Demasiado Cansado
Capítulo 5: Demasiado Cansado
Muchos días antes, cuando recién el meteorólogo había anunciado las nevadas, aunque era difícil creerlo, aun si en el cielo se avistaban nubes acumulándose, Lincoln salió una mañana al jardín ornamental con unas tijeras de podar accionadas por pilas. Pensó que el trabajo no le llevaría mucho tiempo, ya que el frío de las noches seguramente habría detenido el crecimiento de esas plantas de setos con forma de animales.
El conejo tenía las orejas un poco peludas y las patas delanteras del perro estaban algo deformes, pero la vaca, los leones y el unicornio estaban perfectamente. Con un sólo retoque bastaría... y entonces, si, que viniera la nieve.
–Buenos días, señor conejo –saludó Lincoln al primer arbusto, en lo que oprimía el botón que ponía en funcionamiento las tijeras y la maquina empezaba a zumbar–. ¿Cómo está la familia? Supongo que numerosa y escandalosa como siempre, ¿verdad?... Oh, ¿veinticinco niñas y un solo niño? Eso si que suena como una verdadera casa de locos, ¿eh?...
Hizo una pausa y se preguntó por qué rayos había salido con eso así nada más.
–Bueno... –continuó–. ¿Qué puedo hacer por ti el día de hoy?... ¿Una recortadita en la coronilla y pulirte un poco las orejas? Como usted mande. Sólo siéntate, relájate y deja que tu buen amigo Lincoln se encargue de todo. Oye, ¿te contaron alguna vez el chiste del ladrón que robó un calendario? Consiguió doce meses... Ja ja ja ja ja ja ja... ¿Entiendes?
Su propia voz le sonó tan estúpida y forzada que se interrumpió y se limitó a seguir trabajando con rapidez. Recortó las orejas del conejo, retocó su cara y le pasó las tijeras por la barriga. En el césped se formó un montón de hojas y ramas, conforme la herramienta ronroneaba con la inquietante resonancia metálica de los aparatos accionados por pilas. El sol brillaba, pero no daba calor. Ya no parecía difícil creer que vendría la nieve.
Una vez hubo terminado, Lincoln se dirigió a la zona infantil y desde allí echó un vistazo al arbusto con forma de conejo. Estaba bien. Ahora sólo tocaba emparejar las patas del perro. Pero cuando iba a empezar de nuevo, un raro impulso lo hizo apagar las tijeras un rato y regresarse a la zona infantil.
–Trabajo, trabajo, trabajo... –refunfuñó camino a la casita replica del Overlook–. Descansaré un rato.
Las ventanas de la casita chirriaron ligeramente cuando Lincoln las empujó y se agachó para asomarse a mirar adentro.
–Fi, fa, fo, fun... –oró con voz de cuento de hadas–. Despídanse de sus camas y sus teléfonos, que aquí viene el gigante a comérselas a todas mientras duermen...
Pero tampoco eso era gracioso. La casita, a lo sumo, alcanzaba la altura de Lily, y su interior no era la gran cosa. Las paredes estaban pintadas de blanco, pero casi todo estaba vacío.
Después fue hasta los columpios, dejó las tijeras de podar a un lado y, tras echar un vistazo para asegurarse de que ninguna de las chicas estuviese deambulando por ahí, se paró arriba de uno de ellos y comenzó a mecerse mientras cantaba:
–Lo haremos, podremos, siempre y cuando estemos juntos. Lo haremos, podremos, no nos vencerán. Siempre un plan, en unión, un equipo de amigos. Te apoyaré y tú lo harás también. Estaremos bien...
¡Crac!
En ese momento oyó un ruido atrás de él y se volvió rápidamente, frunciendo el entrecejo, avergonzado, preguntándose si alguien lo habría visto tontear en el territorio de los niños. Recorrió con la mirada los toboganes, los balancines, y un poco más allá a los animales de seto cuyas hojas apenas se movían con el viento. Los leones se agrupaban en torno al camino, como para protegerlo; el conejo se inclinaba fingiendo comer hierba y la vaca parecía estar pastando; el perro seguía echado y el unicornio mantenía la cabeza erguida luciendo su largo y flamante cuerno. Todo estaba como hacía un momento.
≪Muchacho, será mejor que te pongas a trabajar –se dijo–. Porque si no, cuando despierten todas pensarán que no has hecho nada≫.
Se giró a mirar la podadera posada en la varilla de los columpios, pero no hizo un sólo movimiento para recogerla. Algo estaba mal.
Miró entonces a la casita otra vez y allí, arrimado contra una de las paredes laterales con la cabeza puesta hacía arriba, lo vio. Uno de los mazos de roque que debería estar guardado en el cobertizo junto con los demás. ¿Pero que rayos estaba haciendo ahí y por qué no lo había visto la primera vez?
–Lynn –dedujo de inmediato, y se acercó a cogerlo por el mango... Cuando fue ahí que cayó en cuenta de lo que realmente no estaba nada bien, y era tan simple, tan fácil de ver, que ni siquiera lo había notado.
La respiración se le ahogó en la garganta.
–No, es sólo mi imaginación... –trató de convencerse–. Pero si acabo de recortar al maldito conejo, ¡¿entonces por qué...?!
El conejo estaba en cuatro patas, mordisqueando la hierba, con la barriga pegada al suelo. Pero hacía unos segundos había estado sentado sobre sus patas traseras. Lo recordaba porque él mismo le había recortado las orejas... ¡y la barriga!
¡Crac!
Escuchó el mismo ruido otra vez, por lo que frenéticamente dirigió su vista, esta vez al perro. Antes de dirigirse a la zona infantil, lo había visto sentado en actitud de pedir una golosina. En cambio ahora estaba agazapado, con la cabeza inclinada y la mueca de la boca contraída en un gruñido silencioso.
Luego miró a los leones... Que se habían acercado peligrosamente. Los dos que había a su derecha habían cambiado imperceptiblemente de posición acercándose más. La cola del de la izquierda estaba casi sobre el camino. Lincoln estaba seguro que, al pasar junto a ellos por el camino de grava, aquel león tenía la cola pegada al cuerpo.
–No, no estoy viendo esto... –exclamó en voz alta mientras se cubría los ojos con una mano y después volvía a bajarla–. Lo que necesito es dormir un poco, eso es todo. Terminaré con esto e iré a tomar una merecida siesta.
¡Crac!
Al volver a mirar a los animales de seto, se dio cuenta de que algo más había cambiado mientras se cubría los ojos. Era el unicornio que estaba más cerca. Ya no mantenía la cabeza erguida, sino que parecía dispuesto a echar a galopar para embestirlo y ensartarlo con su cuerno.
Y en uno de sus costados, un poco más adelante, el perro ahora tenía flexionados sus cuartos traseros, una de sus patas delanteras extendida hacía adelante, la otra hacía atrás y la boca abierta en un gesto aparentemente amenazador. Incluso creyó distinguir el fulgor de unos ojos amarillos por entre el follaje. Unos ojos que lo miraban.
–¿Por qué hay que recortarlos, si están perfectos? –se echó a reír en voz alta, completamente horrorizado.
¡Crac!
Oyó otro crujido leve, e instintivamente retrocedió un paso cuando miró a los leones nuevamente. Parecía que uno de los de la derecha se había adelantado a otro. Tenía la cabeza gacha y una de sus garras posada sobre el camino de graba.
–No se mueven porque los vigilas... –exclamó empuñando el mazo de roque a modo de defensa–. No pueden moverse.
A esto siguió el soplar de un ventarrón que hizo que los columpios empezaran a mecerse de adelante para atrás, los balancines de los sube y baja se movieran de arriba para abajo y las pequeñas ventanas de la casa de juguete se sacudieran abriéndose y cerrándose.
Por entre las aberturas del edificio a escala, Lincoln escuchó claramente el paso de los silbidos del viento, que parecían sonaban como voces fantasmagóricas de un montón de niñas y adolescentes que se estaban burlando de él.
–Hola, Lincoln...
–Hola, Lincoln...
–Adelante...
¡Crac!, crujió la grava en el sendero.
Con un movimiento espasmódico, Lincoln volvió la cabeza para mirar al perro, al que vio a mitad del camino, justo atrás de los leones, con la boca abierta. El león de la izquierda había avanzado más hasta acercarse al borde del sendero y su hocico parecía esbozar una mueca.
Lincoln retrocedió otros dos pasos, con su pulso latiendo desesperadamente y el aliento raspándole la garganta. La vaca también se había movido, describiendo un circulo hacia la derecha, por detrás del conejo. Al igual que el unicornio, tenía la cabeza baja y los verdes cuernos de follaje apuntaban hacia él; con lo que Lincoln se dio cuenta que no podía vigilarlos a todos al mismo tiempo.
–¡Volved atrás! –gritó con un gemido de desesperación, y sin dejar de observar a aquellas criaturas inverosímiles que antes no eran más que unas matas ligustrinas, recortadas para que dieran la impresión de un montón de animales, pero que si uno miraba de cerca perdían todo parecido.
Volvió a cubrirse los ojos, apretando con una mano la cabeza, la frente y las sienes retumbantes, y se quedó así por un buen rato, aterrorizado.
Finalmente volvió a bajar la mano dando un grito.
Junto al campo de golf, el perro estaba sentado como si pidiera comida. La vaca pastaba mirando con indiferencia hacia la cancha de roque y el unicornio mantenía su cabeza erguida, lo mismo que cuando Lincoln llegó con las tijeras de podar. El conejo, erguido sobre sus patas traseras, con la barriga recién recortada, mostraba las orejas, atentas al menor ruido. Inmóviles en su lugar, los leones cuidaban la senda.
–... Estoy cansado... –dijo una vez la respiración se le regularizó–. Cansado... Eso es... Estoy cansado... Muy cansado...
***
–¡Lily, despierta!
Entre bostezos y refunfuños, la niña se giró sobre su espalda y abrió los ojos, al tiempo que retiraba el pulgar de su boca y poco a poco su vista iba cobrando mayor nitidez.
En breve avistó las sonrientes caras de Lynn y Leni inclinándose sobre ella.
–Levántate y ponte tu abrigo –dijo Lynn que no cabía en si de gozo.
–Está nevando afuera –avisó Leni radiante de alegría.
***
Al poco rato, las tres hermanas salieron por las puertas del hotel con sus ropas de invierno y se pusieron a jugar alegremente sobre el primer manto de nieve que había recubierto el terreno de la noche a la mañana. Como tal, Lynn y Lily iniciaron una amistosa pelea de bolas de nieve la una contra la otra, mientras Leni atrapaba copos de nieve con la lengua.
Miró de nuevo a Lucy, quien lucía su capa negra con capucha. Ella había llegado poco antes que las otras y se había tumbado de espaldas sobre un montículo de nieve, permaneciendo totalmente inmóvil en todo momento. Estaba jugando al rigor mortis, su juego favorito en días nevados. A simple vista no se notaba dada su fría expresión, pero Lincoln conocía bien a todas sus hermanas y sabía que ella también se emocionaba mucho en un día nevado. Porque eran en momentos como ese en que uno podía darse el gusto de volver a ser niño, al menos por un corto periodo de tiempo.
Mas, en lo que respectaba a Lincoln, el hombre de la casa, el soló se limitó observarlas fijamente a travez de la única ventana de su habitación... Con una expresión muy ausente, de ojos adormilados, la boca abierta en un ángulo irregular y su cabeza zumbando. ¿Pero quién podía culparlo, de parecer un muerto en vida al acecho en busca de cerebros frescos para devorar?, si había tenido una mala noche. En realidad cada noche le había resultado pesada desde que se instalaron en el hotel, pero la ultima había sido la peor de todas...
***
Recordó primeramente haber estado soñando con algo agradable, con la manifestación de una pequeña fantasía culpósa que de vez en cuando se le pasaba por la cabeza, haciendo que se preguntara cada vez como se habrían dado las cosas de haber sido así.
Soñó que tenía once años otra vez y su padre estaba vivo; pero la gran diferencia aquí es que ahora estaba en una realidad alterna en la que era hijo único y disponía exclusivamente de toda la atención de mamá y papá.
Tenía que confesar que todo eso... Le había gustado, ciertamente. Le había gustado poder ver sus programas favoritos sin tener que pelear por el control remoto con nadie más; le había gustado poder leer sus cómics en absoluta paz y tranquilidad sin que ninguna niña molestosa lo estuviese interrumpiendo a cada rato o quejándose de que lo hiciera en ropa interior; le había gustado disponer de todo el piso de arriba para el solito y poder montar diversas salas de juegos en las cinco habitaciones que habrían correspondido a sus hermanas de haber existido; le había gustado en especial la parte en la que Clyde le cedió la membresía al club de los hijos únicos. Todo eso que nunca pasó le había gustado.
Y sin embargo, posterior a haber estado viviendo esa fantasía, con una vida más tranquila y menos caótica, el sueño dio un giro de 360 grados y pasó a convertirse en una pesadilla.
Primero, más que soñar, rememoró aquella ocasión que aceptó ir a regañadientes a un partido de baseball de Lynn Jr. al que no quería ir, cuando lo que quería era tener un poco de tiempo libre para él después de haber estado asistiendo a las otras actividades de sus hermanas. Pero Lynn había sabido ser bastante persuasiva, como sólo ella podía ser en su preadolescencia: amenazándolo con un bate de baseball.
Afortunadamente, su padre había llegado a intervenir y llamarle la atención debidamente a su hija, diciéndole que ese no era el modo. Lynn había replicado que Lincoln no había ido a poyarla en ninguno de sus juegos de la temporada, y Lincoln había dicho en su defensa que no había podido ir antes por estar apoyando a sus otras hermanas y que quería tomarse el día para descansar. El buen hombre que era su padre había sabido comprender su punto. Mas, aun así lo obligó a asistir al juego, pues se trataba de uno muy importante y tenía la obligación de apoyar a su hermana.
Lincoln recordó el mal humor que mantuvo a lo largo de todo el partido, mientras el resto de su familia ovacionaba a Lynn. En momentos como ese llegaba a pensar que Lynn era la favorita de su padre y por eso es que le daban gusto en todo. Y al final, asistir al dichoso partido ni siquiera había valido la pena, pues el equipo de Lynn había sufrido una miserable derrota.
A pesar de esto, Lincoln igual quiso brindarle unas palabras de consuelo a su hermana, tampoco es que le alegrara que le hubiese ido mal. ¿Y cómo fue que le correspondió? Pues echándole la culpa a él acusándolo de dar mala suerte. Y no conforme con eso, los días siguientes Lynn esparció el rumor entre el resto de sus hermanas. El rumor de que Lincoln transmitía mala suerte. Al inicio ninguna de ellas se lo llegó a creer; pero resulta que Lincoln quiso aprovecharse de esto y le siguió la corriente a Lynn con tal de no asistir a más actividades de sus hermanas, quienes más temprano que tarde se dieron cuenta de lo que se traía entre manos y lo dejaron de invitar más porque se sintieron dolidas de que recurriera a artimañas sucias en lugar de ir a apoyarlas como un buen hermano. Fuera como fuese, Lincoln había conseguido lo que quería. Sus hermanas ya no lo hacían asistir a sus eventos porque estaban enojadas con él, salvo por la supersticiosa de Lynn que genuinamente lo evitaba por miedo a su supuesta mala suerte. El caso es que ahora tenía tanto tiempo libre que no sabía que hacer con el.
No obstante, el señor Loud se dio cuenta rápidamente de lo que hacía su hijo y decidió darle una severa lección una noche que la familia iba ir al cine.
–Ya vámonos –había llamado la señora Loud esa vez a sus hijos–, la película empieza en media hora.
–Pido sostener las palomitas–, había dicho Lincoln al acudir al llamado.
Entonces, justo después de que Lynn Jr. huyera despavorida, su padre astutamente respondió:
–Wow, wow, wow, wow, wow... No tan rápido, hijo. Quisiera que fueras; pero con tu mala suerte algo podría salir mal.
Hasta esa parte, el recuerdo de como su padre le había dado una lección se manifestó tal y como había sucedido en ese entonces. Después de que se perdiera la película, y de sostener una charla civilizada con su padre al día siguiente, Lincoln aprendió a ser honesto y apoyar a su familia sin importar que. Y claro que el buen señor Lynn se encargó de hacer entrar en razón a Lynn Jr., aunque costó algo de trabajo. En eso había acabado el que recordaba como el asunto de la mala suerte. Pero en lo que respectaba a este sueño, la cosa iba empeorando cada vez más.
Después de que no lo dejaran ir al cine con ellos, su familia lo sacaba de su habitación y de la casa y después vendían sus cosas por miedo a que estuviesen contaminadas con su mala suerte. Lincoln se disculpaba y confesaba toda la verdad, pero el resto de los Loud no querían entrar en razón. Entonces Lincoln recurría a la medida desesperada de presentarse en el siguiente partido de Lynn: disfrazado como la mascota del equipo.
En principio parecía que Lynn iba a perder, y por un momento Lincoln llegó a creer que si transmitía mala suerte. Sin embargo, Las ardillas de Royal Woods terminaban alzándose con la victoria, con lo que Lincoln pudo quitarse la cabeza de la botarga ante su familia, demostrándoles que no transmitía mala suerte.
Mas, en lugar de entrar en razón, a partir de entonces lo obligaban a usar la botarga de ardilla todo el tiempo; incluso durante un caluroso día que fueron a la playa, quedando el pobre a merced de un sol abrazador. Todo bajo la excusa que el traje servía para repeler la mala suerte. Luego las cosas iban de mal en peor y se tornaban cada vez más bizarras. Su familia lo alimentaba miserablemente con avena, lo encadenaban en el patio de atrás como a un animal, lo esclavizaban obligándolo a asistir a los eventos con mayor frecuencia bajo amenazas, y pobre de él si las cosas salían mal... Por culpa de su mala suerte.
***
Siguió mirando por la ventana, fijándose específicamente en Lynn, que en ese momento correteaba a Lily con intención de atizarle con una bola de nieve más grande que su propia cabeza. No tenía duda. Si bien la situación no hubiese llegado a un extremo tan denigrante, que más parecía ser algo sacado del peor guión escrito para un episodio de una serie de dibujos animados en decadencia, Lincoln podía jurarlo por su vida. De haber tenido oportunidad, ella si habría puesto a todos en su contra por apegarse a sus estúpidas supersticiones, tal como lo soñó la noche anterior.
Lynn siempre había sido alguien así de insoportable, sobre todo a la hora de jugar cualquier tipo de juego. Ya sea que ganara o perdiera, su actitud era pésima. Mala ganadora y, peor aun, mala perdedora. Hora si se trataba de un simple juego de mesa, hora si se trataba de una carrera de atletismo que de haber ganado habría significado la obtención de una beca universitaria. Por esa razón es que Lincoln la consideraba la menos favorita de sus hermanas, por mucho que dijera no tener favoritas.
De todos modos no sentía el más mínimo remordimiento cuando pensaba así, si para él tampoco era un secreto que de algún modo su hermana lo despreciaba. Desde que eran niños siempre lo trató como su bolsa de golpear. Se metía con el constantemente, lo obligaba a jugar con ella quisiera o no, le arrebataba sus bocadillos al menor descuido y se los comía delante de él de forma muy altanera. Esa mañana recordó todo; como lo ponía en ridículo en cada ocasión bajándole los pantalones, como desprestigiaba su acto de magia, las veces que le eructaba en la cara o lo apresaba bajo una manta para hacerle un horno danés. Recordó las veces que recurrió a usar la violencia en su contra, ya fuera jugando o como medio para ganar una discusión. En fin, en ese entonces no la soportaba; no soportó tenerla de compañera de habitación por unos días que se peleó con Lucy; y en la actualidad seguía sin soportar tenerla cerca o sólo mirarla. Eso era un hecho.
≪Te ves terrible≫, le había dicho esa mañana a primera hora, que ellos dos y su madre estaban en la cocina tomando su café matutino, con esa misma actitud despreocupada de siempre, como si se estuviese burlando de él en su cara. Pero si tenía razón al señalar su aspecto desgastado, y todo se debía a que había pasado una mala noche...
***
En la madrugada se despertó jadeando y sudando a mares, como si recién se hubiese desentendido de la sofocante botarga de ardilla con la que soñó. Pero la pesadilla no había terminado aun. De hecho la pesadilla estaba lejos de terminar todavía, y lo entendió en ese momento que la puerta de su recámara se abrió con un chirrido sordo y vio entrar a una aparición de lo más peculiar.
Era un hombre disfrazado que ingresó andando a cuatro patas y posó sus manos al pie de la cama de Lincoln, quien a su vez se dio cuenta que iba disfrazado de perro. Su traje estaba cerrado con una cremallera que corría por el lomo hasta el cuello, con una larga cola floja que salía del trasero de su traje y terminaba en una borla.
Aturdido, inmóvil y enmudecido, Lincoln miró los pequeños y enrojecidos ojos del hombre, ocultos atrás de una máscara de perro o de lobo con las órbitas vacías sobre el hocico y la boca abierta en un gesto ociosamente amenazador. Su boca, su mentón y sus mejillas estaban manchadas de sangre.
–Te voy a comer, pequeña ardillita –gruñó el hombre perro–. Te voy a comer, pequeña ardillita.
En respuesta, lejos de gritar del susto, Lincoln buscó a tientas algo con que defenderse en su mesa de noche. Su mano entonces se aferró a un vaso de vidrio. Las últimas noches había tenido un vaso, una jarra con agua y el frasco de analgésicos a mano en su mesa de noche, en caso de que le volviese a doler la cabeza. Aunque nunca se las pasaba con agua, siempre las masticaba enteras.
–Lárgate de aquí –amenazó Lincoln.
–Te voy a comer por ordenes de mi ama –gruñó el hombre perro otra vez, y de pronto su boca sonriente dejó escapar una serie de ladridos. Por más que fuera una imitación humana, la ferocidad de los ladridos era real. Su aliento olía a Whisky escocés y a champán–. Me dijo que tu eres una plaga que contamina todo con su mala suerte, y por eso te voy a comer; y creo que voy a empezar por el pirulí...
Lincoln alzó el vaso.
–Veté de aquí. Tú no eres más que un producto de mi imaginación. Esto es un sueño, sólo un sueño...
–Si, eso... –rió el hombre perro sin dejar de gruñirle–. Esto es sólo un sueño... ¿O no?
¡CRASH!
***
Recién Rita había dejado parada la olla sobre la estufa, cuando se decidió a subir a la segunda planta, no sin antes dejarle encargando a Leni que vigilara la leche que puso a hervir.
En el despacho de Tetherby tampoco encontró a su hijo, a quien no había visto en casi todo el día. No desde que entró a la cocina en la mañana a tomarse su café matutino, saludó a las que estaban ahí con un gesto y un leve gruñido y se fue; por lo que asumió inmediatamente habría regresado a su habitación. Cosa que le preocupó un poco y le hizo preguntarse si se sentiría enfermo o algo. Tenía que estar más atenta a lo que pasaba en su entorno, dado que concentrarse tanto en su obra la estaba distrayendo de todo lo demás.
Igual, ya estando allí, la mujer hizo ella misma aquello otro que en primer lugar había ido a pedir a Lincoln que hiciera, empezando por encender el radio de comunicación.
–Este es KRK12, llamando a KRK1... –le habló al micrófono–. KRK12 a KRK1...
–Habla KRK1 –contestó la voz de un guardabosques del otro lado de la línea–. La escucho. Cambio.
–Hola, soy Rita Loud desde el Hotel Overlook. Cambio.
–Hola, ¿cómo les está yendo a ustedes allá? Cambio.
–Estamos bien; pero los teléfonos no parecen estar funcionando. ¿Se interrumpió el servicio telefónico? Cambio.
–Si, muchas líneas se cayeron con la nevada. Cambio.
–¿Y cree que las podrán reparar pronto? Cambio.
–Bueno, no quisiera decirlo, pero en algunos inviernos se han quedado así hasta la primavera. Cambio.
–Oh, esta nevada si que fue muy fuerte, ¿no lo cree? Cambio.
–Si, es una de las más fuertes en muchos años. ¿Hay algo más en que pueda ayudarla, señora Loud? Cambio.
–No, creo que no. Cambio.
–Bien, si tienen algún problema por allá, sólo llámennos... Por cierto, señora Loud, tal vez sería buena idea que dejaran el radio encendido todo el tiempo. Cambio.
–Está bien, así lo haremos. Que bueno que pude hablar con usted. Adiós.
–Cambio y fuera.
***
Rato después, Lily entró a la habitación de su hermano, procurando hacer el menor ruido posible en caso de que estuviese durmiendo tal como su madre le indicó al mandarla allí. Para su suerte, la puerta no estaba asegurada y Lincoln estaba bien despierto. Amodorrado y ausente, pero despierto de algún modo.
Lo halló sentado sobre la cama destendida, con la mirada fija en la ventana a través de la cual se observaba la nevada cayendo del cielo. Era de entender que Leni no había pasado por allí a hacer el aseo como acostumbraba a hacer todas las mañanas. A esas horas estaría cansada de haber estado jugando tanto en la nieve junto con todas las demás. Por esto fue que Lily tuvo que pasar por encima de los fragmentos de cristal del vaso roto que halló dispersos junto a una de las paredes que nadie había recogido, preguntándose que habría sucedido allí.
Luego miró a Lincoln, que aun no se había vestido. Lo único que llevaba puesto por encima del pijama era una bata de color azul y en sus pies calzaba un par de pantuflas. Supuso que se puso todo eso encima sólo para abrigarse; pero, dada su cansada expresión, pensó que si le habrían faltado ánimos para alistarse para ese día. Aquello fue una de las cosas más extrañas que Lily vio en ese hotel. Su hermano era una persona formal y por costumbre siempre se levantaba temprano y se alistaba antes que nadie más así no fuera a salir de casa.
–Mamá dice que vengas a la cocina a tomar una taza de chocolate caliente –le avisó la menor deteniendo su paso al otro lado de la cama.
–Primero ven conmigo un momento –balbuceó Lincoln sin regresarse a mirarla; por lo que Lily se limitó a obedecer, a pesar de que en esa ocasión hubiese preferido no hacerlo. Aunque no sabía porque.
Cuando estuvo frente a él, sin preguntarle de antemano, Lincoln la levantó agarrándola de las axilas y la sentó en su regazo (su hermano era más fuerte de lo que aparentaba), la abrazó suavemente contra su pecho y le plantó un tierno beso en la frente.
–¿Cómo estás, nena? –le preguntó al tiempo que acariciaba sus rubios cabellos con suavidad.
Pese a que, por alguna extraña razón, la niña en ese momento prefería reservarse su confianza para con su hermano y padre sustituto de toda la vida, de todos modos no opuso resistencia.
–Bien –se limitó a responder.
–¿Te la estás pasando bien?
–Si, claro –mintió.
–Eso es... –sonrió Lincoln, cuyos adormilados ojos se abrieron de tal modo que resultaba algo inquietante–. Porque quiero que te diviertas aquí.
–Si, Linky...
Hubo una breve pausa, en la que Lily esperó a que Lincoln la dejase ir; pero no lo hizo.
–Linky... –se atrevió a indagar entonces.
–¿Si? –le contestó con voz queda.
–¿Te sientes mal?
–No... –contestó relajando su mirada otra vez–. Sólo estoy un poco cansado.
–¿Entonces por qué no duermes?
–Porque... No puedo... –susurró–. Tengo mucho que hacer...
–... Linky...
–¿Si?
–¿Te gusta el hotel?
–Si... –sonrió mirándola a los ojos–. Claro... Me encanta... ¿A ti no?
–... Creo que si –mintió nuevamente.
–Excelente... –asintió Lincoln–. Quiero que te guste... Me gustaría quedarnos... Por siempre... Siempre... Y para siempre...
Ante esto, Lily tragó una poca de saliva de manera disimulada, tras lo cual se decidió a indagar sobre aquello que tanto había estado pasando por su pequeña y alocada cabeza desde mucho antes que se instalaran allí.
–Linky...
–¿Qué?
–... Nunca nos lastimarías... ¿Verdad?
Su hermano dejó de sonreír y abrió los ojos nuevamente, y ella nuevamente sintió resquemor con esa mirada.
–... ¿Por qué lo dices?
Pero Lily no respondió nada y se quedó esperando a ver que contestaba su hermano.
–¿Por qué insistes con eso? –exigió saber con calma–. ¿Quién te dijo eso alguna vez? Que yo las lastimaría... ¿Fue Lynn, acaso?
–No, Linky.
–¿Seguro? –inquirió alzando un poco la voz.
–Si, Linky.
–... Yo las amo, Lily –Lincoln sonrió otra vez–. Las amo más que nada, en todo el mundo. Y nunca podría hacer nada para lastimarlas, jamás. ¿Lo entiendes, o no?
–Si, Linky.
–Bueno.
Mirando de reojo, Lily observó el manto de escarcha recubriendo la ventana de esa habitación y escuchó también la ventisca. Dentro de poco se intensificaría cada vez más y la nieve acabaría aislándolos a todos en ese lugar. Tendría que esperar a hasta que las nevadas se amansaran un poco, hasta el deshielo llegada la primavera si quería volver a salir al exterior. Hasta entonces estarían atrapados.
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