1. "El retorno de Azul"
Dedicada a Azul, la musa de esta trilogía, quien hoy, once de octubre, está cumpliendo 20 años
21 de Marzo, 2286
Valle Inutilia, Nevada
EEUU
El violeta de sus ojos impactaron contra los grises de él. Sus brazos se tensaron al mismo tiempo que su mandíbula se retraía. Los nervios tomaron la posesión total de su cuerpo y las gotas de sudor comenzaron a caer sin cesar. No le tenía miedo a nada, ni siquiera a la muerte, pero aquella mujer lo paralizó por completo.
—Defensa Máxima—susurró Azul en dirección a Arthur para proteger a quienes tenía atrás.
—Vancouver Azul... Eres real...
Sin perder la seriedad del momento, aguantó el miedo de sus palabras. ¿Cómo sabía su nombre? De todos modos no le importaba. Su vida y la de Arthur estaban en juego. Avanzó a paso firme susurrando el credo Profeti.
Sekunders comenzaron a acercarse en silencio desde lo alto, pero una señal peligrosa del líder los frenó en seco. Esa batalla no les correspondía más que a él y a ella, a ella y a él, a los dos.
—¿Qué quieres de mí, Azul Vancouver?—dijo áspero. Ella suspiró.
—Quiero que no te acerques a mi familia. Ni tú ni nadie de tu clan.— Partió le flecha frente a sus ojos. —Tú no... Tú no tienes jurisdicción sobre mi territorio.
—¿Esa no es...?—dijo Sam observando a lo lejos junto a Anthony.
—No... Imposible—murmuró Roucker. —No lo creo, Sam...
—Todo lo que quiero está aquí, y lo que quiero no lo puedo obtener ahora... Lamentablemente. Sin embargo si me das las cosas por las buenas, no habrá ningún herido.
—Si crees que te dejaré irte limpio estás muy-
—¿Muy qué? No te dejes llevar por este momento... No sabes con quién te estás metiendo.
Intentó levantar su brazo para lastimarla, pero lejos de su actual sentimiento, realmente estaba débil. Estar cerca de esa mujer lo volvía débil. Miró sus ojos aterrorizado y vulnerabilizado.
—Aterroriza a quien quieras. Métete con otras personas, PERO CON MI FAMILIA NO. —Sin saber que hacer, tomó ambos trozos de flecha e intentó clavárselos en los ojos.
—U...tta..UTAK—Carraspeó entre dientes chasqueando sus dedos.
Folium desapareció en un instante súbito junto al resto de los sekunders. Absorta por lo sucedido, ahora era ella la petrificada ante la situación. ¿Qué fue eso?. Las voces alrededor fueron silenciadas y un pitido agudo llenó su oído de sangre. Cayó de rodillas sobre el suelo de escombros mientras intentaba que la sangre de su nariz parara de caer.
La bruma de recuerdos nubló enteramente su mente. Seis años de juegos, seis años de risas, seis años de una familia volvieron de repente al presente. Su último recuerdo fue la cara de Amadeo Morbus mirándola desde arriba con rostro amenazante.
Azul Vancouver estaba de vuelta.
El peso de una regordeta y cálida mano en su hombro la hizo regresar a su realidad. Aspiró aire, levantó la cabeza y miró el destruido escenario en el que se encontraba. La acción revolucionó un caos, y todo era destrucción a excepción de ese rayito de luz que se posicionó frente a ella. Su hermano. Su verdadero hermano.
—Te prometí que volvería por ti.
Sus brazos se encontraron en sus espaldas. Después de tantos meses lejos uno del otro y sin saber de sus vidas, un abrazo era lo que necesitaban para cerrar ese encuentro.
—Azul...—Lucrecia se acercó a paso lento. No estaba segura de quién era esa mujer, pero lo presentía.
Azul se dio vuelta y se levantó. Quedaron a la misma altura y al mismo nivel de impresión. La conexión provocó que hicieran los mismos movimientos con su cabeza.
—¿Mamá?
—¡AZUL!
—¡MAMÁ!
Arthur empujó ligeramente el cuerpo de su madre hacia el de su hermana. Las mujeres se abrazaron tiernamente y con tanta fuerza para no soltarse. Habían sido quince años duros para Lucrecia. Años de dolor, de lucha, de tormento. Tormentos que hoy decían adiós y cerraban el ciclo.
Las personas cercanas a la escena habían huído al ver la figura de aquel a quienes temían. Sólo algunos curiosos aún permanecían observando a la lejanía.
—No... Esto no puede ser posible...—sollozó Liberty alejándose de las dos— Eres una impostora, Azul debe estar muerta en algún lugar. ¿QUIÉN ERES REALMENTE?
Azul miró a la joven, no la reconocía ni la ubicaba en su mapa de recuerdos. Sin embargo se parecía mucho a su madre.
—¿Tú... Tú eres Liberty?
Liberty comenzó a respirar jadeante dibujando una expresión de rechazo en su rostro. Sin miedo a lo que podía pasar corrió en línea recta hacia su familia y las empujó recitando el poder adaptado de la teletransportación.
Los Vancouver cayeron todos juntos sobre las frías baldosas de la sala. Liberty se despegó de encima de Azul dejando que se levantara y la viera de frente.
—¡Liberty! ¿Qué te sucede?—alarmó Lucrecia tocando su ahora adolorida cintura.
—¿Quién eres? ¡DIME QUIÉN ERES!—empujó a Azul contra la pared y la sujetó por el cuello del pullover.—¡Poder adaptado solum, buena memoria!
El nombre solum rebotó en su mente rompiendo los vidrios de su pasado. Miles de malos recuerdos pasaron rápidamente acabando en un molesto flash visual. El poder adaptado no logró llegarle para nada. Tapó sus orejas e inconscientemente apartó brutalmente a Liberty de su camino. Apoyó su espalda contra los escalones de la escalera. Liberty fue frenada por su hermano menor.
—¡No se acerquen por favor!—suplicó abollando su cuerpo e intentando recuperar el aliento.
Liberty golpeó a Arthur y se paró en frente de su hermana mayor con rabia. Lucrecia no supo a quién defender en ese momento.
—¿En serio crees que eres una víctima? ¿Eh?—La sujetó del cabello. —Dramatiza todo lo que quieras, asesina.—bramó.
Azul, en medio de su pánico, casi ignoró las palabras, pero el adjetivo "asesina" se clavó en su mente. Su respiración se detuvo un segundo. Algo dentro de ella hizo clic. ¿Asesina? Fue en ese mínimo instante que el vacío se hizo presente. Algo faltaba. Su papá.
—¿Qué mierda dices, Liberty?—preguntó agitada.
—Mataste a papá. Y eso nunca te lo perdonaré.
—¡Es suficiente Liberty!—Lucrecia tomó su brazo y la apartó a la fuerza. —¡Santa Profeti! ¿Qué te pasa?
Liberty miró con desprecio y asombro a Lucrecia. ¿Sólo ella estaba pasando por ese vil dolor? Redirigió su mirada a su hermana. Lágrimas salieron de sus ojos.
—Yo me largo.—Soltó con fiereza el brazo de Azul y, a paso firme, abandonó su hogar. Lucrecia salió corriendo hacia ella sin decir una sola palabra.
En los peldaños sucios de la escalera sólo quedaron Azul y Arthur. Ella confundida por todo, él si ni una sola respuesta para dar.
—Qué... ¿Qué..? ¿Qué está pasando Arthur?—Tocó su pecho.— ¿Qué pasó con papá?—preguntó desesperada.
—Casi no recuerdo nada... Mi condición no me permite tener recuerdos de tan chiquito.—Bajó la cabeza. —Mamá me explicó cuando crecí que papá se mudó a dónde tú estabas. Él sólo quería estar contigo en el cielo. ¡Pero papá era muy tonto! Las Vegas están más cerca que el cielo romano...
La voz de él se perdió en la tristeza. Apenas y se dio cuenta de quién se trataba su verdadero yo. ¿Qué hacía ahí? ¿Quiénes eran esas personas que ella decía amar? Miró el techo, el blanco techo. ¿Por qué estaba llorando por un hombre del que apenas tenía recuerdos?
Azul estaba ahí pero... pero adentro aún estaba Idaly. El estruendo de la puerta cerrada la distrajo un poco.
—Seguí a Liberty dos calles, pero se fue volando y la perdí de vista...—explicó Lucrecia agitada. —Sé que volverá, no es la primera vez que huye así de su familia.
La vista comenzó a distorsionarse. Todo se nubló a su alrededor. ¿Esa figura triple era su mamá? No, ni probabilidad. Su mamá había muerto hacia menos de una hora. ¿Y ese niño a su lado era su hermano? Muy cercano el sentimiento, pero era su amigo Arthur. Los sonidos la empezaron a molestar. Intentó pararse pero su estabilidad no le respondió. Cayó.
Azul... ¡Azul! Le estaban gritando. Pero... ¿Su nombre no era Idaly?
Las voces se solaparon una con otra provocando un semejante bullicio. Nuevamente comenzó a sangrar.
Quién sabe cuánto tiempo estuvo inconsciente.
«Tú no eres mi hija...»
—¡AH!—gritó recuperando el aliento, la estabilidad, la vista. —¿Arthur? ¡Arthur!
—Estoy aquí, hermana. Estoy aquí.—Arthur se arrodilló a su lado. Estaba más calma, en mejor posición sobre una colchoneta. Acarició sus hombros.
Los golpeteos en la puerta no tardaron en volver a llegar. Vaya estruendo molesto. ¿Era Liberty? ¿Era alguno de los Morbus? ¿Era Sekunder?
Lucrecia, indecisa, se asomó a ver quién era el responsable de tal barullo. Salió para encontrarse con LOS responsables.
«¿E-E-Es cierto? ¿Vo-vo-volvió?» escuchó desde su sitio. Un frenético dolor de cabeza sólo le pedía descansar. Se apoyó sobre Arthur para levantarse. Él amablemente la asistió.
Dos jóvenes de más o menos su edad entraron apurados y desalineados. Azul los miró aturdida intentando, primero, encontrar la forma humana entre tanto mareo. Entrecerró los ojos para fijar el foco. Aquellos muchachos estaban atónitos y perplejos. Tal vez sólo estaba alucinando. ¿Quién tenía el cabello de color lila y celeste? ¿Qué hombre era tan bajito? No había secuencia lógica en la que eso fuera posible.
—¿Azul..?—preguntó el muchacho bajito.
—Detecto problemas neuronales a simple vista...—le susurró la chica de colorido cabello. —Nunca creímos que crecería tanto... Su rostro no ha cambiado en nada.
Claramente pudo ver que aquellos chicos la conocían. Confundida y adolorida, intentó recordar si ellos no aparecían entre sus recuerdos. Cabello celeste...hombre bajito....cabello colorido...hombre pecoso... Los miró fijamente a los ojos. Sí. Ella tenía un cabello de arcoíris y él un rostro de galletita. No lo pudo creer.
—¿Sam? ¿Anthony?
Ambos corrieron desesperados hasta ella. La atajaron de caerse y la hundieron entre sus brazos hasta el suelo. Después de años de estar lejos finalmente los amigos se encontraron. Lloraron, lloraron. Se permitieron el llanto que tanto les hacía falta. Qué mejor situación para darle su lugar.
—Tantos años lejos de casa... ¡No tienes idea de cuánto te extrañamos! ¡YO SABÍA QUE ERAS TÚ!—gritó él apretando el cabello de Azul.
—Gracias a las Diosas, gracias a las Diosas...—susurró Sam meciendo a su amiga sobre su pecho.
—No puedo creer que luego de tanto tiempo aún se acuerden de mí...—dijo sollozando de la felicidad. Los jóvenes le brindaron un poco de espacio para respirar. —Gracias por seguir aquí.
—Nunca perdimos la esperanza. Ninguno de los tres.
—Mis niños... Sé que están muy conmocionados por esto, pero no...no pasó más de una hora y por el bienestar de todos es mejor esperar a que pase el shock. —Sam y Anthony se miraron preocupados y algo culpables. Breve silencio. —¿Qué...sucede?
Lucrecia empezó a prestar atención al ruido de afuera. Poco claro, pero ferviente de discusión. Apenas asomó la vista por la ventana... No, no. ¡No! Eso no era una buena idea.
—¡Aldavinski, por favor! Es un momento familiar. ¡Respete, hijo!—bramó Josh intentando bajarlo del muro.
—¡TENGO QUE VERLO CON MIS PROPIOS OJOS!—Aldavinski entró empujando la puerta. Agitado, desalineado. Con la ropa a medias y el largo cabello mojado.
Se paró de frente a los muchachos, pidiendo disculpas a Lucrecia por la brusquedad. Ellos la estaban ocultando en el abrazo, pero la curiosidad de la joven los corrió antes de que la taparan. Azul lo vió, lo vio a los ojos.
¿Cómo se reacciona ante eso? ¿Cómo se reacciona después de ver al amor de tu vida luego de lustros? No, no había reacción para ese momento, ni para ese encuentro. Sólo agradecer a las Diosas por tal reunión.
Azul se levantó despacio con la mirada perdida y el ceño fruncido. Él sólo puedo sonreír y llorar a cántaros. Entonces sólo extendió sus brazos y corrió contra el tiempo. Ni un sólo segundo más de estar separados uno del otros. La rodeó, rodeó todo su espacio y la giró unas cuantas vueltas. Ella simplemente se quedó quieta. Él rió de la ferviente emoción hasta volver a bajarla. Quedaron frente a frente.
Azul seguía mirándolo con esa expresión. Ni una sola sonrisa de su parte.
—¡No tienes idea de cuánto te extrañé! ¡No sabes cuántas veces recé por este día!
—¿Quién de los dos fue el culpable de alterar así a Lyubi?—preguntó Lucrecia por lo bajo a Anthony y Sam. Ambos se señalaron pasándose la bola de la culpa.
Azul escuchó la conversación y miró a los presentes. El corazón le comenzó a latir fuerte. Miró a Aldavinski.
—Perdón, pero... ¿Tú quién eres?
Él titubeó.
—Sé que crecí bastante, pero no he cambiado mucho con el tiempo. Es que quería parecerme a Boris Hitachi con mi cabello—rió siguiéndole la broma. Azul enserió. —Azul, soy Al. Aldavinski.
Ella negó lentamente.
—Perdón, pero... No te conozco.
Él la soltó y se alejó un poco para que lo viera del completo. Dejó de reírse.
—Azul, soy yo.—repitió. —Lyubithelzhizni Aldavinski. Tu vecino, tu amigo. Tu mejor amigo desde los ocho meses. —exclamó mostrándole las dos empapadas pulseras que cargaba en su mano izquierda.
Una fugaz puntada le perforó el cerebro. Imágenes de Luke y Samantha se le presentaron en forma de tormento. Se llevó la mano a la sien.
—Chicos, fue una alegría verlos pero es un momento un poco engorroso. Y... Y tengo que buscar a mi hermana, tengo que hablar con mi familia y... y... y no me siento bien. ¿Sería lindo poder vernos otro día?
Los jóvenes presentes se miraron entre ellos. Coincidieron con Lucrecia que quizás eso era lo mejor. Aldavinski quedó paralizado.
—Al, vámonos. ¿Por qué rayos estás mojado?—indagó Roucker mientras lo corría a la fuerza.—Ah, Sam, ¿Qué era eso tan importante que ibas a decirme antes?
—¡Ah! Eso... Eh... ¡Haré una nueva titulación. Sí, eso...
Las voces de los tres se perdieron entre susurros. Se llevaron a Arthur con ellos.
Azul se sentó en el suelo. Un fuerte dolor de tripas la comenzó a incomodar.
Lucrecia estaba compadecida de la situación. Había soñado con ese momento por muchísimo tiempo, pero... ¿y ahora qué? Caminó donde su hija sin acaparar su espacio.
—Azul... estás de nuevo en casa. —murmuró con nostalgia. —¿Dónde estuviste todos estos años?
Las palabras de Lucrecia la hicieron llorar. No por maldad, no por haber dicho algo malo. Solamente fueron las palabras de una madre. Recuperó una, ¿pero cuál fue en costo?
—¡MAMÁ!—gritó desconsoladamente tirándose sobre sí misma. Lucrecia la atajó.
—Aquí estoy amor...—Acarició su cabello. Notó que Azul negó con la cabeza.
—No...—sollozó. —Mi otra madre...
Puntada al corazón. No la juzgó, no la abarcó de preguntas innecesarias, no la maldijo. Sólo abrazó más fuerte.
—Tranquila...Date tu tiempo.
—Arthur... Arthur ¿Dó-Dó-Dónde está mi hermano?
—Él se fue un minuto, hija. Ya volverá.
Se tomó un largo momento para calmar la ansiedad en su interior. Aprovechó el confort de los brazos de esa mujer para sufrir en silencio. Pequeños tarareos de parte de Lucrecia calmaron los nervios del momento. Cuánta extrañeza. Orbes de sol se colaron por la ventana.
—¿Quieres un té..?—ofreció dejando de cantar.
Azul negó la oferta. No había lugar en su cerebro que le permitiera hacer otra cosa que adaptarse al cambio. Todo fue tan súbito que hasta se volvió irreal. Quizás solo debía fingir.
Se paró sin hacer ningún quejido. El pasado ya era pasado...Ahora ese era su nuevo presente.
—Es una hermosa casa...mamá—titubeó. —. Casi no recuerdo nada. ¿Te importaría mostrarme el lugar?
Lucrecia cerró los ojos con alivio. Se levantó dichosa por darle la bienvenida a uno de sus tres tesoros.
Despacio y tomándose sus tiempos recorrieron ambas plantas de la casa. A la pobre Azul aquellas paredes no le removían recuerdo alguno... Hasta que llegaron a un nodo crítico.
—¿Qué es este lugar?—preguntó sintiendo el fervor de su esófago.
—Esta era tu habitación, amor. Tus cosas siguen aquí aunque nadie las ocupa... Es algo tétrico pero no quise deshacerme de ellas.
"Vivo en un mundo gris que no me deja avanzar..." Escuchó. Pero no de nadie ni de nada. Lo escuchó desde el interior de su cuerpo.
Más imágenes y más lentas que antes se le cruzaron por los ojos. Su padre, su madre, sus dos amigos. El preescolar, los juegos en el parque. Su último cumpleaños real y el aroma a pastel quemado proveniente del horno... Una infancia feliz.
—¡Mamá, papá!—exclamó eufórica. Miró a su madre con una sonrisa. —¡¡¡MAMII!!
La nostalgia abrazó al corazón de Lucrecia. Reprimió el impulso de abrazarla y besarla. No quería interrumpir su adaptación... Azul no pensó lo mismo. Recibió aquella muestra de cariño con ganas.
—Sé que si George estuviera aquí estaría muy feliz de verte de nuevo. Sólo quiero imaginar que fue él el que te guio hasta casa.
La hija no quería ser una atrevida y preguntar cosas fueras de lugar. Pero esa duda no salía de su mente. Necesitaba saber en dónde estaba su padre hoy. Decidió seguir sus voces.
—¿Lo extrañas?
La madre pensó: ¿Cómo responder a eso? ¿Era correcto decirle la verdad en ese momento? Sería un golpe a su inocencia.
—Bueno... Amé a tu padre con todo mi corazón. Él me dio los mejores años de mi vida y a mis tres tesoros más valiosos, y nada ni nadie podrá cambiar todo lo que George hizo por mí...—frunció los labios— Pero fue un cobarde en abandonarme con dos niños pequeños que cuidar, y una hija desaparecida allá afuera...
Su hija la miró confundida al escuchar la palabra "abandono". Sus ojitos marrones pedían más información de la que le estaban proporcionando. Se sentó en la cama y continuó.
—...tu padre cambió. Era como si estuviera luchando consigo mismo todo el tiempo, como si cargar con una familia fuera demasiado para él. Lo vi desaparecer poco a poco, día tras día. No me dijo adiós cuando se fue, Azul. Simplemente un día ya no estaba más. Dijo que necesitaba encontrar algo, pero nunca volvió para contarnos qué era... A Liberty le pesó mucho y yo quedé aquí con Arthur, tratando de darle una vida normal a pesar de todo.
Azul dejó escapar una lágrima.
—¿Por qué aún usas el apellido de papá? Su suicidio te ha lastimado mucho.
Lucrecia llenó sus mejillas de aire. Estaba relajada, pero ni ella sabía cómo responder a ésa pregunta. Lo pensó.
—Los apellidos de las personas no son más que otro nombre en la lista de nuestra identidad—Movió su mano a modo de explicación—. Ni los nombres que tenemos, ni las personas con quién compartimos apellido, define quienes somos.
Azul se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras. Su madre le había dado una respuesta que, aunque incompleta, era todo lo que podía esperar en ese momento.
—Lo siento tanto, mamá...—Azul susurró. —Si hubiera podido... habría vuelto antes.
Lucrecia sonrió suavemente y acarició su cabello.
—No te preocupes por eso ahora, amor. Lo importante es que estás aquí, que has vuelto a casa.
Azul asintió, pero en su interior, un torbellino de emociones seguía agitando su mente. Recordar a su padre la había dejado con una sensación amarga, pero también una determinación que no había sentido en mucho tiempo. Sabía que tenía que descubrir qué había pasado realmente con él y, sobre todo, cómo su vida conectaba con todo lo que ahora estaba sucediendo.
Pero por ahora, sólo se permitió el consuelo de estar en casa, abrazando la calidez de una familia que, aunque rota, seguía luchando por mantenerse unida.
Debajo en la entrada sonó el ruido de la puerta avisando la llegada del menor de los hermanos. Lucrecia se levantó para irse disculpándose por eso.
Una intensa oleada de emociones reprimidas, agolpadas durante años, comenzó a desbordarse dentro de Azul. Su mente se aceleró en una vorágine, guiada por un impulso que no pudo contener. Cuando Lucrecia se levantó para irse, algo en Azul se rompió, activando un sentido neurótico que hasta entonces había reprimido.
—¡Poder... adaptado solum! ¡Naufragii mentis!
Por un instante que pareció eterno, el tiempo se detuvo dentro de la casa. Todo quedó suspendido, como si la realidad misma hubiese decidido contener la respiración. Pequeñas gotas de sangre empezaron a brotar de la nariz de su madre, delatando el precio del hechizo. Con un movimiento rápido, Azul la atrapó antes de que su cuerpo inerte pudiera desplomarse y su cabeza golpeara el suelo.
Lucrecia cayó, agitada y aturdida. Al recobrar el aliento, lo único que pudo hacer fue murmurar, con un jadeo entrecortado:
—Santa Profeti... —El desconcierto y el asombro eran palpables en su voz—. Mi amor... tenemos mucho de qué hablar...
Azul asintió lentamente. Tal vez había revelado demasiado, tal vez fue lo justo, o quizás, incomprensiblemente, había mostrado menos de lo necesario. Pero estaba claro que aquel telón sólo marcaba el final del primer acto, no el de la obra completa.
Su madre merecía saberlo, y pronto todos en su círculo cercano lo sabrían también.
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