Día del Cierre
Capítulo 2: Día del Cierre
Al otro lado de las amplias y anticuadas puertas de la entrada los esperaba una figura de prestigio que no necesitaba de presentación.
Era un hombre gordo y de baja estatura, de ropa elegante, con la piel rosada y pelo blanco con bigote.
Daba la casualidad que vivía en la parte más acaudalada de Royal Woods, en donde tenía su propia mansión y un club privado exclusivo para gente rica. También tenía su propia limusina y varios sirvientes a su disposición.
–Ah, que bien –sonrió con satisfacción aquel hombre, que ademas era muy creído e irritante, en cuanto vio aproximarse a los Loud por el camino empedrado de mármol que partía de la cochera en donde dejaron estacionada la van–. Llegaron los chimpancés que ordené. Míralos, alegres y traviesos.
–Disculpe, señor –repuso formalmente Kirby, el humilde conductor de limusina que actualmente corría con el infortunio de trabajar bajo su mando–, pero ellos son los que van a cuidar el hotel durante el invierno.
–En ese caso –contestó sin mas–, pues que se pongan a trabajar.
–Chicas –presentó formalmente Lincoln al acaudalado hombre una vez llegaron a su encuentro–, ¿recuerdan al señor Tetherby, heredero de la fortuna Tetherball? El es el dueño del hotel Overlook. Señor Tetherby, estas de aquí son mi madre y mis hermanas: Leni, Lynn, Lucy y Lily. ¿Está bien que las haya traído conmigo?
Por un momento, Lily percibió un miedo tenaz cruzar por la mente de su hermano mayor, en tanto el viejo los examinaba a todos con cara poco amistosa.
–Señor Tetherby –añadió Lincoln además con toda humildad–, a nombre mío y de mi familia, le agradezco cordialmente por habernos dado este empleo a mi a Lynn y... Eh... Espero que no haya resentimientos por... Usted sabe, lo de la mostaza y todo eso...
Ahí, la niña supo que debía sentir pena por su hermano, dada la tremenda frustración que le hacía sentir el tener que comportarse como todo un sicofante con el que tenía certeza se trataba de un engreído en toda la extension de la palabra.
Y es que, por alguna extraña razón, Lincoln tenía miedo de que el anciano millonario cambiara de opinión repentinamente y los mandara a sacar a patadas de la propiedad; y a esto seguía la manifestación de un muy antiguo recuerdo en el que aparecía el tal Tetherby un poco menos avejentado siendo rociado con litros de mostaza y a su alrededor se escuchaba más de una decena de risas de niños.
Pero Lily también podía contar con que nada de esto sucedería, pese a que aquel viejo rico tampoco le faltaban ganas de mandarlos por un tubo.
–No te preocupes, jovencito –contestó procediendo a pasarse un pañuelo por su frente sudorosa–. Eso ya quedó atrás... En fin, vengan a que les haga un breve recorrido. Aun tengo mucho que hacer y dispongo de muy poco tiempo. Por aquí, por favor.
Desde ya, Lily tenía bien sabido que sí había resentimientos y que Tetherby no los ponía de patitas en la calle porque ya no tenía tiempo de contratar a otro cuidador; aunque a la larga Warren estaría necio en reafirmarle una y otra vez que aquello no era necesariamente algo bueno.
La cosa se trataba de mantener las apariencias en todo momento, en especial ese en que el vestíbulo bullía de actividad con botones entrando y saliendo cargados de maletas y una prolongada cola de huéspedes esperando a justar cuentas frente al mostrador
–Este lugar tiene una larga y pintoresca historia –procedió a contar Tetherby mientras echaban a andar por uno de los extensos corredores–. Fue construido sobre un cementerio indio, ha sido sede de rituales satánicos, quema de brujas y cinco películas navideñas con Tim Allen.
–Uy, que escalofríos –se estremeció Rita nada más oír eso ultimo.
Y aunque Lily había conseguido adivinar acertadamente que si les contaba todo aquello en mal plan, también tenía certeza de que no estaba mintiendo para nada.
Después subieron al ascensor, que era de un diseño antiguo y estaba lujosamente decorado en cobre y bronce, pero este se hundió visiblemente antes de que Tetherby cerrará la puerta.
–No se preocupen –dijo para tranquilizar a todos–, es seguro como una casa.
≪Si es como nuestra casa, ni tanto, i ji ji ji ji ji... ¿Entienden?≫, –pensó Lily en lo que se le habría ocurrido decir a Luan en tono de broma, aunque igualmente no hubiese tenido éxito en hacer reír a los demás con sus estúpidos chistes. Mucho menos a Tetherby.
De allí subieron a la tercera planta y salieron a recorrer un pasillo espacioso, cuyas paredes estaban empapeladas con un material sedoso de color azul pálido, a juego con la alfombra que en el mismo color tenía el bordado de una selva surrealista, llena de lianas, enredaderas y arboles decorados con pájaros exóticos, difíciles de decir de cuales se trataba porque el dibujo estaba hecho en negro para delinear sólo las siluetas.
–Esta es la habitación trescientos –indicó Tetherby haciendo girar la cerradura de la puerta al final del pasillo–, la suite presidencial.
–Fantástico... –se maravilló Leni ante la magnifica vista del interior, que por igual dejó boquiabiertos a todos–. ¿Es aquí donde nos vamos a quedar?
–Válgame, por su puesto que no –replicó el viejo con acritud–. Sus habitaciones están en la primera planta junto al vestíbulo y espero que ustedes montón de rufi...
Tetherby hizo una pausa para ensalivarse los labios.
–Jovencitas –continuó–, se mantengan únicamente a ese nivel.
–Por eso no se preocupe –aseguró Lincoln–. Yo me encargo de que así se haga. ¿Oyeron bien, chicas?
–Si, papá –dijeron al unísono Leni y Lynn en tono sarcástico.
–Bien –asintió Tetherby guiándolos hacia la ventana que ocupaba casi toda la pared de la sala de estar–, sigamos.
–Miren que vista –señaló Rita al exterior.
–Es estupenda –dijo Leni–. Ven a ver, Lily.
A diferencia de los demás que estaban tan absortos en lo que veían, la más menor al entrar no mostró tanta fascinación por la lujosa decoración, los muebles finos o el magnifico paisaje que se avistaba por la ventana, sino por el tapizado a rayas rojas y blancas que tenía a su izquierda junto a la puerta del dormitorio interior.
En este había manchas de sangre seca, mezclada con tejidos minúsculos de masa encefálica. No era sangre falsa con palomitas de maíz emulando trozos de cerebro como el que preparaba Lucy en la casa Loud; era sangre de verdad, cosa que hizo sentir miedo a Lily, cuyo suspiró de asombro al entrar se había mezclado con el de su madre y sus hermanos que desde luego no estarían viendo lo mismo que ella.
Por lo que deliberadamente se dirigió a mirar por la ventana también, tratando de no mostrar expresión alguna, y esperando a que cuando volviese a fijarse aquello hubiera desaparecido.
Más allá de la terraza cubierta que corría a lo largo del hotel, un césped cuidadosamente tratado descendía hacia una piscina alargada y rectangular, con un pequeño trípode situado a un extremo en el que colgaba un gran letrero que anunciaba: CERRADO. Y aún más allá, en una senda de graba que serpenteaba en un bosquecillo de pinos, abetos y álamos, se alzaba una señal que rezaba: ROQUE.
–¿Qué es roque? –preguntó Lily a cualquiera que la estuviese escuchando.
–Es un juego –contestó la experta en el tema, su hermana Lynn–. Se parece al cróquet, nada más que se juega en una cancha de graba en vez de césped, y tiene los lados como una gran mesa de billar.
–Es un juego muy viejo –continuó Tetherby con la explicación–, y a veces se organizan torneos aquí.
–¿Y se juega con un mazo de cróquet? –insistió en seguir preguntando la pequeña con sumo interés.
–Algo así –asintió Lynn Jr.–. Pero el mango es un poco más corto y la cabeza tiene un lado de goma dura y otro de madera. Si quieres, un día te enseño a jugar.
≪¡Sal de ahí, niña malcriada! –escuchó Lily en su interior–. ¡Es hora de que te tomes tu medicina!≫.
–No sé –negó con la cabeza inmediatamente–. No creo que me guste.
–Bueno –la castaña se encogió de hombros–, pues si no te gusta, no jugamos y ya está.
En lo que el propietario le recordaba a su hermano que no se olvidara cerrar los postigos de la ventana para que el viento fuerte no pudiera abrirla, y Lincoln asentía afirmativo a cada una de sus indicaciones, cautelosamente Lily volvió a mirar a la pared. Ahí, las manchas de sangre seca ya no estaban y los copos de color blanco grisáceo también habían desaparecido.
–Miren, que bonito el jardín –exclamó encantada Leni.
Al otro lado del camino que conducía a la cancha de roque habían unos setos verdes recortados en formas de diversos animales. Entre estos se distinguían un conejo, un perro, un unicornio, una vaca y otros tres, más grandes, que parecían leones retozando.
–Esos de ahí –los señaló Tetherby–, tendrás que podarlos un par de veces por semana para que mantengan la forma; al menos hasta que haga tanto frío que dejen de crecer hasta la primavera.
–Enterado –asintió Lincoln–. Y ni se preocupe. De niño aprendí como se podan y mantienen esos arbustos.
–¿Ah sí? –volteó a mirarlo Rita con cierto asombro–. ¿Cuando fue eso?
–Una vez que creí que Lola quería que hiciera unos para ella en nuestro jardín –terminó de responder tranquilamente.
Ahí, Lucy en particular sintió un escaso remordimiento por la vez que quisieron aleccionar a su hermano por usar tapones para los oídos, cuando lo único que quería era un poco de paz y quietud.
–Mira, Lily –le dijo Lynn a la niña que estaba a su lado–. Hay un parque de juegos, que suerte.
La zona infantil estaba más allá del jardín ornamental. Constaba de dos toboganes, varios columpios con media docena de asientos colocados a diferentes alturas, un túnel hecho de tubos de cemento, un cuadrado de arena y una casa de juguete que era una replica exacta del Overlook. Mucho más allá quedaba una disimulada cerca de seguridad, tras el amplio camino pavimentado que llegaba hasta el hotel. Después se extendía el valle, perdiéndose en la brillante bruma de luz del atardecer.
Al salir, la señora Loud les preguntó a sus hijas si las montañas les habían parecido bonitas y todas dijeron que sí; incluso Lucy que asintió con la cabeza, aunque en realidad a ella tampoco le importaban lo más mínimo. Y Mientras Tetherby cerraba la puerta, Lily miró por encima de su hombro y notó que la mancha de sangre había vuelto, sólo que ahora estaba fresca y corría.
Luego, a partir de ese punto conocieron más habitaciones de la tercera planta, siendo conducidos por el anciano gordinflón a través de corredores que se retorcían como un laberinto. Pero en ellas no hubo nada notable que llegase a inquietar a Lily. En realidad, después de la mancha ensangrentada en la suite presidencial, sólo vio una cosa más que la preocupó antes de que doblaran una esquina para volver al ascensor, aunque sin saber porque.
Era un extintor de incendios anticuado de manguera plana que se retorcía sobre sí misma, con un extremo asegurado a una gran válvula roja y el otro terminado en una boquilla de bronce.
En la segunda planta conocieron otro par de habitaciones, pero si pasaron sin detenerse ante la 217, a la que Lily miró con fascinación enfermiza, recordando la charla que tuvo con cierta persona un par de semanas antes de que se marcharan de Royal Woods...
***
–Hola, Clyde –saludó Leni a un viejo amigo de la familia a quien encontró parado en la puerta de su casa con un montón de papeles bajo el brazo–. Pasa, por favor.
–Gracias –aceptó el joven a la invitación, no sin antes limpiarse los pies en el tapete de bienvenida–. ¿Está Lucy?
–Oh, ella quiso acompañar a Lincoln y Lynn a una entrevista de trabajo en el hotel ese, y como que no van a regresar hasta la noche.
–Ah, bueno, sólo vine a dejarle estos apuntes que creo que le servirán para los exámenes de admisión de la universidad del próximo año.
–Eres muy considerado –agradeció Leni tomando los papeles que Clyde le entregó–. Oye, justo ahora mamá está terminando de preparar la cena. ¿Por qué no nos acompañas? Hoy hizo pizza reconstruida. Aun no es tan buena como la que papá solía preparar; pero como que ya va mejorando en eso.
–Es muy amable de tu parte, pero no quisiera molestarlas.
–No es ninguna molestia, tu eres como de la familia.
En breve, Clyde se percató de la presencia de Lily quien los espiaba por detrás del umbral del comedor.
–Bueno, si insistes –accedió entonces–, pero la próxima vez invito yo, ¿de acuerdo?
–Así me gusta –sonrió Leni–. Pasa y siéntate mientras pongo la mesa, que en pocos minutos está servido.
–Gracias.
Clyde pasó a sentarse en el sofá, y en cuanto Leni se retiró a la cocina a ayudar a su madre, Lily escuchó en su mente a la voz del invitado que –sin regresarse a mirarla o atreverse a mover sus labios para articular palabra alguna – le decía:
≪Yo sé que oyes mis pensamientos, muchachita. Ñam, ñam, ñam ñam, ñam, ñam, ñam ñam, ñam, ñam, ñam ñam ñam, ñam ñam, ñam... ≫.
Sorprendida ante este echo, Lily dejó de asomarse por el umbral del comedor y se dirigió a la sala.
–Así que se van al hotel Overlook, ¿eh? –le preguntó Clyde quien se regresó a mirarla con una amistosa sonrisa–. ¿Sabes?, mis papás y yo fuimos ahí de vacaciones con Chloe y su familia el verano antepasado.
–¿En serio? –lo miró Lily expectante.
–Si –asintió el joven de color, pero sin un ápice de entusiasmo–, y debo decirte que no me gustó para nada. Pero ustedes van por algo que tiene que ver con el trabajo de tus hermanos, si no me equivoco.
–Así es. A Lincoln y Lynn les dieron el puesto de cuidadores y supongo que las que quedamos aquí tendremos que acompañarlos para que no se sientan solos durante el invierno. Mamá seguirá educándome en casa como lo ha hecho hasta ahora.
–Así que ya lo sabes.
–Si –contestó Lily con pesar–. Ahora mismo vienen de regreso para acá a avisarnos que les acaban de dar el empleo.
Clyde pausó la conversación un momento y se ensalivó los labios antes de continuar.
–¿Sabes cómo supe que se marcharían todos ustedes? –preguntó directamente y sin hacer más rodeos–. Lincoln aun no me ha dicho el nombre del hotel al que van o donde queda. Si sabes de lo que te estoy hablando, ¿no?
Lily se quedó sin contestar e hizo como si se encogiera de hombros.
–Aun recuerdo cuando me pasó la primera vez, cuando tenía un poco más de tu edad –contó Clyde sonriente, una vez se aseguró de que Leni y la señora Loud no los oyeran–. Desde entonces hay días en que mi nana y yo nos sentamos a mantener conversaciones completas sin siquiera abrir la boca. Ella lo llama el resplandor; y durante mucho tiempo pensé que nosotros dos éramos los únicos que resplandecían. Seguramente tu también pensaste que eras la única. Pero hay mucha más gente así, aunque muchos no lo saben o no lo creen.
Pese a que parecía indiferente a su relato por lo inexpresivo de su cara, lo cierto es que Lily escuchaba con total atención y asombro.
–¿Desde cuando puedes hacerlo?
De nuevo, la pequeña niña se reservó el contestar a sus preguntas.
–¿Por qué no quieres hablar de eso? –insistió en indagar Clyde.
–... Se supone que no debo –fue la respuesta en definitiva de Lily.
–¿Quién dice que no debes?
–Warren...
–¿Quién es Warren?
–Warren –se limitó a aclarar–, es el conejito que vive en mi boca.
–Warren –recapituló Clyde a ver si había entendido bien a lo que se refería la hermana de su amigo–, ¿te dice las cosas?
–Si –asintió está.
–¿Y cómo te dice esas cosas?
–... Es... Como si me mostrara cosas... Como cuando me voy a dormir; pero cuando despierto, no recuerdo todo.
Clyde enarcó ambas cejas
–¿Tú madre o tus hermanos saben lo de Warren?.
–Algo.
–¿Y saben que te dice cosas?
–No. Warren me dijo que nunca les dijera.
–Y Warren te ha dicho algo de ese lugar al que van. De ese lugar, ¿el hotel Overlook?
–No sé –respondió Lily desviando su mirada.
–Reflexiona –dijo Clyde en tono serio–. ¿Estás segura? ¿Estás segura de lo que dices?
–¿Hay algo malo allá? –contestó Lily a la pregunta con otra pregunta–. ¿Algo que tú sepas?
–Bueno, mira... Cuando las cosas pasan y dejan un rastro tras de sí, es como... Como cuando un pan se quema. Y tal vez pasaron cosas allí, que dejaron un rastro tras de sí. No son cosas que la gente note; pero las personas que resplandecemos, las notamos. Nosotros podemos ver cosas que aun no han sucedido; y, bueno, de la misma forma podemos ver cosas que pasaron hace mucho tiempo. Yo pienso que muchas cosas pasaron allá, en ese hotel en particular, durante muchos años, y no todas ellas son buenas.
–... ¿Y la habitación 217?
–¿La habitación 217? –repitió Clyde, pretendiendo hacerse el confundido.
–A ti te da miedo esa habitación, ¿verdad? –lo acusó Lily curiosa–. ¿Acaso viste algo allá, cuando fuiste a ese hotel? ¿Algo en la habitación 217?
Con todo el tono autoritario que pudiese demostrar para con la muchachita, tajantemente Clyde respondió fuerte y claro:
–Nada. No hay nada en la habitación 217. Y ni tú, ni tus hermanas, ni Lincoln tienen nada que hacer en esa habitación. Así que no entres, ¿entiendes?, NUNCA entres.
***
Cuando bajaron de vuelta a la primera planta, Tetherby les mostró las otras estancias como la cocina, en donde encontraron una ilimitada reserva como para un año con toda clase de alimentos. Después recorrieron el gran comedor y el estudio en el que mamá podría escribir tranquilamente. Tetherby constantemente volvía a preguntar si la terrible sensación de aislamiento no representaría un mayor inconveniente, a lo que la señora Loud aseguraba que todo ese tiempo de tranquilidad le vendría bien para al fin acabar de escribir la novela en la que venía trabajando.
–Eso es estupendo –llegó a contestar el anciano–. Porque para algunas personas el aislamiento y la soledad puede representar un problema.
–No para nosotros –había asegurado Lincoln remarcando su sonrisa de relaciones publicas–. En una gran familia como esta, nunca existe algo que se parezca a la privacidad. No importa que sea en un lugar tan grande como este.
Ahí, todos miraron al peliblanco con cierta extrañeza. No tanto por su comentario, sino por el modo en que lo dijo.
Luego se detuvieron ante la puerta que daba entrada al sótano, pero no ingresaron por esta ultima, sino que allí el viejo propietario recordó a Lincoln estar al pendiente de la que era su función más importante como cuidador.
–No olvide bajar la presión de la caldera unas dos veces al día porque sube –había dicho–. Si se acuerda de no quitarle los ojos de encima, todo andará estupendo. De otro modo, nada garantiza que su familia y usted no salgan volando hasta la mismísima luna uno de esos días.
–No se preocupe, señor, lo haré –contestó.
***
Al final, cada quien entró a desempacar sus cosas en una de las muchas recamaras de un pasillo próximo al vestíbulo, que a esas horas ya se hallaba desértico.
En la que le tocó a ella, Lily ingresó preparándose para cualquier cosa que se pudiese encontrar, pero por suerte esta vez no hubo nada.
Al poco rato, mientras todos acababan de instalarse, los dos hombres salieron por las puertas grandes del hotel.
–Bien, eso es todo por ahora, Señor Loud –se despidió formalmente Tetherby haciendo entrega de las llaves a Lincoln–. Recuerda estar al pendiente de la caldera, además de reparar cualquier avería si esta se produce, de forma que esté a salvo de los elementos.
–Pierda cuidado –respondió con un gesto de asentimiento–. Le aseguro que su hotel queda en buenas manos.
≪Nos vemos en seis meses, maldito viejo marica≫, fue lo que realmente pensó.
–Espero que así sea. Bueno, adiós. Hasta el primero de mayo.
***
En uno de los costados del gran hotel, Tetherby se encaminó a subir en su limusina que lo esperaba, en tanto Kirby se ocupaba de acatar sus ultimas ordenes que consistían en cortar unos cables de la conexión eléctrica y subir unas cajas al baúl.
–Listo –dijo el viejo en cuanto el chofer terminó de hacer lo que se le pidió y se puso tras el volante–. Si cortó la televisión por cable y el internet, y me llevó todas las reservas de licor, puedo estar seguro de que esos gusanos trabajarán honestamente.
–Señor –se atrevió a opinar Kirby–, ¿no ha pensado que tal vez esto causó que el antiguo encargado enloqueciera y matara a sus hijas?
–¿Hablas del padre de las gemelas esas?
–Si.
–Mmm... Tal vez... Bien, si al volver todos están muertos te debo una gaseosa.
***
Luego de que viera por la ventana a Tetherby alejándose en su limusina afuera de los límites del hotel, el joven hombre de familia de blancos cabellos preguntó a su madre y hermanas quien tenía hambre, obteniendo una rápida positiva muy entusiasta por parte de todas ellas.
Bueno, no todas.
En aquel momento, Lily permanecía en medio del vestíbulo, casi asustada al caer en cuenta de lo solos que se habían quedado los Loud, en aquel recinto tan grande de ciento diez habitaciones.
Todo esto al tiempo que los demás se dispersaban a su alrededor, con Leni y Rita yendo de un lado a otro a seguir apreciando la lujosa decoración y Lincoln tomando rumbo hacia la cocina con LJ siguiéndolo de cerca. Sólo Lucy permanecía quieta en un rincón, inexpresiva y callada como siempre, y eso no era del todo reconfortante.
No importaba si en la habitación que dormiría cada uno contaba con la ventaja de tener su propio baño; ahora y más que nunca Lily anhelaba seguir en su acogedora casa en la que se disponía de uno solo para todos. No era tan lujosa como el Overlook, pero al menos no le producía esa sensación de inquietud que la estaba aquejando, al grado de sentir que estaba en el interior de las entrañas de un monstruo.
Y es que, viendo desde afuera, al momento de entrar los Loud parecía que el hotel se los hubiese tragado.
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