Capítulo 32: El compromiso irreversible

Sin quererlo, recordé a Hannah y a su conflicto con Marcus cuando él le pidió lo mismo hace semanas. Le aconsejé rechazarlo y ella dijo que lo correcto era eso, no obstante, yo dudaba cuando estaba en una situación parecida. ¿Me convertiría en un hipócrita por aceptar?

Culpé de todo a mi incapacidad para disfrutar algo y no cambié mi respuesta. Iría a Londres después de acabar la escuela, no sabía qué pasaría ahí, pero pensé que, mientras estuviera junto a Joshua, nada malo sucedería. Por el contrario, me hallaría mejor a su lado.

Como necesitaba ahorrar dinero para irme, acepté la propuesta que Max me venía haciendo desde semanas atrás de ir a Nueva York a una sesión menos amateur para un catálogo de ropa. Era una marca indie, conformada por amigos de Max que son diseñadores y no tienen suficiente dinero como para contratar modelos profesionales, de modo que estaban bien con personas que tienen mediana experiencia en ese ámbito.

Partiría el viernes después de la escuela y volvería el lunes en la tarde. No iría a la universidad, así que perder clases o tener malos promedios ya no me importaba, daba igual, mi futuro académico no era relevante. Además, como no quería que la doctora Keysen volviera a repetirme lo de las medicinas y a cuestionarse mi relación, preferí saltarme la cita de ese jueves y pasar el resto de la tarde con mi novio.

Esa vez, para evitar encontrarme con cualquier presencia desagradable, le marqué a su móvil. Yo estaba justo afuera de su edificio, escondido detrás de una vieja furgoneta y mirando a todos lados en busca de alguna presencia sospechosa.

—¿Chris? —preguntó un adormilado Joshua.

—¿Estás solo? —susurré al teléfono, nadie debía escucharme tampoco.

—Ya sube y deja de estar de paranoico —exigió con fastidio—. Lo de la vez pasada solo fue por mi cumpleaños.

—¿Seguro?

—¡Sí!

Joshua colgó.

Miré hacia arriba para tratar de ver el final del edificio, el sol estaba fuerte y me encandilaba. Extrañaría visitar ese lugar una vez nos marcháramos, con sus escaleras que rechinaban y techos en ruina. Sonreí e intenté repasar la fachada del edificio, quería grabarla en mi memoria, tenerla presente en mis pensamientos, y nunca olvidar del todo ese lugar que tan buena acogida me dio.

Subí las escaleras con desánimo, lo normal era que lo hiciera corriendo para tocar el timbre de Joshua como si fuera un desesperado. En cambio, esa ocasión solo llegué y presioné el botón una vez, metí las manos dentro de mis bolsillos y sentí la vibración de mi móvil. Aún sin ver, supe que se trataba de mi padre preguntando en dónde estaba. ¿Cómo le explicaría que me marcharía del continente en unos meses?

La puerta se abrió y Joshua se encontraba ahí, con sus pantalones anchos, una camiseta gris de manga larga pero ligera y con sus zapatillas negras sobrepuestas. Percibí el olor a cigarro, seguro había estado fumando por horas. Todos esos detalles conformaban el collage de lo que yo tenía entendido por Joshua Beckett.

Ya saben, cuando ven cierta serie de objetos juntos y a la mente se les viene una persona en específico.

—Reacciona —exigió, chasqueó los dedos delante de mis ojos.

Resoplé y me abalancé contra él para abrazarlo, necesitaba continuar grabando en mis sentidos los detalles que conformaban al Joshua que enseñaba en mi escuela y vivía en Estados Unidos. Él colocó sus manos en mi espalda, apresándome, me pegué más a su cuerpo y puse mis pies sobre los suyos, me urgía alcanzarlo.

Lo empujé, deseaba que entráramos de una vez. Este fue un movimiento torpe que casi nos hizo caer juntos al suelo. Joshua solo estiró la mano y cerró la puerta, después volvió a ponerla en mi espalda, recorriendo mi espina dorsal con los dedos y causándome un escalofrío en todo el cuerpo. Cambié mis manos a sus mejillas y estampé mi boca a la suya, lo necesitaba.

Entre el tiempo que llevábamos sin sexo y la presión por tener presentes los detalles del Joshua estadounidense, se provocó una explosión hormonal en mí. En parte por eso rechacé la idea de ir al psiquiatra para que me diera medicinas, creía que perdería mi libido y no estaba dispuesto a pagar ese precio por algo de estabilidad artificial.

Joshua metió las manos debajo de mi camiseta, volvió a recorrer mi espina dorsal, se aprovechó de la sensación que provocó en mí y tomó el control sobre lo que hacíamos. Así me gustaba a mí, ya que desconfiaba de mi capacidad de sostener las riendas y evitar que fuese desastroso. Mientras él me hiciera sentir bien y me dijera qué hacer, yo estaría satisfecho.

Cuando llegué a hablar con Keysen sobre eso, dijo que era por la falta de confianza que me tengo a mí mismo y la necesidad intensa de dejar que otros escojan por mí. Un rasgo de baja autoestima, supuse. Le cambié el tema para que no ahondáramos más en eso, era incómodo que supiera que me gustaba poner las rodillas al suelo, cerrar los ojos y abrir la boca.

Esa vez Joshua cambió la dinámica. Me acomodó contra el muro, bajó el cierre de mi pantalón y metió la mano para sacar mi sexo.

—Ya te tocaba a ti —mencionó con aire ladino, tomó mi miembro entre sus dedos y comenzó a moverlos.

Enredé los dedos en sus cabellos y cerré los ojos con fuerza. Otra manía mía a la hora de tener sexo: casi nunca veía lo que pasaba.

Incluso, cuando lo hacía con Hannah, mantenía los ojos cerrados y solo me dejaba conducir por las sensaciones que me producía el contacto con su piel. Con Joshua era lo mismo, yo tocaba, sostenía y sentía, lo que provocaba que en mi cabeza se proyectaran imágenes, creando un tipo de sinestesia.

—Espera —susurré, me sostuve con más fuerza a sus cabellos y reprimí el gemido.

Si hacía eso mientras estaba de pie, mis piernas flaquearían y tendría que agarrarme de cualquier lado para no dejarme caer. Eso no le importó a Joshua, es más, estiró una mano, alcanzó mi pecho y volvió a empujarme contra la pared, dejándome en claro su intención.

Aquello me hizo sentir culpable y enfermo, como llegó a decirlo Harry cuando me difamó. La violencia que sufrí el año pasado ahora me impedía disfrutar con plenitud de lo que me gustaba.

Mis piernas no tardaron en debilitarse, no encontré de dónde sostenerme para no caer, así que apoyé todo mi peso en él. Lo lastimé debido a la forma tan violenta en la que me aferré a él, lo que provocó que soltara un quejido y se detuviera. Joshua se incorporó y limpió el hilo de saliva que quedó en su boca. Le había dejado el cabello alborotado y parecía que tenía un afro. La excitación en mí cambió por una risa, se veía ridículo, tanto como yo con los pantalones abajo y el miembro de fuera.

—Te ibas a correr y qué pereza limpiar el piso —mencionó con voz áspera.

—Por eso te dije que no aquí —respondí al mismo tiempo que hice un mohín.

Mis piernas se hallaban laxas, el calor de abril se fusionó con mi bochorno y me sentía más maleable que cuando llegué. Joshua tomó mi mano con delicadeza, me llevó hasta su cuarto y me recostó en su cama como si fuera un objeto precioso que valiera la pena proteger.

Él buscó un condón en su cajón, lubricante y después se puso encima de mí. Se deshizo de mis pantalones y de mi bóxer. Cerré los ojos de nuevo, dejando que él me moviera a su gusto. Terminé boca abajo, con las piernas abiertas y él en medio. Sentí su dedo dentro, luego dos y como se movían.

—Chris, voltéate por favor —mencionó, avergonzado.

El juego de control había terminado, bufé con decepción y abrí los ojos. Siempre le dio miedo dominarme del todo y cuando quería intentarlo, terminaba arrepentido.

—Que no te importe —dije aún en la misma posición.

Moría de la vergüenza, ¿y cómo no? Estaba sin pantalones, con el trasero expuesto y lleno de lubricante.

—Chris... —resopló.

Sentí el movimiento de la cama, se acostó al lado de mí. Acarició mi espalda con una mano y fue subiendo mi camiseta, la pasó por encima de mi cabeza y después por mis brazos hasta quitármela, yo solo respondía por inercia a su deseo de desnudarme por completo. Una vez la camiseta voló, me giré para quedar boca arriba, no lo miré, solo me enfoqué en el techo y en mi cuerpo que todavía pedía más. Mi miembro palpitaba, mis labios querían ser mordidos y mi cuello requería que lo marcasen.

—No puedo luego de que me dijeras que te sientes culpable —pronunció él—. Jamás podría contigo.

—¿Y con quién sí? —pregunté, sintiéndome celoso.

—Gente que me lo pide y por la que no siento nada —contestó muy quitado de la pena—. Tú eres diferente.

—Deja de amarme entonces —vacilé con una sonrisa amarga.

Era patético, pensé en lo mucho que dolerían mis testículos cuando llegara a casa y en el baño de agua helada que me daría.

—Pides imposibles —se volteó para mirarme de frente y puso una mano en mi mejilla.

Iba a decirle una cosa más, algo importante sobre mi deseo de poder amar como lo haría una persona normal, sin embargo, el timbre llegó a interrumpirnos. Joshua cambió su gesto a uno de molestia, en lugar de esperar a que la persona se hartara y se marchara, se levantó de la cama de un salto.

—Ya vuelvo —dijo él sin voltearse.

—Entraré a bañarme. —Cubrí mis ojos con el brazo, quería cegarme y volver a ver cuándo estuviera en otro lado—. Regresaré a casa, tengo que empacar, mañana iré a Nueva York.

No me respondió, en cambio pasó al baño, seguro a mojarse el cabello y a quitarse el lubricante de los dedos. Yo me quedé en el lecho, mirando al ventilador y sin saber qué hacer durante esos segundos muertos.

Cuando Joshua salió del cuarto, salté para bajarme de la cama. Recogí mi ropa del suelo y me importó poco lo que Keysen dijo sobre dejar de ofenderme, me insulté en silencio mientras buscaba dónde voló mi bóxer.

—Deberías aprovechar que tu vida se está ordenando para hablar con Lisa —dijo una voz del otro lado de la puerta.

La reconocí, se trataba del padre de Joshua.

Me acerqué a la entrada para escuchar mejor, la curiosidad me mataba tanto como la erección que no se iba.

—Ya le hablé y no piensa perdonarme —replicó el joven con desánimo.

Imaginé que se refería a lo sucedido la primera vez que fuimos a Nueva York, para fin de año él ya no quería volver con ella. Eso quise creer, porque fue justo cuando él confesó amarme.

—Insiste de nuevo, es una buena chica —le sugirió su padre—. Si le planteas seguir con el compromiso y realizar la boda pronto, como se tenía planeado, no creo que se niegue.

«¿Te casarás?».

Lisa no solo era la fachada de Joshua, era su prometida y estaban por unirse en matrimonio. Mi mente viajaba a mil, formando teorías al respecto, pero ninguna lograba dejarme conforme, todas me causaban ansiedad y me hacían caer de nuevo en el peor escenario.

—Le dije eso mismo cuando me dieron el trabajo —le explicó Joshua—. No tendrá más de unas dos semanas que le hablé.

Era demasiado reciente para ser verdad, no tenía coherencia, porque en aquel momento Joshua ya se hallaba conmigo, ya estábamos en una relación y yo comenzaba a perder miedo a admitir quién era.

¿Por qué me decía que me amaba si pensaba casarse con Lisa? ¿Por qué lloró cuando le dije que deseaba morir? ¿Y por qué me quería llevar a Londres?

Las cosas no son tan fáciles para nuestro veganito conspiranoico.

¿Creen que Joshua le mintió a su padre sobre Lisa o tenía una doble intención con Chris?


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