Las Catatónicas
Capítulo 8: Las catatónicas
Tetherby entrelazó sus manos.
–Bueno, señor y señora Loud, antes de que vean el hotel, hay algo que...Considero necesario que sepan.
Miró seriamente a ambos jóvenes que aguardaban al otro lado de su escritorio.
–No quiero sonar melodramático –prosiguió el anciano millonario–, pero es un tema que... A algunas personas les hace pensar si aceptan este trabajo o no.
–Señor, me intriga –contestó Lincoln, quien se esmeraba en forzar una sonrisa de relaciones publicas.
–¿Significa eso que no les contaron lo de la tragedia que pasó aquí el invierno pasado? –acertó en preguntar el viejo antes de continuar.
Por su parte, Lynn Jr. se mantuvo en silencio, con una expresión neutral, expectante a eso tan importante que tenía que decir el propietario del hotel.
–No, no nos contaron nada –respondió su hermano, sin dejar de sonreír.
–Bueno... –procedió a explicarles–. Resulta que, el invierno pasado, contraté a un sujeto llamado Sean Gantka como cuidador. Vino aquí con sus hijas, unas gemelas de unos nueve años, más o menos. Tenía un buen historial de trabajo, buenas referencias y, por lo que me habían dicho, parecía un individuo completamente sano, común y normal. Pero... En algún momento, durante el invierno, el señor Gantka debió sufrir algún tipo de completo y terrible desajuste y enloqueció... Mató a su familia con un hacha.
La castaña ahogó una exclamación.
–Cielo santo.
–Si –afirmó Tetherby con pesar–, las encimó muy ordenadamente en una habitación del ala oeste y luego... Se puso los dos cañones de su rifle en la boca... La policía cree que sufrió lo que la gente antiguamente llamaba: fiebre de cabaña, una suerte de reacción claustrofóbica que puede ocurrir cuando la gente se encierra con otros durante largos periodos de tiempo.
Por el contrario, Lincoln esa vez no mostró reacción alguna, aparte de responder con una vieja expresión mexicana que había escuchado decir varias veces a una amiga suya de la infancia que era la hermana menor del marido de Lori.
–Ah, que chingado... –rió un poco–. Es... Toda una historia.
–Así es –asintió Tetherby nuevamente–. Aun ahora, me es difícil aceptar que eso pasó aquí, pero así fue. Espero que comprendan porque se los quería informar. ¿Si entienden tú y tu esposa lo que significa que acepten este trabajo?
Esta vez, ambos Loud si reaccionaron de igual forma, estremeciéndose al mismo tiempo, sintiendo ambos unas súbitas y punzantes ñañaras en el occipucio y las falangetas.
–Somos hermanos –aclaró Lynn inmediatamente–. No sé porque creyó que él y yo... ¡Iuh, Iuh, Iuh, Iuh...!
–Lo que sea –la interrumpió para proseguir–. Les comento esto, porque es natural que algunas personas se sientan desanimadas con la idea de estar solos en algún lugar donde un hecho así ocurrió.
–Bueno, puede despreocuparse, señor Tetherby, que eso no va a pasarnos a nosotros –afirmó Lincoln–. Y espero que no le moleste que le platique de esto a mi hermana que nos espera allí abajo. Ella es una gran fanática de las historias de horror y fantasmas.
Su sonrisa para la entrevista era de lo más forzada, pero la serenidad que mostraba era genuina; no como su hermana, quien a esas alturas ya no le animaba tanto la idea de ir a quedarse en aquel hotel de lujo durante el invierno junto con su familia.
***
Sin más calzado que un par de medias, Lynn subió a la segunda planta, encaminándose directamente hacía el despacho de Tetherby. Era la segunda vez que iba hasta allí desde el día que ella y Lincoln tuvieron la entrevista con el viejo millonario; mas si era la primera vez que iba por cuenta propia, ya que Lincoln era el que administraba las llaves maestras de la vitrina.
Si bien había demostrado ser alguien muy irritante y ególatra –además de muy estúpido como para creer que ella y el apestoso eran una pareja casada–, cuanto menos si tuvo la delicadeza de ponerlos al tanto sobre la grotesca tragedia que tuvo lugar en ese hotel el invierno pasado. Razón por la cual Lynn contaba ansiosamente los días para que llegara la primavera. Cuando estuviera de regreso en la civilización, entonces si podría estar tranquila otra vez.
En momentos como ese era que se preguntaba como habrían resultado las cosas de no haber fracasado en la pista de atletismo. Su carrera deportiva iba al alza, hasta ese instante que tropezó delante del representante de la universidad a la que aspiraba a entrar; ese mismo que le habría ofrecido una beca de haber ganado la competencia o cuánto menos haber tenido un buen rendimiento. Probablemente en esos instantes su carrera deportiva estaría despegando. Más importante aun, se hallaría lejos de ese lugar así como pasaba con Lori, Luna, Luan, las gemelas y Lisa.
Odiaba haber ido a echarle la culpa a Lincoln después de la competencia, sólo porque a este se le ocurrió lavar sus supuestas zapatillas de la suerte, pero decir eso había sido una mejor excusa a revelar la verdadera razón por la que lo culpaba. Es decir que su desempeño y su concentración se veían afectados cada vez que algo la preocupaba, y lo que llegó a preocuparle bastante por esas fechas: Había sido la idea de marcharse de la casa Loud, dejando a Lincoln solo con el resto de su familia.
Realmente odiaba no confiar en su propio hermano, pero lamentablemente así estaban las cosas. Lynn conocía muy bien a Lincoln, de toda la vida, y sabía que siempre había sido alguien muy impredecible... A veces a niveles desmesurados. Podría decirse que ella era una de las pocas personas, sino es que la única, que lo conocía tal cual era realmente.
Un día cambiaba su vestimenta y se empezaba a comportar como un reverendo chiflado, sólo porque su familia y amigos le señalaron que tenía rutinas como sucede con cualquier persona normal, y al otro le rompía el brazo a su pequeña hermana nada más porque esta se atrevió a tocar su videojuego. Eso por no contar algunas cosas de las que sólo Lynn sabía y los demás ignoraban.
En su ultimo año en la escuela primaria, Lincoln había planeado vestirse y actuar como un chico rebelde para impresionar a una niña nueva. No obstante, sus hermanas lo convencieron que sólo debía ser él mismo, incluyendo la propia Lynn quien le señaló que lo consideraba un chico fuerte, lo cual era cierto.
Poco después supo que la niña nueva lo rechazó. Aparentemente Lincoln se lo tomó bien y ambos quedaron únicamente como amigos; pero, al llegar a casa, se dirigió al pequeño terreno boscoso situado cerca del jardín trasero y, una vez allí, desquitó su frustración con una inocente familia de veintiséis conejos con los que se ciñó a patadas. Lynn no le contó de esto a nadie, pero si podía dar buena fe de ello, pues ella había estado columpiándose en la llanta que colgaba del árbol del patio de atrás, cuando oyó chillar a los animalitos. Por lo que saltó la verja, se adentró en el pequeño bosque y lo atestiguó todo manteniéndose oculta atrás de un arbusto.
Por cosas como estas es que no pudo evitar ser más agresiva con él a partir de entonces, porque era menester ponerlo en su lugar. Por esto mismo es que tampoco hizo otro intento por ingresar a la universidad. No lo haría al menos hasta que Lily se graduara e hiciera lo mismo y su madre se mudara a una confortable casa de retiro, por la misma razón que tampoco pudo dejar de acompañarlos a pasar el invierno en ese espantoso hotel.
≪No tienes que venir con nosotros si no quieres –había sugerido Lincoln previamente al viaje–. Yo puedo ocuparme solo del trabajo y tú mejor te quedas a cuidar la casa≫.
Si, había sido considerado de su parte el ofrecerle poder quedarse en casa, pero el resto de la familia había querido acompañarlo. Rita porque quería aprovechar la tranquilidad de las montañas para escribir a gusto, Lily por ese entrañable apego que tenía hacia su hermano mayor, en quien veía al padre que perdieron cuando apenas era una pequeña y tonta bebé, y Leni porque quería atenderlos en todo lo que fueran a necesitar. En cuanto a Lucy, la callada, cuando le preguntaron si quería ir también, respondió moviendo la cabeza de arriba abajo para dar a saber su afirmativa, y negó sacudiendo la cabeza de lado a lado cuando le sugirieron mejor quedarse a cuidar la casa con Lynn. De todos modos ella siempre había sido un caso muy especial.
Por lo tanto resolvió acompañarlos también y al final encargaron a sus vecinos los Yates cuidar la casa Loud. Si su madre y hermanas iban a estar con él confinados durante el invierno, tenía la obligación de estar ahí con ellas para poder vigilar a Lincoln desde las sombras, sin que nadie más supiese, ese era su deber. Sonaba descabellado y hasta injusto con Lincoln, pero no había otro modo, con él nunca había sabido que esperarse, mejor era estar equivocada y ser tomada por tonta a no prevenir y despejar las dudas.
En aquel momento seguía los incesantes gritos de su hermano por el pasillo de la segunda planta, rumbo al despacho de Tetherby. Vaya uno a saber en que andaría metido.
–¿Lincoln?
Lo halló tendido en el suelo bocarriba, con los ojos cerrados, sacudiéndose frenéticamente entre cada estridente alarido que soltaba.
–No... ¡NO!...
Aunque no lo demostraba, aunque nunca había confiado en él, de todos modos Lynn quería a su hermano y verlo en ese estado la preocupó.
–¡Lincoln!... ¡Lincoln!
Por lo que rápidamente corrió a su lado y lo sacudió para arrancarlo de sus pesadillas.
–¡Lincoln, despierta!
En breve dejó de sacudirse, los gritos de pánico cesaron y poco a poco volvió en si. Cuando abrió sus ojos nuevamente, su preocupada hermana insistió en preguntar que pasaba.
–Lincoln, ¿qué tienes?
–Tuve una pesadilla... –respondió jadeando–. Fue el sueño más horrible que he tenido...
–Tranquilo, hermano –lo consoló–. Ya pasó.
–... Soñaba que yo... –contó, sudando y estremeciéndose al mismo tiempo, a nada de echarse a llorar–. ¡Las asesinaba a ti y a las chicas!
La castaña guardó silencio, pero no se apartó de él.
–Pero no sólo hacía eso... –sollozó Lincoln–. También las despedazaba... Dios mío, Lynn... Estoy perdiendo el juicio...
–... Ya, todo va a estar bien –dijo para tranquilizarlo–. Ven, vamos abajo.
Lincoln asintió y dejó que Lynn lo ayudara a ponerse en pie; pero, cuando los dos iban de salida, en ese momento se percató del mazo de roque, el cual halló tumbado al pie del mueble en el que yacía lo que quedaba del radio transmisor.
–¡¿Pero qué es esto?! –exclamó escandalizado.
Y en el acto se safó de su hermana y se aproximó a recoger el mazo. De ahí contempló el destartalado aparato.
–¡¿Quién rayos hizo esto?! –inquirió a gritos.
Ni bien Lynn lo vio también, se quedó callada e igual de desconcertada que él, sin saber que decir al respecto. Sin la radio se habían quedado sin ningún contacto con el mundo exterior. Inmediatamente después, Lincoln se regresó a mirarla con el ceño fruncido y la boca apretada en un gruñido rechinánte.
–¡¿Fuiste tú, LJ?! –la acusó apuntándola con la cabeza del mazo.
–¿Yo? –replicó indignada en su defensa–. ¿Cómo se te ocurre que yo iba a hacer algo así?
–Entonces fui yo –contestó sarcásticamente–. Si no fuiste tú, ¿quién más pudo...? Pero claro.
Fijó su vista nuevamente en la vitrina y dejó de gruñir, tras lo cual pasó a torcer su boca en una forzada sonrisa que mostraba todos sus dientes. Luego volvió a endurecer su expresión con mayor enojo.
Marchando a paso firme, salió del despachó de Tetherby, pasando de largo ante Lynn quien inmediatamente lo siguió de cerca. Estando fuera, miró a ambos lados del pasillo, apretando aun el mango del mazo con firmeza.
–¡Lily!... –gritó para llamar a la más pequeña de sus hermanas–. ¡Lily!.... Más vale que no estés donde imagino...
A los pocos segundos, Rita y Leni se aproximaron por el otro lado del corredor, siguiendo los vociferantes e histéricos reclamos del peliblanco.
–¡Lily!... ¡Lily, ven aquí ahora mismo, no lo empeores más!... ¡Lily!... ¡Ven aquí, ahora, maldita sea!... ¡Lily!... ¡Ven aquí y hazlo ahora mismo!... ¡Estoy perdiendo la paciencia!... ¡Ven aquí que tengo que hablar contigo muy seriamente!... ¡Es tu ultima oportunidad!...
Cuando llegaron a reunirse con ellos ante la puerta del despacho de Tetherby, Lincoln clamó fuerte y claro:
–Está bien, tú lo has querido.
Y arrancó rumbo a la siguiente bifurcación del pasillo, que conducía a las habitaciones numeradas. Pero antes Lynn lo retuvo agarrándolo del hombro, en el momento exacto que Rita exigió saber:
–Lincoln, ¿qué estás haciendo?
–Tu hija ha roto la emisora –respondió blandiendo el mazo de roque de manera algo intimidante, recordando de este modo la forma que blandía su bastón cuando era más joven y protestaba por algo.
En ocasiones así, era que tanto Leni como Rita reparaban en lo mucho que había cambiado desde el accidente que lo dejó cojo por un año, con lo que se preguntaban lo mismo que Lynn Jr. se preguntaba constantemente desde mucho antes: ¿Qué había sido de aquel niño gentil y carismático que siempre andaba en busca de diversión?
–La ha destrozado con este mazo de roque –aclaró con voz vociferante y apremiante–, y se ha llevado una de las llaves maestras. Está en una de las habitaciones ahora, Dios sabe lo que encontraré allí adentro, lo que habrá hecho, lo que habrá roto...
–Lincoln... –trató de tranquilizarlo Rita.
–¡Por el amor de Dios, chicas, yo soy el guarda, soy el responsable!
–¡Lincoln! –insistió Leni, quien además se arrojó a arrebatarle el mazo.
–¡Ya, déjenme en paz! ¿Qué creen que están...?
–Ahora, hablemos tranquilamente, como adultos –lo amonestó su madre–. ¿Seguro que la emisora está rota?
–Como que el Papa vive en Roma.
–Si, temo que es verdad –reafirmó Lynn.
–¡Lily! –volvió a llamar Lincoln a la menor–. ¡Ven aquí ahora mismo!
–¿Y por qué crees que lo ha hecho Lily? –preguntó Leni en defensa de la niña.
–¿Qué dices? ¿Es que lo has hecho tú?
–No, eso no es lo que he dicho.
–Pues yo tampoco he sido. He estado en el sótano toda la tarde, y seguro que no han sido las ratas. ¡LILY!
–¡No pierdas los estribos! –le reclamó Lynn.
–De todos modos, no importa lo que Lily haga –agregó Rita–. En todo caso, yo soy la madre y seré yo la que hable con ella.
Lincoln suspiró hondo, pero no relajó su expresión.
–Dejen que me encargue de esto.
Nuevamente arrancó en dirección a la bifurcación del pasillo en el que se encontraban las puertas de las habitaciones.
–Ni hablar.
Lynn lo siguió en afán de detenerlo, con su madre y su otra hermana siguiéndole el paso a ella.
–¡Lily, te lo advierto! –vociferó Lincoln una vez más–. ¡Lily...!
Mas, cuando estaba por llegar a la bifurcación y doblar en alguna de las direcciones a escoger, se detuvo bruscamente y se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos.
–Lily...
Su pequeña hermana acababa de asomarse por una de las esquinas del pasillo. Su paso tambaleaba y no hacía más que chuparse el dedo y clavar su mirada, inexpresiva e indiferente, más allá de donde estaban su madre y hermanos mayores. La escasa luz del pasillo destacaba cruelmente los moretones en su cuello y sus brazos.
–¡Lily! –chilló Leni.
Inmediatamente soltó el mazo y se arrojó a estrecharla en brazos. Lily se dejó hacer, pero no le devolvió el abrazo.
–Lily... –igual de aturdido del impacto de verla así, Lincoln tendió su mano para tocar el cuello hinchado de la niña–. ¿Pero qué ha pasado? ¿Quién te...?
–¡No la toques! –exclamó Leni, silbante.
Acto seguido, levantó a Lily, se dio media vuelta y echó a correr con ella escaleras abajo. Lincoln la siguió a paso acelerado y Lynn y Rita a su vez fueron tras él.
–Leni, no creerás que yo...
–¡Aléjate!
–Leni, te juro por Dios...
–¡Estamos hartas de oírte jurar por Dios! –sollozó la rubia–. ¡Estamos hartas de ti y tus rabietas! ¡Eres igual al abuelo Loud, del que papá nos habló cuando éramos niños, y es obvio que nunca cambiarás! ¡Viste que tu preciada radio estaba rota y te desquitaste con la pobre Lily!... Como si romperle el brazo a Lana esa vez no hubiera sido suficiente.
–No la he visto en todo el día –se excusó–. Lily, oye, Lily, por favor, reacciona. Lily, me están acusando. ¡Vamos, dinos lo que te ha pasado!
–¡Apártate!
Llegaron a la recamara de Leni, en donde la rubia entró con la aturdida chiquilla. Rita se adelantó a entrar con ellas también. Lincoln quiso entrar igualmente, pero antes se encontró cara a cara con una embravecida Lynn que le cortó el paso... Y no se hizo esperar para derribarlo de un contundente derechazo.
–¡Cabrón! –rugió corriendo a rematarlo a fuerza de patadas en el estomago–. ¡Lo hiciste de nuevo, maldito cabrón!
–¡Ay! ¡Auch! ¡Ay! ¡Lynn, para, por favor...! ¡Para!...
–¡Te lo advertí, no digas que no te lo advertí!
–¡Lynn, basta ya!
Rita salió de la recamara a separarla de Lincoln, al tiempo que este mismo se forzó a ponerse en pie nuevamente, con suma dificultad a causa de los golpes. Se tambaleó y cayó apoyándose contra la puerta contraria a esa habitación.
–¡Juro! –amenazó la castaña a su hermano, en tanto su madre la forzaba a ingresar con ella a la habitación–, ¡juro que si vuelves a ponerle un dedo encima, esperaré a que te duermas y te mataré!
–Mamá... –Lincoln jadeó, clavándole una mirada suplicante a Rita–. Te juro que yo no...
–En un momento estoy contigo, cariño –se limitó a decir la mujer.
Y cerró la puerta, dejándolo afuera en completa soledad.
***
Rita se inclinó a examinar el amoratado cuello de su pequeña hija. Leni estaba sentada junto a la ventana, en el sillón tapizado, con la niña en su regazo, meciéndola, cantándole los arrullos que le cantaba cuando era bebé.
–Está mojada –señaló–. Lily, cariño, ¿por qué tienes la camiseta mojada?
–No puedo creer que ese desquiciado lo haya hecho de nuevo –refunfuñó Lynn a su vez.
–Ahora no, LJ –la reprendió antes de seguir insistiendo en hacer reaccionar a la más menor–. Lily, cariño, contesta, por favor. Cuéntanos lo que a pasado.
Tras meditarlo un breve instante, con sumo pesar tuvo que añadir:
–Dinos, acaso fue tu hermano el que...
En los brazos de Leni, Lily empezó a moverse y su expresión vacía se resquebrajó como la capa de hielo que cubre una superficie.
–¡Linky! –aulló tras sacudirse y zafarse de los brazos de la mayor.
De ahí saltó al suelo y buscó desesperadamente a su hermano con la mirada.
–¡Oh, Linky! –chilló–. ¡¿Linky, dónde estás?!
Rita se precipitó a sujetarla de los hombros, tratando de calmarla.
–Tranquila, tranquila. Dinos, que pasó.
Con el ímpetu de una flecha, Lily se aferró al torso de su madre y hundió su cara entre sus flácidos pechos. Entonces, la niña rompió en un sonoro llanto.
–¡Mami, fue ella! ¡FUE ELLA!...
Rita miró el rostro pálido y atónito de Lynn Jr. quien le devolvió la mirada y negó con la cabeza. Lo mismo hizo Leni cuando la miró a ella también.
–¿Qué es eso? –la castaña señaló una mancha roja en la mejilla de su hermana. Por lo que Rita le pasó los dedos por el cachete y los olfateó un poco.
–Es lápiz labial –contestó, cada vez más confundida.
–No es mi color –aclaró Leni en defensa propia.
–¡Fue ella! –sollozó Lily otra vez–. ¡Fue ella! ¡FUE ELLA!
–¿Quién? –exigió saber su preocupada madre.
Fuera, había empezado a nevar otra vez.
***
Hasta mientras, Lincoln llegó al salón colorado, aquejándose constantemente por el dolor. Lentamente la angustia dio paso a la confusión y la confusión a la cólera. Porque ese era el tipo de malentendidos a los que uno se prestaba al formar parte de una gran familia.
Se sentó en la barra y, con esperanza irracional, se quedó mirando los estantes vacíos, aunque todavía no era muy espesa la capa de polvo que los cubría. Hizo una mueca de dolor y frustración, y luego sonrió como atontado. Contrayéndose lentamente, sus dedos empezaron a arañar el borde acolchado de la barra.
–Hola, Flip –saludó–. Está tranquila la noche, ¿no?
El viejo con uniforme de barman reafirmó que era una noche muy tranquila. Después le preguntó que deseaba tomar.
–Estoy muy contento de que me preguntes eso, Flip, porque justo resulta que tengo dos de a veinte y dos de a diez, aquí guardados en mi billetera. Tenía miedo de que se quedaran hibernando aquí hasta abril.
Flip asintió, mostrándose comprensivo con él.
–Dame lo de siempre, un vaso extra grande de mi flippie favorito, cereza y bonanza azul, como tú ya sabes me gusta, con mucho vodka en el fondo, y que esto quedé entre tú y yo. ¿Harías eso por mi, o estás muy ocupado?
Flip le contestó que no estaba para nada ocupado y Lincoln se lo agradeció con una sonora risotada.
–Buen hombre. Tú lánzalas y yo las contestó, una por una. Es la maldición del hombre de familia, mi querido Flip, la maldición del hombre de familia.
Tras decir esto, Flip se puso manos a la obra. Lincoln buscó la billetera en su bolsillo. Mas, en lugar de eso, encontró el frasco de exedrinas, había estado en el bolsillo de su chaqueta todo el tiempo. Su cartera estaba en su dormitorio y, por supuesto, las perras malparidas de sus hermanas lo habían excluido de la zona de los dormitorios.
–Oye, Flip –comentó entre risas–. Al parecer ando corto de efectivo. ¿Sabes cómo anda mi crédito aquí?
A lo que el barman le contestó que su crédito iba muy bien.
–Excelente –sonrió–. Me caes bien, Flip. Siempre fue así, siempre fuiste el mejor de todos. El mejor y desgraciado, maldito, viejo rata, proveedor, desde Royal Woods hasta Great Lake City... O la gran ciudad, como a mi me gusta llamarle.
Flip le agradeció por decirlo y luego le preguntó como iban las cosas.
–Creo que podrían estar mejor, podrían estar mucho mejor. Nada serio, realmente, sólo es un... Problema familiar, como siempre. Nada que no pueda controlar, Flip. Gracias.
El viejo soltó un comentario sobre las mujeres, afirmando que uno no podía vivir con ellas y sin ellas tampoco.
–Eso es sabiduría –secundó Lincoln–. Sabiduría.
Se volvió sobre el taburete, al tiempo que tragaba una excedrina. Súbitamente había tenido la sensación de que había gente mirándolo con curiosidad y cierto desprecio. Sin embargo, los reservados estaban todos vacíos, extendiéndose a ambos lados de la puerta del salón.
–Flip, eres una maravilla –declaró en cuanto se volvió de nuevo–. Todo listo. Tu rapidez no conoce más rival que esa inmunda avaricia tuya. Salud.
Lincoln contempló el batido imaginario, relamiéndose los labios, casi pudiendo saborear la dulce ambrosía que era el alcohol, la causa y la solución de todos los problemas de la vida. Cerró sus manos en torno al vaso y le dio un buen sorbo.
–No, ¿pues qué es esto? –reclamó después de tragar. Atrás suyo, la gente del baile había vuelto y estaban observándolo, riéndose furtivamente de él–. Te dije que lo quería con mucho vodka.
≪Lo siento, pero es que ya se nos acabó el vodka≫.
–Bueno... –dijo con resignación–. En ese caso, sírveme trece martinis, bien cargados, ni más ni menos. Uno por mamá, otro por papá, diez por las chicas y uno extra para mí.
≪Si, temo que no se va a poder. Tampoco hay ginebra≫.
–¿Ah sí? –Lincoln frunció el ceño–. ¿Y qué hay?
≪Sólo whisky de doce años, si no es inconveniente. Pero lo tenemos guardado en bodega≫.
De pronto volvió a la realidad, al acordarse de lo que le dijo Chandler, y sonrió con entusiasmo. A toda prisa rodeó la barra y tanteó cada una de las tablas en el suelo, hasta dar con una suelta que desprendió con cuidado.
–Si... –exclamó victorioso–. De acuerdo, chicas, ustedes lo quisieron así. Voy a disfrutar esto...
Mas, cuando ya iba a reincorporarse, con la botella que halló reposando dentro de una pequeña caja de madera rellena de tiras de papel periódico, casualmente miró de reojo a la parte de abajo de la barra, y reparó que no estaba solo como había pensado en un principio. Se preguntó si lo habría escuchado hablar solo, y se dio cuenta que era muy obvio que si.
–¿Lucy?
Se acercó a llamar a su hermana menor, a la que por poco no avista acurrucada allí abajo al estar fundida en ese espacio tan oscuro.
–Lucy, ¿que rayos haces allí abajo? Sal de ahí, ahora mismo.
Su hermana no contestó; no sólo porque no hablaba desde que era niña, sino también porque permanecía estática, mirando para arriba, con la boca semi abierta en una expresión ausente, similar a la de Lily cuando se apareció en el pasillo de la segunda planta. A un lado, Lincoln halló el álbum de recortes abierto en una de las paginas de en medio.
–¿Lucy?... –insistió en llamarla–. ¡Lucy! ¿Estás bien?... ¡¿Me oyes?!
≪Genial, lo único que faltaba≫, pensó el doble de angustiado y enojado de lo que estuvo hacía unos momentos.
Para su total alivio, la excéntrica joven de negros cabellos reaccionó de inmediato, exhalando una bocanada de aire en un agudo y sonoro...
–Suspiro...
–Rayos, casi me matas del susto –protestó Lincoln, en cuanto tuvo certeza que su hermana lo escuchaba con claridad–. Vamos, sal de ahí ahora mismo.
Sin decir nada, al igual que todas las veces, la muchacha salió a gatas de abajo de la barra obedeciendo a su severo hermano. Cerró el álbum, lo puso encima de la barra y se retiró.
Pero cuando ya iba de salida, Lincoln la llamó desde la parte de atrás de la barra.
–Ven acá.
En la entrada del salón colorado, Lucy se regresó a mirarlo y se señaló a si misma con expresión de duda, como preguntándole para qué.
–No hagas preguntas tontas y ven para acá –respondió con firmeza, suficiente para hacerse oír, pero sin llegar a gritarle.
Al igual que todas las veces, Lucy obedeció a su mandato. En breve estuvo del otro lado de la barra frente a él.
–Te olvidas de tu regalo –dijo Lincoln deslizando el álbum hacia ella–, veo que lo he encontraste, ¿eh?, pequeña tramposa. Como sea, es de mi parte, ahora que te marchas a la universidad. Espero que te guste.
Lucy asintió humildemente en señal de agradecimiento y recibió el álbum. Esta vez si se disponía a retirarse, pero antes Lincoln señaló el mismo taburete en el que había estado sentado unos momentos antes.
–No te vayas –ordenó con calma–, siéntate, por favor.
A lo que ella se acomodó ahí mismo. A continuación, Lincoln destapó la botella y sirvió dos vasos de whisky, uno que tomó para él y otro que deslizó por la barra en dirección hacia Lucy.
–Papá nunca tuvo la ocasión de invitarme a tomar mi primer trago, ni a mi ni a ninguna de ustedes. Déjame compensar eso, aunque sea contigo, ahora que ya tienes edad.
Seguía siendo su hermano, pero, por mucho que le sonreía, Lucy ya no veía al chico cariñoso que había sido una vez, el mismo que la ayudaba a hallar rimas para sus poemas y regalaba galletas con chispas de chocolate. En cierto modo, podía asegurar que aquel niño gentil había muerto en el mismo accidente de hacía diez años que les arrebató a su padre.
–Anda, bebe –insistió el mayor–. La primera vez te va a saber un poco amargo, pero, créeme, las siguientes veces será la cosa más dulce y sabrosa que jamás hayas probado.
Lucy agarró el vaso y lo contempló, mas no se atrevió a beber. Lo que si hizo fue olfatearlo un poco, tras lo cual apartó la cara inmediatamente y arrugó la nariz con algo de desagrado.
–Si, no esperes que te sepa a jugo de manzana –rió Lincoln–. Pero, bueno, tú ya no eres una niña y esto es lo que beben los grandes. ¿O qué? ¿No que muy Darks, princesa de la oscuridad?
–... Huele, como si algo se quemara –replicó con timidez.
–¡Es un milagro! –Lincoln sonrió eufórico y levantó sus brazos en alto–. ¡Puedes hablar!... Brindemos por eso, y por ti, que te irás a la universidad cuando regresemos a Michigan. Salud.
Dicho esto, se alzó su vaso de whisky de un solo trago.
–Entonces –el peliblanco procedió a rellenar su vaso. Por su parte, la pelinegra depositó nuevamente el suyo encima de la barra–, asumo que vas a estudiar letras y poesía, ¿no?... Si, claro... Yo que me parto el lomo para ayudar a pagar tus estudios, y escoges perder el tiempo en una carrera sin futuro... Pero bueno, allá tú. Si estás feliz, sabes que yo también. De modo que te deseo mucho éxito de todo corazón, así lo que hayas escogido estudiar no sirva para nada. Salud por eso.
Lucy bajó la cabeza entristecida, en tanto, esta vez, Lincoln se daba el gusto de saborear detenidamente su segundo trago en pequeños sorbos.
–Ni siquiera la toqué, maldita sea –refunfuñó cuando ya iba por la mitad, captando así nuevamente la atención de su hermana–. Yo no lo hice, no podría tocarle un cabello de su maldita cabecita... Adoro a esa pequeña hija de puta, tanto como las adoro a todas y cada una de ustedes. Saben que haría lo que fuera por ustedes, cualquier puta cosa por ustedes.
De un solo sorbo se alzó lo que quedaba de su trago y puso el vaso encima de la barra, mas no se sirvió otro todavía.
–Esa maldita perra de Lynn –gruñó cabizbajo–. Siempre echándome la culpa de todo... Bueno, si, lo admito, lavé sus tontas zapatillas de la suerte a propósito, pero igual sabes que eso no tuvo nada que ver con lo mal que le fue en la pista, que cosa más estúpida... Y luego está lo de Lana... Si, ya sé que la lastimé esa vez, pero fue un accidente, tú sabes que fue un accidente, absolutamente sin intención.
Su hermana no respondió nada y se limitó a seguir escuchándolo.
–A cualquiera le pasa. Además, fue hace diez años, con un demonio, sólo era un niño estúpido en ese entonces... Y esa cabroncita había echado a perder el juego que me llevó semanas avanzar. Tenía derecho a enojarme. ¿Qué?, ¿no tenía derecho a enojarme de vez en cuando por ser el único varón? ¡¿Eh?!
Lucy siguió sin contestarle.
–Lo único que hice fue jalarla del brazo... Fue un momento de nula coordinación, sin quererlo, ¿lo sabes? Sólo unos cuantos kilogramos de metro de energía por segundo.
Se sobó las sienes con una mano, sintiendo que el punzante dolor volvía a él.
–Pero en tanto yo viva, sé que ninguna de ustedes me dejará olvidar lo que pasó ese día... Y no las culpo. Después de todo, fue mi culpa lo que sucedió después.
Por segunda vez en diez años, Lucy se atrevió a dirigirle la palabra.
–Eso no es cierto... Te aseguro, que ninguna de nosotras cree que lo que le pasó a papá fue culpa tuya.
–¿Cómo sabes?
–... Sólo lo sé, no hace falta pensarlo demasiado. Eres nuestro hermano y, aunque nos dolió mucho haber perdido a papá, estuvimos felices de que sobrevivieras al accidente, porque te queremos.
–Si, como no... Yo las conozco muy bien, a todas ustedes, de toda la vida, y sé lo que piensan todas, que tal vez hubiera sido mejor que mi cabeza fuera la que se estrellara contra el parabrisas y no la de papá. Seguramente las cosas habrían resultado mejor para todos de ser así.
Lucy suspiró resignada ante tanta terquedad.
–¿Esa es la imagen que tienes de nosotras? ¿De verdad hemos sido unas hermanas tan terribles? ¿Tanto nos desprecias?
–No –respondió frunciendo el entrecejo–. Yo las amo a todas y cada una de ustedes, Lucy. Las amo, así me hagan enojar la mayor parte del tiempo, incluso me atrevo a decir que daría la vida por ustedes de ser necesario.
–¿Entonces?
–Pues es que son demasiadas hermanas con que lidiar, y muchas veces exigen más de lo que uno puede darles. Después de un tiempo, es natural que un hombre se desgaste.
–Entonces somos una carga para ti.
Lincoln no se atrevió a negarle aquella afirmación. Simplemente agarró la botella, se sirvió otro vaso de whisky y se lo alzó hasta la mitad.
–Que delicia, señores. Nada mejor para olvidar los malos ratos, señores. Salud a estos seis miserables meses de abstemio.
–Mamá se enfadará si se entera que estuviste bebiendo.
–Pues no tiene porque enterarse, ¿o es que vas a hacer como Lola y me vas a delatar, pequeña chismosa?
–No, pero... Cuando tomas...
–Mira –Lincoln sujetó la botella por el cuello–, esto es lo unico que hay en este hotelucho de cuarta. Déjame disfrutarlo a gusto.
–... ¿Por qué bebes? ¿Para olvidar? ¿Para escapar de la realidad? ¿Es esa tu solución a todo?
La abrumadora mirada de su hermano mayor cayó sobre sus ojos, ocultos tras el fleco de su cabellera.
–Medicina.
–¿Qué?
–Deja que te lo explique, de un modo que una niñita inmadura como tú lo entienda.
Lincoln cogió el vaso que sirvió a Lucy y lo alzó para que esta pudiese verlo claramente.
–Esto, es una medicina, una cura comprobada, un remedio que lo cura todo y que yo tuve la fortuna de hallar. La mente es como un pizarrón, Lucy, y esto es el borrador.
Antes de seguir, Lincoln se alzó el vaso de Lucy, asumiendo que esta no le iba a aceptar su invitación. A esas alturas estaba francamente tomado y todo lo demás valía queso.
–Uno se esfuerza, toda la vida, lo intenta, trata de ser un buen hermano, las apoya en todo, procura hacerlas felices, a veces sacrificando hasta su propia dignidad, se acostumbra a vivir a su sombra, y eventualmente es quien se encarga de llevar el pan a la mesa; pero está rodeado de bocas y una familia, muy grande, demasiado numerosa. Esas bocas se comen el tiempo, se comen tus días sobre la tierra, los engullen. Es suficiente para volver loco a un hombre.
Nuevamente rellenó el vaso de Lucy y lo deslizó por la barra en su dirección.
–Y esta es la medicina. Es una importante lección de vida que debes aprender, ahora que vas a salir al mundo real.
Lincoln se inclinó hacia ella, manteniendo esa mirada ensombrecida. Lucy a su vez se echó para atrás en el taburete, sin dejar de percibir su potente tufo a licor añejo.
–Así que, responde, mocosa, ¿te vas a tomar tu medicina, si o no?
–¡No quiero! –chilló Lucy saltando del taburete.
A lo que Lincoln derribó el vaso lleno de un efusivo manotazo cargado de furia. Ni siquiera apreciaban los bonitos gestos que tenía con ellas.
¡Crash!
–¡Linky...!
Por suerte para Lucy, Leni irrumpió en ese instante en el salón colorado, antes de que todo empeorara.
–¡Linky!... –chilló corriendo en dirección a la barra–. ¡Oh, Linky, gracias a Dios estás aquí!
Su hermano la miró desde el otro lado de la barra, con ojos adormilados por los tragos.
–Linky, Linky... –jadeó Leni en cuanto llegó hasta allí–. Hay alguien más en el hotel con nosotros... Hay una loca en una de las habitaciones... ¡Y trató de estrangular a Lily!...
–¿De qué estás hablando?... –refunfuñó enojado. Que conveniente que Leni ya no lo estuviese acusando de nada. A su vez, Lucy se estremeció al oír lo que su hermana vino a contarles–. ¿Estás loca, pendeja imbécil?
–No... –insistió Leni entre sollozos–. Es cierto, en serio, lo juro, Lily nos lo dijo... Entró a una de las habitaciones... Y vio a esta loca en la tina... Y trató de estrangularla y matarla.
Lincoln suspiró resignado. Como siempre, a él le tocaba solucionarlo todo.
–¿Qué habitación era?
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