12. "Paranoia"

20 de junio, 2286
Residencia Vancouver

Dos semanas pasaron desde el incidente en la casa de Julieta Rodríguez. Pobre mujer, aún permanecía en coma. La familia Vancouver hacía visitas periódicas, pero eran las pesadillas de Liberty lo que perturbaba la tranquilidad de la casa.

Allí estaba ella, recostada en su cama, lanzando una pelota de caucho al aire atrapándola una y otra vez. Se había aislado en su habitación, casi sin decir palabra alguna desde el accidente.

Liberty, en su mente, vagaba por un abismo del que no encontraba salida. Su cuerpo permanecía en este mundo, pero su espíritu estaba tan lejos de la realidad como deseaba estar.

Privet, Svobody.

Liberty frenó la pelota. Miró la puerta sin interés, ya sabía quién estaba allí.

—Adelante.

—¡Liberty!—dijo Aldavinski, con la energía que siempre traía consigo al entrar en cualquier habitación—. Te traje algo.

—¿A mí?—respondió sentándose con cierto desdén.

Da—dijo él sacando una pintura del interior de una bolsa. —. Es la primera que hiciste en mi clase. Pensé que te gustaría llevarla contigo.

Liberty la observó con una leve sonrisa.

—No puedo creer que aún la conserves.

Da. Siempre pensé que era una de tus mejores. Aunque tú no parecías tan convencida —bromeó mientras se sentaba al lado de ella.

Hubo un breve silencio antes de que Liberty lo rompiera.

—Iré a Rusia.

Aldavinski dejó de sonreír por un segundo, evaluando sus palabras.

—Así que finalmente tomaste la decisión.

—No es sólo por mí, Al... —dijo Liberty, lanzando la pelota al aire y atrapándola de nuevo—. Es por todo lo que está pasando. Quiero escapar de todo esto. A lo mejor allá puedo ser yo, sin tanto peso encima.

Aldavinski asintió lentamente.

—Rusia te dará una nueva perspectiva. Pero... ya sabes que no puedes escapar de ti misma, ¿verdad?

Liberty sonrió amargamente.

—No estoy tan segura de eso. Quizás, con el tiempo, hasta conozca a alguien.

Aldavinski la miró, percibiendo el subtexto en sus palabras. El comentario parecía una defensa débil, una excusa para justificar algo más profundo. Ella había estado comportándose tan extraño los últimos meses que a nadie le sorprendía sus comentarios.

—Conocer a alguien está bien —dijo él—, pero primero debes conocerte a ti misma. Es la única manera de que cualquier cosa que construyas allá sea real, y no sólo una forma de huir.

Liberty rodó los ojos, pero no podía negar que había verdad en sus palabras.

—Y mira quién lo dice. El hombre que no se ha separado de Azul desde que regresó —replicó en tono sarcástico—. ¿De verdad me estás dando lecciones sobre amor propio?

Aldavinski suspiró, ya anticipando ese giro en la conversación.

—Sé que puede parecer contradictorio, pero he aprendido algunas cosas en este tiempo. Nadie, ni siquiera Azul, puede llenar los vacíos que tengo si no los reconozco primero. Y, créeme, he tenido que aceptar que algunos vacíos nunca se llenarán.

Liberty lo miró, sorprendida por la sinceridad. Luego sonrió, pero la amargura no había desaparecido de su expresión. Era como si en verdad quisiera incomodarlo.

—Supongo que tienes razón... Aunque te diré que Azul y Jeremy harían una linda pareja. Los he visto juntos cada vez que él la pasa a buscar a la casa o algo de eso. Yo en verdad creo que están en una relación secreta, ¿tú qué opinas?

Aldavinski desvió la mirada un momento, claramente incómodo con el tema. Liberty lo observó con curiosidad.

—¿Sabes algo que yo no sepa? —preguntó, alzando una ceja.

—No deberías sacar conclusiones si no tienes información certera...—replicó con bastante seriedad y autoridad.

—Lo siento.—carraspeó avergonzada.—Quizás no lo entiendas desde mi perspectiva, pero no puedo entablar una buena relación con mi hermana si ella apenas está en casa algunos días a la semana... Busco datos sobre ella a través de terceros porque casi no dialogamos, ¿tienes idea de cómo me hace sentir eso?

—Lo entiendo, pero tienes que darte cuenta de que Azul está cargando con más de lo que podemos imaginar, no podemos pedirle que nos cuente todos los detalles de su vida cada día. Tiene una responsabilidad enorme... y lo último que necesita es sentirse sola y abrumada. Es una forma de ayudarla a ganar las batallas.

Liberty bufó. Sus manos temblaron ligeramente sobre la cama.

—¿Y cómo se supone que vamos a ganar la guerra? ¿Con palabras bonitas?

—Juntos.—replicó Aldavinski cambiando el tono de voz a algo más serio—. Juntos, y con el talismán, haremos historia.

Liberty lo miró con suspicacia.

—¿Cómo sabes sobre el talismán?—preguntó con cierto tono de alerta.

—Sé lo justo y necesario. Está resguardado en el fuerte antisekunder. —aclaró Aldavinski—. Allí, Azul lo tiene a salvo. Y no solo depende de ella, hay más de nosotros vigilándolo.

—¿Y por qué me cuentas estas cosas?—preguntó cansada.

—Porque confío en ti. Y porque es un recordatorio de que Azul tiene muchas más responsabilidades de las que muestra. No es que no quiera acercarse a ti, es que... lleva demasiado peso encima.

Liberty se quedó en silencio, procesando las palabras. Finalmente, habló en un susurro.

—No sabía que estaba tan mal.

—Lo está —confirmó Aldavinski—. Pero por eso es importante que tomes la decisión correcta para ti. Irte puede darte paz, pero asegúrate de que lo haces por las razones correctas.

Hubo un largo silencio entre ambos, hasta que Liberty finalmente se levantó de la cama.

—Voy a hablar con mis hermanos. Les diré lo de Moscú. Tienes razón, merecen saberlo.

Aldavinski sonrió ligeramente y se levantó también.

—Siempre es mejor con la verdad, Libby. Da igual a cuántas personas conozcas en tu camino, si no te tienes a ti misma, estarás sola.

Liberty lo miró un momento más, y luego asintió.

—Gracias, Al.


Aldavinski decidió darle su espacio a Liberty mientras reunía a su familia para anunciar su decisión. Sin embargo, la curiosidad fue más fuerte que su autocontrol, y se quedó a una prudente distancia, escuchando detrás de la puerta entreabierta. El primer sonido que llegó a sus oídos fue el grito eufórico de Lucrecia, lleno de orgullo, seguido del inconfundible sonido de un abrazo apretado. Azul, en cambio, guardaba un silencio cargado, intentando ocultar que ya conocía el secreto de su hermana. Arthur, siempre más inocente, no parecía comprender del todo, pero igual compartía la felicidad de su familia, sonriendo ampliamente.

Aldavinski, temeroso de ser descubierto en su intromisión, se alejó con rapidez y descendió las escaleras en silencio, instalándose en el sofá de la sala. Apenas unos segundos más tarde, escuchó el sonido de los pasos acelerados y las voces de las mujeres y el niño, que ya venían bajando la escalera. Se recostó en el sillón, fingiendo estar absorto en la revista que había tomado como excusa.

—Estoy muy orgullosa de ti, mi amor—dijo Lucrecia amorosa besando el cabello de Liberty—. No me agrada la idea de tenerte tan lejos, pero si es importante para ti te apoyaré con todo mi corazón.

—Cuentas con nosotros para lo que quieras, hermana. Aquí estaremos siempre. Si así lo deseas, puedo hablar con Anthony para que algún chasovoy moscovita te cuide en esas tierras.

—No será necesario, lo prometo—sonrió—. Las clases de ingreso comenzarán en una semana. Quizás debería viajar mañana mismo...

—¡De ninguna manera! No perderemos el tiempo. Llamaremos un avión para que pase por tí esta noche. —agregó su madre excitada.

—¿Tienes algún deseo antes de irte por todo el semestre, hermana?

Liberty miró a Aldavinski buscando alguna complicidad. El asintió seriamente, intentando darle por a qué siguiera su corazón.

—Me encantaría conocer el fuerte donde están entrenando, Azul. Pasas allí casi todos los días y quisiera pasar tiempo contigo antes de irme... No hemos tenido tiempo de hermanas pues... desde que has llegado, básicamente. Además, no debe ser tarde para llevar a tu hermanita al trabajo—dijo riendo la última frase.

—Pues estás de suerte, porque para allí nos vamos.

Las hermanas se abrazaron dulcemente siendo acompañadas por Arthur y Lucrecia. Aldavinski, quien presenciaba la escena desde su asiento, miró a su amiga con amor y admiración por la gran familia que tenía. Azul le devolvió la mirada a través del abrazo, agradeciendo silenciosamente haberla convencido a Liberty de buscar una vida más tranquila.

—Ustedes vayan ahora, yo los alcanzaré más tarde. Aldavinski, ¿podrías tomarle la mano a Liberty? Necesito que no se suelten o podrían terminar en Bombay con los Mutatis —Él obedeció, se acercó, y la tomó—. Okey, sólo aguanten las náuseas.

—¿Qué?—dijeron al unísono.

—¡Derivación!

Hitachi e inutilia desaparecieron casi que por un soplo de la sala de los Vancouver, para aparecer en la deriva de un vasto desierto seco. Se separaron uno del otro cayendo de costado sobre el suelo.

—¿En dónde estamos? ¿Nos perdimos?—preguntó Liberty desesperada.

—No. Desde aquí puedo ver la torre más alta del fuerte pero... No estamos a pocos metros.

—No sabes volar así que caminemos.—dijo por lo bajo con desprecio

—¿Estás emocionada por tu viaje a Rusia, Liberty?—indagó Al caminando con pesadez entre el arenal.

—Sí, bastante. No veo la hora de llegar. Además la Nación Hitachi es muy rica en cultura, moda, joyería...

—No podría asegurar lo que dices sobre las joyas, pero cuando conocí el Palacio Hitachi sí era fino y muy cultural. Además son amables, no creo que tengas problemas con hacer nuevos amigos...

—¿Ese de allí es el fuerte? Es enorme. ¿No es poco discreto?—interrumpió Liberty.

—Para nosotros sí, pero creeme ningún sekunder podría verlo. Bloqueamos su visión con el poder de las Profeti. Sólo los que estamos del lado bueno podemos ubicarlo.

Continuaron el camino en silencio hasta llegar a la entrada. Allí los estaba esperando Jason junto a Anthony.

—¿Sed sólo uno esta tarde?—preguntó Anthony.

—Perdida tu pelea.

Los dos le abrieron paso a ambos dejándolos pasar hacia el interior. Liberty observó con asombro la gran arquitectura del campo de entrenamiento.

—¿Qué carajos fue ese diálogo?

—Es un anagrama para verificar si somos reales o producto de la metamorfosis. Ven, Liberty. Te mostraré cada rincón del fuerte.

Poco después de comenzar el recorrido, una sensación inquietante se apoderó de Liberty. Era como si un par de ojos invisibles la estuvieran escrutando desde la distancia. Sus pies parecían moverse de forma torpe, como si no supieran adónde ir, y sus manos temblaban descontroladas. Miró a su alrededor, escaneando cada sombra y rincón en busca de su observador, pero no había nadie.

La voz de Aldavinski se volvió un eco distante. Sus palabras se desvanecieron en un murmullo que apenas alcanzaba sus oídos. La inquietud creció en su pecho, sofocante, mientras su mente luchaba contra esa sensación. ¿Era sólo su imaginación o realmente había algo más acechando en la penumbra del fuerte?

Liberty, Liberty, Liberty...

—¡Libby!

—Lo siento. ¿Qué me decías sobre las literas?

—No estábamos hablando sobre las literas. ¿Estás bien? ¿Quieres ir a esperar a Azul en la entrada?

—No, está bien. Sígueme mostrando...

La paranoia de Liberty no se trataba de una simple ansiedad. Arriba, en la cúpula de la torre de vigilancia, yacía Jeremy sentado cómodamente vigilando cada movimiento que la hija media de los Vancouver hacía. Su presencia no le producía confianza alguna, y la mente de los dos parecía estar, de alguna manera, conectada por una intuición.

—¿Fisgoneando, Morbus?

—General Roucker—Jeremy se paró en señal de respeto—. Sólo estoy expandiendo mi visión del terreno.

—Sólo dime Anthony.— Thony tocó el hombro de Jeremy y lo invitó a sentarse nuevamente. Él lo acompañó. —Creo recordar que te asignamos en el escuadrón de defensa, Jeremías. No en el puesto de vigilante.

—Lo siento. Esto de pertenecer a un equipo es nuevo para mí. No soy chasovoy como mi hermano, ni jefe corporativo como mi hermana. Sólo soy un simple maestro.

—La educación es cómo un arma, Jeremy—Anthony tomó su arco, y una flecha que cargaba en su espalda—. Puedes usarla para el bien, o para el mal. Para atacar o defender. Un arma bien utilizada puede hacer maravillas—prosiguió armando el arco para apuntar—. El maestro es el encargado de portar esa arma, y es su deber pasarlo a las manos correctas. Sólo apunta y...—Disparó— dispara.

—¿Qué sucede si el saber cae en las manos equivocadas?—dijo observando cómo la flecha se perdía en el cielo.

—No existen las manos equivocadas. Cada quien usa su poder y su inteligencia a su beneficio. Todos creemos que hacemos el bien hasta que llega alguien a decirnos que estamos haciendo el mal... A la moral la corrompe la ética.

—Y si, hipotéticamente, supiera que algo está mal pero no intervengo, ¿me vuelve un villano?—rió.

—Dime, Jeremy. ¿Qué hacías cuando un alumno molestaba a otro en tu clase?

—Intervenía de inmediato.

—A veces tienes que ser el agua que apague la mecha. Sólo así evitarás una explosión. Un escuadrón es un gran salón de clases y si uno de mis reclutados estuviera perturbando el orden de las cosas, actuaré de inmediato. El primer paso para defenderte es confiar en tus capacidades, y si estás pasando por eso, no dudes de ti. Eres maestro, tienes una gran arma en tu poder—dijo levantándose y guiñándole un ojo—. Quédate aquí en la torre si quieres. Después de todo si pudiste cuidar a Azul puedes con esto. —Se acercó a su oído. —Sólo trata de no mirar a mi mejor amigo cómo un centro de amenaza... No creas que no lo noté. Aldavinski es la persona más pura que conozco. Sólo necesitan tiempo para conocerse bien.

—Gracias General.... Anthony.

Anthony se lanzó al vacío para tomar vuelo hacia el suelo. Sus palabras provocaron un gran impacto en Jeremy, un impacto positivo.  «A veces tienes que ser el agua que apague la mecha»... Roucker tenía razón, y era hora buena para aplicar su sabiduría.

La hora pasó pronto, y el momento del almuerzo reunió a todos en el nuevo comedor que construyeron una semana atrás. Hasta los guardias exteriores corrieron a buscar un poco de alimento para soportar el calor del desierto.

—Liberty. ¿No quieres pasar a comer?

—No, gracias Aldavinski. No tengo apetito.

—¿Qué es lo que sucede? No te he notado muy conforme desde que llegamos—Aldavinski la abrazó por un lado y la invitó a tomar asiento en la galería—. ¿Comenzaste a dudar de tu decisión?

—Extrañaré mucho este lugar, el valle. A mamá, a Arthur, a... mi hermana. Estaré desconectada de todo lo que es parte de mí... Sería lindo llevarme algo que me transporte emocionalmente a este lugar cada vez que lo necesite.

—Oh, ven aquí. —Él le brindó un abrazo para tranquilizarla.— Sé que será difícil pero me encargaré de que nadie aquí deje de escribirte. Creeme, antes de lo que esperas estarás de nuevo en casa.

Liberty con duda y pena aceptó el abrazo. No era la respuesta que esperaba, pero al menos, luego de tanto tiempo, alguien se preocupó por ella.

—Cuida de Azul, por favor—dijo separándose del abrazo.

—Azul es tan fuerte que no necesita de nadie quien la cuide, pero te doy mi palabra de no chasovoy. respondió levantando su mano derecha.

—Gracias, Al...—agradeció por segunda vez en el día.

La familia de Liberty llegó al fuerte poco tiempo después para aprovechar las horas que les quedaban junto a ella. La joven estaba más que satisfecha con su lista completa de las cosas por realizar.
Aquel domingo agotó por completo a quienes estaban entrenando en aquel fuerte perdido. Nadie quería seguir ni un sólo minuto más en el establecimiento.
Para el atardecer el fuerte comenzó a cerrar sus puertas. Los reclutados se despidieron cordialmente de cada miembro.

—Otro día más de trabajo. ¡No las cierro!—gritó Anthony colocando su mano frente a él.

—¡No las cierro!—Los tres jugaron su hora extra. Sam fue la última en colocar sus manos.

—¡Por un carajo! ¡Te odio, Anthony!

—Ve a tu casa, Sam. Tuviste que asistir a quince heridos. Yo cierro. —ofreció Jeremy.

Sam dudó un segundo en confiarle el fuerte a alguien que apenas conocía. Después de meditar, cedió.

—Asegurate de quedarte hasta que llegue Hanta a cubrir el turno nocturno. Gracias.

—¿Te ayudo, Jeremy?—preguntó Liberty solidariamente.

—¿Tú no tienes un vuelo que abordar?—preguntó seriamente.

—No volveré a pisar este lugar en vario tiempo. Déjame ayudarte, insisto.

—Libby—Lucrecia se acercó a su hija—. ¿Te vemos en casa?

—Sí, mamá. Los veré allí.—La abrazó—. Te amo.

Los Vancouver se despidieron y arribaron a su casa. Tanto Jeremy como Liberty se encargaron de ordenar los cuartos y regresar a su lugar los armamentos usados. Hanta Lou llegaría pisando la noche, por lo tanto no podrían tardar demasiado. Ella aprovechó esa hora para revisar por cada lugar del fuerte si no había gente observándola. Aquella paranoia que sintió por la mañana aún la perseguía. Jeremy, en cambio, sólo siguió los movimiento de Liberty para asegurarse que hiciera bien su trabajo y no sacara nada de su lugar. Llegó el ocaso, y al momento de cerrar las enormes puertas principales, lo hicieron juntos.

—Vaya día, ¿no?—preguntó ella con incredulidad. —¿Vienes a casa? Quizás hagamos una cena de despedida.

Liberty no tuvo respuesta. Jeremy permaneció quieto en el portón con la frente apoyada contra la madera. Sus manos estaban sujetando fuertemente ambas manijas.

—¿Estás bien, Jeremías?—añadió con una leve preocupación.

Jeremy no aguantaba más el nudo en su garganta. No sabía si estaba tomando el camino correcto o si estaba al borde de la locura, pero si había una oportunidad de soltarse era ese momento. No quería ignorar la mecha, era hora de apagarla.
En un rápido ademán, giró su cuerpo sobre sus talones y la miró a los ojos. Titubeó sus palabras.

—Sé tu secreto, Liberty.—dijo con crudeza. Un silencio ensordecedor calló todos los sonidos de la zona.

Liberty lo miró con desconcierto. Movió sus manos incómoda.

—¿Cuál secreto? ¿El que me quiero ir porque no me encuentro en este lugar?—respondió indiferente.

Jeremy rió intentando ocultar su amargura. Tragó saliva y continuó.

—No juegues conmigo...—bramó. —Tu papel de víctima no sirve conmigo,  criminal.

Liberty dio unos pasos hacia adelante con lentitud acercándose hasta él. Sus ojos no se despegaron de Jeremy. En ese mismo instante torció la mirada y suspiró.

—¿Y qué harás, eh? ¿Qué harás?—preguntó burlona. —No te metas conmigo... Estás tratando con la persona equivocada.

—¿Así que no lo niegas?

—No te metas, Jeremías. —repitió dándose la vuelta para irse.

—¡NO TE SALDRÁS CON LA TUYA!—gritó.

Jeremy corrió con rapidez hacia Liberty y la tumbó sobre el suelo. Ella le pegó repetidas patadas y golpes pero no pudo safar del todo su agarre. Jeremy no quería hacerle daño, pero aquello que tramaba haría daños peores.
Se separaron bruscamente cayendo ambos de pie.

—Segundo poder base inutilia, ¡MANIPULACIÓN ENERGÉTICA!—Jeremy intentó contraatacar, pero al notar que sus piernas se aflojaron cayó de boca. De un minuto al otro el cansancio poseyó su cuerpo. Liberty lo tomó del cabello para ver su rostro— Te daré un rápido consejo, Morbus. Alejate de mi familia si quieres sobrevivir, porque Azul caerá intentes o no evitarlo.

—Interesante amenaza, Liberty.—dijo una voz tras ella que erizó su piel. Al darse vuelta, Jeremy la estaba apuntando con una afilada flecha.— Si quieres proseguir con tu plan, hazlo. Pero te advierto que no ganarás. Vete lejos. Es lo que todos necesitamos de ti.

Confundida y asustada, el cuerpo que ella tenía de Jeremy se desvaneció en un instante. Había caído en una ilusión de infante. Liberty se paró en guardia. Con sus manos levantadas, pronunció el poder adaptado para teletransportarse y desaparecer.
Él se quedó, agitado y exhausto, a esperar a Hanta. Liberty no estaba lista para su destino, pero eso no era excusa para dejarla salirse de la raya.

A Jeremías no lo iban a manipular.

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