Lincoln en el País de los Sueños

Capítulo 6: Lincoln en el País de los sueños

Tiempo después, los parques que rodeaban al Overlook aparecían cubiertos por una capa de sesenta centímetros de nieve blanca, crujiente y uniforme. Algunas acumulaciones tenían más de un metro de profundidad. El viento las cambiaba continuamente, imprimiéndoles formas sinuosas, caprichosas, como si fueran dunas.

En un par de ocasiones, Lincoln y Lynn se habían calzado las raquetas de nieve e ido trabajosamente hasta el cobertizo en busca de la pala para despejar la terraza; mas, la tercera vez, Lincoln se encogió de hombros y sugirió mejor limitarse a abrir una senda en el imponente montón de nieve acumulada contra la puerta, de modo que tanto Lily como Lynn podrían gozar deslizándose por las pendientes que quedaban a ambos lados.

Eso en los días que nevaba en rachas que apenas espolvoreaban la costra reluciente de nieve ya helada. Porque otras veces nevaba con tal intensidad que el grave susurro del viento se elevaba hasta convertirse en un alarido que hacía que el hotel se estremeciera de un modo alarmante, aun en medio de un profundo lecho de nieve.

Ese día el cielo amaneció cubierto y para medio día ya había empezado a escupir nieve. El meteorólogo en la radio anunciaba una precipitación de veinte o treinta centímetros más y entonaba hosannas al gran dios de los esquiadores en Colorado. Sentada en su dormitorio, mientras tejía una bufanda, Leni pensaba en lo que podían hacer los esquiadores con toda esa nieve...

En el estudio, Rita seguía inmersa en el mundo de su obra, mientras que en el vestíbulo Lynn tan sólo miraba por la ventana, a la espera de que el cielo se despejara un poco y la nevada cesara para poder salir a deslizarse por las pendientes de la senda. Y hablando de Lily, nadie la vio asomar por ningún lado, lo mismo que sucedió con Lucy, aunque en ella eso no era de extrañarse.

Debían estar ahí hasta la primavera. Tenían la camioneta, una moto de nieve, la radio y los teléfonos para comunicarse. Pero ahora que había comenzado el invierno fuerte quedarían aislados.

Lincoln estaba en la segunda planta. Previamente había bajado al sótano a regular la caldera –algo que se había convertido en un ritual desde que la nieve los aisló– y después subió al despacho de Tetherby en busca de un poco de paz y tranquilidad, puesto que le había empezado a doler la cabeza otra vez.

Allí se tomó dos exedrinas y se quedó dormido después de haber estado cabeceando un rato en la elegante silla situada atrás del escritorio. Pero sus sueños parecían demasiado vividos como para ser eso. Había notado como sus ojos se le empezaban a cerrar mientras se hundía en el asiento. Sus párpados le ardían y le pesaban.

Mentalmente ya no miraba la elegante decoración en el despacho de Tetherby. Ahora todo eso había pasado a la casa Loud, en épocas recientes, cuando poco a poco fue retomando su amistad con Clyde McBride y recobrando el cariño de las hermanas que le quedaban.

A los diecinueve: Chandler McCann le había ayudado a conseguir el cupo en aquel internado de prestigio para Lana y Lola, gracias a sus múltiples influencias. Las dos gemelas replicaron y armaron pataleta esa vez. Lana porque obviamente aborrecía la idea de ir a estudiar en una escuela repleta de esnobs pretenciosos en donde a fuerza la obligarían a cambiar su modo de ser por uno más refinado. Lola, en cambio, porque, lejos de ver esa como la oportunidad de su vida que la ayudaría a impulsarse en su carrera como concursante de certámenes de belleza, interpretó aquello como una jugarreta sucia por parte de su hermano para deshacerse de ellas dos. Aun así, las dos adolescentes no pudieron evitar irse allí a estudiar sus últimos años de preparatoria, lejos de la casa Loud.

≪Es por su propio bien≫, se repetía Lincoln cada vez que pensaba en las absurdas acusaciones de Lola.

De todos modos no le sorprendía que lo atacaran así. Su relación con las gemelas había quedado muy fracturada desde el incidente en que le había roto el brazo a Lana y pretendido estrangular a Lola al mismo tiempo. Posteriormente la cosa quedó sin arreglo alguno desde que se deshizo de las mascotas liberándolas en el bosque o enviándolas a vivir en la granja de Liam.

Pero lo hacía por su propio bien. Podían odiarlo todo lo que quisieran, pero todo lo que hacía era por su propio bien. Para eso era que trabajaba tan arduamente, para darles una mejor vida a sus malagradecidas hermanas ahora que él era el hombre de la casa. Así se lo había dejado en claro a su madre tras cumplir los dieciocho; época a partir de la cual prefirió seguir trabajando como hacía hasta el momento en lugar de ir a la universidad como si hicieron Clyde y Chandler.

≪Lincoln, no puedes dejar tus estudios así nada más. Tienes que ir a la universidad para ser alguien en la vida≫.

≪¿Por qué? ¿Para conseguir un empleo algún día? Ya tengo como tres≫.

≪Lincoln Loud, no te doy permiso de hacer esto≫.

≪Recuerdo que alguien aquí dijo una vez que el que trae el pan a la casa hace las reglas. Bueno, yo traigo el pan, y como hombre de la casa es mi deber seguir haciéndolo≫.

Siendo prácticos, alguien tenía que seguir ayudando a pagar las cuentas de la casa Loud conforme las demás hijas se iban independizando. Por lo que a Rita no le quedó de otra más que dejar que Lincoln siguiese trabajando en cada cosa que encontrara disponible, porque esa era su función: ayudar a salir adelante a sus talentosas hermanas por mucho que estas no supieran apreciar sus sacrificios. Así había sido siempre.

Recordó en sueños cierta ocasión, situada en la época en que cursaba su ultimo año de preparatoria, a la par que aun trabajaba como el asistente personal de Chandler McCann. Tendría apenas dieciocho o diecisiete años. La verdad no se acordaba...

***

Lo que si se acordaba era que Lori y Bobby estuvieron de visita esa noche, que iba a ser una ocasión muy importante, aunque él no pudo estar presente ya que había llegado tan, pero tan cansado, que simplemente se había retirado a sus aposentos sin decir nada y echado a dormir.

O bueno, no estuvo presente hasta momento dado de la velada en el que, con la madre y hermanas de su novia como testigos, Bobby se hincó en una rodilla ante Lori y procedió a entregarle la sortija que simbolizaba su compromiso.

–Lori, bebé, amor mío –empezó con su declaración ante las caras de dicha e ilusión de su pareja y el resto de su familia–, ¿me harías el hombre más...?

–¿Quieren callarse la boca? –reclamó en ese instante Lincoln, quien acabó de bajar las escaleras e ingresó a la sala, a interrumpir y echar a perder la propuesta de matrimonio–. Uno de nosotros trabaja en la mañana.

–¿Lincoln?... –su madre entonces se acercó a checar su aliento y, en efecto, verificó aquello de lo que tanto sospechaba–. ¿Estuviste bebiendo?

–Si... –balbuceó con voz briaga–. ¿Te hiciste más vieja?... Ustedes dos.

Señaló a Lori y Bobby que se sobresaltaron. Más aun cuando el embriagado peliblanco posó su vista en ellos.

–Quiero que hagan el amor en frente de mi y luego voy a lanzar cuarenta dólares sobre sus cuerpos sudorosos.

Lori lo observó con una mirada desorbitada a causa de la indignación. Lo mismo que su madre y Lucy que atestiguaba todo desde un rincón apartado, aunque no se le notaba a causa del fleco que cubría sus ojos, como casi tampoco se le notó la lagrima que se deslizó por su mejilla. A su vez, Leni acertó en cubrirle los oídos a la pequeña Lily.

–Mejor sal de aquí –dijo Lynn quien se aproximó a guiarlo a su habitación, a la fuerza de ser necesario.

–¿Por qué me odian tanto? –replicó entre lagrimas su hermano, quien con toda facilidad se safó de su agarre y se acercó asentarse en el sofá en medio de Lori y Bobby.

–¿Qué? Nadie te odia, cariño –acertó en aclarar su madre.

–¡Hay! –se aquejó sin hacer caso a sus palabras, apretando ambas manos contra su vientre–. ¡Regresó el dolor en el estomago! ¡HAY! Ouh... Que dolor...

Los demás ahora lo miraban inexpresivos sin saber como reaccionar.

–¿Qué?... ¡¿Qué?! –inquirió seguidamente en tono desafiante, conforme sus ojos empezaban a desbordar lagrimas de pura frustración–. ¿Qué están mirando? Puedo contra todos aquí. No crean que no puedo contra todos aquí... No saben lo que sufro todos los días... Oye, niña.

Aquella vez la chiquilla se estremeció. Si, Lily quería mucho a su hermano y nunca lo dejaría de querer pese a su carácter tan hosco; pero esa era una de aquellas ocasiones en las que también se sentía algo intimidada con su sola presencia.

–¿Si? –atendió obedientemente a su llamado.

–Ven acá, preciosa –le sonrió Lincoln haciéndole una tierna caricia en su cabeza–. Eres una nena preciosa.

–Si señor.

–Haz eso tan gracioso.

–¿Qué cosa?

–Eso que siempre haces tú.

–¿Qué? –insistió en preguntar.

Lincoln frunció el entrecejo.

–A la cama –ordenó gruñendo entre dientes.

***

Recordó haberse despertado al otro día, en medio de la sala, pues había pasado la noche tumbado bocarriba sobre la alfombra.

–Ven acá –ordenó su madre que fue el primer rostro que vio al despertar.

E inmediatamente lo guió al garaje y lo hizo subir en el asiento del copiloto de  Vanzilla.

–No quiero que las chicas oigan esto –dijo la mujer una vez ocupó el asiento del conductor y encendió la radio a todo volumen.

Mas sus esfuerzos fueron inútiles, puesto que Lily pudo percibirlo todo en mente aun estando en la comodidad de su habitación en el segundo piso.

–Lincoln –se dirigió Rita a su único hijo varón en tono severo–, ¿recuerdas cómo te comportaste en la velada de anoche?

–¿Que cómo me comporté?... –repitió sintiendo que su cabeza le daba vueltas–. ¡Hay, rayos!... Lo siento mucho, mami.

–Está bien, cariño –asintió Rita que mantuvo su cara de seriedad–. Soy tu madre y nada de lo que hagas me hará dejar de quererte. Pero anoche no sólo fue algo feo lo que hiciste. Montaste un tremendo espectáculo en la pedida de mano de tu hermana mayor. Te pasaste de limite. Ahora, quiero que vayas allá adentro a explicarle a Lily porque la marcaste para siempre.

–¿Yo la marqué?... Oh, quieres decir por dentro...

***

–Sobre lo de anoche –explicó a la más pequeña de sus hermanas poco después en su habitación–, tal vez notaste que estaba actuando algo raro y no entendiste nada porque...

–Lo entiendo, Linky –dijo la niña tratando de mostrarse lo más comprensiva con él–, estabas borracho.

–Lo admito –confesó–. No supe cuando dejar de beber. Me apena mucho y espero no haber perdido mucho de tu respeto.

–Linky, tranquilo –le sonrió su pequeña hermana, además de brindarle un afectuoso abrazo–. Tengo tanto respeto por ti como lo he tenido siempre y siempre lo tendré.

***

De lo que si estaba seguro era que si había perdido el respeto de Lori; ¿y cómo no culparla, después de haber echado a perder su pedida de mano de la peor forma? Por esto es que procuró ser más discreto a la hora de beber. Ya tenía demasiados episodios amargos con su familia en su historial como para seguir acumulando más.

En momentos como ese se preguntaba como le estaría yendo a la mayor de todas sus hermanas, así como también cuántos hijos estaría criando actualmente con su osito bubu. La verdad no recordaba si ya tenía tres o cuatro, ni le importaba, pero si tenía la certeza que tenían planeado criar hasta once. Menuda estupidez.

Nunca más volvió a dejarse ver por su familia en estado de ebriedad, con tal de dar buen ejemplo como prometió a su madre, en especial a Lily; pero no por esto dejó de beber. De echo en ese instante le hacía falta un buen trago. Porque los analgésicos no habían servido para aplacar los dolores de cabeza que venían acompañados con los tormentosos recuerdos de cada cosa que tuvo que afrontar desde que se convirtió en el hombre de la casa Loud.

A los quince: había discutido furiosamente con Lynn Jr. por su fracaso en la pista de atletismo. Aquella victoria habría significado una beca universitaria para Lynn que le hubiese servido para impulsarse en su carrera deportiva. De haber ganado, actualmente no estaría ahí, estorbando con su sola presencia más que asistiéndolo debidamente como guarda del hotel. Pero no se dio el caso.

Y encima la muy descarada llegó a echarle la culpa, quizá a modo de desahogo, acusándolo de haber echado a perder sus zapatillas de la suerte. Pero si lo único que hizo fue lavarlas para el evento. ¿Cómo rayos iba a saber que la suciedad acumulada le daba suerte?

De todos modos la discusión quedó sólo en eso, en una discusión muy tonta. Lynn pareció olvidarse del asunto una vez se le bajó la frustración al otro día; pero Lincoln si se quedó con una mala impresión de su hermana que seguía siendo tan inmadura y supersticiosa, aun siendo prácticamente una adulta.

Tú no te mereces nada, estúpida –balbuceó en sueños, mientras rememoraba el incidente de la pista de atletismo, esbozando inconscientemente una risa burlona.

Y es que, aunque casi todos los demás miembros de su familia lo ignoraban, a una parte de él le había causado gracia, no sólo que Lynn hubiese perdido la carrera, sino el humillante desempeño que tuvo durante esta misma. Por una vez fue satisfactorio ver que era ella la que se tropezaba y se lastimaba. Ojalá también se le hubiesen desgarrado los pantaloncillos frente a una multitud de gente que estallaba en carcajadas. La humillación había sido tanta que la carrera deportiva de Lynn se había desplomado lo suficiente como para prácticamente tener que empezar de cero. Eso decía ella.

No tenía porque haber sucedido, ni tenia idea de porque llegó a suceder, pero de que sucedió sucedió. Pero a Lincoln le gustaba pensar que era la dulce justicia del karma y que le estaba bien empleado a una bravucona tan insoportable y mala perdedora como lo era Lynn, quien desde niños le había hecho pasar muchos malos ratos. Claro que nunca dejó que nadie supiese lo mucho que en realidad le alegró que la hermana que menos soportaba sufriese tal fracaso. Ese era un gusto culpóso que se guardaba para él solo.

–Mala suerte, perdedora –rió entre ronquidos.

Y de ahí pasó a seguir gimiendo a causa de sus incesantes dolores de cabeza y a seguir viendo como su vida pasaba ante sus ojos como si se estuviese muriendo; pero en retroceso.

A los catorce: también discutió hasta el cansancio con otra de sus hermanas. Esa vez fue con Luna, quien acababa de cumplir la mayoría de edad y de un día para otro decidió abandonar la casa Loud con intención de ir a perseguir su sueño de convertirse en una famosa estrella de rock.

Y lo había logrado, pero a que costo.

≪¡¿Cómo que estoy despedido?! Sabes que yo soy el representante de Las cabras lunares≫.

≪No quise decir eso, hermano. Lo que pasa es que...≫.

≪¡Ni siquiera tendrías publico de no ser por mi!≫.

≪Lo sé y te lo agradesco; pero esto es algo mucho más grande. Katie Crest aceptó representarnos en nuestra primera gira. No podemos dejar pasar esta oportunidad. Tú entiendes, ¿verdad?≫.

≪¿Sabes qué? Haz lo que se te de la gana. Lárgate, vete de gira con tus amigos y tu nueva representante, ya que mi trabajo no ha sido suficiente para ti. Anda, abandónanos y olvídate de la familia≫.

≪Hermano, no es eso lo que...≫.

≪Pero en lo que a mi respecta, en cuanto cruces esa puerta, no quiero verte por aquí otra vez≫.

–Después de todo lo que hago por ustedes y así me lo agradecen... –murmuró, aun dormitando en la silla de Tetherby.

Siguió repasando los demás acontecimientos que había tenido que vivir al formar parte de una gran familia, pasando de las ultimas a las primeras paginas.

A los trece: se llevó uno de los mayores disgustos de su vida cuando Luan heredó legalmente el restaurante de su padre tras cumplir la mayoría de edad.

Resulta que hacía tiempo, cuando aun cursaba la preparatoria, su hermana comediante había mostrado cierto interés en la cocina al haberse visto forzada a tomar una clase de economía domestica. Consecuentemente, la emoción del señor Lynn de compartir su pasión con una de sus hijas había sido tal que hasta había redactado un testamento de la noche a la mañana, nombrándola heredera del restaurante, pese a que Luan expresó no estar interesada en asumir semejante responsabilidad. El documento, claro, no tuvo tiempo de cambiarlo antes de lo que ya todos sabían sucedió después y, por ende, el negocio siempre si cambió su nombre a: La mesa de Lynn y Luan.

Tal disgusto también lo mantuvo en secreto de su familia; porque para eso estaba, para asegurarse que a sus hermanas no les faltara nada. No importaba si él era el que se quedaba sin nada, para eso era el hombre de esa casa de locos. Al cabo que ni quería tomar el mando del jodido restaurante, como tampoco le hubiese gustado que este mismo se hubiese pasado a llamar: La Mesa de Lynn e Hijo. De todos modos papá nunca se lo preguntó.

Luego pasó a recordar la vez que Lisa fue de las primeras en abandonar la casa Loud para irse a trabajar al instituto. En ese entonces Lincoln todavía usaba bastón, porque se había visto en la necesidad de andar con bastón de los doce a los trece; pero no dejó que aquel fuese un inconveniente que le impediría ayudar a traer algo de dinero a la casa.

En ese breve pero tedioso periodo de tiempo, el bastón sirvió como un aditamento que usó en sus actos de magia callejeros. Y en cuanto la fisioterapia dio resultados y pudo andar bien, Lincoln no perdió el tiempo en emplearse como caddie en el campo de golf y cualquier otro empleo de medio tiempo que encontrase disponible.

Odiaba recordar la época en la que tuvo que usar bastón. No tanto porque eso lo dejó vulnerable en los últimos años que cursaba la escuela media, no, sino porque aquello resultó ser la horrible secuela del recuerdo que vendría a continuación. El peor de todos, quizá...

***

Difícilmente se incorporó y volvió a sentar en el sofá, con sus manos aun apretadas contra el vientre, y contempló lo desértica que estaba la sala a su alrededor. No tenía noción de cuánto tiempo había pasado, pero calculó entre unos cuarenta minutos a una hora o dos.

Respiró hondo y suave, mirando de reojo entre lagrimas a las mascotas que parecía lo atacarían en su defensa si se le ocurría acercárseles. Encabezando al grupo, Charles le gruñó hostilmente confirmando así sus sospechas.

≪Mereces eso≫, dijo la voz de su conciencia, a la que el remordimiento acompañaría en forma del punzante dolor de su estomago producto del golpe que le asestó Lynn.

Pensó en ir a la cocina en busca de un poco de agua de la llave y descartó la idea de inmediato, por miedo a que por reflejo la regurgitase ni bien pasado el primer trago. También se merecía eso.

Pasaron otros diez minutos (eso creyó) preguntándose como estaría Lana, si ya la habrían atendido en el hospital y que tan grave sería su lesión (si sabía que era muy grave), cuando en eso escuchó a un vehículo aparcando afuera de la casa, seguido en breve por el chasquido de la cerradura de la puerta al abrirse.

–Papá... –saludó Lincoln, con las pocas fuerzas con las que contaba para hacerlo, al que en vida había sido el amoroso patriarca de la casa Loud que en ese momento ingresó por la entrada principal–. Hola...

Se preguntó si su padre ya se habría enterado de todo, y la respuesta a su incógnita la obtuvo tan pronto notó la total decepción en su mirada y la falta de expresión en su rostro. Claro que ya lo sabía y no estaba nada contento con lo acontecido.

–Papá, yo... –jadeó para explicar su versión de los hechos. Cosa que no tenía caso, de igual forma que sus actos no tenían justificación valida.

–Sube al auto –ordenó sin levantarle la voz, haciendo tintinear las llaves (las mismas de la camioneta en que se llevaron a Lana al hospital. Con esto no había duda de que estaba al tanto de todo). Con su otra mano señaló al exterior–. Ahora.

Obediente a su mandato, Lincoln asintió en silencio y obedeció sin protestar. De ahí recordaría el incomodo silencio que se produjo durante el trayecto de un largo paseó en auto sin ningún rumbo fijo. Lincoln iba en el asiento del copiloto, agazapado en parte por el dolor del golpe y en parte por la inmunda vergüenza que cargaba consigo. Su padre iba al volante, callado, inexpresivo y con sus melancólicos ojos puestos en la carretera.

A través de la ventanilla, Lincoln pudo observar que estaban saliendo de los limites de Royal Woods, como si se encaminaran en un viaje en plena tarde rumbo al horrible campamento Rascatraseros al que acostumbraban a ir de vacaciones. El tiempo que habrían estado así habría sido el suficiente para que el dolor del golpe se le pasara, pero el remordimiento le perduraría para toda la vida.

Hasta entonces fue que ya no pudo soportar más la incertidumbre y tuvo que  preguntar:

–Papá... ¿A dónde vamos?...

Seguidamente, el señor Lynn exhaló un suspiro y, con voz apacigua y cansada, se limitó a contestar:

–A ningún lado en particular. Sólo quería platicar a solas contigo sobre lo que pasó ahora con tus hermanas.

Lincoln calló y agachó la cabeza.

–Dime, ¿es cierto lo que dicen? ¿Que le rompiste el brazo a Lana por un tonto videojuego?

–Papá, lo que pasó fue que...

–¿Es cierto o no?

–Si –asintió el chico con voz afligida.

Hubo otro periodo de silencio prolongado, en el que Lincoln se mantuvo a la espera de las reprimendas que sabía le estarían bien empleadas; e incluso se preparó para recibir como mínimo una certera bofetada lo suficientemente tenaz para dejarle una marca en el rostro. Su padre nunca de los jamases había empleado el castigo físico con él y sus hermanas; mas lo acontecido ese día ameritaba hacer una excepción.

Sin embargo no pasó nada de eso. Lo único que hizo su padre fue asentir con la cabeza, sin decir nada, y siguió conduciendo con expresión pensativa. De echo aquello resultó peor para el niño, el que lo tuviera en total incertidumbre. Por lo que en dado momento exigió saber:

–Bueno, supongo que me vas a castigar, ¿no?

Su padre siguió sin responder. Ni siquiera frunció el ceño.

–¿Qué? ¿No vas a gritarme por lo que hice?... –insistió en preguntar–. ¿O... O acaso...? ¿Que vas a hacer?... ¿Me vas a dar con el cinturón?... Porque entiendo si... Pero... Lo que sea que vayas a hacer, dímelo para estar preparado... Para al menos estar preparado... Pero di algo...

–No te voy a golpear –contestó finalmente–. Sabes que tu madre y yo desaprobamos esos métodos totalmente. Tampoco te voy a gritar; pero temo que si me veré en la necesidad de castigarte. Dos meses sin salidas, ni postre, ni internet, ni cómics, ni llamadas con amigos, ni visitas, ni televisión, y también voy a tener que confiscar tu consola y tus juegos por un tiempo para que pienses en lo que hiciste.

–Está bien –accedió Lincoln sin atreverse a replicar–. Lo que tu digas.

–Aun así... –añadió el señor Lynn además–. Hay... Creo que nada de lo que haga o diga será suficiente para expresar lo muy decepcionado que estoy de ti, hijo... Se supone que cuando no estoy tú eres el hombre de la casa y como tal deberías cuidar de tus hermanas, no pelearte con ellas de manera tan salvaje.

Sorprendido, Lincoln enarcó ambas cejas con esa afirmación, tras lo cual se cruzó de brazos y se giró a mirar por la ventanilla.

–En serio –prosiguió su padre, quien frunció ligeramente el ceño y a su vez se enjugó una lagrima–, simplemente no puedo creer que por un tonto videojuego le hayas roto el brazo a tu hermanita; y también supe que le diste un puñetazo en el ojo a Lucy y estuviste ahorcando a Lola. ¿Es eso también cierto?

En cambio el hijo mantuvo la cabeza gacha, sin atreverse a mirarlo a los ojos, como meditando en busca de una respuesta significativa.

–... Si.

–Ya sé que ustedes pelean por cada cosa insignificante –prosiguió el padre–. Que si por el control remoto para ver quien elige el canal; que si por un pedazo de pizza; pero nunca, jamás esperé que esto llegara a un extremo tan espantoso, y menos que viniera de alguien como tú, Lincoln. Creí que te había educado mejor sobre como tratar a las mujeres... Es que... No lo entiendo... Tus hermanas... Tus hermanas me han dicho que últimamente has estado muy irritable... Cielos, si no las conociera, por como me hablaron de ti, hasta pensaría que te tienen miedo... En serio, hijo, te desconozco, tú no eres así, ¿qué se te metió?

De pronto, Lincoln se volvió a mirarlo tras bajar sus brazos y apretar sus puños. Sus ojos se enjuagaron de lagrimas, al tiempo que su diente astillado mordisqueó una porción de su labio inferior.

–... ¿Quieres saber que se me metió?

–Si.

Al final creía haber hallado la respuesta que ambos buscaban.

–¡Estoy enojado! –estalló–. ¡Pero muy enojado! Ya, lo dije...

Recordó que su padre disminuyó la velocidad y regresó a mirarlo con ojos interrogantes y melancólicos.

–Bueno, a ver, dime, ¿por qué estás tan enojado?

–Pues por todo. Es que en esa casa... No, me equivoqué. No es eso...

–¿Entonces?

–Es que hoy en la mañana... No, olvídalo, es algo tonto.

–No, dime –insistió–. Lo que sea que te esté molestando, puedes decírmelo. Para eso soy tu padre.

–... Está bien... –accedió Lincoln, luego de pensarlo un segundo–. Es que... Hoy en la mañana... No, olvídalo.

–Lincoln.

–Bueno, ya... Hoy en la mañana, mientras me terminaba de alistar... Se me ocurrió chequear el muro de Facebook en mi teléfono y...

–Aja...

–Pues ahí vi una imagen promocional de la nueva película de Ace Savvy que está por venir... Está de aquí, mira.

El buen hombre detuvo el auto un momento; y cuando su hijo le dio mostrando la captura en su celular: en la que pudo apreciar la imagen de sus otras diez hijas en sus disfraces de la baraja completa, ahí intuyó haber dado con el meollo del asunto.

–Ya veo –asintió. No necesitaba más explicaciones–. Aun estás molesto porque no pudiste salir en la película esa que querías y tus hermanas si. ¿Es eso?

–¡Si!... –chilló sin querer–. Si, y no sólo estoy molesto, estoy furioso... Esa era la oportunidad de mi vida y ellas me la arrebataron.

–Mmm... Si, bueno, ¿y eso que tiene que ver con que le hayas quebrado el brazo a tu hermana pequeña?

–Nada... –admitió con pesar–. Pero es que...

–¿Es que qué?

–... Mira, sólo olvídalo, ¿si?

–No, estamos conversando. Cuéntame, qué fue lo que te pasó para que hayas arremetido contra tus hermanitas como todo un salvaje.

–Hay, te dije que era algo tonto.

–Bueno, yo quiero saber.

Cachuchas gordas, a eso es a lo que se le llamaba ser un buen padre, recordaría Lincoln con mayor pesar a partir de ese día.

–Bueno... –se animó a contarle–. Lo qué pasó es que hoy en la mañana quería terminar mi juego tranquilo, para olvidarme de lo mal que me fue en esa convención. Pero cuando vi que Lana había echado a perder todo mi progreso, yo... No sé... Fue como si algo en mi...

–Explotaste –adivinó.

–Si, basicamente.

–Correcto... Ya, pero esa no es excusa para que te hayas desahogado con Lana de ese modo.

–Lo sé –afirmó aun avergonzado–, y lo siento mucho.

–Está bien, disculpa aceptada. Ahora, espero que esto nunca se vuelva a repetir, ¿de acuerdo?

Otro periodo de silencio breve más tarde, su padre puso el vehículo en marcha otra vez.

–A ver –habló un poco más tranquilo–, dime una cosa, hijo, ¿iban a pagarte algo por salir en esa película?

–... No... –respondió.

–E ibas a tener trabajo extra.

–Si... Creo.

–¿Y acaso ibas a tener un papel estelar o un dialogo importante?

Para toda la vida, Lincoln Loud recordaría lo irónicas que vinieron a ser las preguntas hechas por su padre. De hecho los jueces de la convención si les dieron un papel menor en la película a él y a Clyde: como los secuaces encargados de limpiar la caja de arena del gatito, el mayor villano del universo de Ace Savvy. Más irónico, de hecho, era que ambos habían tenido mayor participación en la película que sus diez hermanas juntas.

A ellas lo que les tocó hacer fue salir como personajes de fondo en una escena que tenía lugar en un homenaje dedicado al super héroe protagonista quien daría una conferencia de prensa a sus más fieles seguidores, entre los cuales se encontraban reporteros, fanáticas enamoradas y también a varios nerds disfrazados como el propio Ace Savvy o como su fiel compañero Jack un Ojo o como cualquier otro de sus aliados en su lucha contra el crimen.

La idea de los productores, con la breve aparición de las chicas en dicha escena como fanáticas disfrazadas, era crear especulación entre los fans sobre la posible aparición de sus personajes de la baraja completa en futuras entregas del universo cinematográfico que el estudio estaba buscando crear a largo plazo, ya fuera como un equipo super heroico o en películas individuales para cada una. Cosa que a los jueces de la convención se les ocurrió hacer a ultimo momento. Eso fue todo lo que les tocó hacer a ellas, una sola toma, sin diálogos, y nada más.

Su participación había sido tan breve, que su única toma se filmó el mismo día que las nombraron las reinas de la estafa, en el mismo centro de convenciones en tan sólo quince minutos. Ese era el tan ansiado premio por el que los fans de Ace Savvy armaban tanto alboroto.

Y lo más deliciosamente irónico es que posteriormente la película resultó ser un fracaso, tanto con la critica como con los fans, el susodicho universo extendido jamás se realizó y la única escena de las chicas en sus disfraces de la baraja fue cortada en los DVDs y blue rays que salieron a la venta al mercado y en transmisiones por televisión y servicios de Streaming.

En cambio, fracaso o no, a Lincoln y Clyde les tocó presentarse en el set un par de días más, puesto que salían en al menos la mitad de las escenas en que aparecía el gatito. Incluso a ellos si les pagaron una pequeña suma por su participación. $200.00 a cada uno para ser exactos. Y claro que Lincoln se guardó celosamente ese dinero, y no le contó de eso a nadie ni lo compartió con nadie de su casa.

–Pues no –acabó de contestar sinceramente a esta ultima pregunta.

–Ya, pues –rió un poco el señor Lynn–, entonces deja que las bebés chupen su mamila, ese es mi lema.

–... Tú no lo entiendes –replicó Lincoln, quien persistió en mantener su ceño fruncido, ahora que lo habían echo soltar aquello que lo estuvo molestando durante semanas–. Ellas tienen su música, sus deportes, sus cosas de moda y todo eso. Se suponía que este era mi momento; pero no. Ellas, no conformes con lo que tienen, van y me arrebatan mi sueño.

–Hay, tampoco es para tanto, hijo.

–Pues no será tanto para ti; pero yo si quería salir en esa película.

–Tranquilo. Si no fue esta, ya habrán otras películas. Eres joven y tienes toda la vida por delante.

En respuesta, Lincoln sólo bufó y negó con la cabeza.

–Las oportunidades van y vienen, hijo. Pero recuerda que la familia es para siempre.

Seguidamente, el hombre le brindó la más comprensiva y pomposa de las sonrisas y posó una mano sobre su hombro en señal de apoyo. Mas, en esa ocasión, Lincoln decidió que no iba a dejarse alcahuetear con palabras bonitas, al caer en cuenta que su padre sólo quería amansarlo. Sí, sabía que había echo mal en desahogar su frustración con Lana; pero también sabía que si tenía razones más que justificables para estar enojado, y decidió que con eso otro si que no iba a ceder tan fácil. Porque bien podría ceder si supiera que estaba equivocado o acababa de equivocarse o estaba por equivocarse; pero no cuando sabía que tenía razón.

Seguramente esa inesperada mentalidad tan errática era culpa de la pubertad y los estragos que esta provoca en la cabeza de los jóvenes a su edad. No tenía la menor idea, pero estaba en la edad que sus hormonas se tornaban violentas, y no eran hormonas gentiles, tranquilas y bien portadas. Se estaba violentando, tenía la necesidad química de pelearse con quien se atreviera a desafiarlo y su familia de locos habían estado ahí molestando al toro por once años, por lo que ya era hora de que les tocara recibir los cuernos.

–Para ti es fácil decirlo –contestó apartando la mano de su padre de su hombro–. A ti no te tocó crecer con tantas hermanas fastidiosas.

–Lincoln, no quiero que te refieras así a tus...

–Nha, pero es verdad. Se burlan de mi por mis gustos, se entrometen en mis asuntos todo el tiempo, no me dejan tener un sólo momento de paz y tranquilidad y me obligan a ir a sus aburridos eventos que ni siquiera me interesan... Y hasta cierto punto lo tolero; pero, claro, no conformes con quitarme mi oportunidad, van y arruinan mi partida y... Pues eso es lo que me da rabia, que ni siquiera pueda jugar un tonto juego sin que ellas vayan a echármelo a perder. Pero es lo que me toca porque siempre pasan por encima de mi, y francamente yo ya estoy harto.

–Dios mío, dame paciencia... Oye, Lola me contó que estuvieron tratando de recuperar el avance de tu juego que Lana echó a perder –le mencionó al instante–. Eso demuestra lo mucho que te respetan y quieren.

–Si, como no –objetó–. Si ellas me respetaran, como tú dices, Lana en primer lugar no habría tocado mi juego cuando le dije que no lo hiciera.

–Pero bueno, tú también debes entender que sólo tiene seis años. ¿Entiendes? ¿Que sólo es una niña de seis años? Es más pequeña que tú. No puedes zarandearla así, como a una muñeca de trapo, como tampoco puedes ahorcar a Lola o golpear a Lucy. Ahora, quiero que cuando volvamos a casa, les pidas una disculpa a las tres y que nos prometas nunca volver a hacer eso.

–Si, como tu mandes.

≪Estúpido, idiota≫, pensó.

–Así me gusta, hijo. Sé que puedo confiar en ti de aquí en adelante y ojalá esto te sirva de lección para que te ayude a ser un mejor hombre en el futuro.

En ese punto, Lincoln ya no podía soportar tanta condescendencia y la vergüenza había dado paso a pura frustración.

–Lección aprendida... –contestó con sarcasmo–. Aprendí que nada más estoy para atender los caprichos de mis hermanas, y a mi que me parta un rayo.

–Oye, tú sabes que nada de eso es cierto.

–¿Y tú sabes cuánta hipocresía presencio dentro de este auto?

–Hay, por San Pedro... ¿A que te refieres con hipocresía?

–A que sabes que tengo razón; pero pasa que no quieres admitir que tú y mamá prefieren a mis hermanas antes que a mi, ya que ellas si son talentosas mientras que yo soy el patético que no es más que una decepción para la familia.

–Oyeme, no. No quiero volver a oírte decir eso. Tu madre y yo los amamos a ustedes once incondicionalmente, que no te quepa la menor duda.

–Bueno... –suspiró Lincoln–. Si tu lo dices...

–¿Qué? Claro que yo lo digo; y si te estoy mintiendo, que me parta un rayo aquí y ahora.

Hubo otro rato de silencio más, en que jocosamente el chico se quedó esperando oír el estruendo de un relámpago azotando los cielos. Pero nada de eso sucedió.

–¿Te digo una cosa? –le comentó a su padre al poco rato–. La hermanita de Liam le prepara el almuerzo y lo obedece en todo; y su padre la castiga si se atreve aunque sea a responderle de manera grosera o a levantarle la voz. ¿Por qué nuestra familia no puede ser así?

–Porque esas son ideas anticuadas, obsoletas, de otra época, y el papá de tu amigo hace muy mal en educar a sus hijos de ese modo.

–¿Si? Pues yo creo que no estaría mal que las mujeres aprendieran a respetar a los hombres como antes. No como ahora que abusan de su condición de mujeres para aprovecharse de nosotros. Dímelo a mi, que soy un experto en el tema.

–No, eso está muy mal. Mi padre también pensaba así, además de tener otras ideas estúpidas con las que yo nunca estuve de acuerdo. Por eso es que nunca tuvimos la mejor de las relaciones.

–Si, ya nos has contado esa historia montones de veces.

–Pues te la vuelvo a contar para que no se te olvide. Si, puede que no haya tenido tantas hermanas molestosas como tú; pero considérate afortunado de que no te haya tocado tener un padre como el mío. Él era un monstruo machista que creía que las mujeres estaban por debajo de él en todos los sentidos. Lo supe a los nueve cuando mandó a mi pobre madre al hospital a fuerza de golpes; y en lugar de dejarlo, ella se limitó a seguir aguantándolo porque esa era la educación que se impuso en el hogar de donde vino. Lo único bueno que obtuve de él fueron dos cosas: una, mi fiel y confiable camioneta que me ha acompañado todos estos años y que algún día espero heredártela a ti, Lincoln. Eso, y una valiosa lección: la de ser un mejor esposo y padre de lo que él fue; de nunca jamás recurrir a los golpes, sino al dialogo como persona civilizada; respetar a las mujeres y sobre todo brindarles amor incondicional a todos mis hijos por igual. ¿Entiendes porque te cuento todo esto? Porque no quiero que vayas a cometer sus mismas equivocaciones, ni ahora ni cuando tengas a tu propia familia.

Súbitamente, para total consternación suya, su único hijo varón había empezado a reírse como si lo que le acabara de contar fuera un chiste de mal gusto.

–Claro que no, papá –aseguró–, yo nunca seré como el abuelo. ¿Sabes por qué? Porque, con todo esto que ha pasado, decidí que nunca en mi vida me casaré ni tendré hijos.

–No, no me entendiste. Lo que quise decir...

–No, si te entendí. Dices que me estoy convirtiendo en un monstruo igual que el tarado de tu padre, y está bien. Desde ahora pensaré sólo en mi y me aseguraré de que ninguna chica me quiera. Así no sufrirá con un monstruo como yo que le rompe los brazos a las niñas.

–Hay, hijo...

–Es más, me olvidaré por completo de las mujeres para no arriesgarme a cometer la estupidez de enamorarme.

–Tampoco. Alguna vez has de encontrar a alguien...

–De verás. Entendí que con mis hermanas ya tuve suficiente para el resto de mi vida. Cuando crezca y empiece a trabajar, el dinero que gané será todo para mi. Para mi solamente.

–Pero hijo...

–Y olvídate de que te dé nietos, no. Las chicas seguro tendrán sus propios hijos con el que sea lo suficientemente tonto para dejar que le lancen sus garras.

–Lincoln, te dije que no hables así de tus...

–Pero yo no. Ni que estuviera loco. Nunca verás a diez o a una sola rata restringiéndome. Desde ahora soy primero yo, segundo yo, tercero yo, y si sobra algo, yo.

–Dices eso porque aún estás alterado por...

–¿Y sabes qué es lo más gracioso de todo esto? Dices que no quieres cometer los mismos errores que tu padre e igual lo haces sin darte cuenta.

–¿Qué? ¿A que te refieres?

–A lo que dije antes. Muchas veces dices que tu padre tenía a sus favoritos y eso te hacía enojar; pero resulta que tu también tienes a tus favoritos, las chicas, mientras que yo estoy en segundo plano.

–Eso no es cierto, hijito.

–Cuando ellas se comieron todo el chocolate que Clyde y yo íbamos a usar en el negocio de nuestro proyecto escolar, el que pagamos con nuestro dinero, ¿acaso las reprendiste por ello? No. ¿Hiciste que me lo repusieran al menos? Tampoco.

–Oye, pero por un poco de chocolate...

–Sé que tienes pensado dejarle tu restaurante a Luan. Te oí claramente cuando le dijiste: ≪ha sido un sueño compartir mi pasión con alguna de mis hijas≫. HIJAS, dijiste. Claro, La cocina de Lynn y Luan ¿Y yo qué? ¿Por qué no es La cocina de Lynn e hijo? ¿Qué acaso yo estoy pintado?

–Pero si a ti ni siquiera te gusta cocinar...

–Cuando Lola perdió el concurso de lectura y yo me eché la culpa, tú no dudaste en ponerte en mi contra como todas las demás. Pero cuando ella confesó, ahí si pretendiste ser comprensivo. 

–Hay, por favor... Ya no sabes lo que dices.

–Siempre te pones en mi contra junto con todas las demás. Está claro que las prefieres a ellas porque son talentosas, no como yo que soy un inútil bueno para nada.

–¡No! ¡No, hijito...!

–¡¿Y por qué yo no me llamo Lynn como tú?! Se supone que soy tu único hijo hombre. Yo debería llamarme Lynn Jr. No Lynn, ¡yo Lynn!

–Hay, pero si ella nació primero y ya tenía cinco niñas. ¿Cómo iba a saber que el siguiente...?

–Está claro que si soy una decepción para ti. Lamento no haber sido el hombrecito del que te hubiese gustado estar orgulloso.

–No, no digas eso. Yo si estoy...

–Y lo que más me duele es que no tienes las agallas para admitirlo. Eso es lo que más odio de ti, aquello en lo que tú y yo más nos parecemos, que eres un cobarde, y como mi papá es un cobarde eso me hace uno a mi también.

–Lincoln, basta. Estás haciendo un berrinche de niño chiquito.

–Si les llamaras la atención a tus hijas cuando se portan mal, quizá ellas no se comportarían como unas verdaderas salvajes, ni saldrían con su malparido protocolo.

–Oye, yo sabré como educar a mis...

–Pero no te atreves a hacerlo y por eso no nos respetan ni a ti ni a mi. Porque eres un cobarde que le tiene miedo a sus hijas.

–Suficiente.

–Y además...

–Lincoln, soy tu padre...

–¡Eres un pusilánime!

–¡Cállate!

¡PLAF!

–Me... Me golpeaste –se aquejó el preadolescente apretando una mano contra el lado enrojecido de su cara.

–Tú me obligaste a hacerlo –respondió su padre quien volvió a fijar su vista en el camino–. Nunca me había visto en la necesidad de levantarles la mano a ninguno de ustedes, y espero no tener que hacerlo nunca más. Pero entiende que...

–Lo sabía –refunfuñó Lincoln, quien acto seguido se desabrochó el cinturón de seguridad y quitó el seguro de la puerta–. Eres igual a tu padre.

–Hijo, ¿qué...? ¿Que haces?

El señor Lynn también se quitó el cinturón.

–Voy a bajarme.

–Espera, no puedes bajarte de un auto en movimiento.

–Entonces detenlo que me bajo aquí mismo.

–Oye, cierra esa puerta, que vas a...

–Que me bajo, dije.

–Escucha, ¿por qué no te sientas, te calmas y...?

–¡Suéltame!

–Hijo...

–¡Aléjate de...! ¡Papá, mira a la carretera!

–¿Qué?

–¡Cuidado!

¡CRASH!

***

Se despertó sobresaltado, recordando al auto deslizándose violentamente por la carretera, yendo directamente hacía un poste, en un efusivo intento por evadir a un camionero distraído que venía de frente.

Lincoln apenas había salido ileso, sin contar con una leve contusión en la cabeza y la cojera que le duró hasta el octavo grado. Todo gracias a que su padre valientemente había usado su cuerpo para protegerlo del choque en el ultimo segundo.

Afortunadamente, el seguro automotriz pudo restaurar los daños de Vanzilla y dejarla nuevamente en funcionamiento. Lastima que el pobre hombre no había corrido con la misma suerte. En efecto, su deceso había sido de lo más trágico.

Ninguna de sus hermanas, ni tampoco su madre lo culpó nunca por lo sucedido. Para eso ya tenía a su propia consciencia carcomiéndoselo a cada rato.

Se enjugó el par de lagrimas que habían brotado de sus ojos, y se sobó las sienes, en tanto con la mirada buscaba el dichoso frasco de exedrinas.

–Fue mi culpa... –sollozó–. Fue mi culpa lo que pasó... Yo... ¡Yo lo maté!... Soy el peor... A un padre no se le mata... A un padre se le brinda ayuda... A un padre se le dedica venganza, se le lleva replicación, pero no se le mata...

¡Deja de decir tonterías!

Aunque en realidad nunca antes la había escuchado, aquella voz que resonó en lo alto le sonó más o menos familiar.

¿Y qué si tú causaste el accidente? Ya no tiene caso lamentarse por eso, grandísimo bebé llorón. Eso es lo que eres, un bebito chillón.

Y cuando se irguió de la silla, advirtió para su sorpresa que en uno de sus costados yacía arrimado el mismo mazo de roque que se encontró junto a la casita de la zona infantil, poco antes de que empezara a nevar (y de que alucinara con los arbustos vivientes). ¿Pero que hacía ahí, si el mismo recordaba haberlo guardado en el cobertizo ese mismo día?... ¿O no lo hizo?

¡Lincoln!

Oyó esa voz otra vez, conocida y al mismo tiempo desconocida, con mayor dureza.

Lincoln Loud. Llamando a Lincoln Loud. ¿Me copias? Cambio.

Mas no había nadie además de él allí. ¿Y por qué rayos su tono le sonaba tan familiar?

¡Contesta que te estoy hablando, mocoso!

Perplejo y atolondrado, el hombre de blancos cabellos siguió el sonido de esa  voz hacia al radiotransmisor en su estante. ¿A que hora lo había encendido?

Lincoln Loud –la escuchó nuevamente a travez del pequeño parlante–. ¿Me copias? Cambio.

Ahora que había dado con su origen, creía, sólo creía, saber a quien pertenecía esa voz.

–... ¿Papá? –contestó, mirando totalmente incrédulo al aparatejo ese–. ¿Eres tú?

No soy tu padre, niño estúpido –le respondieron del otro lado de la línea–. Pero casi le atinas. Soy tu abuelo.

–... ¿Pop-Pop? –intentó adivinar por segunda vez.

¡¿Cómo que Pop-Pop, grandísimo imbécil?! Tu otro abuelo.

–... ¿Abuelo Loud? –exclamó Lincoln, que aun no daba crédito a lo que oía.

¡Bingo! –afirmó la voz del radiotransmisor con sarcasmo–. Tenemos un ganador... Así que por fin nos conocemos, ¿eh?, pequeño bastardo.

Mas, en lugar de espantarse, lo que hizo Lincoln fue echarse a reír ante la falta de lógica de todo lo que estaba pasando.

–Abuelo Loud... Perdona si te hago una pregunta estúpida, pero... ¿No se supone que estás muerto?

La muerte no tiene cabida aquí en el Hotel Overlook. ¿O es que no lo sabes? Sigues siendo tan patético como ese afeminado que decía ser mi hijo, ¿verdad? ¡¿Verdad?! ¡Contéstame!

–... Sí... –gimió estremeciéndose súbitamente–. Si, eso creo... La mayor parte del tiempo... Soy tan patético...

Eres patético y débil, muchacho. Sigues siendo un niño. Pero tú y yo nos parecemos más de lo que crees, y eso me habría hecho tener cierta debilidad por ti de haberte conocido en vida. Así que escúchame y escucha con atención.

–Escucho.

Cierta persona, cierta persona diminuta, está donde no debería estar. Otra vez.

Y tenía razón. Al fijarse en la vitrina, notó que faltaba una de las llaves maestras y supuso que si salía al corredor encontraría a quien estaba en donde no debería estar.

–Lily –gruñó entre dientes.

Te han traicionado, muchacho, todas ellas, y deben ser castigadas.

–¿De qué estás hablando, abuelo?

Están haciendo lo mismo que hacen siempre, intentar dominarte, hundirte, pasar por encima de ti. ¿Dónde está esa chiquilla ahora? Dime, ¿dónde está? Husmeando. Siempre hacen lo mismo. Se entrometen en donde no deben. Hazlas pagar, dales su merecido, tienes que hacerlo.

La voz de su abuelo, cada vez más alta y sonora, se convertía en algo enloquecedor, que no tenía nada de humano. Era algo vociferante y apremiante.

–... No... ¡NO!

Si, Lincoln, si...

–Mi papá me contó que eras un hombre malo...

Adelante, actúa como hombre y demuéstrales quien es el que manda.

–Estás muerto... No voy a escucharte...

¡Tienes que matarlas!

Con ambas manos, Lincoln agarró el mazo de roque con firmeza por el mango, lo levantó en alto...

Ya me oíste. Acabalas, termínalas, ¡tuerce a las malditas! Son ellas o tú...

Y lo azotó repetidas veces contra el radiotransmisor, haciendo que montones de chispas y resortes saltaran del aparatejo con cada golpe asestado.

–¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE DE UNA VEZ! ¡CÁLLATE! ¡YO JAMÁS SERÉ COMO TÚ! ¡CÁLLATE Y MUÉRETE! ¡CÁLLATE Y SIGUE MUERTO!

Una vez hubo terminado de destrozar la radio, Lincoln dejó caer el mazo y se quedó mirando estúpidamente el aparato magullado a martillazos. Ahora no tenían otro vinculo con el mundo exterior, aparte del vehículo para la nieve que había en el cobertizo de herramientas.

–¿Qué rayos me está pasando? –gimoteó llevándose las manos a la cabeza, apretándose las sienes. El dolor era cada vez más insoportable.

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