Último Día

Capítulo 12: Último Día

A las nueve menos cuarto de la mañana siguiente, Clyde llegó al mostrador de Hertz en la planta baja.

–¿Puedo servirle en algo, señor? –preguntó la chica de uniforme amarillo.

–Puedes, si tienes un auto –contestó apurado, pero sin olvidarse de sonreír cordialmente.

Pagando un poco más pidió que telefonearan para que le pusieran cadenas para la nieve en la próxima estación cuando llegase. Además de preguntar por algún lugar en que pudieran alquilarle un vehículo para la nieve, lo suficientemente grande para albergar a poco más de media docena de personas. Habiendo llenado el formulario debidamente, salió de la agencia al aullido del viento encomendándose a todos los santos.

En la estación no le cobraron mucho por colocar las cadenas. De igual forma, Clyde deslizó furtivamente un billete de diez esperando que con esto lo adelantaran en la lista de espera. Sin embargo eran las doce y cuarto cuando se puso en camino, acompañado rítmicamente del ruido de los limpia parabrisas y el traqueteo metálico de las cadenas sobre las grandes ruedas del todoterreno.

Los constantes gritos de auxilio de Lucy habían cesado repentinamente, pero aun así esperaba llegar cuanto antes, si es que llegaba. La autopista, como tal, era un desastre y ni siquiera con cadenas se podía ir a más de cincuenta kilómetros por hora. A través de los parabrisas se distinguía la nieve que seguía cayendo sin pausa. Las rachas de viento la arrastraban de un lado a otro, formando nubes blancas. Los coches se salían de la ruta en los ángulos más inverosímiles y en algunos lados de la carretera el trafico estaba atascado.

Muy buenos días, les habla Patchy Drizzle en Radió KHOW desde Denver y, Patchy, hoy tenemos un mal día. Se pronostica una intensa nevada.

Así es, Hal, ha estado nevando muy fuerte en la zona metropolitana de Denver. Y los caminos hacia las montañas como Paul Tree y Red Mountain están cerrados. Ya los autos viajan con cadenas, a través del túnel Eisenhower.

Bueno, Patchy, algunos vuelos aun están aterrizando en el aeropuerto Stapleton. Aunque, con estas nevadas, no dudo que lo cierren, por razones de seguridad.

Bueno, Hal, es que nadie estaba preparado para esta tormenta, que va a seguir durante todo el día, ya que el meteorológico ha advertido al publico no salir hacia ningún lugar dentro de la zona metropolitana de Denver, así es que cuidado.

Y en otros temas, Patchy...

***

Sentado en el suelo de la despensa, con las piernas abiertas y un paquete de galletas y un tarro de mantequilla de maní abiertos entre ellas, Lincoln Loud miraba a la puerta mientras las untaba con el dedo y se las comía, sin saborearlas, simplemente porque necesitaba alimentarse.

Mascó una por una, negándose a complacer a su estomago que quería vomitarlas, ya que necesitaba tener energía para cuando lograra salir de ahí a poner todo en orden, como siempre lo había hecho.

Su cabeza lo atormentaba, con el latido enfermizo de una resaca, sumado a la jaqueca producto de vivir en una casa con diez hermanas problemáticas y un solo baño. Aparte, le dolían los hombros, de tanto haberlos golpeado contra la puerta, y tenía la garganta irritada de tanto gritar.

Recordó que tenía excedrina en el bolsillo, pero decidió esperar a que le aliviara el estomago. No tenía caso engullir un analgésico para vomitarlo a las primeras de cambio. Era cuestión de usar el cerebro, el celebrado cerebro de Lincoln Loud, el hombre del plan.

A eso se había reducido todo, todas las veces, a armar un plan para sobrevivir a la locura de su casa, en la que vivía con sus padres y sus diez peculiares hermanas. Convivir en la casa Loud con sus diez peculiares hermanas y poder ayudarlas en todo. El problema es que ellas nunca habían confiado en él, eran la razón por la que sus planes siempre fracasaban. En su familia cada día había sido un reto y esperaba que, cuando las necesitase, sus hermanas estuvieran ahí para respaldarlo, todas ellas. ¡Falso!

Sentía que por fin empezaba a entender al abuelo Loud y comprender a su vez que su padre se equivocaba en todo. Lo que inició como una rabieta infantil y culminó en un trágico accidente le hizo perder la perspectiva de como eran las cosas, por estar lidiando con la culpa.

La vida en la casa Loud podía resumirse en una palabra: Caos; y como el hombre de la casa debía encargarse de poner fin a todo ese caos, así de simple. Sus diez hermanas necesitaban aprender a distinguir el bien del mal, entender que era la disciplina y, sobre todo, que lo respetaran como las mujeres ya no solían respetar a los hombres.

Todas ellas habían sido unas ingratas, sobre todo Lynn, y ahora estaba pagando el precio: Lily, su adorada Lily, después de haberla criado como a su propia hija, después de todas las veces que concedió su tiempo libre para cuidarla desde que era una bebita, para que así su madre pudiese dormir un par de horas más, después de tantas noches que pasó en vela a su lado, atendiéndola cuando estaba enferma, después de todas las fiestas de cumpleaños que se vistió como Blarney el dinosaurio para divertirla, y al final resultó ser una ingrata más, que lo abandonaba como si fuera un perro sarnoso.

Pero aun tenía esperanzas. De algún modo lograría salir y les impondría a todas el severo correctivo que buena falta les hacía, para que así le sirviera de ejemplo a Lily y, llegado el día, siendo una mujer hecha y derecha, supiera que mejor hermano no podría hallar.

–Ya pueden rezar... –masculló–. Recen para que nunca salga de aquí, chicas... Si, ya pueden rezar... ¡Pero me las pagarán! ¡¿Oyeron?! ¡Me las pagarán todas ustedes! ¡Juro, que las haré tomar su medicina! ¡Especialmente a ti... Lucy Loud!

Tranquilo, tranquilo, vamos.

Oyó una voz queda, al otro lado de la puerta.

No hace falta gritar, señor.

De un salto se puso en pie y corrió hacia la puerta.

–¿Es usted, señor Gantka?

Si señor, claro que sí, señor. Parece que está usted encerrado. Veo que no ha podido encargarse del asunto que discutimos.

–No necesita echármelo en cara, señor Gantka. Me encargaré de la situación, en cuanto salga de aquí.

¿Lo hará en verdad, señor?, me lo pregunto, tengo mis dudas. Yo, junto con otros, creemos que no está en esto, de corazón. Que no tiene estomago para... Esto.

–Sólo deme otra oportunidad para probarlo, señor Gantka, es todo lo que quiero.

Sus hermanas parecen más fuertes de lo que imaginamos, señor. Parece que han sido más ingeniosas y le han ganado ventaja a usted.

–Por el momento, señor Gantka, sólo por el momento.

Temo que deberá tratar este asunto con toda la fuerza posible, señor. Temo, que es lo único que puede hacer.

–No hay nada que anhele con mayor placer, señor Gantka.

¿Nos da su palabra de ello, señor?

–Le doy mi palabra.

Se produjo un chasquido al correrse el cerrojo y, lentamente, la puerta se entreabrió.

***

Redrum... Redrum...

Más tarde, esa noche, se apreciaba tal silencio y quietud, que fácilmente se podría oír a un alfiler cayendo al suelo.

Redrum... Redrum...

Rita dormitaba en la silla junto a la cama en que reposaba Lucy. Finalmente la mujer había caído rendida del agotamiento ante todas las cosas locas que tenía que lidiar, con otra hija en estado catatónico, su hijo habiendo perdido el juicio y todos ellos atrapados en el hotel por culpa de la fuerte tormenta.

Redrum... Redrum...

En el transcurso de ese día, Lynn y Leni hicieron levantar un par de veces a Lucy para llevarla al baño y cambiarle el camisón, sin que esta misma opusiera resistencia. Si le pedían que abriera la boca para darle una cucharada de sopa o que levantase un brazo para limpiarle el sudor de la axila, lo hacía. Fuera de eso, seguía sin reaccionar. Su mente estaba en otro lado y no parecía que fuera a retornar muy pronto.

Redrum... Redrum...

Cuando su madre pasó a tomar su turno de cuidar a Lucy, Leni decidió ir al estudio a hacer eso que prometió dejar de hacer al cumplir los veinte. En su bolso siempre guardaba la cajetilla de cigarrillos, pues la certeza de que los tenía a mano le ayudaba a resistir el impulso de fumar uno.

Redrum... Redrum...

El que tenía encendido en su mano, mientras iba de un extremo a otro de la estancia, estaba rancio por lo guardado, pero qué más daba. Sus nervios le habían hecho romper seis años de abstinencia, les habían cortado las vías de escape, la red estaba caída y no tenía caso intentar comunicarse por el móvil con alguien del exterior, ya fueran los guardabosques o sus otras hermanas.

Redrum... Redrum...

Era una suerte que Lincoln estuviera encerrado en la despensa. La ultima vez que la había visto con un cigarrillo le levantó la mano. Si bien no llegó a abofetearla de verdad, si bien ya hacía años de aquel acontecimiento, si bien el asunto quedó únicamente entre ellos dos, tal cosa bastó para que Leni se forzara a dejarlo. De todas formas, la primera vez empezó para alivianar el duelo por la muerte de su padre.

Redrum... Redrum...

Lily acompañaba a Rita en la misma habitación. Supuestamente leía uno de sus libros de texto, pero en realidad su concentración se enfocaba en las visiones que golpeaban su mente. De nueva cuenta veía el rió de sangre saliendo del ascensor, su propia cara aterrada y la palabra en el espejo cuyo significado no acababa de descifrar.

Redrum... Redrum...

Mas no todo estaba perdido. En dado momento las visiones le avisaron que todo terminaría ese mismo día, pero también que Clyde McBride estaba por llegar. En esos momentos se abría paso a bordo de un snowtrack por una senda de nieve, en medio de un terreno boscoso.

Redrum... Redrum...

Rápidamente dejó su libro de lado y salió de la habitación. Lucy la siguió con la mirada.

Redrum... Redrum...

En su habitación, Lily se puso a empacar una mochila, como sabía, únicamente con lo indispensable. En cuanto terminara se pondría el abrigo de invierno y saldría a avisarles que la ayuda ya venía en camino. Quizá estaban a tiempo de evitar que lo que había visto hasta el momento se hiciera realidad.

Redrum... Redrum...

En eso, oyó otra vez que algo pasó zumbando cerca de su oído, así como también sintió que tenía algo encima de su mano contraría, algo igual de diminuto, alado y con seis patas.

Redrum... Redrum...

Mientras tanto, Lucy por fin se movió. Suavemente se quitó las cobijas de encima y se levantó de la cama. Poco a poco dejó de mascullar y pasó a susurrar con voz rasposa y entrecortada:

Redrum... Redrum...

Caminó, a paso lento, hasta la cómoda. Con una mano agarró unas tijeras de costura que Leni se había dejado olvidadas ahí.

Redrum... Redrum...

Con la otra agarró un lápiz labial, lo destapó y le dio vueltas a la ruedita hasta que asomó toda la punta.

Redrum... Redrum...

Luego regresó a encaramarse sobre la cama, conforme elevaba el volumen de su rasposo y continuo murmullo de ultratumba.

Redrum... Redrum...

Con el lápiz de labios, empezó por escribir una R mayúscula en la pared por encima de la cabecera.

Redrum... Redrum...

Después de la R, pintarrajeó una E igual de grande.

Redrum... Redrum...

A la E siguió una D, luego una R y una U y por ultimo una M, en ese orden.

Redrum... ¡Redrum!... ¡Redrum!... ¡Redrum!... ¡Redrum!... ¡Redrum!... ¡Redrum!...

–¡Ay!... ¡Lucy!

Rita despertó sobresaltada, pues los continuos murmullos de su hija incrementaron su volumen hasta hacerse un grito perpetuo, que manifestaba el mismo mensaje indescifrable una y otra vez.

¡Redrum!... ¡Redrum!... ¡Redrum!... ¡Redrum!... ¡Redrum!...

–¡Lucy! ¡Lucy, ya basta! ¡Lucy!...

Preocupada, se acercó a aferrarla de los codos y la zarandeó con fuerza, tratando así de traerla de vuelta. La aturdida joven calló y movió su mano – siendo la primera vez que lo hacía por voluntad propia desde que entró en shock– para señalar al espejo de la cómoda.

Rita se giró a mirar, hecha un manojo de nervios y angustia, y fue ahí que pudo descifrar cuál era el mensaje de horror del espejo.

MURDER

que en ingles significaba asesinato.

–¡Ay!... ¡Auch!...

A esto siguieron los chillidos de dolor de Lily, los cuales llegaron de su respectiva habitación, por lo que dejó a Lucy sola un momento y corrió presurosa en auxilio de la más joven de sus hijas.

¡Shu, shu!... ¡Fuera! –chillaba esta mientras trataba de sacudirse de encima al fiero enjambre que revoloteaba sobre su cabeza.

En el momento que su madre entró, tres de las avispas picaron en la rodilla a Lily, que gritaba, puesto que los horrendos bichos no cesaban su ataque.

Rita corrió inmediatamente a coger una almohada con la que empezó a golpear los hombros y la espalda de Lily, ahuyentando así a los insectos que se elevaron torpemente en el aire, zumbando.

Después cogió uno de sus libros de texto y lo usó para matar a cuantas pudo, al tiempo que agarraba a Lily y se retiraba con ella a la salida.

En ese momento, Lucy apareció en la puerta de la recamara, manteniendo una expresión relajada e indiferente ante el masivo ataque de las avispas. Rita quizo apartarla también, pero Lucy la evadió. Acto seguido, apuntó con la palma de su mano al avispero que adornaba el mueble, el mismo que Lincoln le había regalado a Lily tras asegurar haberlas matado a todas, e hizo chasquear sus dedos.

¡Snap!

Ante la sorprendidas caras de Rita y Lily, el avispero se prendió en llamas, generando así una densa nube de humo que inundó toda la habitación y terminó por aturdir y desorientar a todo el enjambre.

Para cuando se activó la alarma del detector de humo, las avispas sobrevivientes se dispersaron y las llamas se apagaron luego de consumir enteramente al panal, justo a tiempo antes de que el fuego incendiara el mueble y se extendiera a la alfombra.

Por lo que Rita aprovechó la ocasión para conducir a Lily hasta el baño de la otra habitación, en donde se apuró a darle un analgésico y aplicarle pomada en las picaduras.

Habiéndose quedado sola en el pasillo, Lucy echó a andar sin rumbo fijo, aun en su estado pseudo zombificado. Al doblar en la esquina siguiente, desapareció.

***

Al tiempo que todo esto sucedía, Lynn Jr. había ido a la cocina a prepararse un sandwich de jamón con queso, salame y mayonesa.

Pero mientras le daba el primer mordisco, reparó que hacía un buen rato que Lincoln dejó de vociferar y sacudir la puerta. Esto, en lugar de tranquilizarla, la inquietó más. No soló eso, sino que también le pareció oír unos susurros en la cocina, justo atrás de ella.

Giró en redondo y, tras observar que no había nada acechándola, resolvió ir a asegurarse de que Lincoln siguiera encerrado en la despensa. No había otra manera de aplacar esa inquietud.

–Lincoln... –lo llamó, en tanto pasaba junto al armario de escobas y se adentraba en el pequeño corredor que conducía a la despensa–. Lincoln, ¿te encuentras bien?...

Hija de puta, creyó oír que respondía a gritos, mas sólo se lo había imaginado.

–Es algo temporal, hermano...

Seguía sin responder. En la cocina había tanta quietud, que no podía estar tranquila así nada más. Era como el susurro maléfico, antes del estallido de una brutal tormenta.

–Al menos tienes suficiente comida ahí...

Y tenía razón. De antemano se preparó para lo peor, y aun así su sorpresa al llegar a mitad del corredor, y hallar la puerta medio abierta, fue mayúscula.

–No... no... –balbuceó corriendo a echar un vistazo. Dentro sólo vio los paquetes abiertos de galletas, un par de frascos medio vacíos y un reguero de migajas, nada más–. ¡Rayos!

A su vez, en el estudio, Leni se estremeció al ser la primera en oír que la fiesta había dado inicio otra vez, en medio del contrapunto de los ruidos del ascensor. En el baño, Rita mantuvo cerca a Lily al oírlo igualmente, todo al mismo tiempo: la fiesta, el ascensor, el ruido de las puertas abriéndose y cerrándose, las risas, la algarabía, el bullicio y, no menos importante, el reloj marcando las doce campanadas.

¡Ya es medianoche! ¡Todo mundo a quitarse las máscaras!

A toda prisa, Lynn giró sobre sus talones y echó a correr por donde vino con intención de ir a alertar a todas. Pero cuando estaba por salir del corredor del fondo, algo duro y pesado se hundió en su pecho plano, con mortífera y silbante celeridad.

Soltando un fuerte alarido, la castaña reculó tambaleándose y se giró involuntariamente a apretarse su magullado tórax, súbitamente hundida en un océano de dolor, apenas consiguiendo apoyar los pies en el suelo para equilibrarse y no desplomarse de bruces.

La suerte no le duró mucho, menos habiéndole dado la espalda a su atacante, pues al instante su espalda baja fue la que recibió un impacto igual de certero y contundente al anterior, que esta vez si acabó de derribarla. Junto con el impacto vino un desquiciado grito de guerra.

–¡Tu permiso! ¡A ver tu permiso!

Seguidamente sintió que una mano, de agarre firme, se aferraba a su cola de caballo y la arrastraba contra su voluntad a la puerta de la despensa, en donde acabaron de arrojarla como si fuera otro costal de maíz del montón.

En cuanto pudo girarse sobre su espalda, con ojos llorosos vio a quien había arremetido en su contra.

–... Lincoln... –jadeó adolorida.

Parecía su hermano, pero de algún modo supo que no lo era. En sus ojos brillaba un esplendor vació y asesino; su boca perfilaba una sonrisa temblorosa, sin alegría. En su mano sana sujetaba el mazo de roque por el mango.

–¡Alto ahí! –vociferó–. Soy Lincoln Loud, guardián de pasillo, y necesito ver tu pase, ahora.

Volvió a blandir el mazo, esta vez hundiéndolo en el vientre de Lynn que quiso rogar a gritos que se detuviera, que tuviera piedad, que lo hiciera por su madre y sus hermanas, que lo hiciera especialmente por Lily, pero se había quedado sin aliento. Lo único que pudo emitir fue un débil gimoteo, apenas inaudible.

–Nadie está por encima de la ley –rió Lincoln–, no en mi guardia... Parece... Que olvidaste que tú y yo hicimos un juramento... Lastima... Ahora... Ahora tendré que castigarte.

Lynn oyó el silbido del mazo cortar el aire y después el dolor le desgarró el costado derecho, cuando la cabeza de goma dura se estrelló encima de su cintura, rompiéndole tres costillas.

–¿Creías que podías encerrarme? –masculló Lincoln–, ¿creías que podías usarme como tu saco de boxear, cómo cuando éramos niños? ¿Eso es lo que creías? No, ya no, ¡NUNCA MÁS!

–¡AY!

Justo después de hundir la cabeza del mazo en su hombro, Lincoln alardeó.

–Aquí tengo amigos, buenos amigos, gente que si me aprecia y me valora, no como ustedes, no como tú. Tú nunca fuiste mi amiga, ¿verdad? Tú me has odiado toda la vida, ¿no es así?

–Linc... –suplicó entre adoloridos gemidos lastimeros–. Eso no es cierto.

–¡¿Cómo que no?! –rugió tras brindarle otro golpe, con el que le quebró las costillas del flanco contrario al anterior–. Si no, entonces explica porque siempre me has tratado como a un apestado. ¿Por qué hiciste de mi niñez un infierno? ¡¿Eh?! ¡Habla ahora o calla para siempre!

–Lincoln, por favor... –pidió sollozante–. Soy tu hermana, yo no te odio. Es sólo que...

–¡¿Sólo que qué?!

–... Que me das miedo... –se atrevió a confesar.

Lincoln bajó el mazo y se rascó la cabeza confundido.

–¿Qué dices? –preguntó relajando su expresión. Por un momento parecía que había vuelto a ser el de siempre.

–Lo lamento –sollozó Lynn–, pero es que toda la vida has sido alguien muy impulsivo y contigo nunca se sabe que esperar. Siempre que pones tus planes en marcha no te detienes a pensar en las consecuencias o a quienes afecta, hasta que ya es demasiado tarde; y desde que le rompiste el brazo a Lana, me ha sido imposible confiar en ti. Pensé que, por ser hombre, debía ser más ruda contigo y así aprenderías a respetar a las mujeres... Pero me equivoqué, ahora entiendo que lo único que hice fue hacerte sentir despreciado y lo siento.

–Ya veo...

Hasta ese punto, Leni ya había entrado a refugiarse en la cocina huyendo del alboroto de la fiesta, sólo para oír los alaridos y las constantes suplicas de su hermana en apuros. Sin detenerse a pensar decidió acudir en su ayuda. Tampoco se lo pensó demasiado cuando se armó con un cuchillo de cortar carne. La rubia no necesitaba pensar, necesitaba obedecer a sus instintos maternales y actuar debidamente como la hermana mayor.

Lincoln se aproximó a poner un pie encima de la cabeza de Lynn.

–Con que esas tenemos... –susurró tanteándole la frente con la cabeza del mazo–. Eso es lo que piensas de mi... Muy bien...

Como una bofetada de abrumadora realidad, la castaña tomó consciencia de que su hermano, su dulce hermanito, estaba más que dispuesto a acabar con ella.

–¡Lincoln, no, por favor! –imploró entre sollozos.

–Ahora... –gruñó enfurruñado–. Ahora, por Dios... ¡VOY A HACER QUE TE TOMES LA MEDICINA!

–¿Medicina?

–Primero tú... Y después todas las demás.

–No...

–Oh, si señor...

De reojo, vio aterrorizada como el mazo se elevaba por arriba de la cabeza canosa de su hermano menor, quien se preparó para asestar el golpe de gracia.

–¡SI SEÑOR!

–¡No...!

¡Clanc!

Pero antes de que acabara de partirle la cabeza como a un melón, Lincoln se paralizó en el ultimo momento, al captar un grito agudo, seguido por un ruido metálico a sus espaldas. Cuando se giró a mirar, se topó con Leni quien acababa de cruzar la puerta de la despensa. Sin querer había soltado el cuchillo con el que iba armada, a causa del impacto y la angustia que había sido ver a su hermano de blancos cabellos agrediendo a su hermana la deportista.

–Hola, Leni –la saludó Lincoln, mostrando esa inquietante sonrisa, mordisqueando su labio inferior con el diente astillado hasta hacerlo sangrar–. Te echaba de menos... No me digas que te asusté... Oh, claro que si, te asustas fácilmente... Es por eso que quieres marcharte.

–¡LENI, CORRE! –gritó Lynn–. ¡HUYE DE AQUÍ CUANTO ANTES!

La aterrada rubia retrocedió dos pasos, su hermano avanzó otros dos, empuñando amenazadoramente el mazo de roque. Su vista se posó en el cuchillo y quiso agacharse a recogerlo a toda prisa, pero Lincoln fue más rápido en apartarlo de un puntapié y dejarlo lejos de su alcance.

–Oh, no –rió maliciosamente al hacer esto–. Estarás mejor sin eso. No quisiera ver a mi querida hermana cortarse con ello.

–¡LENI, CORRE! –gritó Lynn otra vez–. ¡CORRE A VISAR A LAS DEMÁS Y ESCONDANSE! ¡HUYAN Y ESCONDANSE!

–Si, Leni –masculló Lincoln entre risotadas burlonas–, yo mejor correría si fuera tú.... Estoy... Tan... ¡Irritado!

–Linky... –apenas pudo pronunciar la otra.

–Linky ya se ha cansado de escuchar sus mentirosas, despreciables, odiosas y cobardes palabras, y ha decidido darles una lección.

–¡ESE NO ES LINCOLN! –aulló su hermana apaleada a martillazos–. ¡NO SÉ QUIEN O QUE SEA, PERO NO ES NUESTRO HERMANO! ¡HUYE!

–Les daré una lección –masculló Lincoln dando otro paso adelante–. A veces es necesario, como cuando se la di a Lana... ¡Cuando echó a perder mi juego!

El mazo descendió velozmente en dirección hacia Leni, que se apartó de un efusivo salto para atrás, una décima de segundo antes de que Lincoln aterrizara en cuclillas y la cabeza de goma dura se estrellara contra el suelo.

–Ella lo hizo sólo para molestarme... –gruñó, en lo que volvía a erguirse, atenazando su agarre del mango. Sangre empezó a brotar por entre las aberturas de las vendas de su mano herida–. Así como ustedes me quitaron la oportunidad de salir en la película de Ace Savvy... Lo hicieron sólo porque les gusta verme sufrir y humillarme siempre.

–Eso no es cierto –sollozó Leni.

–¡CIERRA LA BOCA, PUTA!

–Ese no eres tú, Linky, no estás bien.

–Tienes razón... Sé que tienes razón... Pero no te preocupes, Leni... Me pondré mejor...

Con un movimiento agraciado, Lincoln blandió el mazo de lado, obligando a así a retroceder de otro salto a Leni, quien esta vez estuvo más cerca de recibir el impacto en la cintura.

–Estaré mejor, cuando todas ustedes mueran... Cuando sus miserables lenguas viperinas, no sean más que un trozo de carne putrefacta dentro de sus bocas...

Gimiendo, chillando y lloriqueando de pánico, Leni dio media vuelta y echó a correr a toda velocidad. A sus espaldas oyó el silbido del mazo cortar el aíre repetidas veces, y a las frenéticas y malévolas risotadas de Lincoln saliendo en su persecución.

–¡Esperen a que las agarre! Porque, cuando lo haga, empezaré por reventarles los ojos... Si... Eso haré...

Llegó a la cocina y se puso del otro lado de la estufa. El mesón en que se situaba era casi tan amplio como la mesa del estudio. Sonriendo, con su boca ensangrentada, Lincoln la rodeó echando a andar hacia el lado derecho, por lo que Leni corrió también hacia su derecha y ambos quedaron del lado contrario al que estuvieron antes.

–Y después... –rió. Sus ojos furiosos, abiertos y enrojecidos, lagrimeaban–. ¡Voy a arrancarles los dientes uno por uno!...

Corrió para la izquierda y Leni hizo lo mismo, de modo que ambos retomaron sus posiciones iniciales.

–¿Y sabes que más?... ¡¿Sabes que más?!... –aulló Lincoln, cada vez más ofuscado. Su blanco pelo, que por lo general siempre estaba bien peinado, lo tenía alborotado y su frente se mostraba perlada en sudor–. Voy a golpearlas, y ustedes van a caer... Y voy a ver hacia abajo, y voy a reír... ¡JA JA JA JA JA JA JA...!

Lincoln pretendió correr para la derecha, pero cuando Leni quiso repetir esa misma acción, hábilmente se desvió para la izquierda, con lo que ambos quedaron del mismo lado del mesón en que estaba instalada la estufa.

Por fortuna, Leni consiguió agarrar una sartén con aceite frío y unos pocos restos de tocino que halló parada encima de una de las hornillas. Con todo lo que estaba pasando, esa mañana nadie se preocupó de limpiar la cocina después de preparar el desayuno.

Lincoln avanzó en dirección hacia Leni que retrocedió, atenta a su próximo movimiento. Cerca de la puerta la arrinconó contra una esquina e hizo elevar el mazo, pero ahí Leni fue más rápida en contraatacar, reduciéndolo con un sartenazo en medio de la frente que lo hizo soltar el mazo y desplomarse de cara sobre el suelo de la cocina.

¡Clanc!

–¡Hay, por Dios!

Apenas siendo consciente de lo que había hecho, Leni arrojó la sartén a un lado y se arrodilló para auxiliarlo.

–¡¿Lincoln, estás bien?!

En respuesta, una de sus pálidas manos salió disparada a clavarse en su hombro. Gruñendo enfurecido, a más no poder, Lincoln levantó la mirada, dejando en evidencia la herida que se abrió en medio de su frente y la cascada de sangre bajando por su colérico rostro.

–¡HAS QUERIDO MATARME, HIJA DE PUTA!

A lo que Leni pegó un grito aterrado, lo apartó de un manotazo en la cara y cruzó velozmente la cocina hasta llegar a la salida. Lincoln se levantó dando traspiés y, antes de ir tras ella, regresó tambaleándose a la despensa.

–En un momento estoy contigo, Lynn –rió, extrañamente con voz briaga–. Ahora vengo... No me hagas tener que buscarte.

Gimiendo de dolor, la apaleada muchacha sólo pudo limitarse a escuchar el correr de los cerrojos y luego las burlonas risas de Lincoln alejándose, dejándola encerrada como antes ella había echo con él. Su respiración era jadeante, el dolor la traspasaba, frente a sus ojos el pelo se agitaba de un lado a otro y el sudor de su frente no la dejaba ver.

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