3. "Sagrada familia"

04 de abril, 2286
Residencia Vancouver

Tic...Tac...Tic...Tac. Nunca se imaginó que el sonar de las agujas del reloj podrían ponerla tan nerviosa. Aquel día frío de primavera no colaboraba mucho con la ocasión. No tenía mucha ropa más de la que ella misma se creó con sus poderes.

Sólo guardó en su morral lo más necesario para el viaje. Un abrigo, unas dagas, dos botellas con agua... Aunque a decir verdad jamás había salido del país, o de la ciudad... O últimamente de su casa.

—Hija...—llamó Lucrecia desde la entrada. —¿Estás segura de salir de casa?

—Creo que no tengo otra opción, mami. Ese tema de Sekunder no deja de resonar en mi cabeza... No estaré lejos de casa por muchos días. Si tengo suerte estoy aquí antes de que termine la semana. —Cerró el morral y se lo cargó. —¿El chico hitachi ya está aquí?

—Sí. Llegó hace un momento. De hecho es por eso que vine a buscarte. Vamos.

Una angustia muy grande le ahogaba en el pecho. Tanta duda distorsionó su realidad con hipótesis sin fundamento alguno. Apretó la tela de su pantalón con fuerza mientras murmuraba las letras del abecedario.

—Azul...¿Has estado durmiendo bien?—indagó Aldavinski al notar sus ojeras.

—A veces sí. No todas las noches son buenas noches pero lo puedo manejar tranquila.

—Ya están aquí, Azul. —avisó Lucrecia después de ver por la ventana a los hombres vestidos totalmente de negro.

Dos guardias uniformados con la insignia Hitachi entraron firmemente. Ambos eran altos y fornidos. De cabello negro como la mayoría en su raza.

—Buenos días, señorita Vancouver. Hay que irnos, llevamos una hora demorados. ¿En dónde está su acompañante?

—Soy yo. Lyubitelzhizni Aldavinski. Hitachi puro.

Uno de los hombres lo zamarreó con brutalidad. Estiró su cuello y corrió el cabello de él para verificar la marca estrellada que portan todos los hitachi en la región carotídea. Después de confirmar la veracidad lo soltó.

—Sígannos.

La joven muchacha despidió a su madre con un abrazo muy fuerte. Después de dos semanas aquella era la primera vez que saldría de casa. Fue escoltada hasta la salida por ella.
El día estaba nublado y denso afuera. ¿Era el aire exterior o su pecho el que no le permitía respirar correctamente? Pisó con miedo la vereda de su hogar. Vaya que el barrio estaba cambiado. Movió su cabeza hacia todos los sentidos posibles.

—Ay...—titubeó. Retrocedió de nuevo. —N-no... No estoy lista aún.

—Temo que no tiene opción, señorita Vancouver. La reunión con los Hitachi es sumamente necesaria.

—¡Pues que sean considerados y que vengan ellos hasta aquí!—aseveró entrando de nuevo. Intentó llegar hasta la segunda puerta pero uno de los hombres se tiró sobre ella.

—¡Oiga! Trátela con cuidado. No sabe por todo lo que ha pasado.—exclamó Lucrecia sacando a aquel guardia de encima de Azul.

El segundo hombre se dirigió a Lucrecia de cerca.

—Escuche señora Vancouver. No puedo brindarle más información de la que se me permite, pero estamos en una emergencia global donde su hija es el foco de destrucción. Si usted en verdad la quiere, déjela venir con nosotros para esclarecer todas las dudas habidas y por haber. Le prometo que volverá cuánto antes sana y salva.

—¡NO ME IRÉ DE ESTA CASA! ¡NUNCA SALDRÉ DE MI CASA!—vociferó.

Los hitachi se miraron entre los dos con pena y culpa.

—En verdad lo sentimos tanto... Prometemos compensárselo.—dijo uno de ellos sacando de su bolsillo un extraño pulsador.

Quedaron inconscientes.

***

Azul...Azul... Escuchó vagamente. Sintió que unas manos la tocaron sin su permiso.

—¡SUÉLTAME AMADEO! ¡NO ME HARÁS MÁS DAÑO!—gritó desesperada semi consciente. Pataleó.

—Azul, ¡soy yo! Aldavinski...

Fue calmando su susto poco a poco. Miró el espacio a su alrededor. Estaba a bordo de un avión que no tenía asientos.

—Cómo... ¿Cómo terminamos aquí? ¡DÓNDE ESTAMOS!

—Nos durmieron... Luego nos subieron a la fuerza. Sólo alcance a escuchar algo de "La profeta no está cooperando".

—Diosa mía... Esto es un secuestro... No de nuevo por favor.—Tomó sus cabellos con desesperación. Él no sabía qué hacer para apoyarla.

—Difiero con usted, señorita. No la secuestramos. —aclaró el piloto desde la cabina. —Nuevamente le damos nuestra más sincera disculpa.

—¡Haga el favor de hacer silencio!—respondió Al.

La palabra secuestro le generó ruido. El avión comenzó a descender avisando la llegada a Múrmansk.
  Una vez que el transporte tocó tierra la puerta de salida se abrió. El gélido aire los envolvió enteros. Bajaron con la asistencia de los hombres vestidos de negro.

Caminaron por el campo en línea recta. Estaban muy cerca de la entrada al consulado. Admiraron el paisaje.

Si en el valle hacía frío, en tierras hitachi se triplica. Se estaban congelando de pies a cabeza. Debieron hacerle caso a los avisos de abrigo.
Múrmansk era una ciudad que se encontraba adentro del círculo polar, ¡Y gracias que no era invierno! No querían encontrarse con la gélida noche.

—Jamás creí que visitaría mis tierras... Mi origen—habló Aldavinski con melancolía—. Nunca me pregunté en verdad cuál es mi propósito... Pero me alegra estar aquí.

—Es importante saber de dónde venimos, y una vez que lo averiguamos, no olvidarlo bajo ninguna circunstancia.—Se abrazó para conservar el calor—Jamás lo olvides.

El jet lag los mareó un poco. Si quiera sabían que hora era.

—Esta sensación térmica está como a seis grados bajo cero—murmuró él imitando el gesto.— Al menos estamos cerca...

Cuando llegaron a la puerta, una muchacha rubia de cabello corto y rebelde los atendió.

—Nikola, Alexander. Vienen retrasados.—dijo ella en ruso.

—Lo sentimos Nitrioska. Tuvimos que tomar otras medidas para llegar hasta aquí. ¿Nadenka se encuentra adentro?—preguntó Alexander en el mismo idioma.

—Avisaré. —Cerró la conversación. Se dirigió a los visitantes. —Usted debe ser Azul Vancouver y tú su acompañante. Soy Shigeki Nitrioska, general chasovoy de Múrmansk. Mi colega Roucker me informó sobre ustedes. Síganme. Seguro están helando.

Shigeki empujó la enorme puerta de madera de roble que estaba en la entrada. Tenía casi sesenta centímetros de grosor.
Los tres entraron al consulado despidiendo a quienes los trajeron... Impresionante todo lo que estaban viendo.

El palacio Hitachi combinaba la apariencia de un monasterio con la majestuosidad de un castillo alemán. La extravagancia se apoderaba de cada rincón, vistiendo los pasillos con detalles suntuosos. Las columnas, adornadas con lo que parecía ser una imitación de oro, recordaban al antiguo Kremlin de Moscú. El exceso de lujo era evidente: tragaluces ambiguos, dignos de la realeza divina, iluminaban un largo y portentoso pasillo cubierto de baldosas blancas antiguas, que invitaban a caminar con placer. Un verdadero espectáculo para los ojos.

—Adelante. La familia Hitachi se encuentra en el cuarto nivel.

Nitrioska los guió hasta la escalera principal. Era bastante ancha y elegante. El precioso barandal de hierro negro hacía juego con los firmes escalones de mármol blanco.
Subieron cada escalón hasta llegar al piso número cuatro. La ida era bastante cansadora pero grata al final del camino. Una antesala bella los recibió, y frente a una alta puerta de madera blanca esperaron para entrar.

La general avisó la llegada con murmullos a través de las paredes. Un bullicio se fue haciendo cada vez más fuerte hasta que se abrieron las puertas. Wow...

Siempre había leído sobre ella en todos los libros. Había aprendido mucho sobre la cultura Hitachi y obviamente sobre toda la familia. En sus tiempos de aprendizaje a Idaly le salía ser rebelde, y Nadenka Hitachi su principal inspiración: una madre de la revolución femenina en esa época: La primera mujer Hitachi.

—Azul Vancouver, ¿verdad?—preguntó retóricamente.

—Hola.—soltó nerviosa.

—¿Dónde están mis modales? Adelante por favor. Seguro fue un viaje largo. Gracias Shigeki, puedes volver a tu labor.—Nadenka hizo un paso al costado para dejarlos pasar.

Entraron al palacio de la familia Hitachi. Era exageradamente grande. Parecía que tenían toda el área para ellos solos.
En la sala de estar habían hermosos y grandes sillones forrados gamuza borbogna. Se veían súper cómodos. En el centro de estos una mesa ratona con bordes de oro, adornada con un mantel individual bordo.
Los ventanales colosales dejaban entrar inmensurables cantidades de luz. Las cortinas carmesí le daban un toque de lujo.
¡Ay! ¡Pero lo mejor era aquella hogareña! Con el frío que hacía en las afueras la chimenea elegante era lo que más daba gusto de ver.

Nadenka los invitó a sentarse con un gesto formal, pero su expresión era grave, cargada con una intensidad que Azul apenas podía comprender.

—¿Algo para beber o comer?— La pregunta era casi un rito de cortesía en medio de la tensión.

—No, gracias—Respondieron al unísono, aunque la incomodidad era evidente.

Nadenka se acomodó en un sillón más pequeño, su postura y el tono de su voz reflejaban una calma inquietante. Parecía estar preparándose para una revelación monumental.

—Azul... No tienes idea de cuánto tiempo he esperado para conocerte.—La mujer empezó. Su voz se enmarcó por un halo de melancolía. —En estos tiempos recientes, eres de lo único que se habla aquí.

—¿De... mí?—preguntó Azul marcando la confusión.

—Sí, de ti y de Sekunder, de hecho— Nadenka ajustó su falda—. Antes que nada, quiero disculparme por lo que sucedió en el arribo. Los chicos exageraron un poco con la descarga eléctrica. Mi intención no era incomodarte...

Azul frunció el ceño, le fue difícil procesar la disculpa en medio del tumulto emocional.

—Bien—Nadenka prosiguió—. Azul, quiero contarte una historia. A ti y al joven presente, por supuesto. ¿Cómo te llamas, joven?

—Lyubithelzhizni, madame—respondió él con tono reverente.

—A ti y a Lyubitelzhizni.—Sostuvo con fuerza su collar heredado de su padre. —Quizás conocen la historia de los sekunders y su sello. Me la saltaré.—pausó. —Hay un hueco en la historia familiar que nos dice que el sello no es del todo seguro. Papá veía cosas en sus sueños y en su mente. Cosas que a la larga se volvían verdad, y él en algún momento de su vida nos confirmó este hueco que estuvimos arrastrando desde mi bisabuelo.—Miró hacia el ventanal. —Papá quiso asegurarse de dejar un buen legado y dejar al mundo protegido de esas bestias. Entonces se reunió con las Profeti, y entonces naciste tú.

—Lo siento, Nadenka. ¿Cómo?—preguntó Azul su voz quebrada por la incredulidad.

—Mi padre quería frenar los ataques y erradicarlos—Nadenka continuó con su tono tenso—. Pero en lugar de eso, las diosas crearon una profecía: una que involucra a un guerrero con cualidades Profeti para acabar con esa vil maraña de monstruos. Ese talismán que llevas en tu cuello...

—¡Puedes verlo!—exclamó la inutilia. Sus ojos estaban llenos de shock y pánico.

—De hecho, solo tú y los ojos Hitachi pueden verlo—afirmó Nadenka gravemente—. Y quiero creer que esa es la razón por la que está aquí tu amigo.

Da— murmuró Aldavinski revelando su propia confusión.

—Azul, sé que esto es increíblemente abrumador—Nadenka suspiró reflejando empatía—. Pero no encontrarás respuestas en otro lugar.

—¡A-Aver si entiendo!—interrumpió—. ¿Dices que soy una guerrera mágica de corte Profeti?

—No es exactamente eso, pero sí lo es—corrigió Nadenka con voz firme pero con su rostro marcado por una tristeza profunda—. Todo está entrelazado con tu secuestro, con Amadeo, y con los sekunders...

—¡¿CÓMO SABEN DE AMADEO?!—gritó Azul demostrando su palpable desesperación.

—¡Por favor, señorita Vancouver!— Nadenka rogó con una mezcla de frustración y paciencia—. Deje de interrumpirme. Hemos seguido tu caso desde que volvimos a sentir tu presencia. Tu aura es detectable para seres humanos de alto nivel como las diosas y yo. No queremos causarte daño, solo ayudarte a seguir el camino correcto.

Azul estaba paralizada y sus pensamientos estaban girando en espiral. La magnitud de la revelación la había abrumado, y su mirada buscó a Aldavinski, quien también parecía desconcertado. Tocó el talismán, intentando encontrar sentido en ese símbolo que ahora se sentía como una carga inmensa.

—Yo... necesito explicaciones más detalladas, por favor—dijo quebrándose bajo la presión de su agitación.

—Y las tendrás, te lo prometo— asintió Nadenka con firmeza—. Sin embargo, mañana nos reuniremos con el resto del comité para aclarártelo todas juntos. Mientras tanto, les brindaremos alojamiento para que descansen—Levantó el dedo índice—. ¡Igor! Llévalos a sus cuartos—pronunció en ruso marcando el final de la conversación.

Un hombre de cabello rubio y corto hizo aparición frente a ellos. Su rostro era bastante amigable y muy familiar.

—¡Saludos! Mi nombre es Igor Hitachi, soy hermano menor de esta malvada señorita...

—¡Compórtate Igor! Son invitados destacados.—Igor miró a los visitantes e inmediatamente notó el collar de Azul.

—¡Mis disculpas!—carraspeó. —Mi dulce y pequeño hijo, y yo; los llevaremos amablemente a sus habitaciones. ¡Ven aquí Faddei!

Aldavinski sonrió al ver al niño correr hasta los brazos de su padre. Pensándolo bien, se replanteó por qué hasta esa altura de su vida aún no había tenido hijos.  Azul a su lado se levantó algo mareada para seguir a Igor. El la siguió por detrás para evitar que se cayera.

Una vez aforados con toda la calidez del palacio, el joven hitachi proveniente de América tocó con suavidad la puerta de la habitación de quien antes había sido su amiga. Tras escuchar el "pasa" en la voz de Azul, abrió despacio y entró.

—¿Qué se te ofrece, Aldavinski?— Su voz era fría, pero había un matiz de cansancio en ella, reflejo de la tormenta interna que acababa de vivir.

—Sólo quería saber si estabas bien—dijo Aldavinsk lleno de una preocupación sincera—. Tanta información de golpe puede ser abrumadora...

—Sí, sí—respondió Azul con un gesto distraído y su mirada fija en la colcha—. Creo que no te lo dije antes, pero... gracias por hacer esto por mí, por todo. Quiero decir, a pesar de que me conoces poco, o mejor dicho... no me conoces realmente... ¡Olvídalo! Sólo... gracias.

—No hay de qué—dijo Aldavinsk forzando una sonrisa que no pudo ocultar por completo la tristeza en sus ojos—. Descansa, Azul.

—Igual tú, Lyubitelzhizni—respondió. El aprecio en sus palabras contrastaba con su actitud distante.

Aldavinski salió de la habitación con las palabras y emociones reprimidas casi ahogándolo. Mientras se dirigía a su propia cama, la carga sentimental se hacía cada vez más fuerte. La cercanía con Azul, el recuerdo de su amistad pasada, el dolor de ver cómo ella lo veía ahora como un extraño, todo eso se mezclaba en un torbellino de emociones.

Él había querido seguir conversando, había querido abrazar la oportunidad de reconectar, de dejarle saber cuánto significaba para él, pero sabía que darle el espacio que ella necesitaba era lo correcto. Después de todo, él era simplemente otro más de sus desconocidos, y la tristeza de esa realidad era casi insoportable.

Se dejó caer en su cama, mirando al techo con una resignación profunda. La esperanza de recuperar lo que una vez tuvieron parecía una ilusión lejana, y en su soledad, Aldavinski se preguntó si algún día podría volver a ser más que un rostro en el fondo de la memoria de Azul.

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