Preliminares
Capítulo 1: Preliminares
Redrum. Esa era la palabra que Lily había visto en el espejo. Y aunque le costaba trabajo leer, entendió que aquel era un mensaje de horror.
Lily tenía sólo once años, y a esa edad pocos son los niños que saben diferenciar la realidad de la fantasía; además de que padecía una dislexia que no le permitía leer con claridad las palabras que se invierten en los espejos. Por eso es que recibía educación en casa.
Pero Lily tenía pruebas de que sus fantasías relacionadas con el resplandor del espejo acabarían cumpliéndose.
Redrum... Murder... Asesinato en ingles... Pero Lincoln y Lynn necesitaban aquel trabajo en el hotel.
Lily sabía que su familia se estaba desmoronando y que alguien ahí se obsesionaba con algo muy malo. Tan malo como la muerte y el suicidio.
Si, sus hermanos necesitaban aceptar la propuesta de cuidar de aquel hotel de lujo de más de cien habitaciones, en donde estarían aislados por la nieve durante seis meses hasta el deshielo. Iban a estar solos...
O eso era lo que pensaban, en aquel momento que la van iba circulando por la carretera de un paisaje inhóspito y baldío, camino hacia un lugar en medio de un desierto paradisiaco. Un sitio que al llegar verían sería hermoso y bello, pero inquietante.
–Ya estamos llegando –anunció de pronto el joven adulto de cabello blanco que iba tras el volante; ósea Lincoln, el hermano mayor de Lily y su única figura paterna que conocía desde que tenía uso de razón.
Pues, según tenía entendido, su padre falleció cuando ella todavía era muy pequeña, de entre uno y dos años de edad.
No sabía como es que había sucedido exactamente, pero si que había sido de forma trágica y que ese vino a ser uno de los peores días en la vida de los Loud. Nadie nunca sacaba el tema a colación, pero si pensaban en ello constantemente.
Habían llorado desconsoladamente la repentina perdida y fue a partir de entonces que muchas cosas cambiaron en la casa Loud. Los diez hermanos mayores de Lily tuvieron que trabajar arduamente por salir adelante; pero principalmente Lincoln, el único varón, quien tuvo que asumir el papel del hombre de la casa a muy temprana edad, pasando de ser un niño que gastaba sus momentos de ocio leyendo cómics en ropa interior a ser un muchacho hecho y derecho que tomaba cada empleo de medio tiempo que hubiera disponible para ayudar a mantener a su numerosa familia.
Como tal había tenido que barrer pisos, romperse la espalda, soportar humillaciones, lograr el doble de todos los que lo rodeaban y sin que significara nada ya que lo seguían viendo menos. Se había perdido de muchas cosas buenas como salidas con amigos, fiestas de preparatoria, tener una novia o ingresar a una buena universidad para de ahí especializarse en una carrera.
Para el, el único propósito de su vida era trabajar de sol a sol, cuidar de sus hermanas y su madre y hasta asegurarse que los sueños de estas mismas se cumplieran a como de lugar; y hasta la fecha lo había conseguido en buena parte sacrificando mucho y sin esperar nada a cambio. Porque no se podía esperar menos de alguien como Lincoln.
De niño solía actuar de forma egoísta en algunas ocasiones, eso era cierto, pero no por esto dejaba de ser una persona de buen corazón que buscaba el bienestar de sus semejantes. Alguien que amaba profundamente a su ruidosa familia pese a que más de una vez había tenido que soportar sus alocadas ocurrencias.
Y por esto es que Lily quería a Lincoln como el padre que perdió, porque también había cuidado de ella desde muy pequeña y amado como a una hija propia... Y era por esto mismo que no acababa de entender porque no parecía llevarse tan bien con la mayoría de sus otras hermanas, aun después de todo lo que había echo por ellas.
Tal era el caso de Lynn Jr. que iba recostada en el asiento de atrás suyo, con una expresión de total apatía.
A decir verdad, todos ahí entendían el porque de su descontento, si era una de las pocas Loud que no había conseguido triunfar en aquello que tanto la apasionaba; en su caso, el deporte. No después de aquel incidente en la pista de atletismo que la hizo perder la oportunidad de su vida.
Ahora, mientras que la mayoría del resto de sus hermanas se encontraban lejos, teniendo vidas de mujeres exitosas, a ella le tocó resignarse a acompañar a asistir a su hermano en su trabajo como cuidador del hotel Overlook.
Y daba la impresión de que lo culpaba, e incluso lo despreciaba por ello. No lo decía ni lo expresaba abiertamente. De hecho parecía todo lo contrario; pero Lily sabía que muy en el fondo eso era lo que pensaba.
–Gracias a Dios –suspiró seguidamente Rita, que iba al lado de Lincoln en el asiento del copiloto.
También era evidente para Lily lo mucho que había sufrido su madre desde que enviudó, teniendo que trabajar turnos dobles y triples en la clínica dental para alimentar a su masiva progenie, y regresando tarde a casa agotada y estresada. Era muy evidente, aun si Rita lograba ocultar toda esta frustración suya tras la sonrisa típica de una madre amorosa.
La mujer esperaba que todo mejorara ahora que casi todas sus hijas se habían independizado y podía gozar de algo de tiempo libre para ella. Quizá la tranquilidad de las silenciosas montañas le vendría bien para vencer su bloqueo con la escritura y concluir por fin con la novela que desde hacía tanto deseaba publicar.
Aquella había sido idea de Lincoln, cuya única intensión era cuidar de ella como el buen hijo que pretendía ser.
Así esperaba Lily que sucediera y que las cosas que pasaban por su cabeza no fueran más que un montón de especulaciones tontas.
De repente, a su derecha, Lucy dejó de mirar por la ventanilla y se giró a mirarla a ella; o al menos eso parecía que era lo que hacía por debajo del fleco que cubría sus ojos.
El año próximo ella se iría a la universidad y eso hacía sentir algo aliviada a Lily puesto que, de todas sus hermanas, Lucy era la que más la inquietaba con su sola presencia.
Su estilo de vestir gótico punk, su sigilo al andar, su expresión neutralmente sombría, todo de ella la ponía incómoda. La quería porque era su hermana, pero no podía evitar sentir cierto resquemor con esa aura tan espeluznante que desprendía.
Nunca hablaba, no había vuelto a pronunciar palabra alguna tras el fallecimiento del señor Loud, y era imposible adivinar cuales eran los misteriosos pensamientos que pasaban por la cabeza de ella. Su ser era un enigma difícil de descifrar.
–¿Te sientes bien? –le preguntó entonces Leni, la segunda mayor de sus hermanas que iba a su izquierda.
Al mirarla a la cara, Lily detectó mucho más allá de su expresión serena, total desesperación y angustia.
Leni siempre había actuado como una segunda madre para todos los hermanos Loud, incluyendo Lori que era mayor a ella. Desde que era adolescente trabajaba en la tienda departamental, y no se había tomado un solo día de descanso desde que fue necesaria su contribución para ayudar con los gastos de la casa. En poco tiempo consiguió el puesto de gerente, como habría de esperarse de una magnifica empleada como ella. Pero cuando supo que Lincoln y Lynn irían a pasar el invierno en aquel hotel, y que el resto de su familia que vivían con ellos en la casa Loud los acompañaría, fue que decidió tomar sus días libres y vacaciones acumuladas para poder ir con ellos también.
Así de cariñosa era Leni. Lo que tenía de ingenua, lo tenía de buen corazón.
–¿No preferirías cambiarte a la ventanilla? –insistió en preguntar a Lily–. Como que estás un poco pálida.
–Si quieres, podemos detenernos de nuevo –añadió Lincoln reduciendo de a poco la velocidad.
Tenían razón en preocuparse, dado que varios kilómetros atrás se habían llevado un buen susto cuando creyeron advertir que Lily había sufrido un súbito desmayo. Si Lisa hubiese estado con ellos, lo habría atribuido a una subida de presión que se produce a la altitud de las montañas.
Incluso tuvieron que pararse a hacer que se bajara a vomitar en un costado de la carretera y Rita tuvo que darle una pastilla para el mareo; pero la niña tenía muy en claro que lo de la subida de presión estaba muy alejado de la verdad. Tanto como que nadie le creería lo que realmente le sucedió en ese corto lapso de tiempo, en el que si estuvo consciente, pero totalmente ausente de si misma.
Todo se había esfumado de repente ante sus ojos y Lily reapareció en otro lugar, que le resultaba extrañamente conocido aunque nunca había estado ahí antes.
Se trataba de un pasillo interminable, por el que corría topándose con muebles tumbados a su paso.
Ahí oía ruidos huecos y resonantes, constantes, rítmicos y horribles, como de cristales rompiéndose.
Oía a la destrucción acercándose y a una voz ronca, la voz de alguien enloquecido, aún más terrible por sonarle familiar:
≪¡Ven aquí, niña malcriada, es hora de tomar tú medicina!≫.
En la oscuridad, los ruidos retumbantes se hacían más intensos, seguían creciendo por todas partes, inundando todo. Luego, una silueta doblaba por el pasillo y empezaba a acercársele, tambaleante, apestando con un olor agridulce a sangre y destrucción.
La forma, que unas veces le triplicaba la altura y otras la rebasaba por unos pocos centímetros, hacía girar un mazo de un lado a otro, describiendo arcos implacables, asestándolo contra las paredes, destrozando el empapelado y haciendo volar nubes fantasmales de yeso y asbesto.
Lily percibía el crujido de la madera partirse. Después un rugido de satisfacción y rabia: redrum.
≪¡No! –había gritado en mente–. ¡Warren, por favor, Warren, por favor quiero volver, por favor, por favor...!≫.
Y cuando volvió, estaba arrodillada en el borde de la carretera saboreando su propio vomito, rodeada por su madre y los cuatro de sus diez hermanos que iban con ella en la van.
Seguía viendo, además, esa mano que colgaba inerte sobre el borde de una bañera, y aquella palabra inexplicable que era mucho más horrible que ninguna otra: redrum.
–Estoy bien, gracias –contestó, y Lucy volvió a dirigir su vista a la ventanilla–. Sólo algo cansada. Lo siento, no quise asustarlos.
–Te llevaremos al hotel y te daré un vaso de agua –ofreció su madre–. ¿De acuerdo?
Lily la miró con una sonrisita, algo desconcertada.
–Si, está bien.
–¿Y? –se dirigió su hermano a ella con su característico tono de voz optimista–. ¿Estás contenta porque vayamos a vivir a ese hotel todo el invierno?
–Supongo que si –contestó la niña encogiéndose de hombros–. Si es lo que quieres, yo estoy de acuerdo.
–¿Y que hay de Warren? –preguntó Lincoln además. Al oírlo decir esto, Lucy, no volvió a mirar a Lily para mantener discreción, pero si paró oreja a ver que era lo que contestaba–. Debe estar ansioso por llegar, ¿no?
En respuesta a su pregunta, Lily cerró el puño y sacudió repetidamente su dedo indice, limitándose a la vez a contestar con una voz falsa:
–No, yo no, joven Lincoln.
–Oh, por favor, Warren –replicó el otro siguiéndole el juego a su hermanita–. No debes ser así.
–No quiero ir allá –insistió esta, sacudiendo aun su dedo al que pretendía hacer hablar con la voz falsa.
–¿Y por qué no quieres ir con nosotros? –rió el peliblanco mirando por el retrovisor a la pequeña.
–Porque no –hizo Lily responder de modo tajante, al que todos creían era su amigo imaginario.
–Bueno, espera a que lleguemos. Estoy seguro de que a todos nos gustará mucho.
***
Poco después, desde la van que iba ascendiendo con mayor seguridad por la pendiente, ahora que el camino se había vuelto más suave, Lily miró hacia afuera por entre las cabezas de su hermano y su madre, mientras el camino iba desovillándose, permitiendo echar cada vez un mejor vistazo del imponente hotel Overlook, con su imponente serie de ventanas que miraban hacia el oeste y reflejaban en ese momento la luz del sol.
El hotel era muy grande, de tres plantas y de color blanco con tejas verdes.
Una vez aparcaron en la cochera principal, bajaron todos los que habían ido al viaje: Lincoln, Rita, Lucy, Lily, Leni y por ultimo Lynn.
Pero en breve, la más menor se quedó atrás regresando a ver a los asientos vacíos del vehículo, al tiempo que la castaña se ocupaba de volver a cerrar la puerta corrediza y los demás se encaminaban con su equipaje de mano hacia la entrada.
Si bien en ese momento consiguió mantenerse fríamente calmada, pasaba que nadie se percató de sus ojos desorbitados los cuales no dejaban de observar al interior de la van, además de que el corazón se le aceleró.
Y aunque hasta donde todos sabían, Warren era el conejito que vivía en su boca y se comunicaba a través de su dedo, Lily vio que aun seguía en la van mostrándole por fin aquello que tanto insistía en querer mostrarle.
Ahí, junto al asiento en el que vino todo el camino, había un mazo de mango corto, manchado de sangre y pelos blancos como los de Lincoln, rubios como los de ella, su madre o Leni, negros como los de Lucy y castaños como los de Lynn.
–Lily –oyó que la llamaba Lincoln–, date prisa.
Parpadeó y miró de nuevo a la van. Para cuando la puerta terminó de cerrarse, reparó que allí adentro no había nada.
Mas al retomar el rumbo hacia las puertas del hotel, cuanto más se trataba de convencer de que todo lo que rondaba por su cabeza no eran más que puras fantasías que no tenían porque volverse realidad, más se convencía por el contrarío de que ese lugar a donde estaba por adentrarse era el lugar oscuro y retumbante en el que una imagen borrosa y aborreciblemente familiar la buscaba a lo largo de oscuros corredores.
Era ese el lugar del que le había prevenido Warren semanas atrás. Era allí, estaba allí afuera de lo que fuese redrum... y en donde había visto que alguien de su familia trataba de hacerle daño.
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