Capítulo 11: Lazos
Después de la confrontación con el hombre sombrío, Seraphina se encontró en un estado de agotamiento físico y emocional. Aunque había prevalecido en la batalla, las secuelas del enfrentamiento la dejaron reflexionando sobre su pasado y su futuro. Se dio cuenta de que había enfrentado uno de los fantasmas que habían perseguido sus pensamientos desde su reencarnación.
Pasaron varios días en los que Seraphina se tomó tiempo para descansar y recuperarse. En ese tiempo, su amistad con la vendedora y otros habitantes de la ciudad humana se fortaleció aún más. Había encontrado en ellos un apoyo inquebrantable y un sentido de comunidad que le faltaba en su vida anterior.
Una soleada tarde, mientras paseaba por las bulliciosas calles, Seraphina vio a un grupo de niños jugando cerca de una fuente. Uno de los niños llamo su atención, una niña de cabello liso azabache y ojos miel que miraban curiosos, se le acercó con una sonrisa.
"¡Hola! ¿Eres Seraphina? Te he visto antes, ¡eres como un ángel con tu brillo azul!", exclamó la niña.
Seraphina rió suavemente, conmovida por la dulzura de la niña. "Sí, soy Seraphina. Un gusto conocerte."
La niña le tendió la mano. "Soy Ana. ¡Mis amigos y yo hemos estado contando historias sobre ti y tus poderes! ¿Es cierto que puedes sanar heridas y brillar como las estrellas?"
Seraphina asintió y tocó gentilmente el hombro de la niña. Su Resplandor Sanador emanó de sus escamas las cuales yacían ocultas en su ropa, envolviendo a Ana en una luz cálida y curativa. Los ojos de Ana se iluminaron mientras sentía el poder sanador de Seraphina.
"¡Es verdad! ¡Eres increíble!", exclamó Ana, emocionada.
Ese día, Seraphina pasó tiempo con los niños, compartiendo historias y enseñándoles sobre su mundo omitiendo el hecho de ser de otra especie. La niña, Ana, tenía tan solo diez años, y su tierna inocencia cautivó el corazón de Seraphina. Pronto, Ana se convirtió en una amiga cercana y en una especie de "protegida" de Seraphina en la ciudad humana.
Un día, mientras compartían un almuerzo en el rincón tranquilo de un parque, Ana confesó en voz baja: "Seraphina, yo soy huérfana. No tengo a nadie más en este mundo."
Seraphina miró a Ana con ternura, su voz adquiriendo un tono cálido y comprensivo. Sabía lo que significaba sentirse sola y rechazada, haber vivido una vida en la que no pertenecía la había marcado y no le deseaba una vida así ni siquiera a su peor enemigo. "Ana, yo también he conocido lo que es estar sola. Pero ahora estamos juntas, ¿verdad?"
Los ojos miel de Ana se llenaron de lágrimas mientras asentía. "Sí, pero... ¿qué pasa si un día desaparezco como todos los demás?"
Seraphina le tomó suavemente las manos, su voz llena de consuelo y cariño. "Nunca te abandonaré, Ana. Eres mi amiga y siempre estaré aquí para ti."
El vínculo entre ellas creció más fuerte con cada día que pasaba. Seraphina descubrió que su relación con Ana llenaba un vacío en su corazón, un espacio que no sabía que necesitaba ser llenado.
Ana, a pesar de lo alegre que era, tenía una historia que se tejía con hilos de resiliencia y esperanza. Nacida en un pequeño pueblo en las afueras de la ciudad humana, su vida comenzó con una tragedia. Sus padres, humildes artesanos, murieron en un accidente cuando tenía apenas tres años, dejándola sola en el mundo.
Desde entonces, vivió en un orfanato. A pesar de la bondad de las cuidadoras, el lugar estaba lleno de niños, y a menudo se sentía perdida en la multitud. Los recuerdos de sus padres eran apenas un susurro lejano, pero siempre sostenían su corazón como un faro de amor y seguridad.
A medida que crecía, Ana enfrentó su cuota de desafíos. Siendo una niña inteligente y curiosa, anhelaba una conexión más profunda con alguien que la entendiera. Sin embargo, su naturaleza reservada a menudo la dejaba en segundo plano, observando en silencio mientras otros niños se reían y jugaban juntos.
Pero, a pesar de las dificultades, Ana nunca perdió su sentido de esperanza. Pasaba horas explorando la ciudad humana, imaginando historias y aventuras que le esperaban. Su capacidad de encontrar belleza en las cosas más simples, como las flores que crecían en los rincones de las calles adoquinadas, la mantenía fuerte.
Un día, mientras buscaba tesoros en una tienda de antigüedades, Ana vio por primera vez a Seraphina. La presencia de la dragona de cristal la cautivó de inmediato. La manera en que brillaba con un resplandor azul la hizo sentir que estaba frente a algo mágico y especial (cosa que era acertada). Ese encuentro marcó el comienzo de una amistad que cambiaría sus vidas.
A través de su amistad con Seraphina, Ana encontró una figura materna que siempre había deseado. La dragona la llenó de cariño y cuidado, desentrañando capas de soledad y desconfianza que habían estado presentes desde su infancia. Los poderes y la bondad de Seraphina le recordaron a Ana que había belleza en el mundo, incluso después de la pérdida y la tristeza.
Cuando Seraphina expresó su deseo de adoptarla, Ana no podía creer la suerte que había tenido. Finalmente, había encontrado un lugar al que pertenecía y una familia que la amaba. El orfanato que alguna vez fue su hogar se convirtió en un recuerdo distante, reemplazado por la calidez y la seguridad del abrazo de Seraphina.
Pasaron tardes compartiendo cuentos, explorando la ciudad juntas y riendo ante las ocurrencias de los niños.
Y así, Seraphina se convirtió en la madre adoptiva de Ana, llenando su vida con amor y apoyo. A través de esta nueva relación, Ana finalmente encontró la familia y el hogar que siempre había deseado.
Mientras el sol se ponía en el horizonte, Seraphina y Ana miraron hacia el futuro con esperanza y alegría, listas para enfrentar cualquier desafío que se presentara en su camino juntas.
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