¡Todo Mundo, a Quitarse las Máscaras!
Capítulo 14: ¡Todo Mundo, a Quitarse las Máscaras!
Al cabo de unos tres minutos, la puerta del ascensor se abrió en la penumbra de la tercera planta. La caja se había detenido antes de llegar a la puerta, por lo que Lincoln tuvo que izarse hasta el nivel del pasillo, retorciéndose penosamente entre quejidos y blasfemias.
Tras él arrastraba consigo el astillado mazo de roque. Fuera, en los aleros, el viento aullaba con fuerza. Sus ojos giraban salvajemente en sus órbitas. Tenía el pelo alborotado y el rostro sucio de sangre y confeti. Poco a poco, las luces en todas las estancias del hotel, en cada planta, se encendieron por si solas.
Allí arriba, en alguna parte, estaba su hermana. Sin nadie que la controlara sería capaz de cualquier cosa, de manchar con sus manos pegajosas el carísimo empapelado, de estropear los muebles, de romper las ventanas. Era una chiquilla igual de problemática que todas sus hermanas, a la que había que castigar... Muy severamente.
–¿Lily?... Ven aquí un momento. Te has portado muy mal y quiero que aceptes tu castigo como niña buena...
¡Crash!
En el camino destrozó un espejo que adornaba una de las paredes del pasillo.
–Cuanto más pronto empiece, más pronto acabará...
¡Crash!
Con otro fuerte martillazo dejó magullado a un pobre radiador que tuvo el infortunio de cruzarse en su camino.
–Papá nunca supo educarlas adecuadamente; pero no importa, que para eso estoy yo...
¡Crash!
***
En la planta baja, madre e hija dejaron de lado el cadáver de Clyde McBride y tomaron caminos separados. Leni fue hasta la cocina, a abrir la despensa y auxiliar a Lynn que se aquejaba de dolor.
Rita, en cambio, subió por las escaleras a toda prisa para ir en ayuda de sus hijas restantes. Para esto se armó con las tijeras de costura, pues sus instintos maternales le dictaban que debía enfrentarse contra lo que sea que se hubiese apoderado de Lincoln, llegando hasta las ultimas consecuencias de ser necesario.
Al llegar a la segunda planta, la puerta de una de las habitaciones al final del corredor más próximo se abrió con un débil chirrido, con lo que pudo presenciar en tiempo real una escena tan inquietante como pornográfica.
Dentro había una mujer enfundada en una fina bata de seda, a quien vio recostada encima de la cama, con la cara de un hombre en botarga de perro hundida en medio de sus piernas abiertas. Su perruno disfraz tenía abierta la parte posterior, dejando así expuesto su trasero desnudo al aire.
Rita ahogó un gemido y se echó para atrás, ante lo cual el hombre perro se apartó de la mujer para que esta se pudiera levantar de la cama y encaminarse a salir por aquella puerta.
La mujer, cuya bata empezó a desprenderse a pedazos, avanzó hacia ella y extendió sus manos, mostrando unos dedos amarillentos, adornados de anillos, verdosos por el orín.
–Entra... –susurró, sonriendo con sus labios necrosados–. Ven y únete a la fiesta...
De repente, Rita se vio asediada por unos gritos que retumbaron en su cabeza, a los que siguió un violento disparo.
≪¡No, por favor, no!... ¡Estoy sangrando, lo noto!≫.
≪¿En serio? ¿Y notas esto?≫.
¡BANG!
Rita dio media vuelta, con intención de tomar la escalera que conducía a la siguiente planta. La situación no mejoró. Por ahí mismo vio bajando, a pasos entrecortados, a un hombre de traje negro con la cabeza horriblemente agujereada.
Cuando sus miradas se cruzaron, el hombre aquel la saludó alzando una copa de brandy en alto, con toda la tranquilidad del mundo, como si no tuviese pedazos de su propio cerebro embarrados en la mejilla.
–Una gran fiesta, ¿no lo creé?
Naturalmente, Rita pegó un grito aterrado y retrocedió, manteniendo empuñadas las tijeras como una espada, que sujetaba en sus manos temblantes.
En lo alto se oyó un susurro espectral, por lo que instintivamente se volvió hacia las escaleras por las que subió. Allí vio paradas a unas gemelas de cabellera rubia con el mismo vestido azul, la una al lado de la otra.
Pronto advirtió que, a su derecha, tenía a un niño de ojos ennegrecidos, cuyas venas se marcaban por debajo de su piel azulada. A su izquierda vio a una horrenda anciana desnuda que se arrastraba por el suelo con sus raquíticas manos. A sus espaldas oyó a la mujer de la bata de seda y al hombre en traje de perro acercársele. En resumen, estaba acorralada.
Fue entonces que las luces del pasillo empezaron a parpadear, ante lo cual los fantasmas desviaron su atención a cierta muchacha pálida en camisón negro que hizo acto de aparición hasta el otro lado del pasillo.
–Lucy –exclamó Rita.
Los fantasmas entonces pasaron de largo ante la asustada mujer y se encaminaron en grupo hacia la pelinegra que se detuvo en medio del corredor.
–Hola, Lucy –oraron las gemelas al mismo tiempo–. Ven a jugar con nosotras. Por siempre, para siempre, jamás...
Súbitamente, una a una, todas las bombillas de la segunda planta estallaron desde la mas lejana hasta la más próxima y el corredor quedó a oscuras, en el momento exacto que los fantasmas se abalanzaron entre todos contra Lucy. En respuesta, la muchacha soltó un ensordecedor alarido y los apuntó con ambas manos, al tiempo que su negra cabellera se elevaba y se sacudía toda como si acabase de ser golpeada por una fuerte ráfaga de viento.
A esto siguió una serie de lastimeros alaridos fantasmales y los constantes gritos aguerridos de Lucy inundando el oscuro pasillo.
–¡Su cara es falsa! ¡Ninguno de ustedes es real!
Después todo quedó en absoluto silencio y, unos segundos después, en medio de la penumbra, Rita oyó que un cuerpo se desplomaba sobre la alfombra.
Rápidamente encendió la linterna de su teléfono y con esta alumbró a su hija que había perdido el conocimiento. Su cabeza estaba echada de lado y su boca salivaba un poco. Su pecho se movía constantemente de arriba para abajo, de manera ligeramente acelerada.
–Jadeo... Jadeo... Jadeo... Jadeo...
Con un rápido vistazo, su madre advirtió que los fantasmas habían desaparecido, ninguno de ellos asomaba por ningún lado. Acto seguido acudió en su ayuda.
***
Hasta mientras, un piso más arriba, Lily salió por uno de los ductos y pasó de arrastrarse por la oscuridad de las ventilas a deambular perdida en los pasillos del hotel.
Oía un ruido retumbante, que ella conocía bien, y gritos ásperos, amortiguados por la distancia. No lograba entender todas las palabras con exactitud, pero para entonces ya se sabía el texto bastante bien, lo había escuchado muchas veces, en sueños y despierta.
–¡Lily, ven aquí ahora mismo, niña malcriada! ¡Es hora de tomar tu medicina!... ¡Lily!... ¡Lily!... ¡LILY!...
Y, desde alguna parte, una voz la llamaba.
≪Lily... ¡Lily!...≫.
–¿Warren?... ¿Eres tú?...
≪Ven a ver, ven a ver lo que se olvidaron≫.
–No puedo ver nada, está muy oscuro.
≪Mira de cerca, más de cerca...≫.
–¡LILY!
A sus espaldas continuaba elevándose, débilmente, el golpe sordo del mazo contra las paredes y la furia de la fuerza demoniaca que dominaba el Overlook, y que tenía la forma de su hermano, rondando ciegamente por la tercera planta.
Lily avanzó por el corredor principal y después tomó uno de los pasillos laterales. Sus pies susurraban sobre la alfombra; las puertas cerradas la observaban, como le había sucedido en sueños, en las visiones, pero ahora Lily estaba en el mundo de las cosas reales, donde el juego se jugaba para quedarse con todo.
Dobló hacia la esquina izquierda y se detuvo, con el corazón latiéndole sordamente en el pecho. Una ráfaga de aire caliente le azotó los tobillos. Eran las tuberías de calefacción.
≪Debes recordar lo que ellos olvidaron≫, susurró la voz de Warren en su cabeza.
–¡¿Pero qué?! –chilló Lily–. ¡Por Dios, dime qué es!
–¡Te has portado muy mal, Lily, y quiero que vengas aquí ahora mismo! ¡Es tiempo de que te de una buena tunda, como papá debió dárselas a todas ustedes hace mucho tiempo!
La obediencia estaba tan profundamente arraigada en ella, que giró sobre sus talones y dio dos pasos antes de detenerse.
–¡Lily! ¡Se una buena niña y ven aquí ahora mismo a tomarte la medicina!...
Percibió el retumbar, profundo y hueco, del mazo abatiéndose repetidamente contra las paredes. Cuando la cosa volvió a pronunciar su nombre, había cambiado de lugar; ahora estaba más cerca.
–¡Lily!... Escucha, prometo que serán sólo unos azotes y después estará todo perdonado...
Sin hacer ruido sobre la espesa alfombra, la niña pasó corriendo frente a las puertas cerradas, a lo largo del papel estampado, y, tras una ultima vacilación, echó a correr por el ultimo pasillo. Al final no había nada más que una puerta cerrada, ósea que ya no tenía por donde escapar.
Pero el palo con el que Lincoln empujaba la puerta del desván seguía allí, apoyado contra la pared, donde su hermano lo solía dejar siempre.
Lily lo levantó y estiró el cuello para mirar la trampilla.
–¡Demonios!
De la trampilla pendía un flamante candado Yale. El mismo que Lincoln había colocado en el cerrojo después de instalar las ratoneras, por si a su hermanita se le ocurría un día ir a hacer una excursión por allí.
El terror la invadió. Tras ella, el ruido constante e irregular del mazo contra las paredes cobraba cercanía. Aquello que la perseguía aullaba, vociferaba y maldecía. Sueño y realidad se habían unido sin fisura alguna.
–¡LILY!...
La niña retrocedió hacia la ultima puerta, infranqueable, y aguardó mirando hacia la intersección, donde los pasillos se cruzaban en ángulo recto.
De pronto lo vio aparecer ante sus ojos. De cierto modo se sintió aliviada de saber que "ese" no era su hermano mayor. La máscara del rostro y el cuerpo eran una triste parodia. No era su hermano. Ese horror de ojos blancos y hombros encorvados con la camisa empapada en sangre, ¡no era su hermano!
–Vaya, Lily –jadeó aquella criatura, enjugándose los labios con una mano temblorosa–. Que curioso que nos encontremos aquí... ¿Cómo estás, nena?
–Estoy bien, Linky –balbuceó, manteniéndose de espaldas contra la pared.
–Ahora tengo que castigarte un poco –dijo el ser amorfo–. Lo sabes, ¿verdad? Pero en cuanto nos quitemos eso de encima, seremos amigos de nuevo.
–Ellos no te quieren a ti, Linky –replicó Lily–. Tampoco a mamá, a Leni o a Lynn. Sólo a mi y a Lucy.
–Eso es... ¡FALSO!
Aquello asestó un golpe con el destrozado mazo, ya deformado y astillado después de innumerables impactos. La cabeza de goma dura fue a estrellarse contra la pared, arrancando un trozo del tapiz y levantando una nubecilla de yeso.
***
–Lucy... Lucy... Despierta, Lucy... Por amor de Dios, despierta...
–¿Qué?... ¿Dónde?...
La pelinegra empezó a reaccionar, con lo que su madre dejó de darle suaves bofetones en la mejilla.
–¡DEJAME LA CABEZA! –gritó de pronto–. ¡ME VA A EXPLOTAR!
–Tienes que levantarte, Lucy –insistió Rita–, tienes que hacerlo, vamos, levántate.
–Oh no... –masculló ella, con un suspiro entrecortado–. Hay que darnos prisa.
–¿Qué pasa?
–Lincoln... Está arriba –jadeó–. A ido por Lily... Ayudame a levantarme.
Rita le tendió la mano y le permitió apoyarse en su hombro. Así mismo, ambas subieron los escalones, a toda prisa, pues el tiempo apremiaba.
–Vamos, Lily –masculló Lucy apretando los dientes–. Trata de recordar...
***
–Es a mi a quien quieren...
Lily se había quedado inmóvil, no había lugar a donde pudiera escapar y donde el Overlook no estuviese. La voz de Lincoln –o de aquello que había tomado posesión de Lincoln– era ronca. El mazo tembló y descendió lentamente.
–A mi... Y ahora voy a enseñarte, quien es el que manda aquí...
Tambaleándose, con la gracia de un ebrio, la criatura la miraba con una llorosa conmiseración, que empezaba a convertirse en odio.
–A ver si eres capaz de hacer uno de tus trucos, ¿eh?... Te has quedado en blanco, ¿no es así?... No pongas esa cara de inocente, ya sé lo que has estado haciendo. No nací ayer, ¿sabes? Una de ustedes le llamó, ¿verdad? A Clyde... Pero no les ha servido...
Mientras hablaba, su boca se extendía de lado a lado, formando una maquiavélica sonrisa demoniaca.
–¡Lo liquidé de un sólo golpe!... ¡JA JA JA JA JA JA JA...!
El monstruo con la cara de su hermano se carcajeó, poco antes que su boca descendiese y en esta se formara un gruñido furibundo.
–Ha llegado el momento de darles su merecido... De enseñarles a todas ustedes a respetarme, como el hombre de la casa... De cumplir mi deber de padre para contigo... Por poco que te guste.
–Tú no eres Lincoln –lo desafió Lily.
–Que niña más inteligente –rió sarcásticamente el extraño ensangrentado–, o eso se cree. ¿Y quién soy, si no?
–Sólo una mascara de Halloween. El hotel te necesita porque Lucy y yo ya no le dejamos entrar en nuestras mentes. No me das miedo.
Esbozando una mueca burlona, la cosa que aparentaba ser Lincoln Loud se inclinó a mirarla directo a los ojos. Los ojos, de lo que sea que estuviese oculto tras la máscara del peliblanco, desprendían un brillo plateado carente de humanidad.
–Pues lo haré...
Su voz era un conjunto de voces que se mezclaban en una amalgama bizarra y obscena. Entre estas se identificaban varías de las que Lily había escuchado rondando en el hotel; ahí estaban la del hombre perro, la de la anciana de la habitación 217 y las de las gemelas del pasillo.
Cerca de ahí, Lucy se separó de su madre y aceleró el paso. Aunque todavía no había recobrado todas sus fuerzas, en mente percibió las voces del mafioso de la suite presidencial, que a cada rato brindaba comentando que aquello era una gran fiesta, y la del que creía era del niño muerto que había encontrado en el tubo de cemento.
–Te daré mucho miedo... ¡MALDITA CHIQUILLA!
Las manos de aquello volvieron a cerrarse en torno a la empuñadura del mazo, que empezó a elevarse y descender frenéticamente, destrozando primero una lámpara y la mesa en la que esta misma estaba, luego un espejo en la pared, después un trozo de la pared misma y por ultimo un cuadro con una foto ampliada del Overlook en otoño.
–¡Yo seré el guarda del hotel, maldita chiquilla! –rugió aquello–. ¡Yo seré el guarda, me lo prometieron!...
–Te lo prometieron –repitió Lily–, pero mienten. Te usaron, te hicieron creer en ellos y convencerte de que nos hicieras daño.
Finalmente, el rostro que Lily tenía ante sí cambió. Sin que ella supiera cómo, en los rasgos no hubo alteración alguna. El cuerpo se estremeció ligeramente. Después, las manos ensangrentadas se aflojaron y el mazo cayó sobre la alfombra con un ruido sordo.
–... ¿Lily?
Eso fue todo, pero de pronto Lily supo que su hermano estaba allí, mirándola angustiado.
–Lily... –habló Lincoln con voz temblorosa–. ¿Lily, eres tú?
–¡Linky!
La niña corrió a abrazarse a su cintura.
–No quería hacerles daño –gimoteó correspondiendo al abrazo de su pequeña hermana–. A ninguna.
–Te quiero...
–Lo siento, lo siento, Lily –sollozó Lincoln–, lo siento... Lo siento... Lo siento, lo siento, lo siento... Je je je je je...
Sus pálidas y callosas manos se aferraron tenazmente a los hombros de Lily, que en ese momento cayó en cuenta que la voz volvió a distorsionarse.
–¿Sabes quienes se arrepienten, niña? –rió apretando su agarre con malicia–. Sólo los débiles, los que dejan mangonearse, las personas que no tienen... No tienen... ¡NO TIENEN MADERA DE DIRECTOR!...
Súbitamente retiró sus manos y se echó para atrás, soltando afligidos gemidos. Por el contrarió, Lily se abrazó a su cintura con todas sus fuerzas.
–¡Lily!... –gritó su hermano–. ¡Lilly, rápido!... ¡Corre, vete de aquí!... y recuerda cuanto te amo...
–No... ¡NO!
–¡LILY! –aulló Lincoln–. ¡POR AMOR DE DIOS!
Sin embargo, la niña perseveró y hundió su rostro empapado en lagrimas en su abdomen.
–¡No, no voy a dejarte aquí! –lloriqueó–. ¡Tú me criaste! ¡Eres mi papá!
Fue en ese momento que Rita y Lucy se asomaron por la intersección de los pasillos. Al percatarse de ello, Lincoln hizo uso de la poca lucidez que le quedaba. Tan rápido como pudo se giró hacia ellas y apartó a Lily de un violento empujón, arrojándola contra su madre que la recibió en brazos. Luego retrocedió él mismo, retorciéndose y dando traspiés, a recoger el mazo contra su propia voluntad.
–¡LARGO!... –gritó desesperado–. ¡VAYANSE!... ¡NO SE CUANTO MÁS PUEDA SEGUIR RESISTIENDO!...
El ser que se alzaba ante ellas tres lanzó un bramido. Pero, en lugar de apuntar el mazo hacia a ellas, invirtió el lado duro de la cabeza en dirección a su propia cara, destrozando repetidamente la imagen de quien una vez había sido Lincoln Loud, marcando el compás de una danza torpe y espeluznante. La sangre empezó a salpicar el empapelado y sus dientes volaron por el aire como teclas de piano rotas.
Cuando la figura volvió a erguirse, lo ultimo que vio Lily fue el rostro de su hermano convirtiéndose simultáneamente en los rostros de todos los espectros del Overlook.
–Ahora –rió maliciosamente aquello, mostrando sus dientes destrozados en una amenazadora mueca voraz–, ¿en que estábamos?
El mazo se elevó una ultima vez; pero, antes de que descendiera, Lucy se lanzó a retenerlo por la parte de arriba del mango, de modo que peliblanco y pelinegra quedaron uno frente al otro, luchando por ver cuál de los dos se quedaba con el arma.
Y fue ahí, cuando un ruido seco, parecido a un suspiro rasposo, llenó los oídos de Lily. De repente lo supo y una expresión triunfal se dibujó en su cara.
–Se que se te ha olvidado –se le adelantó Lucy–, hasta Demonet lo ha olvidado.
–¿Qué? –inquirió aquello–. ¿Qué puede saber una despreciable niña rara como tú?
–Que mi hermano no ha purgado la presión de la caldera.
–No...
–Si –afirmó Lucy. Ahí, sintió que las manos de lo que tenía por delante se aflojaban–. Lincoln ha bajado al sótano, pero se ha olvidado de purgar la caldera y va a explotar en cualquier momento. Y en cuanto lo haga, ¡kaboom!, se acabó.
–¡NO!...
Los rasgos destrozados y grotescos de la cosa frente a ella dieron paso a una expresión de terror, de incipiente comprensión. El mazo rebotó de las manos contraídas, rebotando inofensivamente contra Lucy, quedando en su posesión.
–¡Oh no!... ¡NO!...
Aquello pasó corriendo por en medio de Rita y Lily, y se alejó torpemente. Durante unos segundos, incierta y vacilante, su sombra se reflejó en la pared. Después desapareció, dejando tras de si un cortejo de gritos, como ajados gallardetes de una fiesta. Casi de inmediato, el ascensor se puso en marcha.
***
Pasó un minuto, dos o tres. Luego lo oyeron gritar, no con un grito de triunfo o cólera, sino de terror mortal. El ascensor empezó a moverse, en descenso. Dentro iba algo furioso y vociferante.
–Dios mio –exclamó la apaleada castaña, a quien su hermana mayor arrastró hasta el recibidor–. ¿Ese era Lincoln?
Al cabo de un momento se oyeron pasos por las escaleras. Primero bajó Lily y después Rita y Lucy, que ahora tenía en su posesión el mazo con el que Lincoln trató de asesinarlas.
–Lincoln no –suspiró esta ultima–. Él ya no está.
En brazos de Leni, Lynn observó a Lucy y advirtió cuánto había cambiado. Tenía la piel más pálida de lo usual y parte del fleco corrido y alborotado. Sus ojos eran oscuros e insondables. En general daba la impresión de haber perdido peso.
≪Lily... Hay que darnos prisa... Esto está a punto de...≫.
La menor recibió la imagen del Overlook; lenguas de fuego elevándose sobre el tejado, lluvias de ladrillos cayendo sobre la nieve, repiqueteo de alarmas de incendio... Aunque ningún camión de bomberos sería capaz de llegar hasta esos parajes hasta finales de Marzo.
–¡Tenemos que irnos! –avisó a las demás–. ¡La caldera va a explotar!
–¡¿La caldera?! –repitió Leni escandalizada.
–¿Es que no la ha purgado? –preguntó Lynn.
–No, temo que no –respondió Lucy–. Se olvidaron, todos ellos.
–Vamos, niñas, hay que coger los abrigos –dijo Rita–, tenemos que salir de aquí, enseguida.
***
A toda prisa, lo que quedaba de Lincoln Loud atravesó el sótano y se internó en el débil resplandor amarillento, que irradiaba la única luz de la habitación donde ardía el horno.
–Rápido, señor Loud –avisó Sean Gantka.
–Púrgala, Loud –ordenó Sharon Demonet.
–Aun queda tiempo –gruñó el hombre perro.
Sollozando de terror, se abrió paso por entre las otras apariciones que lo rodeaban y aguardaban expectantes que actuara de una vez. A tropezones llegó hasta la caldera que, como un monstruoso órgano de vapor, se estremecía, crujía y dejaba escapar columnas y nubecillas en cien direcciones diferentes.
–¡Hazlo! –exigió el mafioso de la suite presidencial.
–¡De prisa! –chillaron las gemelas al mismo tiempo.
Lincoln apoyó las manos sobre la válvula caliente y dejó que el volante incandescente se le hundiera en las palmas, sin preocuparse por el dolor y el hedor de su propia carne quemándose.
El volante cedió y, con un alarido triunfal, lo hizo girar hasta abrir completamente la válvula. Un rugido gigantesco brotó de las profundidades de la caldera, como el bramido colectivo de una decena de dragones. Mas, antes que el vapor la tornara invisible, la aguja del barómetro empezó a temblar irregularmente.
***
Lily entró presurosa a su recamara a calzarse su abrigo y los guantes. Lo mismo que hicieron Rita y Leni en cada una de sus habitaciones, aparte de tener que ayudar a vestir a Lynn.
–¡Rápido! –las apuró su madre–. Si estamos aquí cuando explote la caldera podrán enterrarnos a todas juntas en una caja de zapatos.
***
≪¡Linky, no lo hagas!≫.
Repentinamente soltó la válvula y retrocedió, acatando las suplicas de su hermanita.
–¿Qué sucede, Loud? –exigió saber Sharon Demonet.
–... Nada...
***
Lucy se abrochó su capa con capucha, en cuanto hubo terminado de ponerse algo abrigado por encima del camisón. De ahí cogió el mazo y fue en busca de las demás. En el pasillo se topó con su madre, que cogió rumbo a la habitación de Lily.
–¡Vamos, vamos, tenemos que irnos!
La más pequeña de sus hijas se quedó inmóvil y cerró los ojos.
–¡Vamos, Lily!
–Déjala.
Con un gesto de su mano, Lucy le indicó a Rita que permitiera mantenerse concentrada a la pequeña.
≪Tú puedes detenerlos, Linky –manifestó internamente–. Depende de ti≫.
***
–Deja de soñar despierto, cabeza de chorlito –bramó el mafioso de la suite presidencial.
–Sube y ocúpate de ellos –ordenó la señora Demonet.
–Si se escapan, traerán más extraños –señaló la vieja Scoots, que yacía tumbada a sus pies, desnuda y mojada de cuerpo entero.
No obstante, Lincoln se negó a seguir obedeciéndoles.
–No... No, no es cierto.
***
≪Depende de nosotros –lo oyeron pronunciar Lily y Lucy por vía telepática–. De nosotros, chicas≫.
–Si... –suspiró la pelinegra, a quien se le escapó una lagrima que asomó por debajo del fleco–. De nosotros.
De igual forma, a sabiendas de que no había otra alternativa, con todo el pesar del mundo, Lily mandó un beso de despedida al hermano que tanto había sacrificado por ella y todas sus hermanas... Hasta el final.
***
Lincoln cerró la mano, haciendo un gesto en el que pretendía agarrar el beso que le mandó su pequeña hermana, para así poder atesorarlo por siempre.
–Si... –sonrió complacido–. A partir de hoy tú serás la mujer del plan... Querrán utilizarlas, chicas, si no pueden hacerlo conmigo. Prepárense.
***
–Lo haremos –asintió Lucy.
–Vamos –avisó Lily seguidamente–, tenemos que irnos ya.
Rita rodeó los hombros de Lynn por el lado izquierdo con el brazo, Leni por el derecho y entre las dos la levantaron y empezaron a arrastrarla hacia la entrada principal, al tiempo que Lily y Lucy se apresuraban a salir por allí mismo.
***
–¡¿Qué estás haciendo?! –inquirió el barman al que Lincoln llamaba Flip, en cuanto el susodicho Lincoln se puso a girar la válvula en la dirección opuesta.
–¡¿Estás loco?! –exclamó escandalizado el niño muerto en vida de la zona infantil.
–Lo estaba –les respondió a los fantasmas de forma altanera–. Pero ya estoy mejor.
–¡No dejen que lo haga! –vociferó Sharon Demonet–. ¡Deténgalo!
Sean Gantka trató de halarlo de las muñecas, pero esto de nada sirvió, ya que sus fantasmales manos traslúcidas atravesaron su cuerpo solido, por lo que tranquilamente pudo seguir apretando la válvula.
–¡Rápido, idiotas! –gritó la mujer de vestir elegante.
Sean si consiguió tocar a Lincoln esta vez, lo agarró de los hombros e intentó forzarlo a hacer que soltara la válvula. Scoots ayudó aferrándose con sus raquíticos y arrugados brazos a su cintura. En breve tenía encima al hombre perro, a las gemelas y todas las demas apariciones quienes se sumaron a ayudar para entre todos obligarlo a purgar la caldera debidamente.
≪¡Linky, no permitas que se hagan más fuertes!≫.
Mas, aun con todos los fantasmas encima, forzándolo a echarse para atrás, Lincoln se esmeró en resistir, lo suficiente para terminar de apretar la válvula.
–¡No, Lily, Lucy, no! –forcejeó–. Vamos, chicas, ustedes pueden...
***
Para cuando las cinco lograron salir por las puertas del hotel, Lily gritó a todo pulmón:
–¡NO ERES REAL, SAL DE MI MENTE!
–¡NO ERES REAL! –la imitó Lucy–. ¡NO EXISTES!
***
En medio del caluroso y sofocante entorno del sótano, Lincoln sintió de pronto que los fantasmas lo dejaban en paz, con lo que tuvo libertad de poner fin a todo de una vez.
Empeñando toda su fuerza en ello, terminó por apretar la válvula y desprenderla de su conexión.
–Lo siento, amigos –rió triunfante–, pero la fiesta ha terminado.
Sus palabras se disiparon en un alarido, que a su vez se perdió, devorado por el estruendo ensordecedor de la caldera haciendo explosión.
***
Fuera, Lily y Lucy se deslizaron por la senda de nieve de la entrada con Rita y Leni siguiéndoles el paso, en tanto ayudaban a desplazarse a Lynn. Así, las cinco aterrizaron blandamente sobre la nieve.
Apenas habían localizado el snowtrack con el que Clyde pudo llegar hasta allí, siendo aquello un indicio de que su muerte no había sido del todo en vano, cuando en esas vieron aproximarse al más grande de los leones de seto vivientes.
–Dios mio... –masculló Rita.
En ese momento se oyó un ruido, que parecía la prolongación de una sola nota grave que lo invadiera todo. Después, atrás de ellas, una ráfaga de aire caliente avanzó en su contra con suavidad.
Sin pensar por un momento en los animales de seto que las acechaban o en su hermana malherida o en cualquier otra cosa, Lucy fue la primera en reincorporarse para contemplar la muerte del Hotel Overlook.
Las ventanas se hicieron añicos. En el salón del ala este, el reloj interrumpió su tic-tac; las ruedecillas, engranajes y la rueda catalina se quedaron inmóviles; el fanal de cristal que lo cubría sobre la chimenea se partió en dos y cayó al suelo. También se produjo un susurro grave que levantó una gran bocanada de polvo. En la habitación 217, la bañera se partió repetidamente dejando escapar un poco de agua verdusca y hedionda. En la suite presidencial, el empapelado estalló en una subita llamarada.
–¡Miren!
Lynn señaló con el mentón al arbusto con forma de conejo, el cual súbitamente empezó a arder en llamas. Desde donde estaba, alcanzó a oír el crujir de las ramas tupidamente entretejidas que formaban el cuerpo al chamuscarse, mientras el animal de seto se lanzaba desesperadamente contra el enrejado de seguridad que separaba la zona infantil de la carretera.
–¡Se están quemando! –exclamó Lily–. ¡Todos se están quemando!
Al conejo siguieron los otros animales, empezando con el perro, luego uno de los leones, después la vaca y otro león, el unicornio y finalmente el león que acechaba cerca del vehículo para la nieve.
–¡Vamos! ¡Corran, niñas, corran!
Primero, Rita y Leni ayudaron a subir a Lynn al snowtrack y después hicieron subir a Lily.
Antes de seguirlas, Lucy reparó en algo de lo que nadie más había sido consciente hasta ese punto del trayecto. Resulta que, en su mano, aun sujetaba el mazo de roque. ¿Por qué rayos lo había vuelto a coger antes de salir?
–¿Lucy?
Oyó la voz débil y asustada de Leni a sus espaldas y, en ese momento, le pareció francamente desagradable.
–¿Estás bien, Lucy? Hay que darnos prisa.
≪Si, hay que darse prisa, jovencita, que la dirección espera≫.
Su mano libre se cerró sobre el mango del mazo, sintiendo que la sensación era grata. En la vacilante oscuridad, interrumpida soló por el fuego, sus ojos se pusieron en blanco.
Lucy se volvió hacia Leni. Con incertidumbre, sus pies se movieron sobre el manto de nieve, como los pies de un juguete mecánico al que alguien ha dado cuerda.
Repentinamente se detuvo, miró sin comprender el mazo que sujetaba en ambas manos y se preguntó con creciente horror que rayos estuvo pensando hacer.
Durante un momento, fue como si una voz colérica, débilmente jactanciosa, le llenara la cabeza.
≪¡Hazlo, hazlo, estúpida, o seguirán pasando por encima de ti!≫.
–No... ¡NO!...
Con un grito ahogado, Lucy giró sobre si misma y arrojó lejos de sí el mazo de roque, directo a las brazas que asomaban por las ventanas rotas del hotel.
Luego retrocedió dos pasos, contemplando por ultima vez al Overlook, envuelto en llamas, y le pareció ver la sombra oscura de un pulpo gigante y obsceno que perdía la forma entre el humo.
***
Más allá del arco del sótano, rodeado por escombros y montones de papeles viejos que se convirtieron en antorchas silbantes, que el agua hirviente de la caldera no conseguiría sofocar al derramarse sobre ellas, Lincoln Loud arrojó la válvula a un lado, resignándose a esperar que todo acabara de una vez.
Fue entonces que sintió una mano posándose en su hombro.
–¡Fuera, largo de aquí!
Molesto, la apartó de una sacudida y se volvió a encarar a la aparición. Pero cuando se dio la vuelta, en el acto se quedó aturdido y boquiabierto. La razón, era que esperaba toparse con la señora Sharon Demonet, con Sean Gantka, el barman, el hombre perro o con cualquier otro de los fantasmas que infestaban el hotel. Mas no estaba preparado para confrontar a quien se manifestó ante su presencia.
–Papá... –apenas pudo pronunciar con un hilillo de voz–. Eres tú.
Ahí estaba, delante suyo, el buen señor Lynn, tal como lo recordaba, tal como lo mostraban las fotos familiares, en las que siempre lucía el mismo suéter horrible que acostumbraba a ponerse todos los días. Lo tenía allí, en persona, en una pieza, como si nada le hubiese pasado, como si jamás se hubiese ido a ningún lado.
Abrumado ante su inesperada aparición, Lincoln retrocedió unos pocos pasos hasta caer contra una pared, al igual que un chiquillo mal portado que se prepara para recibir una dura y bien merecida reprimenda.
–Papá... Yo...
Pero lo que el buen hombre que en vida había sido su padre hizo: fue brindarle la más comprensiva y amorosa de las sonrisas. Cosa ante la cual Lincoln empezó a lagrimear un poco.
–Papá... –gimió.
Seguidamente, el señor Lynn se hincó en una rodilla y abrió sus brazos. Cuando le dirigió la palabra, su voz sonó tierna y cálida.
–Ven aquí, mi querido y precioso hijo.
De pronto, Lincoln ya no era el joven adulto a cargo de su familia, de carácter severo y con una mala leche legendaria. Nuevamente era el inocente niño que había sido una vez, antes de que las circunstancias lo empujaran a cambiar.
–¡PAPÁ!
Hasta ahí fue que ya no pudo aguantarlo más y acabó rompiendo en un llanto devastador, tras lo cual se arrojó a abrazar a aquel hombre, así como Lily se había arrojado a abrazarlo a él.
–Ya, ya, pequeño –lo consoló el señor Lynn, quien lo dejó sollozar en su hombro a gusto. Con una mano acarició suavemente su espalda y con la otra sus blancos cabellos–. Aquí estoy.
–Papá... Lo lamento... –balbuceó Lincoln entre hipidos y gimoteos–. Lo hice todo mal... Perdóname... Soy un idiota... Lo arruiné todo...
–No, claro que no, hijito. Al contrario, lo hiciste bien. Estoy muy orgulloso de ti.
–¿De veras?
–Claro que si. Tranquilo, no llores, no llores, te prometo que todo saldrá bien.
–Te amo, papá.
–Y yo a ti, hijo.
***
Leni llamó a su hermana para que subiera al snowtrack.
–¡Lucy, vamos!
Al subir las dos, Leni ocupó el asiento del copiloto y Lucy se sentó a la derecha de Lily, que se hallaba sentada a la derecha de la malherida Lynn Jr., a quien cubrieron con una manta.
En lo que sus hermanas cerraban las puertas y su madre ponía el vehículo en marcha, Lily se dio la vuelta y miró a través de la ventana de atrás. Con un minúsculo dejo de esperanza, aguardó contemplando al hotel mientras este ardía hasta los cimientos.
–Vamos, Linky... Aun hay tiempo... Sal de ahí... Corre...
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