Una Puerta al Pasado II


Aarón y Erie lo siguieron sin dejar de admirar el paisaje rustico que los rodeaba. Todos se miraban atareados con los diferentes quehaceres para el bienestar de la comunidad. Erie sonrió ante la típica rutina de los nómadas de arena, por un instante le recordó a los refugiados, aquellos que aún esperaban a que Alessa, Hegel y Aarón regresaran con buenas noticias; pensamiento que la hizo entristecer nuevamente, pues no sabía si alguno regresaría en su auxilio.

-Llegamos- habló Ray para disipar sus pensamientos.

-¡Wow!- exclamó Erie al ver un círculo de personas sentadas con varios platillos frente a ellos, haciendo su estómago rugir. Había pasado mucho desde que había algo más que nueces y frutos secos. El olor a cordero invadía el ambiente al igual que el de leche, arroz y lo que se le asemejo sería queso. Erie sintió cómo se le hacía agua la boca. Aarón apenas si la había dejado comer lo necesario para mantenerse pues tenían que racionar la comida, y ahora por fin podrían darse una comida decente desde que habían salido de Heraticlon.

-Parece que tienes hambre Erina- sonrió Ray divertido.

-¡Lo siento!- se disculpó avergonzada –Es que no hemos comido desde hace algún tiempo- explicó.

-No me sorprende, siempre has sido de buen comer - indicó con una gran sonrisa.

-Eso me recuerda ¿tú la conociste antes, no?- preguntó Aarón volteándolo a ver –Nos podrías hablar más sobre su pasado, como por ejemplo quién era.

-Claro, claro- asintió Ray –Les diré todo lo que sé una vez nos sentemos a comer.

-Entonces qué esperamos- habló Erie entusiasmada -¡Andando!

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Siguieron sin rumbo por la arena, en busca de su objetivo, el cual parecía haber sido tragado por la tierra. Darius se detuvo de su marcha para ver a diferentes direcciones, en donde no había más que pilares y montañas de roca hasta donde la vista alcanzaba. Los constantes vientos del desierto había borrado todo rastro del gecko que perseguían y con éstos, todo rastro de la chica de ojos color miel.

-Darius al habla, cambio- dijo sacando su comunicador.

-Darius, esperaba noticias tuyas hace tiempo- respondieron.

-Lo sé señor... lo siento.

-Eso no importa, ¿eliminaste a la chica?

-Ella...- calló sabiendo que la respuesta que le daría podría costarle algo más que su trabajo –Ella aún sigue en el desierto- respondió al fin.

-¡¿Qué?!- gritaron del otro lado del auricular -¡Esto es...

-Lo lamento señor, pero los vientos borraron todo rastros de los dos rebeldes- interrumpió –Eliminamos a uno de ellos sin embargo.

-¡Si no es ella no me interesa a cuántos de ellos eliminaron!- gritó furioso.

-¿Qué desea que hagamos señor?

Se escuchó un pesado suspiro del otro lado del auricular. Trayendo la calma nuevamente -Nada- respondió –Yo mismo me encargaré del asunto.

-Pero...

-Esperen por mi llegada. Hasta entonces.

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Varios platillos delante de ellos degustaron cual reyes para saciar su hambre y sed. Por primera vez desde que habían dejado Heraticlon habían podido comer hasta saciarse, y gracias a la generosidad del líder de los nómadas, recargar provisiones.

-¡Salud!- gritó Ray –Por los buenos amigos- sonrió.

-Salud- hablaron al unísono Erie y Aarón.

Tomaron de una desgastada copa de metal el tercer brindis de la noche con el mejor vino que podía haber en todo el reino, o al menos eso les había dicho Ray quien había insistido en celebrar y no aceptaría un no por respuesta.

Ray era un hombre robusto de piel morena. Su cabello era negro y sus ojos de un color marrón bastante oscuro. Sus facciones eran toscas y su nariz amplia. Una espesa barba cubría su mentón, dándole una apariencia de matón; sin embargo, su actitud positiva y constante sonrisa descartaban esa idea.

-Ahora, Ray- habló Erie con cierta impaciencia. –Respecto a lo que sabes de mí.

-Claro, claro- asintió Ray un poco ebrio –Verás Erina, tú y yo nos conocimos hace como... uno, dos... como quince años- completó incoherente.

-Tal vez sería mejor hablar de esto mañana- sugirió Aarón al notar el estado de ebriedad del nómada.

-¡No!- suplicó Erie. Había esperado toda la cena para poder entablar esa conversación y no dejaría que un par de copas la imposibilitaran de saber algo más.

-Estoy bien tú, tú... chico de pelo blanco- habló Ray confuso -¿Más vino?- preguntó para elevar la botella.

-No, yo estoy bien- respondió con un dejo de molestia en su voz el joven cronence.

-Bien, más para Erina y para mí- sonrió para servir nuevamente.

-No, yo...

-¡Tonterías!- dijo exaltado –Toma conmigo Erina, ¿O qué ya no eres tan valiente como antes?

-¿Valiente?- cuestionó Erie tomando un sorbo del líquido amargo.

-Sí, cuando era pequeño yo era un debilucho como... ¡como ese chico de cabello blanco!- señaló divertido.

-¡Suficiente!- gritó Aarón poniéndose en pie molesto –Si quieres quedarte a escuchar tonterías hazlo, yo me marcho.

-Aarón no te molestes- intentó Erie tranquilizar –Ray sólo está...

-Te veré en la tienda- interrumpió su excusa. –Me largo- habló para caminar fuera de la tienda.

Erie vio a Aarón marcharse sin detenerse a escucharla. Sabía que le decía esas cosas por su propio bien, pero ella no se iría de ahí sin respuestas, aunque eso significara beber todo el vino de la tierra.

-Bien, ¿qué me decías?- preguntó Erie volteándose y ver al gran hombre que yacía durmiendo sobre la mesa -¡No te atrevas a dormir ahora!- gritó molesta -¡Despierta!

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Los nómadas les habían propiciado una pequeña tienda para descansar, al menos para esa noche. Aarón caminó bajo el cielo estrellado sin poder evitar fijar su vista en la distancia, hacia el Valle de los Volcanes, en donde sabía que terminaba su viaje juntos. Aarón caminó hasta salir del pequeño campamento, y así, sobre una pequeña formación de rocas y arena, tomar asiento para admirar el cielo negro de aquella noche. Siempre lo había reconfortado ver el cielo, sin importar si fuese de día o de noche. Eso era lo único que era igual de Cronius en el Reino de fuego. El mismo cielo que unía a los cinco reinos.

Aarón suspiró pesadamente, con cientos de pensamientos alborotados en su mente. Pensamientos sobre ella, sobre él, sobre el cambio en su vida en tan sólo un par de semanas. Volteó a ver por un instante a sus espaldas, en donde la gran carpa se encontraba. Ella estaría ahí, escuchando la historia mal contada de Ray. No había pensado qué pasaría si recupera sus recuerdos. ¿Aún estaría dispuesta a acompañarlo? ¿Y por qué de repente eso era algo importante para él? La relación entre ellos había cambiado, y no estaba seguro si el cambio le gustaba. -...¿Por qué de repente me importas?- musitó al cielo, casi como en espera de una respuesta, pero nada, sólo silencio.

Aarón cerró sus ojos con fuerza, de nuevo recordando a Yuka, su pequeña hermana de apenas diecisiete años y su trágica muerte. Aún recordaba sus ojos vacíos al cuchillo pasarle por la garganta arrebatándole la vida, y cómo algo dentro de él había muerto, algo que nunca más podría volver a recuperar o arreglar -Que te importe alguien sólo es igual a dolor- habló entre dientes, apretando sus ojos con más ímpetu. Sintió la acumulación de lágrimas en sus ojos cerrados, apretándolos aún con más fuerza. Una opresión el pecho lo imposibilito de respirar, y un nudo en su garganta de poder emitir una palabra más. Le dolía que le importara, le dolía saber que ella se quedaría, le dolía recordar.

Aarón secó aquel rastro de debilidad de sus ojos con su antebrazo con la brusquedad suficiente para lastimar sus ojos. Con una mirada decidida vio sobre su hombro, donde sabía que ella se encontraba. Seguir a su lado empezaba a convertirse en un serio problema, en más de una manera. Aarón colocó su mano sobre su cuello de lado izquierdo, en donde su camisa de cuello de tortuga lo abrigaba. Recordándole nuevamente por qué el Anahata podría ser un problema si se trataba de ella.

-Esto no está bien- dijo sacudiendo su cabeza levemente. –Seguiré solo- habló para sí, tomando rumbo a la tienda que les habían preparado generosamente.

Vio al gecko color tierra dormir plácidamente a un lado de la pequeña carpa, haciéndole saber que ese era el lugar correcto. Aarón se adentró a la pequeña carpa que les habían montado para ver dos colchas de lado a lado con sus cosas a su par. De lado derecho las cosas de Erie y del izquierdo las de él. Suspiró pesadamente al observar la cama de ella. Cuando le dijeron que dormirían en el mismo lugar se había negado, pero no tenían otra tienda extra para separarlos, y ahora que sabía que no la vería más dormitar a su lado le daba un extraño sentimiento de nostalgia.

-Basta Aarón- se regañó por lo bajo para dirigirse a su lugar y alistarse para partir. Necesitaría llevarse la mitad de los suministros, agua y Ray le había dicho de llevarse una camiseta extra por cualquier eventualidad. Prenda que él había negado y Erie había tomado gustosa en su lugar. Se iría esa noche, antes de que ella regresara.

-¡Se durmió!- se escuchó un gritó al abrirse la carpa de golpe. Sobresaltándolo por la sorpresa viéndola llegar con una expresión molesta en su rostro. -¡¿Puedes creerlo?!- dijo Erie exaltada dejándose caer sobre el colchón de espaldas donde yacían sus pertenencias. -Y yo que quería saber más...- susurró con decepción.

-¿Hablas de Ray?- cuestionó Aarón aún anonadado.

-Sí, a penas si logré que me dijera media palabra una vez que cayó de espaldas- explicó -¿Y tú qué hacías?- preguntó curiosa volteándolo a ver.

-Yo... nada- respondió para desviar la mirada culpable.

-En fin- habló con un suspiro sentándose y estirar sus músculos cansados. -Mañana por la mañana le preguntaré- indicó Erie quitándose aquellas botas negras y soltar su cabello por completo, moviendo su cabeza suavemente lado a lado para ondearlo con delicadeza y dejarlo caer con suavidad.

Aarón la vio empezar a desabotonar la blusa blanca que llevaba puesta desde el cuello provocando que una onda eléctrica recorriera toda su espina dorsal. -¡Espera!- gritó sonrojado al notar sus intenciones -¡¿Q-Qué haces?!- tartamudeó.

-¿De qué hablas?- cuestionó Erie deteniéndose.

-¡¿Acaso no tienes vergüenza?!- reclamó molesto desviando la mirada con rapidez clavándola al suelo.

-¿Y a ti qué mosco te picó?

-¡Si piensas cambiarte al menos pídeme que salga de la tienda!- respondió sonrojado.

-¡¿EH?!- exclamó la chica de ojos color de fuego haciendo sus pómulos arder -¡¿Eres un pervertido o qué te pasa?!- gritó Erie con sus mejillas color carmín -¡Claro que no me estaba cambiando sólo me preparaba a dormir!- explicó avergonzada por sus suposiciones.

-Pero te estabas desvistiendo- señaló Aarón para verla con el ceño fruncido

-¡Sólo quería desabotonar los primeros botones de mi blusa para estar más cómoda!- explicó acalorada -¡No pensaba quitarme la ropa!

El cronence suspiró pesadamente, no se había percatado que estaba conteniendo el aliento en el momento que ella había empezado a "arreglarse" para dormir

-Es un alivio- dijo más calmado –No es como que tuvieras algo que quisiera ver de igual manera- se mofó divertido. Una mirada intensa por parte de ella lo hizo sonreír involuntariamente, se le veía muy hermosa cuando hacía esos pucheros por sus palabras. –Está bien, lo lamento- habló Aarón para sentarse sobre su colchón –Creo que tome demás- se excusó.

-Por supuesto que sí- respondió molesta. –Ahora duérmete, mañana tenemos un día pesado.

Aarón la vio arroparse bajo aquella colcha negra lista para descansar. Dándole la espalda para hacerle saber que aún se encontraba enojada con él.

–Sobre mañana -musitó Aarón dirigiendo su mirada a su regazo. Recordando las ideas que de pronto habitaban en su mente como un huésped indeseado.

-¿Qué?- cuestionó Erie para voltearlo a ver.

-Nada, olvídalo- dijo Aarón quitándose su chaleco blanco y dejarse caer boca arriba sobre su lecho, fijando su vista al cielo de la carpa.

-Todo estará bien- habló Erie obligándolo a verla de reojo –Encontraremos un cristal de fuego y mi espada será más fuerte, así podré ayudarte aún más- habló sonriente.

Aarón volteó su cabeza para verla con intensidad, haciéndola estremecer por su mirada inquisitiva. Sus ojos azules como el hielo la vieron para casi desnudar su alma, haciéndola incomodar repentinamente. Lo vio abrir la boca en un intento de decirle algo, pero guardó silencio. Cambiando de opinión. De nuevo el silencio danzó entre ellos, mientras ella se mantenía a la espera. Sus ojos se miraban confusos y tristes, o eso pensó Erie; desde que había entrado sentía algo extraño en él, y estaba segura que no era culpa de los efectos del licor. Después de unos segundos su mirada se suavizó, pestañando al fin.

-¿Prometes no dejarme?- susurró él con una expresión inmutable.

-¿Eh?- exclamó confundida por la pregunta. No le parecía una pregunta, le parecía más bien una súplica desesperada. -¿Por qué preguntas eso?

-¿Lo prometes?- insistió.

Erie asintió suavemente con la cabeza viéndolo con cierto desconcierto por sus palabras -Lo prometo- susurró por respuesta. Aarón suspiró con tranquilidad para acomodarse sobre el colchón. Lo que estuviera inquietándolo parecía haberlo dejado en paz.

-Buenas noches- habló el chico de ojos azules cortante. Vio la lámpara de aceite en medio de ellos y con un sencillo movimiento sopló la única fuente de luz en la carpa.

-Amm... buenas noches- repitió Erie en la oscuridad. Confundida y ahora, sin sueño.

El reflejo de la poca luz que podía colarse tras la tienda dejaba ver escasamente al chico que yacía durmiendo frente a ella. No entendía por qué de repente aquella extraña pregunta. Aunque su pregunta la confundía, su mirada era lo que más le habían llamado la atención. Esa mirada triste e intensa que gritaban cientos de palabra que no alcanzó a oír.

Erie lo observaba dormitar, ahora sin poder ver sus ojos azul cielo. Sus cabellos plateados brillaban contra luz de la luna, cayendo suavemente sobre su rostro. Nunca se había tomado el tiempo a observarlo detenidamente, tal vez porque no habían tenido mucho tiempo para hacerlo. Era un hombre de las nieves, todo él lo demostraba, a diferencia de aquellos de piel trigueña por la exposición del sol, como ella.

-Duérmete de una buena vez- habló Aarón aún con sus ojos cerrados haciéndola sobresaltar y abrir sus ojos de par en par por la sorpresa.

Lo vio darle la espalda y acomodarse sobre su cama en un intento de conciliar el sueño. Se sonrojó al ser descubierta, pero no por eso apartó la mirada de él. Mordió levemente su labio inferior, sonriendo con cierta picardía. Un extraño y embriagante sentimiento la invadió, haciendo que su estómago se sintiera curioso y su corazón palpitara más de lo normal. Sacudió su cabeza en un intento de frenar sus emociones y le dio la espalda por igual, si es que pretendía dormir.

-Buenas noches- musitó para por fin ceder al cansancio.

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Un nudo en su garganta le imposibilitaba emitir palabra alguna sintiendo sus ojos aguarse y con fuerza intentó no soltar lágrima alguna. Vio a la gente que estaba a su alrededor como extraños, personas que no parecía entenderla en lo absoluto, y no como aquellos que le eran cercana a ella. Un rostro inexpresivo, cual máscara de carnaval, ocultaba sus verdaderos pensamientos. Sus verdaderos sentimientos.

-¡Felicidades!- gritaron con alegría al unísono; haciéndola sobresaltar para entender que todo eso era real. –¡Es hora de festejar!

-No- musitó ella haciendo que quienes estaban ahí borraran esas sonrisas radiantes. Un silencio incómodo se formó en el ambiente, para que las miradas anonadadas de los presentes se fijaran en ella haciéndola sentir observada como fenómeno de circo. Su labio inferior temblaba ligeramente y su pecho pareció oprimirse dificultándole el respirar. –Yo... -susurró perdiendo el valor que siempre se orgulleció de tener -No lo haré- completó con un trago amargo.

No pudo encararlos, ni las preguntas que vinieron después de su decisión. Erie dio media vuelta y sin cortesía alguna corrió lejos de los presentes quienes le llamaban para que regresara a dar explicaciones. Así, corrió con rápido trote por aquel pasillo, el cual parecía tener cientos y cientos de kilómetros de distancia desde el salón donde se encontraba hasta donde deseaba llegar. Lágrimas que resbalaban de sus mejillas dejaban un pequeño rastro de gotas saldas por la alfombra aterciopelada bajo sus pies.

Se encerró en una de las habitaciones intentando huir de un inevitable final. Ella no buscaba eso, ella no quería que eso pasara. Era una prisionera condenada a una vida que nunca había pedido vivir. ¿Por qué no podía huir de todo y ser libre de toda responsabilidad?, ¿Por qué su vida debería de estar atada a un destino cruel?

-¿Desearías que todo esto termine?- preguntaron sobresaltándola. Volteó a ver a sus espaldas para distinguir un rostro familiar.

-¡Yo no deseo esto y tú lo sabes!- gritó desesperada.

-Pero Erina, tú familia te necesita- indicó él -Además, si no te casas con el prometido que te han encontrado, tu cabeza rodara...

-¡NO!- gritó levantándose de golpe en mitad de la noche. Un sudor frío bañaba su cuerpo mientras sus ojos derramaban cientos de lágrimas que parecían haberse creado en su sueño para abrirse paso a la realidad. Seguía ahí, en la tienda de dormir a la mitad de la noche.

-¿Está todo bien?- escuchó preguntar. Erie volteó a ver al cronence que había despertado gracias a su grito. -¿Erie?- repitió intentando vislumbrarla entre la oscuridad con unos ojos somnolientos.

Aarón encendió la lámpara de aceite que estaba en medio de sus colchas para poder así distinguir mejor a la heraclence. Una pequeña flama alumbró la tienda, dejando al descubierto las lágrimas incontenibles que mojaban su rostro cual aluvión.

-¡¿Estás bien?! ¡¿Te sientes bien?!- preguntó Aarón preocupado poniéndose en pie tambaleante para acercársele. No se miraba lastimada ni nada por el estilo -¿Qué suce...

-Huí- interrumpió a su pregunta. Erie fijó su mirada a su regazo perdiéndose en el sueño que acaba de tener. Repasando cada detalle.

-No entiendo- exclamó Aarón para sentarse frente a ella -¿De qué rayos estás hablando?- cuestionó para sujetarla de los hombros obligándola a verlo.

-Yo escape de casa, ellos quería casarme- explicó Erie con una mirada apagada. -Él me mataría si me rehusaba.

-¿Casarte?- repitió incrédulo.

Aarón no podía creer lo que escuchaba, pero de repente todo parecía a cobrar sentido. Las familias adineradas usaban el matrimonio por conveniencia para aumentar su fortuna, y el precio por una chica de alcurnia podría ser exorbitante. Si la familia de su prometido la había "comprado" de alguna manera, estaría en todo su derecho a matarla si no cumplía con lo pactado.

-Llévame a Cronius contigo- habló Erie con decisión para verlo sin duda en su mirada.

-Espera un momento- habló alarmado -¿Estás segura de lo que me pides?

-¡Sí!- asintió -No quiero ese futuro para mí- negó con la cabeza hablando con convicción. –Quiero irme tan lejos como sea posible- habló con desespere. Cientos de emociones parecían haber resurgido tras ese sueño, y una de ellas era la desesperación, que la arañaba por dentro y le quitaba el aliento. La necesidad de huir vino a ella, huir tan lejos como fuese posible. Escuchó un pesado suspiro por parte de Aarón, para verlo nuevamente ¿Intentaría convencerla de lo contrario?

-Será un verdadero tormento tener que lidiar contigo en Cronius- dijo con una expresión de falsa molestia –Pero no puedo permitir que ningún hombre carga con la pesada tarea de ser tu esposo- sonrió burlesco.

Erie le sonrió en señal de agradecimiento, con aquellos ojos cristalinos y mejillas mojadas. Colocó su mano sobre el rostro de ella y con su pulgar secó aquellas lágrimas con delicadeza. –Eres todo un desastre cuando lloras- le habló con dulzura. Aarón se acercó un poco más a ella, sintiendo como su respiración se mezclaba con la suya, acelerando su corazón. La observó con detenimiento, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo mientras su cabeza le decía mil y un cosas de qué hacer a continuación. Podía sentir sus labios tan cerca de los suyos, percibir su aroma e incluso el olor de la sal del las lágrimas que se secaban en su suave y tersa piel.

-Descansa- habló al fin para tomar distancia de ella y soltarla. –Mañana tenemos mucho por hacer.

Erie lo vio alejarse sin darle la cara. Sintió su ausencia inmediatamente, pues un frío invernal cayó en la mejilla que él sostenía previamente.

-Sí... claro- musitó con cierta decepción.

-Tomaremos provisiones e iremos al Valle de los Volcanes.

-E iremos a casa- señaló Erie con una sonrisa.

-Sí- asintió el para elevar la comisura de sus labios, formando una sonrisa por igual. –E iremos a casa


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