Razones Parte II
–Tú vida por la de él– intercambió Barlock. –Además de dejar ir al andrajoso hombre y a Kaya ¿No te parece un trato justo?
–¡Ni se te ocurra Erie!– gritó Aarón levantando su rostro sucio y lastimado.
–¡Silencio!– gritó uno de los hombres robustos golpeándolo brutalmente en la sien, haciéndolo caer de bruces al suelo.
–¡NO!– gritó Erie haciendo que sus lágrimas resbalaran por sus mejillas, lavando su rostro –¡Lo haré!, ¡Lo haré!– dijo con desespere corriendo hacia él –¡Déjalo ir y me entregaré!
–¡Erina, no...– intentó decir Hegel. Una ola de fuego lo hizo retroceder antes de que pudiera siquiera acercarse a ella o completar su frase.
Hegel la vio andar con torpeza hasta detenerse a mitad de camino con su respiración agitada. Erie lo volteó a ver sobre su hombro para que la sombra de una sonrisa apareciera y ver sus labios moverse con una petición silenciosa –Te lo encargo–. Era obvio que ella no estaba pensando en salir con vida de esa batalla. Hegel asintió tristemente, tal vez, había sido lo más heroico que había visto... o lo más estúpido.
–Déjalo ir– ordenó Erina para ver a Barlock –No me opondré, por favor, sólo...– un nudo en su garganta le impidió de proseguir. –Sólo déjame despedirme.
–Me encanta las historias trágicas de guerras– asintió divertido. –Carlos, William, liberen al chico– ordenó –Un minuto.
Lo levantaron con esfuerzo dejando ver como la sangre de donde había recibido el golpe previo manchaba su rostro. Con una navaja cortaron las sogas que lo aprisionaban lanzándolo con rudeza a la arena, haciendo que la princesa corriera nuevamente hacia donde yacía el joven cronence.
Erie corrió tan bien como pudo, obviando el dolor de sus batallas previas, lanzándose de rodillas sobre la arena enfrente de Aarón, quien intentaba ponerse en pie. Aún yacía con aquella flecha metálica sobre su hombro, en donde ahora la punta metálica se dejaba ver al atravesar el otro extremo. Se había hundido más, seguramente por la caída o el forcejeo, y había encontrado su salida. Erie lo tocó con unas manos temblorosas, aún incrédula que estuviera vivo y aliviada a su vez. Aarón la vio con aquellos ojos azul cielo, el mismo azul intenso que ella había visto cuando lo conoció por primera vez.
Erie pasó sus dedos por su cabello con gentileza y le sonrió mientras las lágrimas aún desbordaban de sus ojos. Si moriría ese día, quería llevarse esa imagen con ella, la misma imagen que tuvo cuando despertó en aquel pozo.
–Estarás bien– habló con dulzura. –Encontré a Kaya, ella te llevará a casa, a Cronius, junto con los rebeldes. Todos estarán mejor.
–¿Y qué hay de ti?- preguntó frío tomando su muñeca, deteniendo la caricia. –¿Qué hay del reino?
–Yo no saldré de aquí– negó con la cabeza –Aunque tú no hubieras estado en el trato, jamás lo habría logrado.
Aarón apretó los puños con fuerza. Su mandíbula empezó a temblar sutilmente, intentando mantener aquella expresión dura y fría. Lágrimas saladas bañaban sus mejillas mientras la expresión de molestia grabada en su rostro se mantenía. Vio de reojo al tirano de aquel reino, quien parecía intrigado por lo que veía, o tal vez sólo divertido de ver el dolor ajeno. A tan pocos pasos de él y sin poder defenderse.
Al encontrarlo desorientado donde había caído el dragón lo primero que habían hecho había sido romper su cristal elemental. Sin su cristal, Aarón no tuvo oportunidad.
–No pienso verte morir– habló Aarón al fin viéndola con intensidad y lograr colocarse sobre sus rodillas.
–No es tu decisión– negó Erie sutilmente con la cabeza.
Aarón tomó su cabeza con ambas manos, deteniendo el movimiento y provocando que ella lo viera directo a los ojos. Se acercó a ella para besarla con fuerza, encajando sus labios con lo de ella y saboreando el néctar de los mismos. Se separó en seco para verla intensamente, gritándole miles de palabras a través de una mirada silenciosa.
Erie contuvo el aliento, a la expectativa, y de alguna manera confundida. ¿Por qué sentía que era él quien se despedía de ella y no viceversa? Aarón elevó la comisura de sus labios dedicándole una sonrisa confiada. Erie escuchó a Barlock gritarles que el tiempo había acabado y podía jurar que lo vio caminar con su espada en dirección hacia ellos, pero no pudo prestar atención al barullo a su alrededor, todo se le hacía ajeno en ese momento. Sus sentidos le gritaban que algo no estaba bien, y su mirada no podía apartarse de la de él.
–No pude decírtelo antes– habló Aarón en lo que asumió era un susurro. Su voz se escuchó sobre todo el barullo, o eso se le asemejó a ella. –Pero creo... que me enamoré de ti– confesó. Erie por fin exhaló el aire mantenido en sus pulmones, respirando nuevamente. Lo había dicho. –Te amo Erina Crowley– reafirmó dándole un beso rápido y verla nuevamente
–Y por eso no te dejaré morir.
Soltó uno de los cinturones de su cintura amarrándolo aprisa sobre todo su antebrazo. Aarón sacó con fuerza la flecha que atravesaba su pecho gritando de dolor al hacerlo y con un hábil movimiento voltearse y correr la corta distancia que lo separaba de su oponente. Vengaría la muerte de Yuka y salvaría a Erie, aunque eso le costase su propia vida. El Emperador empuñó su espada haciendo que ésta reluciera fuertemente y un rayo fuese emitido. Aarón levantó su antebrazo protegiéndose del mismo, haciendo que cayera sobre éste.
Una luz cegadora por la distancia la hizo entrecerrar sus ojos. Todo había sido demasiado rápido. Erie intentó vislumbrar algo, únicamente lastimando su vista en el intento. Hasta que un grito la hizo alertarse. El desierto pareció apagarse después de que el rayo se desvaneciera, a pesar de que el sol ya había despertado de su sueño.
Erie buscó a Aarón rápidamente viéndolo parado frente a frente a Barlock y luego alejarse de él torpemente. El resto de sucesos parecieron pasar tan lentamente que no pudo reaccionar. Escuchó a Darius gritar el nombre de su tío con angustia y ver a los otros dos guardias correr hacia él, pero no lograron acercarse. Explosiones sacudieron el desierto. Grava y rocas cayeron sobre ella debido a los diferentes ataques provenientes de la espada de Hegel.
–¡Erina despierta!– Kaya le gritó haciéndola reaccionar.
Erie se puso en pie caminando con torpeza hacia ellos hasta que vio a su tío arrancarse algo de su cuello, observándolo con detenimiento. Una flecha plateada cayó al suelo cubierta de sangre. Erie se detuvo un momento, aún sin entender, hasta que vio a su tío desplomarse en el suelo, poniendo presión en su cuello. Vio sus ojos apagarse y su boca llenarse de sangre viendo como la vida se le consumía lentamente. Su mirada se quedó fija en él hasta que escuchó un golpe seco sobre la arena, recordándose de las heridas de Aarón.
–¡Aarón!– gritó corriendo hacia él y ver su camisa blanca teñida de rojo, de aquella herida de flecha. Observó su brazo, envuelto en lo que restaba de su cinturón ahora carbonizado, dejando a carne viva una quemadura expuesta. –Piel de dragón– murmuró al recordar que él le había dicho que los dos cinturones que cargaba eran hechos de la piel de un dragón que había matado. Una de las pieles más resistentes del mundo.
Aarón había recibido el ataque directamente en su brazo, y para cuando Barlock se había percatado que el rayo no funcionaría él ya estaba lo suficientemente cerca como para herirlo de gravedad. Con la única arma que tenía a la mano, incrustó aquella flecha en su cuello para luego alejarse de él tambaleante por la pérdida de sangre y verlo desplomarse a sus pies. Lo había logrado, de la manera menos pensada. Aarón escuchaba su nombre resonar a gritos en su cabeza, obligándolo a abrir los ojos y ver la mirada de angustia y preocupación de Erie sobre él. A pesar de las heridas sobre su rostro sucio y cabellera alborotada, en su mente, eso tenía que ser lo más cercano a un ángel. –Todo estará bien, las heridas no son graves– escuchó su voz distorsionada, y entonces comprendió. Aún seguía con vida, y eso no había sido parte de su plan.
El fuego rosa inundó el valle obligando a los tres soldados refugiarse en entre las rocas, o eso intentaron cuando algo los detuvo de golpe.
–¡Erina!– se escuchó gritar a Ray, quien llegaba con cinco de sus nómadas. –¡Se los dije, esas bolas de fuego en el cielo no podía ser nada bueno!– le indicó a sus subordinados.
–Ray– sonrió Erie al verlo. Seguramente los nómadas habían seguido el rastro de su pelea en el cielo –¡Los nómadas vinieron!– dijo con emoción. –¡Ray, no dejes que se vayan!– ordenó al ver el intento desesperado de Darius y sus soldados de huir.
Ray asintió con la cabeza dándole a sus hombres la orden de capturar a los antiguos soldados reales. Erie sonrió con una genuina felicidad, por fin todo había acabado.
–¡¿Por qué lo hiciste?!– gritó Hegel, llamando su atención. Erie lo vio caminar hacia ellos con una expresión de disgusto viendo con reproche a Aarón por alguna razón.
–¿De qué hablas?– preguntó Erie para fruncir el ceño sin entender.
–¡¿Por qué le dijiste que la amabas?!– gritó de nuevo, ignorándola.
Erie lo observó confundida hasta que un brillo llamó su atención. Un grito de agonía lastimó sus oídos para ver a Aarón retorcerse en el suelo. El pentagrama en su cuello brillaba con intensidad mientras un sufrimiento que no podía explicar acechaba al cronence.
–¡Aarón!, ¡Aarón!– entró Erie en pánico sin saber qué hacer. –¡¿Qué sucede?!
–¡Maldita sea Aarón!– gritó Hegel arrodillándose a su par, impotente.
–¡Dime qué es lo que sucede!– exigió Erie.
–La Marca de Unión o el pentagrama que tiene en el cuello es más que un tatuaje. Es una unión de por vida con su compañera... hasta que la muerte los separe– explico lúgubre –Jamás amará a nadie más, jamás hablará de amor a nadie más y si lo hiciese... si por un momento de sus labios algo como un te amo saliera, aceptando a voces sus sentimientos. La marca lo matará. No es sólo un compromiso, es una maldición.
–Eso no puedo ser cierto– negó horrorizada por lo que estaba escuchando mientras miraba a Aarón retorcerse del dolor. Sus ojos suplicaban el descanso, mientras su mano apoyada en su pecho le mostraba el lugar donde su dolor residía, un dolor tan inhumano que parecía matarlo lentamente.
–¡Ray!– gritó Hegel aprisa, haciendo que el robusto hombre corriera hacia ellos. –¡Vamos, ayúdame!– ordenó acercándose al joven mal herido.
–¡Espera!, ¡¿Qué hacen?!– preguntó Erie confundida al verlos acercarse a él, escuchándolo chillar de dolor al simple contacto de sus manos –¡Basta!– intentó interponerse –¡Lo lastiman!
–¡Escucha!– gritó Hegel colocando ambas manos sobre sus hombros obligándola a verlo –¡Tiene que regresar a Cronius con su pareja!– ordenó –Si no lo hace Aarón morirá aquí, ¡¿Entiendes lo que te digo?!– le gritó al ver su mirada confusa –¡Dile a Kaya que lo lleve!
¿Con su pareja?, ¿Regresar? Por un momento esas palabras se estancaron en su mente. No lograba procesar con plenitud lo que él intentaba transmitirle, todo estaba pasando demasiado rápido, hasta el gemido del sufrimiento por parte de Aarón pareció aclarar sus ideas.
–...Sí– asintió volteando a ver a Kaya quien le asintió con la cabeza caminando hacia ellos. Kaya paró frente a Ray y Aarón, quien intentaba ahogar sus gritos entre sus dientes aún retorciéndose, intentando caminar tan bien como le era posible. –¡Iré con él!– gritó para intentar acercársele.
–¡No!- detuvo Hegel sujetándola con su brazo en buen estado por el abdomen –¡Te necesitamos aquí!– le recordó –Además tú también estás mal herida.
–¡Suéltame!
–Yo iré con él, Erina– le sonrió Ray arriba de Kaya –Me encargaré de todo y regresaré junto a Kaya.
–¡No!– se negó sintiéndose impotente.
–¡Ahora!, ¡Salgan de aquí ahora!– gritó Hegel sabiendo que no pasaría mucho tiempo antes de que Erina pudiera salirse de sus manos.
–¡Aarón!– gritó forcejeando con Hegel. Estiró sus manos al cielo viendo a Kaya tomar vuelo para sobre volar el mar de nubes, alejándolo aún más de su alcance.
–Princesa cálmese por favor– escuchó a los nómadas que la rodeaban y le impedían de ver a su dragón. –Necesita atención médica urgente.
Las lágrimas mojaban sus mejillas mientras Aarón se volvía poco a poco un punto lejano en el cielo, como una estrella inalcanzable. Sintió cómo era libre al fin, pues ya había dejado de resistirse. Erie volteó a ver a Hegel, quien tenía una expresión impasible. Él lo sabía, siempre lo había sabido.
–¿Se salvará?– alcanzó a decir Erie. Su voz era apenas audible, los constantes gritos habían lastimado su garganta, aunque no es que tuviera ánimos para hablar más fuerte de cualquier manera.
–Su Yoshuria o pareja, quien posee la otra Marca de Unión igual a la suya, es la única que puede salvarlo. Necesita llegar al Reino de Hielo y encontrarla.
Ahora entendía por qué él se había rehusado a que algo más que aquel beso se llevara a cabo, ahora entendía por qué era obligado a amarla. Su amor era una maldición. Erie apretó sus puños con fuerza dejándose caer en el suelo y sollozar en el árido desierto. Lo quería desesperadamente a su lado y no podía tenerlo; jamás se había permitido amar a nadie por miedo al amor y ahora que había saboreado el fruto prohibido, la felicidad y el éxtasis que traía consigo, también probaba la amargura y el desabor de su ausencia. Todo era tan irreal como un sueño, o tal vez una pesadilla sería el término adecuado.
–Necesito que te levantes– ordenó Hegel, obligándola a subir la mirada, topándose con aquellos ojos antipáticos y ceño fruncido. –Tú eres nuestra líder y necesito que liberes a mi gente de su cárcel.
–Los rebeldes– recordó desganada. Miku y Steve aún esperaban por ellos, por ayuda. Su pueblo aún esperaba por ella. Aún tenía que hacer, no podía simplemente dejarse derrumbar. Tenía que confiar que él estaría bien, que llegaría a tiempo y que su Yoshuria lo perdonaría por sus pecaminosas palabras. –De acuerdo– asintió –Regresemos a Heraticlon.
Hegel extendió su mano para ayudar a levantarla, pero ella se rehusó a aceptarla, aunque no hizo mayor diferencia pues él la tomó de cualquier forma, obligándola a ponerse en pie.
–Odio las cosas cursis y este tipo de lloriqueos– se quejó Hegel –Pero...– musitó suavizando su mirada –Si él te dijo esas palabras es porque realmente te amaba más que a su propia vida. Dudo mucho que Aarón pensara en salir con vida de su intento de asesinato contra Barlock, un plan improvisado supongo yo–. Sus palabras no parecían llegar a ella, pues seguía sin verlo, aún con esa expresión perdida. –Si él estuvo tan loco para salvar tu vida, entonces has algo con ella– le reclamó –Te necesitamos Erina, y me guste o no, eres nuestra única esperanza de una vida mejor–. Erie lo vio al fin con aquello ojos tristes y un amago de sonrisa se pintó en su rostro.
–A Heraticlon entonces– asintió la chica de ojos miel.
–¡Ya la escucharon!– gritó Hegel, tomando el mando en ausencia de Ray –¡Tenemos un reino que recuperar!
Erina fijó su vista una vez más en el horizonte, despidiéndose de él con la mirada. Era hora de seguir adelante y hacer lo que se suponía que tenía que haber hecho muchos meses atrás.
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