El Reino de Papel
En una larga y extensa llanura blanca, tan blanca como la nada misma, pequeñas huellas azules quedaban marcadas, como el único testigo del paso de aquella joven muchacha que tiempo atrás camino por aquel extraño lugar.
Tiempo atrás El Rey Borrador y La Reina Lápiz, dibujaron a su gusto y conveniencia un hermoso reino. La Princesa Tijera cortó y moldeo, con sus propias manos, a cada uno de los habitantes siguiendo la línea creada por su madre. De esa manera el Reino de Papel nació, y bajo su mandato creció y prospero. Tanto fue el crecimiento, que pronto los habitantes originales de Papel fueron minoría gracias a los extranjeros que se mudaban a sus tierras.
Extranjeros como la familia de Tinta, que antaño eran acomodados. Pertenecían a la nobleza y su hija nació rodeada de lujos. Venían de un pequeño reino que ahora yacía en ruinas. Actualmente no eran más que simples y pobres refugiados, que recibían humildemente caridad de un reino al que solían despreciar.
A Tinta le gustaba bailar, incluso sin música. Giraba sobre si, sus pies cobraban vida propia y la llevaban donde querían, así fuera sobre las delgadas ramas de un árbol moribundo o dentro del caudal de un rio. Su cabello oscuro se movía como si fuera agua. El verla moverse era un espectáculo digno de admirar. Se podría decir que era hipnotizante, pues todo a su alrededor se teñía de color.
Con cada paso, su huella, verde quedaba marcada en el pasto blanco. Cada manotazo al aire pintaba el cielo de azul y las hojas de amarillo, verde y rojo. Cuando las miradas de los campesinos se clavaban en su espalda ella se detenía con la cabeza baja, sumamente avergonzada, al tiempo en que sus mejillas celestes se coloreaban de rojo.
Tinta era extraordinariamente llamativa, aun si no decía ni la más mínima palabra. El cabello negro le caía en cascada sobre sus hombros deslizándose por su espalda, sus ojos dorados iluminaban su sonrisa blanca, sus labios rosados y aquella larga falda, tan colorida como un arcoíris, la hacían imposible de ignorar, más en un lugar tan blanco como era el Reino de Papel.
Un día en que Tinta bailaba, pintando un arroyo, el joven Príncipe Pluma la encontró. El muchacho se quedó pasmado, observándola durante lo que parecieron horas, hasta que la chica cayó al agua, agotada. Reía en silencio, sin dejar escuchar ni la más mínima respiración.
Pluma caminó hasta ella y solo se detuvo cuando el agua mojo sus botas. Tomó su mano, tirando de ella hasta ponerla de pie. Tinta abrió los ojos, asustada. Cuando aquellos ojos amarillos dorados conectaron con los oscuros ojos pertenecientes al príncipe, el tiempo pareció detenerse. El cielo se pintó de rojo. Ninguno dijo nada, sus labios se unieron dando color a aquella parte del bosque de Papel.
Fue como magia, ambos lo supieron. Ahora estaban completos. Juntos, serían como uno solo, para siempre.
El Príncipe tomó su mano y corrieron hasta su caballo. Un solo toque de la muchacha y la crin del animal se coloreo de dorado, tan dorado como el oro. Pluma observó su magia, maravillado, antes de montar juntos con dirección al palacio. Quería hacer de Tinta su princesa. Mientras ella se aferraba a su cintura, cada paso que el animal daba pintaba una parte del bosque con los colores más hermosos y vivos que ningún habitante del reino hubiera visto en su vida.
Desde una de las torres del enorme castillo, la Princesa Tijera los vio venir. Tan molesta como asustada, llamó a gritos a su madre. Ambas vieron como, ante sus ojos, el paisaje se maquillaba a medida que el caballo de su hermano avanzaba por el sendero.
El Rey entro a la habitación, mirando alarmado a su esposa e hija. La reina acarició la mejilla de Tijera, antes de salir siguiendo a paso veloz a su marido. Bajaron a la entrada, donde El Rey borró el puente y Lápiz dibujó soldados armados, creó enormes muros, y todos se encerraron en el castillo.
La reina se quedo de pie frente a una pared donde trazo una ventana y miro con pena como su hijo y la bruja eran detenidos por sus soldados.
Desde afuera, Pluma ordenó a los soldados moverse, mas fue ignorado. Sosteniendo la mano de su amada, retrato una filosa espada que se pintó de plata, con ella destrozo a cada guardia hasta llegar al muro. Clavó la filosa arma en el muro creando un corte por donde pasar.
Se detuvo al no ver el puente, el caudal del rio sería imposible de cruzar a pie o a caballo. Levantó la vista y gritó:
—Madre. Padre. Soy vuestro hijo, exijo entrar.
—Entra—Grito cortante su hermana mayor, desde la torre más cercana—Entra, pero dejaras aquella bruja fuera.
—No. Me casare con ella, Tijera.
—¡¿Casarte con ella?!—Pregunto, montando en cólera— ¿No observas lo que tu bruja ha hecho? ¡Arruino nuestro bello reino! ¡Trabajamos años y años para que esa bruja lo pintara a su gusto!
—¡Es hermoso!, ¿Es que no lo ves? —Exclamó, extasiado, extendiendo los brazos señalando los arboles verdes, el cielo azul y las flores naranja y amarillo.
—¿Hermoso? ¡Es horrendo! —Exclamo enfurecida, sus nudillos blancos se aferraban al marco de la ventana. Un guardia la tomó de la cintura para evitar que cayera desde lo alto de la torre pues, sin saberlo, tenía medio cuerpo fuera. Cerró los ojos un momento, respiró profundo y miró a su hermanito por última vez— Vete con ella y forma otro reino si es lo que deseas. —Dijo sin prestarse a discusión— Aquí no es bienvenida. Y si insistes con ella, tú tampoco lo serás.
Tijera dio media vuelta y se perdió de vista dentro del palacio. La vieja Reina observó, en silencio, como su hijo menor subía al caballo con la muchacha, y ambos se perdían entre colores opacos. Una lagrima oscura se deslizo por su piel blanca, otra la siguió. La vieja mujer cayó de rodillas sumida en su dolor.
A medida que el caballo se alejaba el color se desvanecía. El blanco y negro, volvía a gobernar El Reino de Papel.
Una vieja leyenda dice, que un camino hecho de huellas de colores aparecerá en el sendero, para aquellos cuyo amor no es aceptado. Un camino que, supuestamente, los llevaría al Reino de Pluma y Tinta.
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