Enero

   Una vez terminé la universidad, me volví oficialmente cocinero. A través de una serie de peticiones y favores, conseguí trabajo en el prestigioso “Restaurante de Haken”.

   Este lugar era muy curioso, ya que normalmente se les servía platos “inusuales” a los clientes.
Lo más raro es que no era posible identificar con exactitud de qué se trataba. Muchas preguntas y teorías giraban sobre su origen y procedencia, incluso de su autenticidad. Algunos aseguraban que era puerco vietnamita, otros que era pollo brasileño, otros que era carne de vaca del Himalaya. Nunca se llegaba a una conclusión verdadera, pero eso le valió más puntos al restaurante.

   A primera vista, el restaurante era un lugar magnífico y elegante, aunque con un decorado de lo más extraño. Sus ventanas tenían formas triangulares, las mesas estaban cubiertas con extraños diseños y dibujos de lo que parecían rostros. No eran rostros humanos, definitivamente no. Había algo macabro en todo ese detalle. Hasta la cantina tenía extraños sabores, nunca vistos en la Tierra. Cuando se le preguntaba a Haken, el chef ejecutivo y dueño del restaurante que raramente aparecía, respondía sencillamente que fueron “traídos por una generosa familia de Rusia”.

   Mi primera reacción al llegar fue de emoción. Estaría trabajando en el lugar de mis sueños bajo el mando de uno de los hombres más respetados del país. Melody, la sous chef, me llevó ante la oficina de Haken, creyendo que sería oportuno que el nuevo integrante pudiera conocerle.  Mis intentos por conocerlo completamente se vieron afectados, ya que Haken estuvo todo el rato en su silla, de espaldas. Dejaba ver su mano huesuda, lo que me hacía cuestionarme un poco acerca de su edad.

   Mi primer día de trabajo cocinamos lo que a día de hoy sigo considerando como “tenazas de tentáculos”. A día de hoy no he podido identificar a qué criatura le pertenecía. Era una especie de tentáculo que terminaba en tenaza, algo entre un calamar y un cangrejo. Aquello debía ser anatómicamente imposible. Simplemente lo sazonamos y le echamos zanahoria en los bordes. Los clientes estuvieron tan asombrados como yo. No pregunté de dónde provenía porque ya sabía más o menos lo que me dirían.

   El grupo de chefs que ya había cuando llegué yo hacía su trabajo con suma devoción. Parecían, más que humanos, marionetas, seres inanimados que, por mucho que traté de entablar conversación, quedaron en silencio. Cosas del primer día, supongo.

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