis cabellos.

—No creo que lo esté, ¿por qué lo piensas?

—Porque él y mamá querían que yo consiguiera cosas grandes —dije con la voz entrecortada—. Que fuera un alumno de honor como ellos, que estuviera en una de las mejores universidades y me convirtiera en un profesionista exitoso.

—Los padres solemos caer en proyectar deseos en nuestros hijos y nos olvidamos de lo que ellos quieren. No todos estamos hechos para seguir con ese modelo de plan de vida exitoso, hay muchas otras opciones.

—Y ese es el problema —ladré e hice un ademán con la mano—. Me dejó intentar trazar mi propio camino y fracasé.

—Eso depende de ti. —Ella hacía eso todo el tiempo, me decía que mucho estaba en mí y en las acciones que tomara—. Puede ser un año perdido en el que limpies baños en un restaurante, o uno que aproveches.

Respiré a profundidad y saqué el aire de a poco.

—Lo siento —bufé, apreté el tabique de mi nariz—, es que odio ser tan sensible, desearía ser una puta piedra a la que nada le afecta o le preocupa y no ser ceniza que se esparce con cualquier brisa.

—Chris, posees el perfil de un artista y un don que pocos tienen, y mucho de eso salió porque eres sensible. Lo importante es que aprendas a controlar mejor esos arranques y a tomarte con calma los problemas.

—Siento que mi madre me odiaría de estar viva. —Mis ojos se cristalizaron y reprimí las ganas de llorar—. Ella decía que los años sabáticos eran para mediocres.

—No lo creo. —Hizo una pausa y puso las manos en sus rodillas—. Por lo que me cuentas de ella lo dudo, quizá se hubiese enojado un poco, pero no te odiaría.

—Es que soy mediocre.

—No lo eres, has cambiado y has logrado muchas cosas, yo veo a un Christian muy distinto al de la primera vez.

—Es porque ya no soy tan flaco y uso más a menudo mis gafas —respondí mientras me las acomodaba.

—Tienes que continuar, buscar qué hacer, aprovechar el tiempo que tendrás. No todo se perdió.

Ella tenía razón, lo único que me quedaba era eso. El tren de mi vida no se detendría —más bien, no le pondría pausa, porque yo soy el chofer—, tenía que construir cimientos nuevos en los cuales ese vehículo seguiría corriendo a toda velocidad por el espeso bosque de mis opciones a futuro. 

Saqué dinero de mis ahorros el sábado por la mañana, con eso fui a comprar pinturas en aerosol de los colores que tenía en el boceto y algunas lijas de agua. Las guardé todas dentro de mi mochila, la misma que usaba en mi época de estudiante para meter mis pertenencias, y caminé así hasta llegar a la parte en donde se encuentra el agujero en la reja del instituto, ese que permitía que nos escapáramos en los descansos.

Era sábado, no habría nadie hasta el lunes en la mañana, por lo que debía terminar rápido. Antes de arrastrarme para entrar, escribí un mensaje al grupo de chat que tenemos. Quería que se enteraran, deseaba alardear al menos ese intento de plasmar mi obra en algo que no fuera un tipo de papel.

[Yo: Voy a terminar la mierda de mural en un maratón de fin de semana. Deséenme suerte.]

Guardé el móvil, me hinqué de rodillas y gateé por el pasto húmedo. El aparato vibraba, las latas se golpeaban y hacían ruidos nada discretos. Una vez pude entrar, sacudí mis pantalones y miré a los lados, comprobando que estaba solo. Anduve por la escuela abandonada, por sus pastos verdes y las banquetas marcadas con plumón negro. Llegué a la pared en blanco y los anuncios de restricción seguían ahí, así como los conos. Saqué de nuevo el móvil y vi el mensaje de mi padre preguntándome dónde estaba. Solo le escribí que me hallaba bien y que no se preocupara por mí.

Repasé con la mirada mi lienzo, me aterró ese espacio vacío que tendría que llenar desde lo más básico. Dejé mis cosas en el pasto y fui hasta la bodega en donde se guardaban los instrumentos de limpieza, iba con la ilusión de que la puerta se encontrara abierta. Como era de esperarse, estaba trancada, pero tuve la suficiente suerte de hallar entre las cosas viejas un banco de madera usado y desgastado, era de los que usaban los intendentes para comer su almuerzo.

Lo tomé y lo llevé a mi área de trabajo. Saqué de la mochila el estuche con mi portátil y lo abrí para colocarlo sobre el banco. Desconecté el Internet y solo me metí a la cámara. El plan era grabar hasta donde llegara y si el vídeo no salía tan mal, lo editaría y lo subiría a Internet. Lisa me recomendó publicar en Instagram fotos de las sesiones de modelaje y de mis trabajos con el objetivo darme a conocer.

Del bolsillo de mi chaqueta saqué el boceto y lo pegué con cinta en uno de los límites de la pared. Tomé de la mochila uno de mis lápices, era un B8, el más blando que tenía. Empecé a dibujar rápido, mirando los detalles del boceto y dándome el lujo de cambiar algunos de estos, cuidando que la cabina del tren y sus rieles fueran lo que más se notara. El bosque lo dibujé con un B4, ya que ahí no podría darme el lujo de descuidar las perspectivas.

«Métete tus puntos de fuga en el recto, Joshua Beckett».

Para alcanzar los detalles de arriba, me subí en un montículo de piedras, lo hice lo más rápido que pude porque no deseaba caerme de culo encima de las latas de pintura y romperme el coxis.

El sol salió, y el esfuerzo que hacía por no irme chueco me cansó, me quité la chaqueta y subí las mangas de mi camiseta. Con el trazo terminado, pude empezar a iluminar. Comencé con el verde claro, practicando en lo que podía corregir poniendo más pintura encima de otro color. Lo hacía de a poco, cuidando no salirme de la línea, pero después me harté al ver que no disparaba más que una leve estela de color y le puse más fuerza, dejándome llevar. Fui por el otro verde y por el café, esos los apliqué a base de motas, como si hiciera puntillismo.

El ruido que hacía el aerosol cuando salía me excitaba —no en el sentido sexual, no tengo ese tipo de fetiches—, me concentraba en que incluso mi mano fuese capaz de darle ritmo al modo en el que salía la pintura. Estuve tan absorto en mis pensamientos que no me percaté de los pasos aproximándose a mí, solo noté la presencia de alguien más cuando sentí su pesada mano sobre mi hombro.

Volteé, asustado, y di un respingo al ver el rostro encolerizado de Sawyer. 

Terminé en su oficina, sentado frente al escritorio. Él con un gesto severo, preparado para castigarme. No obstante, yo me encontraba tranquilo. Mi graduación no estaba en riesgo, mis papeles se hallaban listos, solo debía recibirlos. Era oficial, ya no estudiaba ahí. Y en caso de que quisiera levantarme una denuncia por allanamiento de propiedad, siempre podría usar lo que conocía de él para ahorrarme problemas.

Aplicar otro chantaje a beneficio mío.

—Christian Miller, ¿sabes que es ilegal entrar a una propiedad que no es tuya y vandalizarla? —Comenzó el sermón, hablándome como si fuese un estúpido—. ¿Y qué puedes ser juzgado igual a un adulto por tu edad?

Tamborileé en su mesa y moví el pie con ansiedad, pero detuve mis pensamientos catastróficos para dar mi primera apuñalada:

—¿Y su esposa sabe que tiene otra mujer y un hijo en Inglaterra?

Le sostuve la mirada y sonreí, era de nervios, pero traté de que se viera como malicia.

Sawyer abrió los ojos con impresión, parecía un sapo, con su rostro arrugado y pálido. Se quedó callado e hizo un mohín.

—¿Y también que ese hijo daba clases aquí? —continué atacando—. ¿Y que se llama Joshua Beckett?

—Christian, ¿en serio le creíste? —Trató de sonar convencido—. Ya sabes que él es un mentiroso.

—Vi la fotografía de su graduación. —Encogí los hombros—. Y como soy un tremendo hijo de puta le tomé una foto con el móvil —mentí, entre más armas para defenderme tuviera, mejor.

—Joshua es mi ahijado, no mi hijo —aclaró, desesperado. Puso ambas manos en el escritorio.

—Qué sé yo —vacilé. Me levanté de la silla y crucé los brazos—, si voy y le digo eso a su esposa, ¿cómo cree que reaccione? —le pregunté exagerando un tono curioso—. Si todo es mentira, no tiene qué temer.

—Christian, no —musitó—. ¿Para qué armar un caos así?

¿Lo hacía por qué quería pintar el mural o porque deseaba vengarme por lo de Joshua? Sawyer era uno de los culpables de mi desgracia.

—Además, si todo es mentira... —Hice un gesto pensativo—. ¿Por qué se enojó tanto cuando él no se casó con Lisa?

—Porque lo aprecio y sé lo que le conviene.

Negué, no cambiaría de posición.

—Como mal padre, proyecta sus planes en él —repliqué, mordaz. No me daba miedo. Si llamaba a la policía le soltaría el rumor a cuantos pudiera—. Le avergüenza que su hijo en realidad sea homosexual.

—Lo que pasó entre Joshua y tú solo fue un juego, de los que acostumbra a hacer —atacó con el mismo veneno.

Sentí un escalofrío en mi cuerpo, pero no me detendría.

—Le recuerdas a su amiguito, Charles —siguió defendiéndose—. Saca ese trauma contigo y se fue porque se aburrió de ti, le estabas causando problemas.

Mis ojos se cristalizaron, pero tomé una bocanada de aire y reprimí el llanto.

—Joshua jugó conmigo y con Lisa para sacar su trauma, y de paso no armarse líos. Aparte, si tiene ese tipo de problema es por su puta culpa —afirmé, mordí el interior de mi mejilla—. No lo estoy justificando, lo que él hizo fue una mierda y lo odio. Joshua no tuvo el valor para tomar las riendas de su vida como un adulto porque lo aprendió del mejor —lo señalé, no subí la voz, me mantuve sereno—. Tal vez su esposa no me crea a mí, pero ¿qué tal si Lisa va y se lo dice?

Si un extraño lo decía y también un conocido lo secundaba, habría más paso para dudas y dramas.

—Christian, ¿qué es lo que quieres?

—Déjeme terminar el mural este fin de semana, retire esa absurda medida que puso para hacer de cuenta que nada malo pasó en su instituto —me recargué en el muro—. No quiero problemas con mis papeles, tampoco con la policía y menos con mi familia, ¿vale?

Sawyer frunció el entrecejo, lo enfurecí, pero fue lo suficiente inteligente como para saber que al menos haría un buen drama si soltaba todo lo que yo conocía. Perdería la reputación que tanto se esforzó en armar, escondiendo aquello que se salía de sus planes.

¿Qué opinan de la evolución de Chris?





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