16. "El retorno de los sekunders"


3 de diciembre, 2286
Valle Inutilia, Nevada

Viento helado sopló sobre el desierto de Nevada, totalmente lejano al calor de las estrellas titilando en el cielo. Y mientras todos estaban adentro, resguardados del frío junto a la calidez familiar, aquella sekunder sólo supo volar hasta el noveno círculo del infierno.

La mujer aterrizó sin problema alguno sobre una lápida de mármol negro. Guardó sus esqueléticas alas y dejó verse ante la nada del lugar.

Sí. Liberty Vancouver ya era una sekunder.

Corrió un poco las hojas secas que permanecían sobre la tumba. Limpió con su esquelética mano el nombre grabado sobre la piedra. Vancouver George. Amado padre y esposo. 2243-2276.

—Todo esto que hago es por ti, papá—expresó en un susurro apenas perceptible.

Besó la piedra con un sentimiento cargado de una nostalgia amarga. Sabía que él no aprobaría lo que estaba por venir. Sabía que odiaría verla en contra de Azul. Pero Azul la había destrozado, y era hora de saldar los platos rotos.

Se llevó la mano al pecho en señal de decoro.

—Tal vez no te guste, tal vez pienses que te estoy fallando... Pero es la única manera de hacer justicia, papá.—continuó entre lágrimas.

El viento sopló otra vez, pero no sé llevó el dolor. Liberty cerró los ojos, esperando, como si en ese susurro de la brisa pudiera hallar la aprobación de George. Pero todo seguía frío. Todo seguía igual.

—Me acompañarás, ¿verdad? —murmuró quebrando su voz—. Sé que este es el único lugar donde puedo sentirte cerca. Tú... y yo... —hizo una pausa. Endureció la voz— somos lo mismo ahora... seres fríos, carentes de luz...

Liberty se sentó sobre la tierra húmeda y áspera. Las sombras de los árboles cercanos parecían alargarse, abrazando la tumba de su padre, mientras la luna llena iluminaba el lugar con una luz fría y pálida. El viento acariciaba las hojas caídas, llevándolas en espirales erráticas, como si el mismo aire estuviera inquieto. Cada ráfaga traía consigo memorias, recuerdos que pesaban más de lo que Liberty podía soportar.

Pronto sería medianoche. En cuestión de minutos, cumpliría quince años, pero no habría celebración, no habría canto ni abrazos. Sólo un silencioso recordatorio de lo que había perdido, y de lo que estaba por convertirse.

Giró su cabeza hacia el noreste. Allí. Allí debía estar, allí debía comenzar. La misión que lo cambiaría todo. La misión que la definiría. Sus alas, quienes se extendieron con una sensación de peso y libertad a la vez, se desvanecieron en la invisibilidad que tanto había practicado. Nadie la vería venir. Y, en un suspiro, desapareció en la noche cuan sombra sin dejar rastro.

Voló por el aire cortante, con el viento rozando su rostro como pequeños cuchillos de hielo. A cada latido, la distancia al fuerte se acortaba. Catorce kilómetros se redujeron a un suspiro. El fuerte se alzó imponente, rodeado de personas que lo custodiaban. Al menos veinte chasovoys patrullaban el perímetro meticulosos y atentos. Pero ninguno de ellos la veía, ninguno sentía su presencia. Paradójicamente estaba y no estaba allí.

Al aterrizar, la preocupación empezó a colarse en su mente. Tocó su oído derecho, activando el micro auricular escondido en su canal auditivo. El pitido que le siguió resonó con intensidad, pero no dejó que el dolor la distrajera.

—Reporte de arribo. En posición. 022 horas del cuatro de diciembre. Coordenadas: 37,2593036; -115,7716356. Copien y arriben, señor. —susurró decidida.

Cada movimiento debía ser preciso. Desde lo alto de la torre, observó a  los guardias que rondaban el fuerte. Eran muchos, pero su invisibilidad era su ventaja. Podía moverse sin ser notada, y aunque la adrenalina comenzaba a latir en su pecho, aún mantenía el control.

Saltó desde la torre con un giro decidido, cortando con sus alas el aire. El campo de fuerza era su verdadero desafío. Había pasado seis meses preparándose para ese momento. Sabía que no podía fallar. No ahora.

Extendió sus manos en direcciones opuestas, como si pudiera abarcar el mundo entero con un solo gesto. Sintió la energía correr por sus negras venas.

—Técnica especial: Cancelación imperceptible.

Y con esas palabras apenas murmuradas, el campo de fuerza se desvaneció. No fue un estallido, no fue un ruido ensordecedor. Fue como si el aire alrededor del fuerte hubiera contenido su respiración y luego exhalado suavemente, disolviendo la barrera como humo disipándose con la brisa.

Hanta Lou sintió el cambio en el aire antes de verlo. Un escalofrío recorrió su columna y el presentimiento de que algo iba mal la hizo detenerse por un segundo. Su intuición gritaba, pero no había señales visibles. Nada que indicara el peligro que acechaba.
  Los guardias no la vieron. No la sintieron.

Todo estaba en marcha. Lo que venía a continuación dependía del destino, o tal vez, solo de ella.

Diciembre 4, 2286

—¡Ya déjame, terrible bestia!—gritó Julie intentado despojarse del sekunder que la estaba lastimando.
El horrible ser la comenzó a raspar y lastimar sin piedad alguna. Y antes de que su ojo explotara de dolor por sus garras, movió la cabeza en dirección a Liberty, quien la miraba asustada sin hacer nada.

Julie despertó empapada en sudor frío. No era la primera vez que esa pesadilla se le aparecía mientras dormía. Respiró agitada intentando calmar un poco aquel episodio de ansiedad que estaba sufriendo. Apenas eran las cinco de la mañana y no podía volverse a dormir.

Se levantó y caminó a duras penas hasta la salida de su oscura y fría habitación. Las piernas le temblaban y lejos de ser por el temporal, tiritaban del miedo. Aun así y para su beneficio, un largo bastón de madera la ayudaba a mantenerse de pie.
Sus luces mágicas estaban tan dañadas que era imposible ver bien el espacio. Era su casa, pero con un ojo menos y su visión distorsionada era muy difícil desarrollar un buen sentido de ubicación.

—Poder adoptado Gélida. Visión nocturna.—musitó con la voz enrojecida.

El poder falló a causa de no tener ambos ojos funcionales. El destello verde rebotó sobre su córnea provocándole un intenso dolor de cabeza.
Cayó de frente dejando caer su bastón, el cual rodó a causa de la pendiente inclinada del suelo entrando por el levantado umbral de la puerta de hierro.
Poco pudo ver de cuál puerta, entre las tantas que tenía, se trataba. Mas y aún con su dificultad ocular supo por su memoria que se trataba del ingreso al cuarto de sus pesadillas.
Se arrastró con pesar hasta el picaporte de esa entrada. Ese recuerdo se hizo presente.
Con ayuda de sus dedos logró pararse apenas para empujar y abrir la puerta. Cayó de nuevo al suelo. Agarró su bastón, se levantó y la puerta se cerró.

—Torpe...

Sintió que algo la jaló por los pies y la arrastró por el suelo del depósito de hojalata. Apretó sus dedos contra el suelo lastimándose sus uñas.

—¡AAAH! ¡AAAH!—gritó atemorizada intentando frenar.

Julie fue levantada por los aires y aplastada contra el suelo dos veces seguidas y de forma rápida. Sus brazos se ensagrentaron por culpa de la fricción. Lloró por ambos lagrimales cansada de vivir con esos ataques fantasmales que sólo eran producto de su imaginación. Volvió a la realidad soltando un grito de exasperación. Miró por borde de su hombro hacia atrás. Liberty apareció al fondo del pasillo con un pedazo de hierro en su mano. Se acercó a toda velocidad sobre Juliette y se paró sobre ella.
Julieta, decidida y lista para defenderse, apoyó sus flacas piernas sobre el suelo y empuñó su bastón contra el cráneo de Liberty.
Parpadeó dos veces mientras observaba como su ex mejor amiga se volvía humo. Entendió lo que eso significaba.

—El señor Morbus tenía razón. Tengo que ir a avisarle a la hermana de Liberty.

El día del incidente
Casa de Julieta Rodríguez.

Liberty se acercó con furia hacia Julie. La separó de la plancha y la acorraló contra el suelo, provocando que se golpeara la cabeza.

—Esto no te duele más que a mí, Julie. Es por un objetivo mayor...

—¡Suéltame, Liberty!—Julie tomó los brazos de ella para quitárselos de encima, pero Liberty era mucho más fuerte.

—Poder adaptado Solum, control mental.—Los ojos de Liberty se tornaron de un violeta intenso. —Los sekunders nos están atacando, Julie... No podemos escapar, están aquí, nos lastimarán... ¡HAY QUE HUIR!

—Sekunders...—Julie tiró su cuello hacia atrás entrando en estado de trance.

—¡CUIDADO JULIE!—gritó Liberty completando una ilusión. Tomó un trozo de bronce afilado y lo clavó en el ojo derecho de la joven.

El grito de Julie se descompuso en forma de lamento mientras la sangre brotaba de su globo ocular. Liberty, atrapada en una vorágine de ambición, reunió rápidamente el líquido rojo con sus manos, llevándoselo a los labios y tragando con avidez, como si cada gota contuviera el poder que tanto anhelaba.

La textura viscosa y el sabor metálico le provocaron náuseas, y mientras Julie se retorcía en el suelo de dolor, ella simplemente la ignoró viendo como se desmayaba lentamente.

La mezcla de asco y triunfo le desató una batalla interna entre la culpa y el deseo insaciable de poder. Antes de que fuera demasiado tarde, cerró la herida de su amiga con sus habilidades de sanación, un acto casi reflejo, mientras mantenía la proyección de ilusiones en la mente de Julie, ocultándole la brutal verdad de su traición.

Tomó el cuerpo y lo arrastró fuera del cobertizo, moviéndose con una calma que desmentía la brutalidad de sus acciones. Los metales afilados del entorno dejaron marcas en su piel, cicatrices que atestiguaron el ataque.

Se dirigió al baño disfrutando del silencio a su alrededor. Al mirarse en el espejo, su propia imagen se distorsionó frente a sus ojos. La sangre comenzó a secarse alrededor de su boca, formando manchas grotescas que pintaban su rostro de una manera inquietante.

Era una maníaca, lo sabía. Tenía una mente fracturada que estaba al borde de la perversión, y esa nueva identidad la abrazó con la misma intensidad que la de la hermanita buena que había sido.

Su risa resonó en la soledad del baño entre  el alivio y el terror. Su máscara al fin se había caído, ya no tenía que seguir fingiendo, o al menos, ya había terminado con ese nefasto papel.

—El fin justifica los medios, Liberty... Tú sigue haciéndolo, lo haces bien.

Con sus dedos índice tomó cada extremo de sus labios y los estiró para formar una sonrisa, y para finalizar la tétrica escena, arañó sus dos ojos tan fuerte hasta hacer sangrar su piel.

Diciembre 4.
Casa Vancouver

Hombrecito... Despierta, mi amor. —dijo Azul con calma moviendo levemente el cuerpo de Arthur. —Liberty llegará hoy, debes estar listo para el mediodía.

—¡No quiero!—Se quejó arropando su cobija hasta el extremo de su cabeza.

Azul se alejó unos pasos de la cama y colocó sus manos en su boca simulando un altavoz.

—¡Mamá! Quita las crepas de la mesa. Arthur no bajará a desayunar.

El pequeño se levantó de un salto apoyando sus pies en el suelo. Corrió su molesto flequillo de su frente y enderezó su postura.

—Buenos días, general Vancouver.

Ella se rió ante la imitación de sus soldados. Abrazó a su hermanito y lo llevó de la mano hacia las escaleras. La hora del desayuno era la única hora en la que podían compartir juntos sin tener distracciones de por medio.

Abajo en la cocina del hogar los esperaba Lucrecia con el desayuno ya servido.

***

El día afuera estaba seco y ventoso. Aún el reloj no tocaba las horas siete pero el sol estaba ya saliendo. Faltaba poco para la llegada del invierno.
Julieta se acercó a la casa bastante nerviosa y preocupada. Con dificultad apoyó su bastón sobre la vereda y tocó el portón del hogar.

—¿Quién será a primera hora?—preguntó Lucrecia.

—Tal vez es alguna carta del consulado...—Azul se levantó para dar fin a la incógnita. Abrió ambas puertas y entrecerró los ojos. —¿Julie?

—Buenos días, Azul. ¿Tendrías un momento para conversar? No aquí, no es conveniente.

—Sí. Claro. —respondió mirando hacia el interior de la casa. Dobló su sonrisa.

Salieron juntas caminando despacio hacia fuera del valle. Ya eran varias manzanas lejos de su casa. Entre el recorrido Julieta evitó varias veces ir al grano de la reunión. Sólo se preguntaban hechos rutinarios sobre el entrenamiento y el estado de salud de la joven. Conforme avanzaban, las nubes iban agrupándose una al lado de la otra. El cielo se estaba nublando y el viento corría un poco más rápido que antes.

—Tu ojo de vidrio parece natural. Tiene el mismo tono canela que tus pupilas reales.

—No está mal, sí. Aunque genera algo de incomodidad limpiarme...

—Julie. Aprecio tu visita a casa y estoy segura de a Liberty le encantará verte bien y en este estado. Pero realmente debo continuar con mi día... Es la única hora que puedo estar con mi familia porque el trabajo me ocupa demasiado tiempo. ¿Te molestaría seguir la conversación en otro día, quizás?

Julieta bajó la cabeza y suspiró.

—Azul Vancouver. Hay algo que debo decirte y es muy importante.

Azul la miró confundida dibujando cierta expresión de ignorancia en su rostro.

—¿Y qué es eso tan importante que debo saber?—preguntó ralentizando sus palabras. La pelirroja suspiró.

—Tu familia es lo más importante para ti. ¿No es así? Protégelos de Liberty. Vuelve al fuerte ahora mismo.

—¿Qué cosas dices, Julie?—rió cruzando los brazos. —Liberty te salvó la vida. ¿Por qué te pones en su contra?

—Liberty no es quién dice ser. Ella manipula a todo su entorno para su beneficio. Ve al fuerte. ¡Ahora!

Azul relajó sus músculos. Sintió molestia por esas palabras. Nuevamente estaba viviendo ese incómodo momento.

—Julie. Mi hermana podrá tener gajes de atrevimiento. Pero no puedes culparla por lo que te pasó. Ahora, con permiso. Debo preparar mi casa para su llegada.

Azul se adelantó dejando a la otra mujer atrás. Julieta destrabó el nudo de su garganta y gritó.

—Ve al fuerte antes de que te arrepientas, Azul. Sé porqué te lo digo. —Dicho eso se retiró en sentido contrario. Azul miró detrás de ella y miró hacia el cielo intentando descifrar la hora. Lamentablemente estaba tan nublado que ni el sol se asomaba.

—Han de ser pasadas las siete... Casi ocho. Liberty llegará a las once. Tengo un momento al menos para ir al fuerte. —pensó en voz alta.

Se derivó a sí misma hacia las afueras del fuerte. Allí el cielo aún no estaba del todo gris. Jay-Jay estaba cubriendo el turno matutino en la entrada.

—¡Vancouver! ¿Qué haces aquí? ¿No tenías compromisos personales que cumplir?

—Sí, Jason... Sólo vengo a revisar que todo esté bien. Que los muchachos estén bien... Lo de siempre. Sólo es rutinario.

—En este momento están desayunando los civiles. Puedes pasar.

—¿Seguro?

—¿Sed sólo uno esta tarde?

—Perdida tu pelea.

—Pasa, Azul.

Adentro el comedor común estaba alborotado por las disputas. Por culpa del temporal frío tuvieron que cambiar la estructura de madera por concreto macizo. El abastecimiento alimenticio estaba en escasez por falta de recursos económicos. Ya ni el consulado Hitachi ni las Profeti mandaban dinero para el financiamiento del fuerte. Todo salía del bolsillo de los que quieran colaborar.
Aldavinski estaba intentando llenar todos los platillos con una ración justa para todos. Mas los más egoístas abarataban la comida de los otros.
Azul llegó esquivando algunas cucharas que volaban de esquina en esquina. Ya hacían unas cinco semanas que estaban en esa crisis. Estaba algo harta.

—¿De nuevo se pelean por la comida? Esto se está volviendo una barbarie.

Da. Estoy algo cansado. Me gritan insultos en todos los idiomas. —Pasó su mano por su frente para secar el sudor. —¿No sientes muy pesado el ambiente?

Azul asintió con la cabeza. Prestó atención a la odisea a su alrededor. Al fondo del comedor, el extractor de aire parecía detenerse lentamente como si anunciara un presagio.
Pequeñas cantidades de arena comenzaron a entrar a través de las aspas. El viento se frenó en seco y sus oidos chillaron agudamente. Una sensación de escalofríos la escandalizó...Pocos segundos después el paredón del comedor fue destruido por una gran explosión.

Los presentes, exaltados por el súbito suceso, corrieron las mesas con sus cuerpos arrastrándose hacia atrás. La película de humo provocada por el polvillo de los escombros no dejaba ver a quién fue el culpable de tal desastre.
Aldavinski saltó la barra del desayunó para socorrer a Azul. Los oídos de la mujer comenzaron a sangrar.

Palabras inexactas y de diferentes voces salieron del lugar del incidente. Un grupo de unas diez personas se dejó ver. Imponentes, malévolas, sedientas de algo. Estaban todas paradas una al lado de la otra y en medio de ellas, un hombre de casi dos metros de alto, encabezó la presentación del grupo. Cuernos, piel gris, y alas esqueléticas. Estaba sucediendo.

Finalmente había llegado el retorno de los sekunders.

Todos en aquel lugar habían estado entrenando durante meses para ese tan horrible momento. Pero entre tantos reclutas inexpertos y temerosos, no había ningún valiente dispuesto a dar el primer golpe. Demasiada tensión, demasiada presión... Ni siquiera la elegida Azul Vancouver estaba en condiciones de procesar el momento.

—Hola mis queridos... compañeros de tierra.— Saludó Folium con cortesía. —Tranquilos... Si todos juntos cooperan, no mataremos a nadie.

Los sekunder avanzaron todos juntos a paso sincronizado. Folium buscó a Azul hasta encontrarla. La miró.

—Azul. Vuelve a tu casa. Yo me encargaré de esto. —susurró Al.

Los sekunders avanzaron muy lentamente lanzando las mesas hacia los costados. Los reclutas retrocedían junto a ellos paralizados por terror que los seres infundían. Aldavinski pasó sus brazos por debajo de las axilas de Azul y la arrastró consigo.

—Lamentamos profundamente haber llegado así y sin avisar... Pero.... Realmente no nos importa.

—¿QUIÉN FUE? ¿QUIÉN NOS DELATÓ? ¿QUIÉN NOS TRAICIONÓ?—gritó Hanta Lou amenazando a Folium con una fecha.

Azul se levantó del suelo resbálandose unas dos veces. Miró asustada hacia el fondo. Un punzón en su pecho le provocó un terrible mal presentimiento.

Hanta lanzó su flecha sin piedad alguna, pero no fue Folium quien la detuvo. Una mujer, una joven mujer, se superpuso en medio de los dos y tomó el proyectil sin problema alguno. Corrió su cabello negro de su rostro grisáceo dejándose ver.

—Oh, no...—dijo preocupado Aldavinski.

—Liberty...

Las miradas de Azul y Liberty se cruzaron. La de la hermana mayor detonaba tristeza y desesperación por la imagen. Mientras que la de la hermana menor no expresaba más que ira y lágrimas de enojo.

—«Liberty».—repitió con tono burlesco sin bajar su brazo y aún sosteniendo la flecha. —Finalmente derrumbaré los muros que creaste alrededor de MI familia. —gritó molesta haciendo énfasis en el pronombre.

—¡LIBERTY NO LO HAGAS!—gritó Aldavinski.

Azul se zafó de los brazos de Aldavinski y, saltando entre las personas y las sillas corridas, intentó llegar hasta su hermana. Sin embargo, mucho antes de acercarse, los sekunders se multiplicaron a sí mismos y comenzaron a distribuirse por todo el comedor.
Los soldados inexpertos y aún primerizos en la materia defendieron como pudieron. Azul no prestó demasiada atención a su entorno pero podía escuchar los quejidos de las masas. Liberty se perdió entre el montón de gente y entonces se desesperó.

Azul...Azul...Azul...

¡AZUL! ¡VÁMONOS! ¡TENEMOS QUE ORGANIZAR LOS ESCUADRONES!

—¡NO ME IRÉ SIN MI HERMANA-AY!

Liberty la embistió por el lado izquierdo provocando que al caer la mayor de las hermanas se golpeara la cabeza. Apretó con sus delgadas manos el cuello de Azul.

—¿Dónde carajos está el talismán?—dijo apretujando sus dientes. Azul abrió los ojos en grande tratando de entender aquella pregunta.

Con no mucha brutalidad empujó a Liberty con la ayuda de sus piernas y se la sacó de encima. Miró desesperada para su periferia  y no vio más que caos y caos adentro y fuera del lugar. Comenzó a agitarse.

—Liberty... No tienes que hacer esto. ¿Q-Quieres que me vaya lejos del valle? Lo-lo haré sin pensarlo. Somos hermanas, no tenemos por qué pelear.

Liberty se pegó hacia ella y la apuñaló de una sola puntada en el estómago. La flecha la atravesó de lado a lado. Azul simplemente ahogó el dolor y la miró fijo a sus ojos.

—Quiero que te vayas de mi vida... Y quiero a ese maldito talismán para acabar con la tuya.

—Crees que haces lo correcto... Pero no es así Liberty.—Se arrastró presionando su estómago. —No podría dártelo ni aunque quisieras. Ni siquiera puedes verlo...

Liberty rió con indiferencia. Encerró a su hermana con sus brazos y se le colocó encima.

—Mírame... —musitó. —Mírame a los ojos, Stella. —Cruzaron miradas. ¿Era eso lo que parecía ser? ¿Era cierto aquello que Julieta le dijo? Había un rastro de sangre en ese profundo mar negro... —Ese día… Ese día que regresaste junto a Aldavinski desde Roma… El muy estúpido mencionó lo de los ojos hitachi. Los planes de reconciliación, el apoyo que te brindé…  Ustedes son bastante idiotas. —apretó el cuello de Azul con fuerza. —…Tic Tac, Vancouver.

Azul quedó pendiendo de un hilo y a punto de caer. No sabía qué decir, no sabía qué responder.

—No nos vencerán jamás. Tenemos más poder que todos ustedes. Tenemos variedad, tenemos decisión, tenemos espíritu.—alegó con dificultad para enunciar las palabras.

—¡Ja!—rió. —¿Poderes? Por Sekunder... ¿Crees que vencerán a Folium con poderes?  Su batalla va más allá de la superhumanidad...

—¿Qué quieres decir?—preguntó con pesadez. Estaba perdiendo demasiada sangre.

—¡BASTA DE PERDER EL TIEMPO!—Sacó con brusquedad la flecha del estómago de Azul. Gritó. —Si tengo que matarte para poder encontrar esa cosa, lo haré. ¡Haría lo fuera para vengar a papá!

—Todo... Todo esto... ¿Todo es por papá?—Escupió sangre. —Nada—tragó saliva. —... de lo que hagas te lo devolverá—tosió. —. ¡DERIVA-CIÓN!

Las dos mujeres aparecieron en el subsuelo del fuerte. Allí además de porquerías baratas sólo estaba el talismán. Los golpes en la madera que provenían de la puerta indicaba que no tenía mucho tiempo para robarlo. Sin embargo, la insatisfacción por la falta de pelea Azul le dejó un sabor amargo.

—¿¡CUÁL ES EL JUEGO, EH!?

—Yo no quiero pelear contigo.—jadeó. —Llevátelo sin más... Con o sin poderes, te traeré de vuelta hacia mí, hermana...

Apunten a su cabeza. ¡Rápido! No tengan piedad con la sekunder...

Los golpes se intensificaron hasta destrabar la puerta. Liberty tomó la joya y la guardó en sus prendas sin siquiera voltear a mirar a su hermana. Rompió aquel techo de un sólo bombardeo y desplegó sus alas para salir. Pero al momento de elevarse se le prendieron de sus pies.

—¡DEVUELVE ESA COSA AHORA, MALDITA TRAIDORA!—gritó Sam apretando con fuerza la pantorrilla de Liberty, quien se elevó sin piedad a más de cinco metros de altura y contando.

—Pobre Sam... No seas un estorbo más... Que ya además de Inutilia, también eres inútil. —La sekunder tomó una daga escondida en su pantalón y cortó profundamente los dedos de Sam. Al ver que no se soltaba, provocó otro tajó en su brazo.

—¡AH!—gritó cayendo en caída libre y a una gran velocidad.

—¡SAM!—Anthony voló hasta ella atajándola antes de impactar contra el suelo.

Los sekunder levantaron la visión hacia el cielo. Liberty realizó una señal compartida entre ellos para avisar que consiguió lo que estaban buscando.

—¡UTTAK!—gritó Eyvindur eufórico.

Uno a uno comenzaron a desaparecer sonriendo con malicia. De los diez que fueron, los diez regresaron. Y contentos por todo, aparecieron en sus horribles ruinas brincando de alegría.

—¡ESO FUE UN GRAN ÉXITO!

Liberty observó el talismán entre sus dedos con una mezcla de orgullo y fascinación. El artefacto brillaba con una intensidad violeta, iluminando su rostro grisáceo. Había dado todo por llegar a este momento, por demostrar su lealtad.

—Liberty...—Folium se acercó cargado de una falsa dulzura.—¿Lo estás sosteniendo con tus manos?

—Sí... Y pronto lo usaremos a nuestro favor—respondió Liberty con una sonrisa que ocultaba su agotamiento.

Los sekunders comenzaron a rodearla lentamente, como depredadores que acechan a su presa. Töke, desde las sombras, supo que la situación no estaba corriendo a favor de Liberty.

—¿Y sabes cómo usarlo?—preguntó Folium agachándose frente a ella

—No... pero será fácil—dijo con seguridad.—Al menos ahora soy una de ustedes... ¿Verdad?

Folium dejó escapar una leve risa antes de que su expresión se oscureciera.

—Por supuesto que sí...

El chasquido de sus dedos resonó en el aire. De inmediato, dos sekunders la sujetaron con fuerza. El aire se fue de sus pulmones cuando la acorralaron contra la pared, y antes de poder reaccionar, sintió los golpes. Uno. Dos.Tres. El dolor se extendió por su cuerpo mientras gritaba, siendo incapaz de procesar la traición.

Liberty cayó al suelo, jadeando. Sus manos se aferraron al talismán, como si pudiera protegerla, pero la realidad fue más cruel. Sekunder rompió la pared con sus manos gigantescas y, con una facilidad aterradora, la levantó como si fuera un muñeco roto. La lanzó dentro del hueco que había creado, golpeando su cuerpo contra el frío concreto.

—Ya no nos sirves, Liberty—escupió Folium con desdén. —Sueña con tu libertad, si puedes. Porque no saldrás de aquí... no hasta el día de la guerra.

—¡No!—gimió, arrastrándose hacia la pequeña abertura. —¡Por favor... no pueden traicionarme así! ¡Hice todo el trabajo... todo lo que pidieron! ¡Soy una de ustedes!

Folium la miró por última vez con desprecio antes de soltar una carcajada burlona.

—Qué ingenua... Pequeña Liberty, en este mundo cosechas lo que siembras. Y tú solo has sembrado traición y caos. Disfruta tu infierno...

Los sekunders rieron mientras se alejaban, celebrando su victoria. Töke la observó un instante más, inmóvil, hasta que una amenaza silenciosa lo obligó a marcharse también.

En la oscuridad del calabozo, Liberty sintió una soledad abrumadora. Le habían pagado con la misma moneda. Traicionada por aquellos a quienes había ayudado, ahora solo podía esperar al amargo desenlace. Apretó el talismán con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. Este no era el final que había imaginado. Pero quizás... solo quizás, sería el principio de algo nuevo.

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