Razones Parte I


El viaje fue bastante silencioso después de decidido el plan. Raramente alguno de ellos intercambiaba más que un par de preguntas ocasionales o hablaban sobre el clima de esa noche. Erie miraba de tanto en tanto a Hegel, con quien no se sentía particularmente feliz luego de haberla descubierto ante Aarón, pero a quien agradecía por salvarles la vida. Aunque no sabía por qué, y no tenía ánimos ni energía para discutir eso.

Erie subió la mirada y vio a Aarón aplicando la tercera capa de ungüento sobre su espalda lastimada, la cual empezaba a sentirse mejor por momentos. El contacto de su piel, aunque fuese debido a esas circunstancias, era agradable.

–¿En qué piensas?– habló el cronence sacándola de sus pensamientos.

–Dejará una marca– mintió.

Aarón se detuvo, observándola con tristeza –Lo lamento– expresó culpable –Trataste de advertirme y no quise escuchar.

–No importa– negó ella con la cabeza –"Estás aquí, eso es lo importante"– pensó con una sonrisa oculta.

–Erie yo...– intentó decir, pero no pudo continuar, tragándose sus palabras.

–¿Qué sucede?– preguntó ella al notar su reacción.

–Eres muy importante para mí– respondió al fin viéndola fijamente a los ojos –Necesito que sepas eso.

De nuevo una nube de misterio lo envolvía. Erie sentía que él ya le había demostrado que era un poco más que sólo importante, pero por alguna razón él no parecía poder decírselo directamente.

–¡Hey Aarón!– gritó Hegel llamando su atención, irrumpiendo el momento entre ambos. Adrede. –Necesita algo con que cubrirse– le recordó para ver sobre su hombro la ropa hecha jirones de la chica –¡Toma!– le soltó una camiseta café, que sacó de su mochila, para que Aarón la atrapara justo a tiempo en el aire, quien la vio extrañado, pues era de mujer. –Era de Alessa– explicó al notar su reacción de extrañeza.

Erie elevó la cabeza al escuchar el nombre de Alessa viendo la prenda en las manos del cronence. Seguramente significaba mucho para Hegel, ¿Por qué se la daría? Sin considerar que sin ésta estaría semidesnuda, pues su blusa se sostenía con pequeños retazos no incinerados.

–Pensé que no te agradaba– habló Erie al fin.

–No lo haces– concordó –Pero Barlock te quiere muerta, así que yo te quiero viva.

–¿De qué hablas?

–El enemigo de mi enemigo es mi amigo– citó. –¿Has escuchado esa frase alguna vez?

Entonces entendió. No tenía que ver con ella, era con su venganza contra Barlock, y de cómo podría sacarle provecho a su vida. Ese era Hegel, el honesto Hegel. Sonrió con tranquilidad al saber eso y asintió con la cabeza.

–Deberías de ponértela– indicó Aarón, regresando su atención a él –Mantendremos la vista al frente– explicó con un dejo de vergüenza en su voz –Para que tengas privacidad... tu sabes– habló con un rubor en sus mejillas.

Erie mordió su labio inferior al ver esa expresión de vergüenza. Algo dentro de ella le hubiese gustado que hubieran estado solos, y no sobre un dragón en pleno vuelo, pero no era el caso. Erie asintió y así lo vio sentarse con su vista al frente. Removió con cuidado su antigua blusa blanca para que la de color tierra tomara su lugar. Dolía, aún sentía que el fuego vivía bajo su piel, pero el aire y las capas del ungüento medicinal habían hecho una diferencia significativa. Al menos podía usar ropa holgada encima de la herida.

–Llegaremos en cualquier momento– dijo Hegel viendo el cielo que pronto despertaría. -Deberíamos...– El dragón se agitó bruscamente gimiendo de dolor, haciendo que todos sus pasajeros se aferraran a sus grandes escamas para evitar caer –¡¿Pero qué demonios fue eso?!– gritó viendo a sus alrededores.

–¡Ahí!– gritó Erie al distinguir una llamarada –¡Nos atacan desde tierra!

–¡Aarón!– llamó Hegel –¡Toma las riendas!– ordenó corriendo al lomo del réptil –¡Erina, cubre el lado izquierdo y bloquea los ataques que vengan con tu espada!– dijo invocando su espada –Yo lo haré desde nuestra derecha.

Todos asintieron para hacer lo que el líder de los rebeldes había indicado. Erie invocó su espada sabiendo que su única esperanza era contrarrestar los ataques con los suyos, sin embargo el poder de fuego de su espada era ofensivo, no defensivo. Apretó sus labios con fuerza creando una fina línea. Negó con la cabeza, ideando un nuevo plan en su mente. Desapareció su arma para intentar ver más allá de las nubes que podían verse de tanto en tanto bajo la noche. Atacaría con sus propios poderes.

–¡Cuidado!– escuchó Erie un grito para de nuevo sentir al dragón sacudirse con violencia, y luego sentir nada bajo ella. Cayendo al vacío. –¡Erie!– oyó el aullido en la oscuridad abrumadora.

–¡Aarón!– gritó ella con desespere sin poder distinguirlo en la oscuridad. –¡A...– pero calló al sentir algo golpear su cabeza con fuerza y no ver nada más que una completa oscuridad.

0-0-0-0-0

Abrió los ojos desconcertada, estaba recostada boca abajo sobre algo suave. Algo frío yacía bajo ella, una sensación conocida. –"Erina"– una voz familiar invadió su mente haciéndola abrir sus ojos de golpe. Vio las escamas blancas bajo sus manos y el cuerpo alargado de varios metros de largo. Levantó la cabeza para distinguir el rostro de su compañera.

–Kaya– musitó para que sus ojos se hundieran en lágrimas. –¡Estás bien!– gritó con felicidad –¡Lamento la tardanza!, ¡Prometí venir por ti y...– se detuvo de golpe. Erie vio el amanecer a sus espaldas, pero no a Aarón u Hegel. –¿Dónde... Dónde está...– el terror se apoderó de ella. Movió su cabeza a los lados tan rápido como pudo en busca de él, pues aún sentía su cerebro palpitarle en el cráneo. Posiblemente por el golpe al caer.

–¡Despertaste!– escuchó un gritó a la distancia. Era Hegel que corría hacia ella.

–¡¿Dónde está Aarón?!– gritó corriendo hacia él, o intentó.

–Cayó con el dragón de Barlock– respondió con pesar –Y éste no quiso moverse una vez tocamos tierra– se quejó viendo al dragón blanco que lo miraba detenidamente.

–Ella es Kaya– presentó –Y no irá a ningún lado a menos que yo se lo ordene.

–¿Por eso nos salvó?

Erie vio al dragón que yacía recostado sobre la arena. Sus grandes ojos cafés la observaban con detenimiento y un vapor caliente podía verse exhalar de las respiración por su gran hocico.

Él estaba cerca de ti– escuchó en su mente. –No fue mi intención salvarlo, pero me alegra haber ayudado.

–¿No sabes dónde está Aarón? ¿O el otro dragón?

–Te he dicho que no– respondió Hegel.

–No hablaba contigo– replicó Erie molesta, centrando su atención a Kaya nuevamente.

Un dragón negro cayó herido a varios kilómetros de aquí. Él estaba ahí.

–¡Tenemos que ir!– ordenó para montarse nuevamente con esfuerzo. Todo esfuerzo físico era un gran trabajo para ella por su quemadura. –¡Ahora!

–¡Espera! ¿De qué hablas?– cuestionó Hegel –¿Y desde cuando hablas con dragones?

–Sube ahora– indicó Erie –Nosotros iremos por él.

Estás herida– la escuchó para sentir su mirada fija –Y agotada. No iremos a ningún lado.

–¡Tu no entiendes!– gritó desesperada.

–¡Claro que no!– respondió Hegel confundido.

–Mira– habló Erie tomando aire –Puedo hablar únicamente con Kaya, o en dado caso entender lo que dice– explicó –Cuando tienes un dragón, y éste te elige como jinete, creas un vínculo irrompible. Por eso entiendo lo que dice, es como escucharla en mi mente, aunque no funciona con ningún otro dragón.

Eso tenía sentido para él. Hegel había escuchado eso antes, pero jamás lo había comprobado. Tener un dragón en Heraticlon era un lujo muy costoso y poco tenía que ver con su profesión como mecánico que era antes de que la dictadura de Barlock empezara.

–¡Estoy bien!– Hegel la escuchó gritar para ver a Kaya molesta. Parecía que una nueva confrontación tenía lugar. –¡No es una sugerencia, es una orden!– gruñó Erina –No, tú no entiendes. Si no me acompañas iré sola a buscarlo.

Parecía que Erie quería ir en busca de Aarón, pero Kaya tenía planes diferentes, y Hegel entendía por qué. Un hematoma de un color purpura que parecía albergar un negro oscuro en su centro abarcaba el lado derecho de su rostro, siendo esta herida la más sobresaliente pues era de gran tamaño. Una línea de sangre seca enmarcaba su rostro del lado derecho, su fuente era un corte prominente en su ceja que dejaba ver el corte vertical. Sus brazos tenían pequeñas marcas de quemaduras superficiales y su postura era un tanto encorvada, seguramente la herida en su espalda la detenía a pararse recta. Su cabellera suelta y desordena no ayudaban a su expresión de fatiga y cansancio. Entendía por qué el dragón se rehusaba a querer moverla a cualquier lado.

–¡Bien!– gritó –¡Quédate entonces!

–Deberías escucharla– se involucró Hegel al fin –No durarás ni una hora en el desierto en tu estado, además, es posible que Aarón esté muerto en este punto. Fui a buscarlo, buscando pistas de donde pudo haber caído el dragón o algo, pero el terreno rocoso a nuestro alrededor me lo hizo difícil. Si no murió en la caída ahora debe estar enterrado bajo miles de rocas– habló con desaliento, viendo las diferentes montañas de rocas que los rodeaban –No veo cómo podría haber caído en una pieza. Lo lamento.

Una punzada de dolor atravesó su pecho al Erie escuchar sus palabras. Su garganta se cerró y el aire empezó a faltarle. Se sentía mareada, lo suficiente como para dejarse caer al suelo de rodillas como peso muerto. La imagen de Aarón agonizando en algún lado del desierto se plasmó en su mente. Una torrentada de aire sacudió el desierto como una ola de arena, arrebatándole la esperanza según como surcaba entre las rocas.

–Escucha, sé que no es gran cosa, pero ahora que ya encontramos un dragón podemos ver de salir de aquí y buscar refugio en otro reino–. habló Hegel en un intento de consuelo.

–No– murmuró desganada con su mirada en su regazo –Tú no entiendes, yo intente... pedir ayuda antes– habló perdiéndose en sus recuerdos –Todos los reinos nos dieron la espalda, o en dado caso me la dieron a mí.

Cuando había dicho que ella era la legítima heredera al trono nadie quiso escucharla, y quienes lo hicieron no pudieron más que verla como escoria por haber entregado su reino. Erie estaba agotada, agotada de esa vida que le había tocado que vivir, agotada de tener que tomar decisiones que sólo parecían conducirla a caminos sin salida. No importaba que decisión tomase, todas parecían ser incorrectas. Sintió sus ojos llenarse de lágrimas, dejándolas correr en libertad. No le importaba que Hegel estuviera ahí o cualquier otro. Quería dormir y despertar en una vida diferente. "Lo hice una vez" recordó al rememorar la primera vez que había visto a Aarón.

–¡Cuidado!– la voz de Kaya se hizo presente en sus pensamientos.

Vio las escamas blancas formar una barrera al Kaya enroscarse sobre sí para protegerlos. Explosiones se escucharon del otro lado y nubes de humo empezaron a ascender al cielo. La mirada pasiva de Kaya se volvió agresiva. Un fuego rosa fue exhalado por parte de Kaya para escuchar un grito familiar. Barlock.

–Vaya, vaya sobrina– escuchó detrás del cuerpo de su dragón –Encontraste a Kaya.

Kaya se desenroscó cual serpiente dejando a la vista a su jinete. Erie vio a su tío una vez más; la persona en quien había confiado y le había quitado todo. Frunció el ceño molesta, pero ya estaba demasiado cansada para pelear. No veía por qué debería de seguir adelante.

–Cerca del abismo de nubes, ingenioso–. dijo con una sonrisa maliciosa. Erie vio a sus espaldas, y tal como él le había dicho, el abismo se podía divisar, no se había percatado de su presencia. Llevaba mucho tiempo sin verlo. Un mar de nubes hasta donde la vista alcanzaba las cuales eran bañadas por el suave toque del alba. –Me pregunto, si caes ahí ¿existe la posibilidad de que puedas volver a subir?

–¡¿Qué más quieres de mí?!– clamó para ponerse en pie tambaleante –Tú mismo lo dijiste, nadie sabe de mí, no puedo hacer nada para quitarte algo que ni siquiera ha sido mío en primer lugar. Mis padres creyeron que ocultarme de los reinos nos daría una ventaja militar al ver al Reino de Fuego como un reino débil– escupió las palabras –¡Y en su lugar condenaron al reino mismo! Pues bien, sabes qué ¡quédate con él!

–¡No digas eso!– regañó Hegel para tomarla con fuerza del brazo, obligándola a verlo –Nosotros te necesitamos– confesó de mala gana –No importa lo que hayas hecho antes, ¡tu Reino te necesita ahora!

Erie cerró sus ojos con pesadez ante sus alentadoras palabras, pero no sabía cómo podía ayudar en ese punto. Erie volteó a ver a Barlock, quien tenía esa sonrisa pintada en su rostro y detrás de él, Darius lo acompañaba, extrañándose que ningún otro de los guardias reales estuviera con él. Pero sólo con Barlock bastaba para derrotarlos, y eso ella lo sabía bien. Barlock, el ejército de un solo hombre, como era conocido en palacio.

Hegel mantuvo su mirada dura y penetrante sobre ella. Para él no había nada que discutir o pensar, sin ella, aunque Barlock no estuviera en el poder, todo el reino estaría condenado a permanecer en las manos de una dictadura corrupta de alguno de sus lacayos. Como Aarón se lo había dicho antes, ella era la única que podía hacer que las cosas cambiaran. Tal vez Erie no tenía muchos puntos buenos a su favor, pero sabía que tenía un buen corazón. Ella era mejor a cualquiera de los lacayos de Barlock.

Erie suspiró pesadamente y asintió con la cabeza. No cometería el mismo error dos veces.

–Pelearé– asintió la chica al fin.

–Supongo que no se pude remediar, ¿no es cierto sobrina?– inquirió su tío con aquellos ojos impenetrables –Desde que naciste has sido un verdadero estorbo– habló con desdén –E incluso después de derrotarte sigues siendo un desperdicio de recursos, ¿sabes lo que valía el dragón que tuve que matar para que tú murieses? No importa cuanto lo intente, no importa de qué manera lo haga, siempre regresas– espetó con despreció –Como las pestes.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, mientras el viento del desierto rocoso los azotaba con violencia, haciendo que la arena los golpeara cual bofetada. Un ambiente de tensión se formaba con suma rapidez, y la sensación de que algo no marchaba bien la invadía según los segundos transcurrían.

–Son únicamente dos– murmuró Hegel a su espalda –Tenemos oportunidad, más con tu dragón de nuestro lado.

–Algo no está bien– negó revisando con suma rapidez el terreno a su alrededor. Grandes formaciones de rocas los acogían de extremo a extremo, a excepción donde inicia el borde del abismo de nubes. Barlock ya debería de saberlo para ese entonces, no tenía probabilidades de ganar, no con Kaya de su lado.

–Realmente sobrina, me encargaré que esta vez mueras, aquí y ahora.

–Es mucho que decir, contando que te encuentras en una notoria desventaja ¿no te parece?– habló Hegel arrogante.

Hegel estiró su mano con intención de convocar su espada cuando sintió a Erina abalanzarse sobre él, cayendo ambos al suelo, acto seguido se escuchó el impacto de un rayo sobre la arena, convirtiéndola en una extraña figura de cristal. Hegel apenas había podido reaccionar, había desviado la atención de su oponente tan sólo una milésima de segundo cuando él atacó.

–No seas estúpido– masculló Erie con una expresión notable de dolor en sus ojos –No tienes oportunidad.

–Escucha lo que dice– dijo Barlock apacible –Mis habilidades y técnicas son muy superiores a las tuyas. Antes de que puedas convocar tu espada ya estarás con la mitad de cuerpo carbonizado.

Hegel fijó su vista en Erie nuevamente, quien tenía su mandíbula apretada fuertemente y sus manos convertidos en puños; estaba casi seguro que se había hecho dañado al saltar sobre él. La piel de su espalda, después de todo, había perdido toda elasticidad.

–De acuerdo Erina– la voz de Barlock resonó por el cañón –Estoy consciente del poder de Kaya– dijo para ver al gigantesco animal quien seguía con su mirada fija en él, esperando instrucciones para atacar –Y tú estás consciente de lo que significaría para ella atacarme ¿No es cierto?

–¿De qué habla?– preguntó Hegel para ayudarla a ponerse en pie.

–La piel de dragón es resistente al fuego– explicó –No a la electricidad– indicó viendo el costado de Kaya, que tenía una herida color carbón sobre su piel blanca. –Su piel apenas puede protegerla lo suficiente, una pelea la dejaría gravemente herida o peor.

–Y por eso te propongo un trato– dijo Barlock con una sonrisa –Entrégate pacíficamente. Te mataré rápidamente y todo esto se acabará.

El gruñido de Kaya resonó por todo el desierto con gran estruendo. De nuevo colocó su larga cola enfrente de donde Erie yacía a penas en pie con ayuda de Hegel y fijó su vista a Barlock, gruñendo incesantemente.

–Kaya– murmuró Erie con una sonrisa para apoyarse sobre la piel fría del réptil, en una forma de abrazo. –No te preocupes por mí, aún no me he rendido.

–Bien Erina, si este es el camino que has decidido tomar.

Un rayo se emitió de aquella espada negra. Kaya se movió con gran velocidad, haciendo que el rayo chocara contra una de las formaciones rocosas a sus costados, provocando que rocas de diferentes tamaños cayeran en picada. El fuego rosa del dragón de nuevo iluminó el desierto para ser contrarrestado con una llamarada por parte de Barlock.

Hegel observó asombrado el suceso, la habilidad de Barlock para contrarrestar con su propia energía de fuego el poder de un elemental de fuego, era increíble. Ahora entendía porque Erina había perdido la batalla contra él, sería un adversario difícil de derrotar, a pesar de estar solo. Necesitaban un plan si querían salir de ahí en una pieza.

–Erina, es el momento– advirtió Hegel, pero su compañera ya se le había adelantado invocando su espada. Una magnifica espada de gran tamaño color plata con tres piedras elementales en forma de rombo por lo largo. La vio intentar levantarla, pero cayó al acto. Su propia espada era muy pesada en su estado actual. –¡Olvídate de ella!– le gritó Hegel arrodillándose a su lado –Usaremos la mía.

–No lo creo– escucharon decir frente a ellos, distinguiendo a una figura familiar. El responsable del atraco en el desierto y posiblemente de la muerte de Alessa; el guardián de Erie...Darius.

Un grito ahogado por parte de Erie se oyó al verlo abalanzarse sobre Hegel. Darius atacó a Hegel con una puñalada que iba dirigida directo al corazón, la cual debido a sus grandes reflejos, logró evadir, pero no sin recibir un corte en su brazo derecho, en el cual empezó emanar sangre descontroladamente. Hegel ahogó un gritó colocando rápidamente su mano sobre la herida retrocediendo de su adversario.

–¡No te acerques a él!– gritó Erina desapareciendo su espada para que una onda de fuego creada de sus manos atacara a su oponente, quien tuvo que protegerse de las llamas, y retroceder –¡Kaya ven por nosotros!– gritó desde el suelo. No quería huir y retirarse como una cobarde, pero tampoco quería que más gente muriera por su culpa.

Vio a su dragón volar hacia ella cuando un rayo se atravesó en su camino, haciéndola caer al suelo de roca con gran pesadez. –¡Kaya!– gritó viéndola yacer aturdida sobre el suelo.

–¡¿Ya has tenido suficiente?!– gritó Barlock regocijándose. –¡¿O más gente ha de morir por causa tuya?!

Erie lo vio desafiante. Si iba a morir ahí, moriría bajo sus términos. –"Kaya llévate a Hegel"– pensó viendo a su dragón, quien yacía aturdido en la arena. Con Hegel y Kaya, al menos podría salvar a los rebeldes. Ese sería su objetivo. –Hegel– murmuró viéndolo de reojo –Ve con Kaya.

–Estás loca– se opuso –Él jamás me dejará irme con un dragón.

–Yo lo distraeré, vete– insistió.

–Bien, esto ya se ha vuelto muy tedioso– dijo Barlock con un suspiro. Terminando con la charla entre ambos –Carlos, William– llamó.

Erie reconoció los nombres. Ellos habían pertenecido al palacio como guardias, los seguidores de Darius. De un nacimiento de rocas los vio salir y con ellos a Aarón. Caminaba casi arrastras con sus manos atadas a su espalda y varias heridas visibles en su rostro y brazos.

–Aarón...– musitó Erie sintiendo una opresión en el pecho y sus ojos aguarse.

–Tú vida por la de él– intercambió Barlock. –Además de dejar ir al andrajoso hombre y a Kaya, ¿No te parece un trato justo?– preguntó con una sonrisa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top