2. "La carta Hitachi"


31 de Marzo, 2286
Valle Inutilia, Nevada
EEUU

Paisaje oscuro, pasillos voluminosos que parecían interminables. La presión sanguínea aumentó a niveles desesperantes. Sentía sus pasos muy cerca...muy cerca. Tenía que hacer algo antes de que la encuentre.

El chirrido de la puerta del armario alertó que ese era su fin. Fin del juego.

—¡TE ENCONTRÉ!—gritó Arthur entre risas.

—¡No se vale! ¡Espiaste mientras contabas maldito chiquillo!

Azul sacudió a su hermano juguetonamente. Salieron de la cocina abrazándose por los hombros.
Cada día las cosas iban tomando mas normalidad que antes. Aquella cada perdida en el centro de Spring Valley la hacía sentir en un hogar.

Arthur tomó su bolso de escuela y besó a su madre.

—¿No quieres llevarme a clases, hermanita? Queda cruzando el parque.—preguntó el muy feliz.


La hermana mayor miró a través de la ventana. Bajó su mueca sonriente.

—Quizás te acompañe al regreso, ¿quieres? ¡El día está muy frío y... achuz!—Imitó un estornudo. —Creo que tendré que quedarme en casa comiendo caldo y si pasas treinta segundos más conmigo te contagiaré...

—¡No quiero comer caldo! ¡Me voy!—exclamó saltando en su lugar.

Corrió hacia la puerta empujando el pomo pesado. Liberty salió atrás de él sin siquiera despedirse.

—¡Adiós, Libby!—saludó sin respuesta.

Miró aquel pomillo bañado en cobre. Girarlo y pisar afuera le causaba una sensación intolerable de temor. ¿Y si salía y no volvía otra vez? Cerró sus ojos y se alejó.

Más allá de su cálida bienvenida, se sentía vacía. Confundida, agotada. Quería descansar de todo. Algo la mantenía dentro. Un miedo extraño. Su mamá notó aquel comportamiento agorafóbico.

—¿Esta tarde también será tarde de chicas?—preguntó animadamente. Azul rió.

—Sé cocinar cosas dulces. Me hace feliz hornear.

—Saliste a tu padre en eso...—descolgó su chaqueta del perchero. —Tengo que ir a trabajar, cielo. Tus hermanos volverán en ocho horas. Yo en diez. ¿Estás segura de estar sola otro día? Puedo preguntarle a Sam, Anthony y Aldavinski si se pueden quedar aquí contigo.

Pensó un momento.

—Pregúntales a Sam y Anthony... Aunque intenten forzarme, no sé quién es Aldavinski.

—Está bien amor. Tú... Tú estás en tu casa. Siéntete en ella libremente.

Lucrecia se fue y Azul descansó en el sofá. Ahora estaba sola con las voces en su cabeza.

Creí que esto de preguntarme quién soy solamente era tarea de Idaly, pero parece que, aún así siendo Azul, me lo sigo preguntando. ¿Qué hago aquí? ¿A quién acudo si tengo problemas de confianza? ¿Por qué Folium Sekunder estaba aquí cuando fui a salvar a Arthur? ¿Son simples coincidencias o por qué mierda sabía mi nombre?

Sujetó su cabeza frenando el dolor. Otra vez las preguntas que se hacía todas las noches la estaban molestando.

El timbre de afuera la descolocó de su estado. Sus pies no le respondían para salir fuera de esas paredes. Nuevamente sonó repetidas veces.

Corrió las cortinas para ver quién era el visitante, pero apenas y se veía unos centímetros de vestimenta que no permitan identificar quien era. Ding dong, ding dong. Tenía que salir.

Abrió primero la puerta que salía al frente. Observó con miedo la manejilla de la otra salida al exterior.

¿Hay alguien en la casa? ¡Por favor! ¡Me estoy helando!—masculló la voz masculina...familiar.

—Poder adaptado Tándem... Telekinesis.—dijo ella.

La puerta se abrió sin siquiera tocarla. Una sensación de escalofríos recorrió su cuerpo. Miedo y rabia, no más que eso. Juró nunca más volverlo a ver, y ahí estaba.

—Al fin te encuentro...

—¿Qué mierda haces aquí, Jeremías?— Su voz temblaba, pero no de miedo, sino de ira contenida.

—Necesitamos hablar... Déjame explicarte todo lo que pasó—. Jeremías no esperó una invitación, irrumpió en la casa, empujándola con una brutalidad que antes ella jamás habría imaginado de él. El portazo resonó como un eco de los miles de secretos que cargaba sobre sus hombros.

—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar—. Los ojos de Azul se aviolaron—. Vete. De. Mi. Casa.

—¡NO!— La desesperación de Jeremías estalló en un grito que rebotó en las paredes—. ¿Tienes idea de lo difícil que fue encontrarte? ¡Desapareciste! ¡No te sentía, no te veía en ninguna parte, Daly!

—¡NO ME LLAMES ASÍ!—. El golpe que le propinó resonó en la habitación, su palma ardió tanto como su pecho—. Tú y tu maldito padre...— Las lágrimas amenazaban con brotar, pero no les dio el gusto—. Ustedes no tuvieron mejor idea que arrebatarme todo. Mi vida, mi libertad, la posibilidad de una familia feliz... ¡Solo pensaron en ustedes, MALDITOS EGOISTAS!

—¡No sabes lo que dices!—. Jeremías se llevó la mano a la mejilla, aún adolorido por la bofetada.—. ¡Estábamos en peligro de muerte, Azul!— Su voz se quebró—. ¡No queríamos morir! ¡Esa era nuestra maldita realidad! Cada día, cada maldito segundo, con esa amenaza colgando sobre nosotros...

—¿Y crees que yo no lo sabía?—gritó desgarrando su voz—. ¡Si yo no descubría quién era, Jeremías, mi verdadera familia moriría! ¡MI VERDADERA FAMILIA!—Su respiración se volvió errática, pero se obligó a recuperar el control—Te lo advierto una vez más, Jeremy... ¡LÁRGATE DE MI CASA!—Su dedo apuntó a la puerta.

—¡NO! ¡Azul, por favor!—Jeremías cayó de rodillas. Su rostro estaba y su voz temblando al borde de las lágrimas— No me iré... No me iré hasta que me escuches. Te lo ruego, ¡por favor! Te estuve buscando por todos los malditos rincones de este mundo, sólo necesito que me escuches. Un momento... ¡Un sólo momento!

Azul se mantuvo inmóvil, su pecho subía y bajaba con violencia, luchando por contener su propia tormenta interna. Los recuerdos, el dolor, todo volvía a ella como un maremoto.

—¿Y a mí quién me escuchó, Jeremías?—Su voz se tornó en un susurro cortante, cargado de un resentimiento que había estado enterrado durante tanto tiempo—. Ahora vienes aquí... después de todo lo que me hiciste... ¿y quieres ser el hermano ejemplar? ¿El héroe? ¿Dónde estabas cuando me dejaron sola? ¿Dónde estabas cuando tuve que enfrentarme a todo ese infierno?—masculló.

—Azul... yo te amo—expresó en un susurro roto. Sus manos temblaban mientras trataba de acercarse—. Y fue por ese amor que nuestro padre no te mató...—. El peso de las palabras lo aplastaba.—. Te lo juro, fue por eso. No tienes idea de las cosas que tuve que hacer, las decisiones que tuve que tomar para mantenerte a salvo. Dame una oportunidad... Una sola, para demostrártelo... por favor.

Azul no podía mirarlo a los ojos. Su cuerpo temblaba de rabia y sus puños estaban cerrados con tanta fuerza que los nudillos se volvían blancos. Jeremías intentó acercarse levantando su mano para rozarle el rostro, intentando reconectar con ella, pero Azul se apartó, girando la cara en un acto de rechazo definitivo.

—No tienes nada que demostrarme, Jeremías. Lo que destruiste no se puede arreglar. Nunca.

Jeremías se quedó en silencio, derrotado. La distancia entre ambos era insalvable. Se levantó con dificultad, cada paso más pesado que el anterior. Ya no quedaba nada de aquel chico que una vez había sido elocuente, encantador. Ahora era sólo una sombra de lo que fue, cubierto de suciedad y desesperación.

Con una última mirada, se dirigió hacia la puerta. La cerró lentamente, casi como si quisiera evitar el ruido, como si el silencio fuera lo único que podía ofrecerle a ella en ese momento. No hubo despedidas, no hubo promesas. Solo vacío.

Y Azul, sola en medio de su tormenta, se quedó ahí, luchando por no derrumbarse.

Su corazón acelerado pedía un minuto de descanso. Algún día esos picos podrían matarla. Subió a su habitación para aislarse de todo y de todos. Aquella visita inesperada sólo le quitó todo el progreso que tuvo en diez días.

02 de abril, 2286
Valle Inutilia, Nevada
EEUU

Talismán violeta, tres mujeres frente a ella. Rojo vivo, una familia de rodillas a ella. Negro abismal, una mujer dándole las espaldas. Marrón tierra... Los ojos de Amadeo mirándola con odio.

Sé quién eres Azul Vancouver.

Abrió los ojos y miró el techo. Ese sueño peligroso de nuevo... Esas palabras de alerta de nuevo. Doce días después del regreso y ya era noticia en el pueblo. El timbre de la casa no dejaba de sonar por culpa de los vecinos curiosos que hacían de su sufrimiento un show sin paga. Inerte sobre su cama, soltó lágrimas sin fuerza.

—¿Hermana?—preguntó Arthur tocando la puerta desde el otro lado. Abrió despacio pidiendo disculpas. —Buenos días, hermanita. —Se acercó a su lado. Cargaba consigo algo en sus manos.

—¿El sol vino hasta mi cuarto o por qué estás aquí?—Sonrió somnolienta.

—Casi.—rió. —Llegó una carta para ti. ¡Que suerte que la encontré yo! Liberty estuvo tirando todas las cartas a tu nombre a la basura. Me gustó el color. Es lindo.

El pequeño dejó aquel sobre rojo sobre la mesita de noche. Despeinó con malicia a Azul y salió por dónde vino.
Observó el recado confundida. Se sentó sobre el colchón y lo tomó para leer el contenido.

Estimada señorita Vancouver.

Me dirijo a usted directamente por urgencias gubernamentales. Estamos contentos por su regreso a casa, pero el labor la espera.
Estamos al tanto de su encuentro con Folium Sekunder. Queremos ayudarla a encontrar esas respuestas que tanto busca.

La cita será el día cuatro de abril a las ocho horas, en la sala Hitachi del palacio Hitachi, en Múrmansk, Rusia. El avión gubernamental la arrivará a usted y a un acompañante en las coordenadas (...). Por favor, abríguese bien. Hace mucho frío por estos lugares.

Saludos cordiales, Nadenka Hitachi.
Señora Hitachi.

—Seguro es alguna broma de los chiquillos del barrio. Se aprovechan de la condición vulnerable por la que estás pasando. —masculló Lucrecia con rabia agitando con fuerzas la sartén.

—Sí... ¿Quién tiene tanto tiempo libre para estas maldades?

—Se ve bastante real para ser una broma. Intenté quemarlo y no se quema.—aportó Anthony quien estaba de visita.

—Ni en sueños alguien cómo tú sería llamado para una cita con el consulado.—expresó Liberty con odio. Su madre le aventó un gesto molesto para que se callara.

La incertidumbre los sacudió a todos. Aquel episodio tenía carácter enigmático, pero tampoco podían descartar el hecho de que eso podía ser una burla.

Residencia Lazy

¿Cuánto pesa el dolor? ¿Hay distintos tipos de dolores que pesan más que otros?
  Fotos de los dos quedaron desparramadas por el suelo de la habitación de Lyubitelzhizni Aldavinski. Sólo los libros lo entretenían, y no los tomaba más que para buscarle alguna respuesta a aquella amnesia que Azul cargaba. ¿Por qué no lo recordaba?

Sus ojos permanecían hinchados hacía más de una semana. Quizás exageraba, posiblemente, pero aquello le causaba ruido. Leyó:

Los desfases mentales tienen varias causas. Generalmente son irreversibles para cualquier persona. Los únicos casos excepcionales hasta el momento son los provocados con alteración mágica o por quiebre de la corteza neuronal.

—Ni Sam podría ayudarme en esto... No tiene causa.—chilló cerrando con brusquedad el libro.

Anotó a modo de apunte lo recién leído. Tomó un segundo para respirar en lo que entraba su madre sin permiso a la habitación.

—Cariño, ¿otra vez estás así? ¿Por qué no resuelves de forma sensata y te acercas a hablar con ella?

—Azul no quiere verme. Ya me lo confirmaron Anthony y Sam. Para ella soy un simple desconocido.—Arrojó la pluma contra los estantes. Recogió su cabello. —Ni siquiera sé qué fue lo que le pasó... Tantos años esperando este momento y no resultó como esperé.

—Bueno, si en realidad extrañas su amistad... ¿por qué no sólo la construyes de nuevo y ya?—dijo Laia con calma recogiendo la pluma. Hizo un gesto de indiferencia con sus hombros y se fue sin decir más nada.
Simplemente lógico, pero él no quiso verlo.

03 de abril, 2286
Spring Valley, Nevada
Residencia Vancouver

Inexplicable la presión que estaba ejerciendo el ambiente. Estaban solas, sin mirarse, sin decirse una sola palabra. Solas. Solas las dos hermanas.
En más de una semana no se habían dirigido la palabra. Los esfuerzos de comunicación de Azul resultaban en vano dado a que Liberty nunca la quería escuchar. ¿Qué tan probable era odiar a alguien que no conocías? Bueno, esa pregunta se hacía la mayor a diario.
Ni siquiera podían cenar tranquilas.

—¿Terminaste? Puedo recoger tu plato si quieres.

—No. Sé hacer todo sola. Gracias. —respondió la menor. Juntó la vajilla y la corrió hacia un costado de la mesa.

—¿Te gustaría que hablemos? No lo hemos hecho formalmente. A mí me encantaría saber sobre ti.

Liberty rió con descaro.

—Aprecio tu entusiasmo pero no hay nada sobre ti que a mí me interese.—Azul torció la mirada. No iba a rendirse fácil.

—¿Cuáles son tus pasatiempos?—

—No lo sé. Quizás el dibujo, o los libros, o el silencio. Te agradecería que si quieres caerme bien lo pongas en práctica.

—¿Qué hice yo para que me trataras así? No tengo la culpa de lo que le pasó a papá.—exclamó fatigada.

Grave error.

Liberty se reincorporó en su sitio. Juntó las manos y engrosó la voz.

—¿Qué hiciste tú? Nada, hermana. Nada.—sopló. —Creo que el error fue mío por buscar un chivo expiatorio. ¿Pero sabes algo? Tú no tuviste que pasar por las comparaciones, los delirios. No tuviste que sufrir el abandono en vida de un padre presente pero ausente.—contó irónicamente.—Yo sólo tenía cinco años cuando me dejó. ¡CINCO!—gritó. —Toda mi vida crecí siendo una sombra tuya que no hacía más que tapar la luz de mi camino. ¿Y aún así quieres que tenga lástima por ti? No somos amigas y afortunadamente lo único que nos une es la sangre.

—Tú no quisiste saber por lo que pas-

—¡No, no quise y no quiero! ¿Y sabes por qué? ¡Porque no me interesa! Desde el día que te fuiste tuve una horrible atención divida. Ayer fue mi exposición de bellas artes en el instituto y mamá ni siquiera lo recordó. ¡Diosa mía! Llevas como diez días en esta casa y lo único que escucho repetir es a mamá bla y bla con la historia de tu secuestro. Y honestamente—rió—, ojalá te hubieras quedado siendo Idaly Morbus. Así y al menos tendrías un valor para mí porque en lo que a mí concierne Azul Vancouver está muerta.

—¿CÓMO PUEDES DECIR ESO DE TU PROPIA FAMILIA?

—¿Familia?—susurró. —Tú nunca fuiste ni serás parte de mi familia.

Tomó los platos sucios con rabia y zarpó para la cocina. Lágrimas querían salir de su rostro pero no las dejó pasar.

Aproximadamente una hora más tarde las jóvenes se preparon para descansar. No volvieron a intentar hablarse o relacionarse entre sí. Para la hora de dormir Liberty subió a su cuarto en silencio. Azul, en cambio, descansó en el sillón esperando la llegada de Thony quien por la mañana le comentó que tenía noticias importantes para darle. Despreocupada por exponerse jugó con el talismán para hacer tiempo. Vaya joya atractiva.
El timbre anunció al joven. Ambos adultos conversaron en la sala.

—Me alegra saber que puedo mantener una conversación con un adulto de manera agradable.—dijo Azul grata por la visita. Tomó un sorbo de su taza de té.

—Liberty tiene catorce años. Técnicamente ya es adulta. Aunque no se ve como tal... Su aspecto parece el de un adolescente.

—Es bastante extraño. Mamá me dijo que después de la muerte de papá, Liberty desarrolló un trauma bastante feo. Creció muchísimo ese día y desde entonces no volvió a cambiar.—Rascó su frente. —Tal vez cuando lo supere alcance su forma adulta. ¿Tú a qué edad alcanzaste la tuya?

—Bueno, cómo a los diez años, de hecho. Después de la muerte de Isaías—Azul tosió interrumpiendo su relato —. ¡Carajo! ¿Estás bien?

—Lo lamento, Thony. No lo sabía...

—Bah, descuida.—Le alcanzó una servilleta. —Todo en la vida tiene un por qué. No supe elegir entre el deber y la familia y ya pagué el precio.—Bajó la mirada. —Tomé mi dolor y lo usé en algo positivo. Ahora no pienso en otra cosa que no sea ayudar a las personas.

—Tienes un alma noble, amigo.—Azul frunció las cejas. —Oye, ¿A qué te refieres con "deber y familia"?

—Ese día estaba en servicio en el cuartel. Isaías fue asesinado por un sekunder mientras regresaba a casa. —comentó con pena. —Fue el mismo día del primer ataque al valle por esas horribles figuras. Desde entonces hubo alertas por toda la región... De hecho es por eso que estoy aquí, Azul.—Sacó un sobre rojo del interior de su chaqueta. —Me quedaron dudas sobre la veracidad de esto, así que decidí comunicarme con Yuri en Múrmansk.

—¿Quién es Yuri?

—Yuri es el principal secretario de la familia Hitachi. Él me comunicó con Shigeki Nitrioska, la general de chasovoys Hitachi. Todo lo que dice en esta carta es cierto, y sí vendrán a buscarte mañana.

—Es una estupidez, ¿y esto por qué?

Anthony juntó sus manos. Miró con seriedad a su amiga.

—Sé que esto puede sonarte un disparate, pero creo que los ataques sekunder en Spring Valley tienen algo que ver contigo y tu desaparición. ¿Por qué otra razón vendrían esas bestias a este pueblucho?—suspiró. —Tú me dijiste que Folium Sekunder sabía tu nombre. Esta carta, esta citación, no hace más que atar los cabos sueltos que estamos teniendo.

—Anthony tú me viste. No puedo poner un sólo pie fuera de esta casa ¿Y quieres que viaje a Rusia? No puedo hacerlo.

—¡No irás sola! Serán tú y un acompañante.

—¡Eso es genial!—exclamó. —No tengo ni qué pensarlo. Ven conmigo. No te vendrán mal unas vacaciones. —Thony torció los labios.

—Ese es el problema...—Le señaló con el dedo unos renglones ocultos de la carta. —"... un acompañante Hitachi. Requisito para el ingreso al palacio..."

—No. No haré esto sola.—mufó. —Todo está pasando rápido.

Thony se levantó de su silla. Golpeteó dos veces las manos de Azul y dejó la carta a un costado. Se colocó su abrigo nuevamente.

—Tú sólo descansa. Sé que cuando vengan a buscarte sabrás que hacer. Adiós, hermana.

Roucker salió de la casa Vancouver amablemente. Azul escuchó desde adentro algunos murmullos poco entendibles. Se acercó hasta la entrada.

—¿Todo bien, Anthony?

Afuera no estaba solo Anthony.

—Lamento interrumpir la reunión y por venir tan tarde. Sólo quería venir a darte un presente, Azul. —dijo Aldavinski.

—Oh...—Miró a Anthony. Él asintió exageradamente con la mirada. —Eh... Si quieres puedes pasar un momento. Adiós, Thony. Ten buena noche.

Con un poco de temor e inseguridad, Azul permitió la visita de Lyubitelzhizni a su hogar. Ella tenía siete poderes base con los cuales defenderse, ¿que podía pasar de malo?

—Seré franco y directo, Azul. Creo que empezamos con el pie izquierdo  y—Le tendió el paquete en sus manos. —...me gustaría poder presentarme como se debe. Mi nombre es Lyubitelzhizni Aldavinski. Tengo veintiún años y antes vivía en el barrio. También soy amigo de Sam y Anthony y... y quizás si quieres podamos ser amigos nosotros.

A ella le resultó muy educado y amable aquel gesto luego de la incomodidad del primer encuentro. Aunque le generó repulsión la dirección de los ojos del muchacho.

—¿Podrías dejar de mirarme los pechos, maldito animal?—bramó con asco.

—¡Lo siento mucho! No era mi intención ofenderte... Es sólo que me cuesta mantener la mirada en las personas cuando estoy nervioso, y claramente eso me jugó una mala pasada. Además no estaba mirando tus pechos, sino ese collar. —aclaró Aldavinski, visiblemente incómodo.

—¿¡TÚ PUEDES VERLO!?

—¿Acaso tú no?

Azul lo observó en silencio por un momento, sus pensamientos estaban corriendo más rápido de lo que demostraba su rostro. No estaba molesta, pero tampoco podía darse el lujo de bajar la guardia.

—Está bien. Sólo... ten más cuidado la próxima vez —respondió ella finalmente, aceptando el paquete que él le ofrecía. Aún no confiaba en él, pero algo en la forma en que actuaba parecía genuino, incluso torpe.

—Gracias... —murmuró Aldavinski, soltando un suspiro de alivio. —Lo último que quiero es incomodarte, Azul. Solo... bueno, quiero que sepas que no estás sola en esto. Todos estamos un poco confundidos, pero, de verdad, cuenta conmigo si necesitas ayuda.

Azul asintió brevemente, pero no era eso lo que rondaba su mente. Lo observó detenidamente, calibrando sus siguientes palabras. Quizá era una oportunidad para avanzar un poco más en lo que realmente le importaba. Frunció el ceño al notar las marcas en su cuello.

Antes de que él pudiera despedirse, ella lanzó la pregunta, directa y sin vacilar.

—¿Eres un Hitachi?

Aldavinski se detuvo en seco, sus ojos se abrieron con sorpresa. No parecía entender del todo la implicación de esa pregunta. Vaciló un segundo antes de responder.

—Sí, soy de Hitachi. ¿Por qué lo preguntas? —respondió con una sonrisa ligera, intentando restarle importancia a su curiosidad.

Azul, aún sin mostrar emoción alguna, asintió casi imperceptiblemente ante su respuesta. No añadió nada más, al menos de inmediato. En su mente planificó vagamente una rápida solución.

—¿Tienes planes para mañana? —continuó, cambiando el tema con la misma calma inquietante.

Sus ojos, fijos en los suyos, revelaban que había una razón mucho más profunda para esa pregunta.Aldavinski frunció el ceño, cada vez más intrigado, pero decidió seguirle el juego.

—No... nada en especial. ¿Por qué lo preguntas? —repitió.

Azul no respondió de inmediato. Creyó para sí misma que aquella visita inoportuna era una bandera blanca en su camino a las respuestas. Podía usarlo a su favor.

—Digamos que necesito un favor... ¿Quieres tomar un té? —dijo finalmente, con una leve sonrisa enigmática, dejándolo más confundido que antes.

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