Dentro de la Habitación 217
Capítulo 7: Dentro de la Habitación 217
Sentada de piernas cruzadas, en ese silencioso y oscuro rincón apartado al que constantemente iba a refugiarse, Lucy Loud hojeaba el álbum de recortes que había encontrado en el estudio antes de tiempo. De todos modos sabía que su hermano se lo iba a regalar, aunque este no se lo había dicho todavía.
Pagina, tras pagina, curioseaba con morbosa fascinación los variados recortes que contaban la pintoresca y sangrienta historia del Hotel Overlook. La historia de una amalgama maldita y palpitante, mezcla de muchas desgracias, muchas tragedias, mucha ira y mucho dolor en un mismo lugar. Lo que veía en ese álbum, para el registro, era la acumulación de siniestros, homicidios, suicidios y mucho sufrimiento.
Y pese a que lo que veía despertaba su fascinación genuinamente, también hizo que se alarmara, al tener un mejor entendimiento respecto a la tenebrosa situación en la que estaban ella y su familia, del peligro que los acechaba. Entendió de una vez que todo en el entorno que los rodeaba se había vuelto una llaga espectral, inmensa y palpitante que tenía vida propia.
En las paginas de ese encuadernado, cuyo material abarcaba contenido digno de una fantástica novela de terror, entendió, mucho mejor que en cualquier adaptación televisiva, no sólo porque el hotel era lo que era, sino que cosa era realmente. Se trataba de algo que no sólo podía ser tomado como un ente con muchas caras y muchos fantasmas atrapados en sus diabólicas entrañas, sino, además, un monstruo que ultimadamente era capaz de razonar por si mismo.
Por fin lo comprendía, desde que la abordó ese mal presentimiento que sólo se agravó más el primer día que puso un pie allí cuando acompañó a sus hermanos mayores a la entrevista de trabajo.
Recordó haber percibido muchas cosas malas por venir el día de la entrevista. Lynn y Lincoln subieron al despacho de Tetherby a hablar con él, mientras que ella aguardó en el vestíbulo de la planta baja donde se puso a leer uno de sus libros de poesía. Posteriormente Lynn bajó al vestíbulo a darle las buenas nuevas. Al parecer habían conseguido el empleo, aunque en ese instante se mostraba algo inquieta. A Lucy tampoco le alegró más de lo que le alegró a Lily cuando esta misma se enteró inmediatamente desde casa.
Pronto dio con la pagina en la que halló el recorte de periódico que no sabía estaba buscando hasta que lo encontró: un boletín policiaco de varios años atrás que hablaba del incidente que tuvo lugar en la habitación 217.
De nuevo recordó el día de la entrevista, ese día que percibió muchas cosas malas. Después de haber hablado conTetherby, Kirby se había ofrecido a darles un recorrido por el hotel a Lincoln y Lynn; y aunque tampoco estuvo acompañando a sus hermanos en el primer recorrido, Lucy si estuvo al tanto de todo en todo momento.
≪¿Aquí hay muchas ratas?≫, había preguntado Lynn cuando los tres bajaron al sótano.
≪Claro que si –respondió Kirby, luego de recordarle a Lincoln la importancia de mantener regulada la caldera todos los días–. Por eso le he dicho a Tetherby que hay que deshacernos de todas estas cajas y papeles. Son como un felpudo de bienvenida para esas alimañas. Pero no quiere. No quiere pagar a un par de tipos para que lo hagan porque es un agarrado. Si, no se puede luchar contra lo imposible. Ustedes pongan las trampas como él dijo y ya está. Nha, la vida es muy corta para discutir con gente como él≫.
≪Amen≫, asintió su hermano.
≪Además, todos los hoteles tienen ratas, igual que todos los hoteles ocultan escándalos≫.
≪Seguro que el Overlook oculta unos cuantos, ¿eh?≫.
≪Una de las razones por las que ese viejo roñoso gana más de medio millón de dólares al año es porque se le da muy bien acallarlos. Estupendamente, la verdad, eso hay que reconocerlo. Hace unos años, tuvimos a una vieja latosa, pero muy adinerada... ¿Cómo era que se hacía llamar?... Scoots, y siempre andaba en motoneta≫.
≪Ah, ¿la vieja señora Scoots se hospedó aquí?≫, preguntó Lynn nuevamente.
≪Así que le conocen≫, señaló Kirby.
≪Si –afirmó Lincoln–, era muy conocida por todos allá en Royal Woods. Solía juntarse con una pandilla de motociclistas; pero hacía tiempo que no la veíamos. Muchos creímos que se murió de vieja o algo≫.
≪Y no se equivocan; pero si hablamos de la misma señora, debo decirte que no se murió de vieja. Ese verano vino acompañada por un jovencito de unos veintitantos años. Era un joven rubio, muy alto y apuesto, y no era precisamente su enfermero particular, si sabes a que me refiero≫.
≪Si, definitivamente es la misma≫, rió Lincoln. Su hermana mayor, en cambio, no dijo nada.
≪El caso es que, la tercera noche aquí, él se largó –explicó Kirby–. Entonces ella se preparó un buen baño caliente...≫.
≪¿Y? –indagó una muy intrigada Lynn–. ¿Qué pasó?≫.
≪Se cortó las venas. Vaya Lio. Pero Tetherby no dijo nada≫.
Con esto, sumado a lo que comentaron en el despacho de Tetherby a puertas cerradas, Lucy consiguió entender porque a su hermana dejó de entusiasmarle la idea de ir a trabajar en ese hotel durante el invierno.
Repasó el recorte con el encabezado policiaco. En definitiva se trataba de la misma vieja latosa que todos conocían en el pueblo. Ahora entendía porque dejó de aparecerse por allí.
De repente, la joven de negros cabellos echó su cabeza para atrás, tras lo cual empezó a salivar y a temblar, como si estuviese sufriendo un ataque epiléptico. Cesaría dentro de poco, pero el punzante dolor en su cabeza era más intenso que las otras veces, tal como cuando vio al niño muerto en vida asomándose por el tubo de cemento en la zona infantil o al mafioso de la suite presidencial que salió de allí mismo luciendo su elegante traje negro y su cabeza fulminada de un balazo, de cuya tenaz abertura brotaba sangre fresca, picadillo de sesos y esquirlas de hueso craneal en pequeñas cascadas.
≪Gran fiesta≫, había dicho alzando una copa de brandy en alto y esbozando una picara y burlona sonrisa.
–¡Lily!... ¡Lily!... –gimió convulsionándose–. ¡Lily!... ¡No!...
Sabía que su reacción era la señal clara... De que algo malo estaba a punto de pasar...
***
Lily estaba otra vez frente a la habitación 217. En el bolsillo tenía la llave maestra y miraba fijamente la puerta, con avidez, sintiendo que la piel le picaba y se estremecía bajo el overol. Su garganta emitía un murmullo bajo y monótono.
–Ya bebita, sin llorar... A jugar y a retozar...
No había tenido intención de ir ahí después de lo ocurrido la ultima vez. Le daba miedo haber vuelto a coger la llave maestra, desobedeciendo así a su hermano mayor. Sin embargo, la curiosidad era como un anzuelo constante en su cerebro, una especie de obsesionante sirena que no se dejaba apaciguar. ¿Y acaso Clyde no había dicho que no creía que hubiese nada que pudiera hacerle daño? ¿Pero acaso ella también no había echo la promesa de no entrar allí?... Aunque las promesas estaban para romperse.
La sola idea la hizo estremecerse. Era como si ese pensamiento hubiese venido desde afuera, como un zancudo zumbando, seduciéndola insidiosamente. Las promesas estaban para romperse, para astillarlas, para reventarlas y magullarlas a martillazos. El inquieto murmullo se convirtió en un tarareo gutural.
–A jugar y a retozar...
Las gemelas con las que se había topado se habían esfumado de su vista y la manguera de incendios sobre la alfombra seguía siendo una manguera.
–Anda, atácame si te atreves –murmuró volviéndose a mirar al extintor en la pared. Su hermano ya había vuelto a colgar la boquilla de bronce en su sitio y esta seguía sin moverse–. Vamos, atácame. ¿Qué, no puedes? No, porque sólo eres una tonta manguera y no puedes hacerme daño.
Incluso la sangre en la suite presidencial era algo viejo e inofensivo. Algo que había pasado mucho antes de que ella naciera o que incluso la concibieran... Algo que ya no podía hacerle dañó. Nada de ese hotel podía hacerle daño, y si para demostrárselo tenía que entrar en esa habitación, entonces lo haría de una vez por todas.
–Muy contentas, tú y yo... –susurraba en lo más hondo de si misma–. Ríe, ríe, ríe...
Lily sacó la llave maestra de su bolsillo, la introdujo en la cerradura y la hizo girar. Empujó la puerta que se abrió suavemente, sin el menor ruido.
En breve, estuvo dentro de una amplia combinación de dormitorio y sala de estar; y aunque la nieve no había alcanzado esa altura, ya que los ventisqueros más altos estaban unos treinta centímetros por debajo de las ventanas de la segunda planta, la habitación estaba a oscuras, puesto que dos semanas atrás sus hermanos habían cerrado los postigos que daban al oeste.
Se detuvo al cruzar el umbral y tanteó la pared a su derecha, hasta dar con el interruptor de luz, con lo que se encendieron dos bombillas en una araña de cristal tallado que pendía del techo.
≪Ven con nosotros, Lily≫, creyó escuchar a una voz maliciosa y burlona en algún lado.
–No –contestó en voz baja.
≪Si, Lily, si...≫.
La niña avanzó, mirando a su alrededor. La alfombra, de un grato color lavanda, era mullida y suave. Había una cama doble con un cubrecama blanco y un escritorio junto a la gran ventana cerrada. Allí no había nada, nada de nada. Sólo una habitación vacía donde hacía frío porque era el día que Lincoln calentaba el ala este.
A un lado vio un armario con la puerta abierta que dejaba ver un puñado de perchas de hotel y una biblia dejada sobre una mesita. Al otro lado estaba la puerta que daba entrada al cuarto de baño, sobre la cual un espejo de cuerpo entero reflejaba su propia imagen con el rostro pálido.
≪Mira, Lily, mira. Vamos, Lily, ven. Ven, Lily, ven...≫.
La puerta estaba entreabierta y... Lily vio que su propio reflejo hacía un gesto de asentimiento. Fuese lo que fuese, estaba ahí adentro, en el cuarto de baño.
–No pueden hacerme daño –se dijo–, son como los dibujos de los libros.
Su doble avanzó, como para escapar del espejo, y tendió la mano a oprimir la de Lily. Después se apartó, oblicuamente, a medida que la puerta del lavado se abría del todo.
–El viejo McDonald tenía una granja... –canturreó para tranquilizarse, esta vez con voz entrecortada–. Ia, Ia, Ho... Y en la granja tenía una vaca... Ia, Ia, Ho... Con un mu mu aquí... Con un mu mu allá...
Lily miró hacia adentro. Era un cuarto alargado, anticuado, que parecía un coche Pullman. El suelo estaba formado por diminutas baldosas hexagonales de color blanco y azul. En el extremo opuesto, el inodoro tenía la tapa levantada. A la derecha, vio un lavado y sobre el un espejo, de esos que atrás ocultaba un botiquín. A la izquierda, una enorme bañera blanca con patas como garras, con la cortina de la ducha corrida.
–Ahí no hay nada, ahí no hay nada, no hay nada –se repitió al entrar–. Ahí no hay nada, no hay nada, no hay nada...
Como en un sueño, como si la moviese algo extraño, Lily fue hacía la bañera. Como si todo lo que sucedía fuera alguno de los sueños que le mostraba Warren, como si fuera a ver algo hermoso en cuanto apartara la cortina de la ducha. Quizá algo que su hermano hubiese olvidado o que su mamá hubiese perdido, algo que los hiciese felices a todos... Por eso apartó la cortina.
Hacía mucho tiempo que la mujer que yacía acostada en la bañera estaba muerta, abarrotada y de color purpura, con el vientre hinchado por los gases. Su cadáver se elevaba como una isla de carne putrefacta, en el encharcado de agua fría. Sus ojos vidriosos y enormes, estaban fijos en los de Lily... y sonreía abriendo sus labios purpúreos con una mueca grotesca.
–Y una niña aquí, y una niña allá... –la oyó canturrear con una mórbida voz espectral–. Una niña aquí, una niña allá... Una niña entrometida, en todas partes...
Lily lanzó un alarido, que sin embargo jamás salió de sus labios. Los pechos de la mujer colgaban, el vello púbico flotaba en el agua, sus manos estaban crispadas sobre los ornamentos de la bañera, como las tenazas de un cangrejo.
–Hola, Lily... –la saludó, manteniendo esa perversa sonrisa–. Te estaba esperando... Todos te estábamos esperando...
Tambaleando, la niña dio un paso para atrás, oyendo el ruido de sus propias zapatillas tocando las baldosas hexagonales. En ese mismo momento sintió que se le escapaba la orina. La mujer estaba irguiéndose.
Todavía sonriendo, con las enormes canicas de sus ojos fijos en los de ella, se fue enderezando. Sus manos muertas hacían ruidos escalofriantes sobre las paredes de la bañera. Sus pechos se movían como arrugadas bolsas de piel vacías. De lejos se oía el ruido de los cristales de hielo al romperse. No respiraba. Era un cadáver, muerto desde hacía muchos años.
Lily se volvió y huyó. Atravesó a toda prisa la puerta del espejo, con ojos desorbitados, sin poder emitir ruido alguno. Chocó contra la puerta de la habitación 217, pero ahora estaba cerrada. Empezó a golpearla con los puños, sin darse cuenta que no tenía echada la llave y que con sólo girar el picaporte podría salir. De sus labios surgían alaridos ensordecedores, más agudos de los que podría percibir el oído humano. No podía hacer más que vapulear la puerta, mientras oía como la mujer se caía de la bañera y empezaba a arrastrarse con sus manos raquíticas sobre su vientre hinchado.
–¡No pueden hacerme nada! –gritó–. ¡Son como los dibujos de un libro!
Sus párpados se cerraron y sus manos se contrajeron en puños. El esfuerzo de la concentración le encorvó los hombros al pensar:
≪¡Ahí no hay nada! ¡Nada en absoluto! ¡No hay nada!≫.
El tiempo pasó... y cuando empezaba a relajarse, a entender que la puerta no debía tener llave y que podía salir, unas manos sumergidas durante años, hinchadas, hediondas, la agarraron de los hombros y la obligaron a volverse para contemplar el rostro amoratado de la muerte.
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