Saliendo de Heraticlon

Cayó de nuevo al suelo con pesadez y una nube tenue de polvo se levantó. Llevaban practicando sin descansar la última semana, y tal y como ella lo imaginó, Aarón no tuvo piedad con el entrenamiento para descubrir si realmente era hábil con la espada o no. Por la ferocidad de sus ataques parecía que él realmente no quería que se quedara con ellos un día más.

Un fierro viejo, con el nombre de espada, fue lo que él le dio para ver si sería capaz de manejar un cristal de fuego, y una vez que tomó aquella arma con ambas manos se dio cuenta que le era algo natural. Sus brazos estaban entrenados para aguantar el peso del arma y tal vez un poco más, dándole a entender que las armas que había usado antes eran de un peso mucho mayor. Aarón no dudo en verificar su destreza con la espada una vez ella logró tomar una posición defensiva, atacándola sin piedad, como si fuese el más fiero enemigo jamás visto. Erie apenas había podido respirar una vez que el sonido de las armas al chocar una contra otra inició. Su cuerpo parecía responder inconscientemente, pues ella no pensaba realmente lo que haría a continuación una vez que él desenvainaba su espada contra ella, pero de una manera u otra lograba defenderse de su agresor, o al menos lo suficiente como para bloquear sus ataques.

Erie yacía exhausta por el intenso entrenamiento, sus pulmones ardían y sus músculos dolían. Punzadas lejanas de dolor recorrían su costado, dándole una obvia desventaja, pero para ese entonces su herida ya no era más que una fea cicatriz gracias a los medicamentos especiales que le había proporcionado. Tomó de nuevo aquella espada de acero oxidado para colocar la punta en el suelo y ayudarse a ponerse en pie un poco torpe, viendo a su oponente con una mirada decisiva. Las gotas de sudor resbalaban de su frente, y una mirada intensa yacía en sus ojos. Erie no se daría por vencida.

El cronence la miraba con diversión, sin una gota de sudor en él. Su habilidad con la espada era por mucho superior a la de ella, y de no ser porque era un ejercicio, Aarón ya la habría matado trece veces para ese momento.

-Admítelo Upper- habló el chico de ojos azules jugando con su espada de hielo en el aire –Yo soy superior a ti.

-Aún no... he caído...- respondió Erie entrecortado por su respiración agitada -¡Seguiré peleando hasta no poder más!- gritó para de nuevo correr hacia él y atacar con todas sus energías.

Aarón esquivó con facilidad el predecible ataque de la chica de pelo castaño –Eso estuvo cerca- habló con un dejo de arrogancia en su voz y una amplia sonrisa en su rostro –Pero no lo suficiente- Con una estocada la volvió hacer caer al suelo de bruces. Él sabía que a ese pasó ella caería por cansancio tarde o temprano, después de todo, en Cronius, los entrenamientos para poder tener el honor de poseer uno de los cristales de hielo eran intensos y muchas veces mortales. Aarón había sido uno de los pocos galardonados en tener el honor de conseguir aquel cristal que ahora llevaba en su mano; después del infierno que tuvo que vivir durante cinco años entrenando en las montañas heladas, un patético ejercicio como ese no era digno ni de una gota de su sudor.

-¿Ya te cansaste?- preguntó burlón, viéndola intentar levantarse con mucho esfuerzo nuevamente. –Sólo dilo y le diré a Miku que empaque tus cosas.

-Aún no- respondió exhausta.

-Admiro tu perseverancia- dijo con seriedad -Por eso te has vuelto digna de, no sé, una roca ¿Te traigo una?- se mofó el cronence.

-Esto terminará cuando no pueda levantarme más.

-Entonces terminemos con esto de una vez por todas- habló elevando su espada sobre su cabeza.

-¡Hola a todos!- interrumpió Alessa entrando a la habitación sin previo aviso, y ver a Erie con un aspecto sucio y maltrecho, mientras que Aarón tenía cada cabello en su lugar –Wow, veo que realmente Aarón no mentía en eso de exprimirte ¿No es así Erie?

-Esto no ha acabado- respondió Erie viéndola molesta.

-De hecho sí- contradijo la chica de gafas –Steve nos ha entregado por fin los planos que necesitábamos para poder ir a la superficie, y necesito que ambos recobren fuerzas para partir esta noche.

-Pero...- habló Aarón viendo a la chica de ojos color miel.

-Nada de peros Aarón, son ordenes directas de Hegel, así que ambos a descansar- ordenó. Alessa caminó hacia Erie quitándole de las manos aquella espada antigua y desgastada –Vamos- indicó tomando su muñeca y sacándola del salón de entrenamiento.

-Espera- habló Erie intentando soltarse de su agarre, sin embargo estaba demasiado cansada como para oponerse –Yo...es decir, el cristal de...

-Oh cierto- dijo Alessa parando de golpe–Te daré uno de los de Hegel ¿De acuerdo?

-¿Enserio?- cuestionó Erie con una amplia sonrisa.

-Tiene muchos de ellos, no creo que le moleste.

-¡¿Acaso estás loca?!- gritó Aarón caminando furioso hacia ellas -¡A penas puede usar esa espada antigua y no tiene ni la más mínima idea de cómo usar una espada de fuego!

-Ella logró pasar tu entrenamiento Aarón, se queda- puntualizó –Además no hay tiempo ya, es esta noche- le recordó Alessa –A menos claro que Erie prefieras usar una de metal.

-¡No!- respondió aprisa -¡Lograré hacerlo!

-Genial, Aarón te enseñara sobre la marcha- dijo con una sonrisa -Además, si todo sale bien no será necesario.- sonrió confiada –Andado Erie, aún tenemos mucho que hacer.

Alessa tomó nuevamente con fuerza la muñeca de la chica para encaminarla a la salida casi arrastras, dejándolo solo en el salón de entrenamiento. Aarón estiró su brazo para hacer desaparecer su espada con una forma peculiar y el cristal que yacía en su mano, antes opaco, volviera a brillar. Él sabía que debatir con Alessa terminaba siendo una frustrante perdida de tiempo; pero si en algo tenía razón era que no había más tiempo para que ella aprendiera alguna otra cosa, con que pudiera mantenerse con vida era más que suficiente.

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Siguieron cada una de las indicaciones dadas por Steve con precisión, pues no habría segundas oportunidades. Caminaron por los túneles en forma de laberinto que yacían debajo de Heraticlon para llegar a su destino; en su camino habían señales de batallas realizadas por los misioneros que iban en busca de ellos con el afán de exterminar a todo aquel que se opusiera al Emperador Barlock, dando una sensación de nostalgia y un ambiente sombrío a aquellos pasadizos en donde sangre inocente se había derramado tiempo atrás.

-Hemos llegado- habló Hegel para detenerse frente a una escalera de fierros pegados a la pared de concreto –El turno termina en cinco minutos ¿Todos saben que hacer?- preguntó para voltearlos a ver. Todos asintieron con la cabeza sin realmente saber que esperar.

Erie fijó su vista esperanzada en aquella alcantarilla se abriría para traerle respuestas de una memoria que aún yacía sumida en tinieblas. Esa sería su oportunidad para encontrar algunas respuestas.

Hegel fue el primero en subir, seguido por Alessa quien llevaba la medición exacta del tiempo. -Ahora- susurró la chica de gafas al ver su reloj, que marcaba las 11:27 pm exactos. Hegel asintió con la cabeza y así retiró la tapa de aquella alcantarilla con sumo cuidado intentando hacer el menor ruido posible. Sacó su cabeza lentamente para ver cómo los guardias antes presentes, caminaban a la distancia dejando su puesto desprotegido, tal y como Steven les había dicho. Hegel salió con sigilo de la alcantarilla dejando ver su despeinada cabellera, y con un ademán de mano le indicó a los demás que todo estaba despejado, ayudando a subir al resto de su tropa.

Erie tomó la mano de Hegel, sintiendo los músculos de sus toscos dedos, ayudándola a salir de aquel agujero en la tierra. Una vez afuera la luz de la luna la cegó con su brillo de plata, había pasado tanto tiempo en la oscuridad que la luz le molestaba sus ojos. Una vez se adecuó a la luz pudo distinguir la hermosa luna llena de aquella noche de verano, la cual cubría con su brillo a la ciudad. Erie admiró la ciudad de metal que yacía a su alrededor, en donde pudo observar casas de diferentes tamaños y formas iluminadas desde adentro. Calles de piedra y tierra con faroles tan altos como arboles con pequeñas llamas en sus adentros se podían distinguir abriéndose paso por la arquitectura de la ciudad.

Sin embargo hubo algo que atrapó su atención, a sus espaldas, podía ver las paredes que delimitaban el palacio del Emperador. Una pared blanca con cientos de metros de alto y detrás de ésta, a penas perceptible, torres de diferentes tamaños de un palacio que brillaba como si estuviera hecho de oro puro.

-Impresionante- murmuró retrocediendo un par de pasos para admirar la majestuosidad del lugar. Realmente era muy hermoso, pero había algo que le daba una repentina sensación de vacío en su interior. Desconcertándola.

-Andado- escuchó, sintiendo cómo alguien tomaba su muñeca con fuerza obligándola a continuar.

Erie despertó del bello sueño que parecía vivir al maravillarse de todas las estructuras arquitectónicas del lugar, haciéndola recordar lo que hacía ahí. Aarón la tenía prisionera obligándola a caminar con paso firme para adentrarse a la ciudad a prisa con la intención de salir de ésta lo más rápido posible. -E-Espera- dijo Erie quien empezaba a frenar su marcha. Ella aún no quería ir al Desierto de Brasas, ella necesitaba conocer un poco más.

-Esta no es una excursión, camina- ordenó Aarón sin detener su marcha.

-Yo no...

-Tú quisiste participar en esta misión, y pienso obligarte a que la cumplas- amenazó para voltearla a ver con unos ojos fríos.

-Ustedes pueden hacer esto sin mí, ¡suéltame!- dijo intentando librarse de su agarre, el cual no tenía intenciones de ceder.

Aarón se detuvo de golpe, asustando un poco a la chica de ojos miel. Sus ojos azules se clavaron en los de ella, unos ojos fríos y desalmados que la hicieron estremecer; una mirada digna de un asesino sin corazón.

-¿Es que acaso quieres traicionarnos?- preguntó con un tono de voz macabro, imposibilitándole responder. -¡¿Eso quieres?!- preguntó molesto. Ella se paralizó repentinamente ante sus palabras. Frunció el ceño molesto para con su mano libre tomarla por el cuello, levantándola levemente del suelo -¡¿Es eso?!

-¡Oh, no!- exclamó Alessa al percatarse de lo que pasaba -¡Aarón basta!- habló Alessa por lo bajo -¡No hay tiempo!- susurró.

-Si eres una traidora, sabemos cómo lidiar con ellos- amenazó Aarón apretando su cuello con fuerza, cortando el aire que recibía. -¡¿Qué eres?!

Erie fue incapaz de responder, únicamente sentía el latir acelerado de su corazón en sus oídos y cómo el aire se hacía cada vez más escaso. Intentó con desespere librarse de su agarre golpeando todo lo que sus manos podían alcanzar del cronence, pero era obvio que él no tenía intenciones de soltarla. "¡Me matará!" pensó alarmada, entrando en pánico.

-¡Aarón, basta!

-No- musitó al fin la chica de la superficie -No los traicionaré- respondió casi sin aire.

Aarón la soltó viéndola caer al suelo impasible. Erie tosió con fuerza llenando de aire sus pulmones, sintiendo aún los dedos de él sobre su cuello que tenía un color rojizo debido a la presión. Subió la mirada, topándose con aquellos ojos azul que brillaban bajo la luz de la luna, y la miraban despectivamente. A pesar de que tenía miles de cosas que decir en su cabeza, miles de reacciones violentas pensadas, no pudo moverse de donde estaba.

-Andando- habló Aarón para dar media vuelta –Si tienes la idea de irte...- habló deteniéndose un momento -Yo mismo te mataré Upper- amenazó por último. –Caminen.

Alessa se hincó en la acera para ver a Erie ya normalizando su respiración. Obviando las palabras de Aarón. -¿Estás bien?- preguntó con una pequeña sonrisa. Su mirada yacía en las penumbras de su flequillo, ocultando sus emociones. Imposibilitándole saber su estado.

-Excelente- respondió Erie al fin poniéndose en pie.

-Erie, Aarón sólo...

-Esto aún no termina- interrumpió rencorosa.

Erie caminó hacia donde Hegel y Aarón dejando a Alessa atrás. Si bien ella realmente no tenía intenciones de traicionarlos, algo en sus adentros le decía que no creía que ellos pensara igual para con ella.

-Vamos, la ciudad es extensa- habló el líder al ver cómo todos se reunían en el punto de encuentro.

La noche se volvió su mejor amiga, y con sigilo caminaron por la ciudad, evadiendo a soldados del ejército imperial que rondaban en las desoladas calles iluminadas por la tenue luz de los faroles, cerciorándose de que el toque de queda fuese cumplido al pie de la letra, tal como Barlock lo había ordenado.

Pronto los primeros rayos de sol empezaron a bañar el cielo con aquellos tonos violetas y naranjas para dejar ver el sol al horizonte, tragándose la noche. El calor empezó a aumentar según como el sol despertaba lentamente, indicándoles que el tiempo para llegar al Desierto de Brasas estaba por concluir.

Hegel divisó a la distancia el fin de la ciudad de acero y el inicio del incandescente desierto, el cual pronto azotaría con toda su ira. Se refugiaron en un pequeño callejón para no ser vistos, y así poder observar los alrededores.

-Ahí está el desierto- habló Hegel –Alessa, busca el lugar señalado por Steven, necesitamos los geckos de arena para poder entrar al desierto antes de que el sol termine de salir.

-Sí- asintió con la cabeza –Regresaré pronto- se despidió separándose del grupo y caminar entre las calles que empezaban a despertar con el bullicio de la gente y mercaderes.

-¿Geckos de arena?- preguntó Erie.

-Son reptiles de dos metros de largo aproximadamente que se usan para atravesar el desierto- explicó Hegel mientras revisaba el mapa. –Sus patas especiales los hacen sumamente rápidos en lugares que ningún otro transporte puede maniobrar con exactitud.

-Entiendo- asintió fijando su vista en el camino que Alessa había tomado.

-Puedes irte ya- dijo Hegel sin molestarse en verla.

-¿Eh?

-Ya no es necesaria tu participación en la misión, y sé que deseas vagar por aquí, así que adelante.

-¿Qué?- exclamó Aarón molesto para ver a su líder.

-Así fue decidido- respondió Hegel amenazante.

-¿A qué te refieres con que mi participación ya no es necesaria?- preguntó Erie extrañada -¿Acaso me necesitaban para cruzar toda la ciudad?

-Dije que puedes irte, o en otras palabras, ya no quiero que nos acompañes.

-Pero pensé...

-¿Acaso estás loco?- interrumpió Aarón –Sabes que si va de curiosa por la ciudad la encarcelaran, no es un lugar seguro para ella.

Erie observó a Aarón asombrada por lo que estaba escuchando ¿era eso cierto? ¿Su vida corría peligro sólo por caminar en la ciudad? Erie volteó a sus espaldas para ver los edificios y casas que dejaron atrás, un lugar que se le hacía tan pacifico no podía ser tan peligroso, no para ella, ella no era parte de nada ¿o sí?

-¡Ladrona!- un gritó los hizo estremecer a los tres.

Los tres voltearon a ver a la dirección de aquella voz cuando un sonido estridente inundó las calles; una alarma que sonaba estrepitosamente por todo el lugar. Los tres taparon sus oídos para luego sentir un estremecimiento debajo de sus pies, algo que corría a prisa hacia su dirección.

-¡¿Qué es eso?!- gritó Erie con fuerza para hacerse escuchar entre el escándalo.

-¡Es Alessa!- respondió Hegel con una sonrisa al ver a su esposa montar un Gecko de arena seguido por otros dos.

-¡Andando!- ordenó Aarón saliendo del callejón para ir a su encuentro.

-¡Espera! ¡Aarón!- gritó Hegel al ver el impulsivo chico precipitarse.

Hegel siguió al chico de cabello plateado y Erie salió detrás de él, aún sin saber qué debería de hacer. Corrieron para alcanzar a Aarón cuando un objeto pequeño metálico cayó frente a ellos haciendo un leve tintinar al tocar el suelo rocoso, obligándolos a parar desconcertados.

-¿Qué es eso?- murmuró la chica de pelo castaño.

-Una bomba- musitó Hegel para sí -¡Cuidado!- gritó seguido de una explosión.

Una nube de polvo se levantó para enceguecer a todo el que se cruzara en su camino. Una bomba de sonido había sido lanzada por los soldados que intentaban impedir el robo de las manos de aquellos denominados rebeldes.

Erie yacía tirada en suelo, con todos sus sentidos alterados. La percepción del tiempo y el sonido parecía haberse perdido luego de aquella estruendosa explosión. Abrió sus ojos con pesar, sintiendo como todo daba vueltas. Veía a las personas ir y venir lentamente, imágenes arrastradas que su cerebro no lograba procesar correctamente. Escuchaba el latir de su corazón acelerado en sus oídos, y su cabeza palpitarle dolorosamente; colocó una mano en un costado de la misma para sentir algo tibio y húmedo brotar de entre su cabellera. Sangre. Se examinó cuidadosamente pero parecía que la herida no era nada serio, seguramente causada por las partículas de metal lanzadas violentamente del aparato que había explotado. Buscó con la mirada a sus camaradas, pero con tanto polvo en la atmosfera se le hacía imposible distinguir algo.

-¡Gya!- un grito apenas audible se escuchó para ver a la distancia a Alessa con uno de aquellos grandes reptiles de piel grisácea guiando a otro más con unas correas de cuero -¡Hay que irnos!- ordenó con rapidez. De la espesa nube logró distinguir a Hegel, quien tomaba las correas de otro gecko subiéndose sobre su lomo.

-Alessa- murmuró aún atontada por el explosivo al reconocerla.

-¡Capturen a los rebeldes!- se escuchó un grito a los alrededores.

Hegel corrió a prisa hacia su esposa evadiendo a los soldados que pronto empezaban llegar en docena hacia donde ellos se encontraban. -¡¿Dónde está Aarón?!- preguntó Hegel tomando las riendas del gecko que su esposa llevaba consigo y dirigirlo hacia el desierto que estaba a sus espaldas.

-Él trae el otro Gecko, ¡Ahora andando!- ordenó Alessa.

-¡Ustedes dos!- gritó un hombre uniformado y espada en mano -¡Bajo el nombre del gran Emperador Barlock, quedan bajo arresto!

-Lo siento, pero no tenemos tiempo para ir a la cárcel- guiñó su ojo Alessa divertida -¡Será en otra oportunidad!- dijo lanzando pequeñas capsulas brillantes, las cuales estallaron en el aire creando luces blancas de color intenso cegando por completo al guardia.

Los soldados empezaron a amontonarse en el lugar del bullicio en un intento de acorralar a los rebeldes que ahora intentaban huir.

Erie se levantó un poco torpe e intentó correr hacia ellos, sin embargo tres hombres frente a ella detuvieron su marcha al apuntarle con aquellas armas de punta afilada. -¡Alto!- gritaron obligándola a retroceder indefensa. Erie dirigió su mirada a la Alessa y Hegel que ahora se reunían con Aarón. Alessa volteó a verla, notando la precaria situación en la que ella se encontraba, y con una mirada de suplica pidió su auxilio en silencio.

-Andado- ordenó la chica de gafas dándole la espalda desviando su mirada de la de ella y dirigiéndola al desierto a sus espaldas.

-Pero, ¿Qué hay de la Upper?- preguntó Aarón al verla ser rodeada por los soldados imperiales.

-¡Ahora es problemas de ellos!- respondió Alessa sin más -¡Gya!- gritó obligando a su gecko correr a gran velocidad en dirección al desierto.

-¡Es hora de irnos Aarón!- gritó Hegel siguiendo a Alessa.

Erie los vio alejarse de ella a una velocidad impresionante sobre aquel desierto color oro, sintiéndose abatida. Ellos la habían abandonado, su motivo para estar ahí era únicamente como cebo si todo salía mal; ellos la habían traicionado. Sus ojos empezaron a empañarse mientras los miraba partir, sintiéndose más sola que nunca.

-¡Arréstenla!- escuchó decir regresando su atención a lo que estaba sucediendo. Erie vio a los guardias acercase a ella con sus espadas empuñadas, rodeándola. Pensaría en cómo se sentía en lo sucedido después, en ese momento debía de ver como huir de ellos. Ella no iría a prisión, no si podía evitarlo.

Erie vio de reojo su mano derecha y notó aquel cristal de un color rojo opaco que yacía sobre la misma. Aarón y Hegel le habían explicado a grandes rasgos cómo debía de utilizarse el cristal de fuego para crear su espada mientras caminaban debajo de la ciudad:

-El fuego se alimenta de las emociones intensas, como la ira, el amor, la desesperación o la pasión- explicó Hegel mientras caminaban por los acueductos –Para poder utilizar un cristal de fuego debes de tener un sentimiento desbordante, como el fuego que nace y se expande en un incendio- indicó -Una vez tengas eso debes de pensar que ya posees el arma en tu mano.

-Cada espada es diferente- se metió Aarón –El arma será única según sea su dueño, en tu caso, seguramente revivirás el arma de aquel que tuvo ese cristal antes que tú.

-¿Entonces tendré la espada del guerrero que tenía este cristal antes?- preguntó Erie viendo el cristal elemental que yacía sobre su mano.

-Así es- asintió Hegel –Tu energía y la del cristal se unifican, por esa misma razón uno sólo tiene un cristal elemental en su vida.

-Mmm... ¿Y qué pasa si lo pierdes o te lo roban?- preguntó Erie con una expresión pensativa.

-Pasa lo que tienes tú ahora, un cristal elemental opaco- explicó Hegel –Nunca será tan fuerte como lo fue antes, pero sirve.

Según lo que Hegel le había dicho, ella podría invocar la espada con un sentimiento desbordante, y la adrenalina que corría en su sangre le indicaba que ese sentimiento se había apoderado de ella, después de todo ¿qué mayor sentimiento que el de querer salvar su vida? Erie estiró su mano y cerró sus ojos e imaginó tal y como dijo Hegel, un arma en su mano, y una espada vino a su mente, la misma espada alargada y pesada con la que había soñado, esa era su arma, ella realmente alguna vez usó un cristal de fuego.

-¡Estás arrestada!- gritó un hombre para tomar de su brazo con fuerza y doblarlo pegándolo a su espalda.

Abrió sus ojos desconcertada, no lograba invocar su arma. -¡Basta, yo no he hecho nada!- se excusó aún intentando crear aquella imagen que tenía tan presenten en su mente. –"¡No funciona!"- pensó alarmada cayendo de rodillas al suelo con brusquedad por el soldado.

-Por ordenes del Emperador, cualquier criminal deberá ser ejecutado –habló el soldado alzando su espada sobre su cabeza, la cual brillaba con el reflejo de la luz del sol mostrando su filo – ¡Y así será!

-"¡No!, ¡Va a matarme!"- pensó fijando su mirada en su verdugo.

-¡Gya!- exclamaron de las alturas. Subieron la mirada al cielo para ver una silueta contra el sol que caía en medio de los soldados y su prisionera.

-¡Apártense!- ordenó el comandante de las tropas, liberando a la condenada.

Erie protegió su cabeza con ambas manos y pegó su cuerpo lo más que pudo contra el suelo. Una correntada de arena y tierra se levantó al gigantesco animal aterrizar. -¡Toma mi mano!- escuchó a alguien gritar. Levantó lentamente su cabeza para distinguir aquellos intensos ojos azul cielo, los cuales relucían contra la luz del sol. – ¿Aarón?- musitó con asombro, incrédula de lo que veía.

-¡Maldita sea toma mi mano!- gritó apresurado haciéndola reaccionar, y con cierta desconfianza estirar su mano, la cual Aarón tomó con rapidez para halarla con fuerza hacia él. -¡¿Acaso estás sorda?!- alegó una vez ella estaba montada en el gecko.

-¡No es mi culpa!- se justificó Erie para acomodarse en la silla de montar detrás de su jinete -¡No sabía que caerías del cielo!

-Yo nunca te dejaría atrás- murmuró apenas audible -¡Andado!- ordenó al reptil obligándolo a moverse.

-¡Detengan a los rebeldes!- un soldado gritó.

Aarón sujetó aquellas correas con fuerza para agitarlas al aire, dándole a entender al gecko que debía de ir más rápido. El animal corrió tan rápido como pudo, hasta que algo detuvo su marcha, una bomba que caía enfrente de él explotando al acto, obligándolo a levantarse en dos patas tirando a sus tripulantes al suelo, y asustado, correr erráticamente lejos de ellos.

Erie y Aarón cayeron con brusquedad al suelo un poco desubicados por la espesa nube de polvo que se había formado gracias al aparato explosivo que se les había lanzando. Aarón se levantó tan rápido como pudo para buscar con la mirada a su acompañante, quien aún yacía en el suelo. -¡Levántate!- ordenó dirigiéndose con cierta torpeza a ella -¡No hay...- pero calló al sentir como algo se rodeaba en su cuello, cortándole el aire haciéndolo caer de espaldas. Una soga lo rodeaba por el cuello evitándolo moverse y a penas poder respirar.

-¡Es un cronence!- dijo el soldado a cargo. -¡Sujétenlo!

Erie se levantó desubicada, y lo primero que sus ojos observaron fue a Aarón ser sometido por los soldados del imperio. Como pudo corrió a su auxilio para acercarse tanto como le fue posible a él -¡Suéltenlo!- ordenó la chica abalanzado sobre la espalda del soldado que con empeño mantenía aquella cuerda alrededor del cuello de Aarón. -¡Ya basta!- gritó Erie con desesperación. Él había regresado por ella a pesar de las consecuencias, no podía permitir que lo lastimaran. El soldado la tomó como pudo de los brazos, alzándola sobre su cabeza para tirarla al suelo con brusquedad a la par de su compañero. Cayó sobre su espalda sobre el suelo de roca sintiendo como el dolor recorría toda su médula, quedándose sin aliento por un momento.

-Es hora, terminen el trabajo- ordenó el comandante con un tono de voz lúgubre.

Erie vio al soldado de armadura brillante levantar su espada con su vista puesta en el chico de cabello plateado que yacía de rodillas, que difícilmente si podía moverse en un intento de recuperar el aliento. El filo de la espada relucía contra la luz del sol que alumbraba aquella mañana; si no hacía algo lo matarían a él. La adrenalina borró cualquier rastro de dolor o cansancio y como pudo Erie se puso en pie para correr hacia él mientras miraba la espada ser abanicada hacia el cronence. Se abalanzó sobre Aarón y así, lo abrazó con fuerza, protegiéndolo con su propio cuerpo del ataque. Como acto reflejo levantó su brazo derecho a manera de proteger su rostro. Una luz intensa se desplegó en la extremidad de la chica y el golpe del metal al chocar contra algo rezumbó por sus oídos.

-¡Está armada!- gritó el guerrero.

Erie abrió sus ojos lentamente par ver su mano, la cual sostenía con fuerza una espada idéntica a la de los guardias que intentaban matarlos. Una hoja de metal delgada y recta a comparación a la de Aarón con un mango color dorado. Lo había logrado, había podido usar el cristal de fuego. -Lo hice- se dijo así misma aún incrédula de lo que miraba, sentimiento que no duró mucho al sentir otro golpe de la espada de su adversario desquebrajando un pedazo de la espada que sostenía; su arma no era lo suficientemente fuerte para poder dar batalla. Estaban en problemas.

Aarón no supo cómo sentirse exactamente al sentir los brazos de ella rodearlo con fuerza protegiéndolo del ataque de su agresor con su propio cuerpo. El golpe del metal fue lo que lo hizo reaccionar; Aarón vio de reojo sobre su hombro notando la espada desgastada que se había formado en la mano de Erie, ella había logrado usar el cristal elemental al ver su vida en riesgo, pero el hecho de que el cristal fuera de segunda mano hacía su espada ineficaz para un combate como en el cual ahora se encontraba. Aarón se levantó de golpe tomando a Erie por la cintura para llevarla con él y alejarla del guardia que amedrentaba contra ellos. -¡No me sueltes!- ordenó tomando su mano. Aarón invocó su espada cortando la soga que lo aprisionaba y tomar su mano con fuerza. Erie apenas pudo reincorporarse para ser guiada entre los soldados por Aarón. Con su espada de hielo cortaba todo aquello que se atravesaba en su camino o al menos lo apartaba lo suficiente de ellos para poder correr y buscar refugio.

-¡Cuidado!- gritó Erie al ver un soltado aproximarse a ellos.

Un brillo intenso emanó de la espada del cronence provocando que éste se congelara al acto, como si fuese tocado por el más crudo de los inviernos en un segundo.

-¡¿C-Cómo hiciste eso?!- preguntó Erie viendo con asombro a los soldados que se acercaban y acababan como estatuas de granito.

-Las propiedades de las espadas que tienen cristales elementales de hielo es congelar aquello que la espada corta- explicó Aarón según como intentaban escapar. –La especialidad de la mía es congelar todo con lo que tiene contacto si así lo deseo.

Erie vio una vez más la espada desgastada en su mano y aquel cristal que la alimentaba, desapareciéndola con un movimiento de muñeca, alivianando su carga; parecía ser, que tal como le habían dicho antes, la espada estaba conectada con su portador. Vio de nuevo de reojo a los soldados que dejaban atrás gracias a la habilidad única de la espada de Aarón; si eso podía hacer él, eso significaba que las espadas con cristales de fuego podrían también hacer algo parecido.

-¿Y qué hace...

-¡Fuego!- gritó el comandante interrumpiendo su pregunta.

-¡Abajo!- ordenó Aarón halándola hacia abajo cayendo al suelo junto con ella, barriéndose por la arena.

Erie vio un látigo de fuego sobre su cabeza, volteando a ver a los guardias detrás de ellos. La propiedad del cristal elemental de fuego era algo maravilloso.

-¡Ahí está nuestro transporte!- gritó Aarón viendo a su gecko yacer sin rumbo por los inicios del Desierto de Brasas. Aarón se levantó del suelo con agilidad procurando ver de tanto en tanto a sus espaldas para no ser alcanzado por uno de los látigos de fuego que se desvanecían en el aire. Sin soltar de su mano, corrieron hacia el réptil mientras escuchaban a los soldados gritar e ir tras ellos. -¡Sube!- ordenó Aarón una vez que tomó las correas del gecko, evitando que huyera nuevamente. Aarón subió de un salto al gigantesco reptil posicionarse al frente de Erie, y con un leve golpe al costado del gecko le indicó que debía de seguir.

Erie lo abrazó por la cintura con fuerza mientras se alejaban del bullicio y poco a poco dejaban todo atrás. La chica de ojos miel vio de reojo hacia sus espaldas y notó que los soldados parecían resignarse en perseguirlos, pues detuvieron su persecución cuando yacían a varios cientos de metros lejos de ellos. Todo había acabado.

Aarón y Erie deberían de dirigirse a las entrañas del desierto sin un mapa o guía, sin posibilidades de volver y con la esperanza de encontrar una manera de sobrevivir al infierno que los aguardaba.


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