Lazos Nuevos Parte II
Ella lo escuchó gritar su nombre por primera vez y una sonrisa se esbozó en su rostro viéndolo por una última vez, mientras la oscuridad parecía absorberla en su seno. -"Ahora podrás regresar con tu familia"- pensó mientras sentía sus ojos llenarse de lágrimas como una última despedida. Erie cerró sus ojos en la espera de un final que tuvo que llevarse a cabo mucho tiempo atrás, en donde el ángel de la muerte la había dejado vivir como una broma cruel para despertar en un mundo desconocido con más incógnitas que respuestas.
Lágrimas saldas dejaban su pequeño rastro en la atmósfera árida para resplandecer con el reflejo de la luna casi ausente mientras su cuerpo caía en picada al suelo. –"La próxima vez que abra los ojos, todo será diferente"- pensó con tristeza hasta que algo la hizo alertarse obligándola abrir los ojos. Sintió como algo la tomaba de la muñeca envolviéndola entre sus brazos.
-¡¿Eh?!- exclamó al reconocer aquella cabellera plateada -¡¿Aarón?!- gritó con asombro para ver al chico caer junto con ella.
-¡Te dije que no te dejaría atrás!- gritó sujetándola con fuerza entre sus brazos -¡Regresaremos juntos!- exclamó por último. La tomó por la cintura pegándola a su cuerpo y así, con su mano libre, crear aquella espada del color de la nieve. Aarón observó la pared de roca que no estaba muy lejos de ellos, y con fuerza apuñaló la roca irregular empezando a disminuir la velocidad de caída según como ésta cortaba el abismo.
Erie se sujetó de su cuello con fuerza, sintiendo como se iban deteniendo poco a poco, quedando suspendidos en el aire nuevamente; pero eso sería una solución temporal, pues no podían permanecer colgados ahí por siempre.
-¡No te atrevas a soltarme escuchaste!- amenazó el cronence molesto. Erie le sonrió con calidez para asentir con la cabeza, mientras una que otra lágrima de felicidad se desbordaba de sus ojos. Era la primera vez que realmente le agradaba ver a Aarón molesto. –Bien- dijo más tranquilo. Buscó con la mirada que los ayudará a subir, pero no miraba más que una roca casi lisa hasta donde la vista alcanzaba –"Demonios, si no encuentro una manera de subirnos caeremos de igual manera"- pensó fijando su vista a su espada, la cual no podía sostener por siempre.
La situación no se miraba prometedora, pero un rugir desde las profundidades hizo que se viera peor. El rugido de un animal se escuchó desde el fondo del abismo, haciendo que ambos voltearan su vista al fondo del acantilado. Algo los esperaba abajo.
-¿Qué es eso?- preguntó Erie con su vista a sus pies sin lograr divisar nada.
-No lo sé- respondió Aarón para de nuevo ver hacia arriba en busca de una manera de salir de ahí. –Pero no pienso quedarme para averiguarlo.
Los rayos del sol empezaban a tocar la tierra por fin, anunciado el nuevo día. La claridad empezó a descubrir lugares antes ocultos a su vista, y ahí, a la distancia vio un pequeño peñasco en el cual podría asentarse y tomar un respiro. Parecía que había encontrado lo que necesitaba a excepción de una cosa, no sabía exactamente cómo llegar hacia ese punto sin caer a las fauces de lo que estuviera abajo. Una sacudida de la tierra los hizo tambalear, obligándolo a sostenerse con más fuerza. -¡¿Y ahora qué sucede?!- preguntó Aarón molesto. Unos pasos pesados se escuchaban dirigirse hacia ellos, parecía que algo estaba escalando aprisa. -Maldita sea- masculló el chico de ojos plateados.
Una luz brillante se formó volcando su atención a Erie, quien había logrado convocar su espada nuevamente, la cual, se encontraba dañada por la pelea del día anterior. La rajadura que el soldado le había hecho aún era visible, indicándole que sólo bastaría un golpe más para quebrarla en dos.
-¿Qué haces? guarda eso, sólo haces más peso- ordenó Aarón viéndola con desaprobación. Su espada no sería útil ni para poder fijarla en la pared y escalar muro arriba, ni para poder combatir a lo que estuviese en busca de ellos -¡Erie!- llamó molesto al ver que ella no parecía prestarle atención.
-Cuando te lo indique- musitó Erie con su vista fija en el abismo según como los temblores de aquellas pisadas empezaban a subir de grado –Suéltame.
-¡¿Qué?!- gritó -¡Te dije que...
-¡Confía en mí!- interrumpió para verlo –Si no lo haces los dos moriremos aquí.
-Pero...
-No te dejaré solo- le cortó -Lo prometo- indicó con una cálida sonrisa.
-Bien- respondió resignado sin aún estar de acuerdo con su decisión. –Espero sepas lo que haces.
-Yo también- musitó fijando su vista al abismo negro bajo sus pies.
Poco a poco la forma de algo se pudo empezar a vislumbrar entre la oscuridad; escamas color café brillaron ante los primeros rayos del sol y unos ojos amarillos los vieron con intensidad. Era un dragón de tierra que escalaba la pared en busca de su desayuno.
-Lo sabía... un dragón- sonrió la chica al identificar la criatura.
-¿Y eso cómo puede ser que...
-¡Ahora!- interrumpió ella, quien tomó impulso obligándolo a soltarle y así tomar su espada con ambas manos para dirigirse al dragón.
El animal gruñó al verla caer estirando su cuello abriendo sus fauces con el propósito de engullirla completa. Erie lo vio con determinación blandiendo su espada en el aire y de ésta brotar tres cuchillas de fuego, obligando a la bestia a cerrar su hocico herido por la quemadura. Erie cayó sobre la cabeza del animal, y tan rápido como pudo se colocó sobre su cuello para con fuerza tomar sus orejas halándolo hacia arriba, obligándolo a trepar hacia la dirección donde se encontraba su compañero. -¡Ahora suéltate!- ordenó Erie. Aarón la vio con cierta desconfianza, pero no por eso se rehusó. Desapareció su espada de hielo para soltarse del muro y así caer en picada hacia el temible reptil. Logró sujetarse del lomo de la criatura mientras ésta subía errática hacia la cima. -¡Sostente!- gritó Erie desde la cabeza del dragón – ¡Este será un viaje turbulento!- dijo con una amplia sonrisa; a lo cual él no pudo responder, únicamente confiar en que esto los sacaría de ahí.
Salieron del acantilado donde habían caído y una vez arriba el dragón empezó a saltar de un lado a otro en un intento de quitarse a sus indeseables tripulantes. -¡Es hora de bajar!- gritó Erie para soltarse de la bestia y caer al suelo en pie. Aarón la imitó para soltar al dragón, quien una vez de haberse librado de ellos los vio amenazadoramente. -¡Gya!- gritó Erie para blandir su espada nuevamente y de nuevo cuchillas de fuego se dirigieran al dragón, quien huyó al fondo acantilado. Estaban a salvo.
Erie suspiró pesadamente dejándose caer de rodillas al suelo con una sonrisa de satisfacción.
-Estamos vivos- se dijo para sí, casi incrédula.
-¡¿Cómo hiciste todo eso?!- preguntó exaltado el cronece caminado hacia ella.
-Genial ¿verdad?- sonrió presuntuosa para voltearlo a ver.
-¿Cómo sabías que el dragón haría eso?
-Es un tipo de dragón de los abismos, se refugian para huir del sol. Esta especie es nocturna y huyen de los lugares muy iluminados o de su depredador natural, el dragón de fuego- aclaró Erie.
-¿Y cómo sabes todo eso?- indagó Aarón, admirado por sus palabras.
-Lo recordé- habló con una sonrisa, poniéndose en pie. –Cuando estábamos en el acantilado, esa parte de mi vida la recordé.
-¿Qué cosa exactamente?
-Yo tenía un dragón, una mascota. -explicó. –Cuando vi sus ojos amarillos terminé de recordar toda aquella información que aprendí alguna vez sobre dragones.
-¿Estás bromeando?
-No- negó con la cabeza –Fue impresionante, recordé un fragmento de lo que hacía antes; y además- dijo viendo su espada –Recordé cómo invocar la especialidad de la espada de fuego– se dijo a sí misma –Alessa tenía razón, yo sabía usar la espada, tenía un cristal de fuego antes, aunque no recuerdo que especialidad de fuego manejaba. Está crea cuchillas.
-¿Es en serio?- cuestionó incrédulo -¿Necesitabas un dragón come gente para recordar todo eso?
-Es que...- musitó rememorando –Al ver sus ojos, pude despertar una parte de mis memorias, es como si tuviera una conexión con estas criaturas- dijo con una sonrisa y una mirada perdida.
-Bueno, supongo que hay que agradecer al cielo por esa conexión extraña tuya.- dijo Aarón aliviado de que todo acabara -¿Recordaste algo más?
-No- negó moviendo su cabeza a los lados.
-Es un inicio- animó dando por concluido el tema -Bueno, ahora que nuestro gecko quedó perdido abajo en abismo supongo que no sabrás cómo llamar a una de esas cosas y hacer que nos lleve ¿verdad?- cuestionó Aarón dirigiendo su mirada hacia el abismo.
-No- respondió Erie desapareciendo su arma –Los dragones de los acantilados son criaturas poco dóciles y no viajan de día- explicó.
-Genial- dijo con una expresión de preocupación.
Aarón intentó vislumbrar algo en el oscuro interior del abismo, pero no lograba ver nada más que oscuridad. Su gecko no se miraba en ningún lado como para poder ir por él y rescatar sus pocas provisiones. Si no ideaban una manera de transportarse por el desierto, morirían en cuestión de un día o dos.
–Tal vez si bajara uno a buscarlo- pensó Aarón en voz alta, en un intento de idear un plan. -¿Uh?- exclamó al sentir como algo halaba de su chaleco llamando su atención.
Aarón vio sobre su hombro a Erie, quien estaba parada detrás de él con una expresión extraña en su rostro. Sus mejillas denotaban un intenso color carmín y su mirada parecía estar clavada en el suelo. –Oye, ¿te sientes...- su pregunta se cortó al sentir a la chica recostar su cabeza sobre su espalda, para tensarse al sentir la cercanía.
-Gracias- murmuró ella, apoyando su frente en su amplia espalda.
Un sonroje indeseable se creó con aquellas simples palabras haciendo sentir su cara arder en llamas; avergonzado por la embarazosa situación. En Cronius los gestos de afecto como esos no eran algo común, excepto con la pareja. Sentir como de repente ella insistía en acortar la distancia entre ellos para agradecer las cosas se estaba volviendo una mala y vergonzosa costumbre.
-No es tiempo para agradecimientos- respondió tosco. Aarón intentó caminar lejos de su tacto, pero ella aún lo sostenía débilmente de su chaleco, evitándole conseguir distancia, y en su lugar permanecer. –Hay que seguir- dijo mientras sentía su cara arder y su corazón palpitar con fuerza.
-Allá abajo- murmuró ella, sin moverse -Realmente pensé que sería todo.
-¡Eres una tonta!- le gritó molesto, volteándose viéndola con aquellas mejillas bañadas en carmín -¡Nunca debes de darte por vencida!- expresó con enfado –Sin importar qué, tú siempre has de seguir adelante.
-¿Por qué me seguiste?- preguntó ella con un semblante inmutable en su rostro. Tomándolo desprevenido.
-Eh... Bueno...- balbuceó sin saber qué responder. No era algo que había pensando realmente. Aarón sólo quería mantenerla con vida, realmente no tenía intenciones de verla morir en sus manos. -Quedamos que iríamos juntos- mintió desviando su mirada con una falsa molestia –No sobreviviremos solos- completó.
-Gracias por no abandonarme hasta ahora- le sonrió ella con dulzura.
-No digas...
Erie se acercó a él de puntillas para con un beso rápido, besando con suavidad su mejilla. Interrumpiendo su alegato. La sensación de los labios de ella contra su piel lo hizo callar y su cuerpo tensar al acto. Un beso inocente que quería dar a expresar lo que con palabras mundanas no podía decir. Aarón la vio con sorpresa, para que ella le sonriera ampliamente, irradiando aquella aura de calma y felicidad. Su mejilla grabó la sensación de la calidez de sus labios, como un tatuaje en su piel.
-No mal pienses las cosas- dijo ella divertida tomando distancia de él dándole la espalda –Eso fue por decir mi nombre- explicó sonrojada –Fue la primera vez que me llamaste Erie.
Aarón desvió la mirada al sentir su corazón latir a gran velocidad. Eso había sido sorpresivamente lindo. Empezaba a gustarle la cercanía de alguien más, o tal vez empezaba a gustarle la manera en que ella lo miraba cuando se acercaba de esa manera.
-Y tengo una idea para nuestro problema- retomó el tema -Una que no involucre arriesgar nuestras vidas de nuevo en ese abismo- habló la chica viendo hacia el horizonte –Ellos no tardaran en llegar a nuestra ubicación.
-¿Ellos?- preguntó recobrando la compostura.
-Aquellos que nos siguen con tanto ímpetu- le recordó –Ellos tienen geckos de arena- le recordó para sonreír con malicia.
-Esto será divertido- sonrió Aarón viendo la nube de polvo que sus invitados formaban a la distancia.
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Tal y como se lo había ordenando, debería de terminar con la misión. Siguieron por el desierto las pisadas en la arena del gecko robado sin descanso; día y noche anduvieron por el árido desierto con la única meta de eliminar a la chica de ojos miel, acción por la cual serían bien recompensados.
-¡No pueden haber ido muy lejos!- gritó Darius para aumentar la velocidad de su gecko. Su calva relucía bajo el sol del amanecer manteniendo su vista en las huellas a penas visibles en la arena.
Siguieron las pisadas del réptil hasta lograr divisar a la distancia dos personas correr en la arena con los mismos geckos que habían robado en la ciudad. -¡Son ellos!- gritó uno de los vándalos. Aumentaron su velocidad y al hacerlo vieron a dos rebeldes, los cuales encajaban en la descripción de los individuos que habían acompañado a su objetivo y al chico del Reino del Hielo. Los tres vándalos se vieron mutuamente sin saber qué hacer al respecto, parecía que se había equivocado de rastro.
-¡¿Darius?!- exclamó su subordinado.
-¡Escucharon al jefe!- habló sacando su espada –No dejen a ninguno con vida.- ordenó.
Aumentaron el correr de los geckos de arena para lograr acorralar a los dos fugitivos, quienes se vieron pronto rodeados por los bandidos del desierto.
Darius blandió su espada para lastimar la pata trasera del gecko que montaba el chico de espesa barba, provocando que el animal cayera de costado sobre la arena tirando a su pasajero junto con éste rodando sin control sobre la arena dorada.
-¡Hegel!- gritó la chica con gafas deteniendo el andar de su gecko y dar media vuelta en dirección de su amado. -¡Tomen esto!- gritó ella lanzando varias esferas plateadas al aire explotando detrás de ella para cegarlos por completo, desorientando a sus perseguidores dejándolos atrás para ir por el rebelde caído.
Sintió su cuerpo retorcerse mientras caía sin control sobre la arena junto al réptil de gran tamaño. Los granos de arena se incrustaron en su piel ocasionando varios raspones en toda su dermis. La cabeza le dolía intensamente al igual que su brazo, el cual no podía mover debido al dolor. Hegel abrió los ojos al sentir que el rodar había parado, para, desubicado ver a sus alrededores. Su vista borrosa le hizo difícil poder distinguir mucho más allá de su nariz. Escuchó su nombre a la distancia y con esfuerzo logró enfocar a su esposa corriendo a toda velocidad hacia él –Alessa...- musitó en un intento de ponerse en pie, pero cayó rápidamente de espaldas de nuevo. Cerró sus ojos de nuevo sintiendo su cuerpo tan pesado como un bloque de arena. Tenía sueño, quería dormir.
-¡Debes de levantarte!- un grito lo regresó en sí para distinguir a Alessa frente a él y ver su mirada llena de angustia y desesperación -¡Tu cabeza!, ¡Tu cabeza!- repetía alterada tomando del bolso que llevaba cruzado sobre su pecho algo que pronto envolvió alrededor de su cráneo con rapidez. –Vamos amor, debes ser fuerte- escuchó decirle.
Hegel no podía reaccionar ante los esfuerzos de ella. Sentía en su cabeza una pulsación intensa y cómo algo cálido resbalaba hasta su cuello. Había perdido la sensibilidad de su brazo izquierdo y toda percepción del tiempo y el espacio -¡Listo!- dijo ella haciéndolo entrar en consciencia nuevamente. Ahora estaba encima del réptil de arena, parecía que ella lo había logrado subir sobre su lomo. –No te preocupes, estarás bien- habló su esposa con una sonrisa forzada y un dejo de mentira en su voz.
-"Alessa"- pensó sintiendo sus párpados pesados.
Alessa se montó como pudo en el gecko luego de asegurar a Hegel delante de ella, e inició la carrera de nuevo. -¡Gya!- gritó haciendo que su gecko aumentara su velocidad. Habían dejado todas su provisiones atrás en el gecko moribundo de Hegel, apenas contaban con lo necesario para continuar el viaje con lo que ella llevaba en el suyo.
Su mente se vio abrumada en qué hacer ahora, y más que nada, en cómo librarse de sus perseguidores para poder atender a su esposo. Observó de nuevo a su amado, su cráneo borbotaba sangre incluso a través del vendaje improvisado que le había hecho, y su brazo ahora yacía cubierto en aquella extraña mezcla de arena y líquido carmín. Si no lo atendía rápido la herida se complicaría y moriría en medio del desierto.
Alessa sintió sus ojos llenarse de lágrimas haciendo su visión borrosa. El pensar en perderlo provocaba un nudo en su garganta difícil de desatar. Hegel era todo lo que le quedaba, él era su razón para continuar con vida luego de haber perdido a su hija, si él moría, no le quedaba ninguna razón para seguir viviendo. –"Todo va a estar bien Alessa"- pensaba mientras huía –"Todo va a estar bien"- se repetía en la mente mientras las lágrimas se derramaban sobre sus mejillas.
Su gecko chilló de dolor obligándola a despejar sus pensamientos fatalistas y prestar atención al presente. Alessa volteó su cabeza percatándose que sus perseguidores los estaban alcanzando nuevamente. Si ellos hacían lo mismo que con el gecko de Hegel ambos morirían a manos de aquellos criminales. Buscó con desesperación sus bombas de luz con la intención de crear una distracción, prontamente se percató que las había usado todas para poder ir por Hegel.
-"¡Nos están alcanzado!" - pensó preocupada con su respiración agitada. -¿Por qué?- se cuestionó a sí misma. No entendía cómo ellos podían ser más rápidos -¿Por qué ellos...- pero calló al darse cuenta de la razón de su desventaja. Los geckos de sus oponentes no tenían que cargar el peso de dos personas, sólo a una.
El mundo cayó a sus pies, y una sensación de vértigo recorrió su estómago. Cerró sus ojos con fuerza mientras las lágrimas de la desesperación brotaban de sus ojos. Tenía que haber una forma de que ambos huyeran juntos. No podía terminar de esa manera.
-¡Los tengo!- un gritó la hizo estremecer. Su gecko disminuyó su velocidad abruptamente para luego sentir cómo eran halados hacia atrás. Alessa volteó a ver sobre su hombro y notó una soga agarrada de la pata de su gecko, quien chillaba mientras se esforzaba en continuar. -¡No!- gritó la chica volteándose con rapidez y de su bota sacar un pequeño cuchillo. Se estiró tanto como pudo sobre la parte trasera del reptil. Sus pies se sostenían fuertemente del animal mientras su cuerpo extendido a lo largo lograba tomar la cuerda tensionada para hacer un corte preciso liberándolos. Por un momento el alivio la recorrió, provocando una sonrisa en sus labios.
-Muy tarde preciosa- escuchó par ver hacia un lado y distinguir a uno de los cuatreros que la perseguían. El filo de su espada relució bajo la luz del sol antes de sentir como su hoja cortaba su hombro como si éste fuese mantequilla.
Un grito de dolor fue exclamado por ella haciéndola perder el equilibrio y caer a la arena. Rodó debajo de las patas del reptil y antes de que éste se alejara por completo tomó su cola para ser arrastrada por el desierto. De nuevo su gecko empezó a disminuir la velocidad, su peso era casi igual de malo que tener una soga que lo forzara a parar.
-¡Los tenemos!- escuchó gritar a quien la había lastimado.
-"Uno de los dos tiene que vivir"- pensó Alessa con tristeza. Subió su mirada y con dificultad vio a lo lejos el cuerpo de su amado –"Hegel... lo siento"- pensó con tristeza. Soltó su mano para dejar ir al animal y rodar en dirección a sus captores.
Un recuento de su vida pareció venir a ella mientras su peso muerto giraba sobre la arena. El primer beso con él, su boda, su hija y el infierno que había sido desde que Barlock había tomado el reino. Pero más que nada, la sonrisa de su amado esposo.
Levantó adolorida su cabeza una vez se detuvo para ver a través de sus gafas resquebrajadas la nube de arena que se formaba por el correr del reptil, alejándola de su amado con dirección al Noreste. Las lágrimas bañaron sus mejillas sucias, y la arena se manchó con la sangre de su herida.
-¡Escapó el otro, señor!- indicó un hombre para detenerse junto a la chica desahuciada.
-No importa, que se lo coman los buitres- habló Darius para saltar de su gecko y caminar hacia la rebelde –Fue un buen intento rebelde, pero no lo suficiente- se burló. La sujetó del cabello alzándola hacia arriba para ver su rostro sucio. Sus ojos lo miraban con desprecio y gotas saladas salían de éstos. -¿Unas últimas palabras?- preguntó para alzar su espada.
Sonrió adolorida y sin miedo en su voz habló por todas aquellas víctimas que la precedieron. –Larga vida al dragón...
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Buscaron escondite en la cumbre de una duna en espera de sus agresores. Erie y Aarón se mantuvieron atentos de la nube de polvo que se acercaba más en dirección hacia ellos. Con sus cuerpos pegados por completo al suelo, esperaban poder pasar desapercibidos de sus perseguidores.
-¿Estás lista?- preguntó Aarón para crear su espada de hielo con hábil movimiento.
-Más que nunca- lo imitó ella.
Vieron a la distancia la silueta de lo que buscaban caminando justo debajo de ellos -¡Ahora!- ordenó Aarón saltando al aire y con un movimiento de su espada congeló la arena a sus pies, cayendo sobre éste y usando el bloque de hielo como tabla para surfear duna abajo. Erie lo siguió y esperó la señal. Aarón tocó el suelo en donde se deslizaba congelado un fragmento de arena. Erie corrió tras de él y saltó sobre el bloque de hielo que había creado para ella deslizándose hacia su objetivo, que en cada paso que daba estaba más cerca del punto de encuentro.
Ella se colocó en posición de ataque mientras intentaba mantener el equilibrio. Invocó su espada lista para quemar lo que estuviera frente a ella cuando distinguió correctamente a su oponente, haciéndola frenar de golpe o al menos intentarlo -¡Alto!- gritó Erie perdiendo el equilibrio cayendo de su improvisada tabla y rodar hacia abajo sin control.
-¡¿Qué?!- exclamó Aarón confundido por su orden, hasta que entendió la razón. -¡Demonios!- gritó para caer hacia atrás e evitar chocar contra su objetivo.
Erie y Aarón se deslizaron sin control hasta la parte más baja de la duna viendo pasar al gecko de largo. Erie se levantó un poco torpe por las varias vueltas que había dado al caer para ver que su objetivo alejarse a gran velocidad.
-¡Hay que detenerlo!- gritó Erie.
Aarón sonrió con cierta arrogancia fijando su vista en su objetivo –No hay problema- dijo con aquella sonrisa adornando su rostro.
Aarón corrió con gran rapidez siguiendo al gecko chocando su espada contra el suelo y crear un rayo de hielo que recorrió la arena con gran velocidad hasta tocar el tobillo del animal, congelándolo y obligándolo a parar súbitamente. Erie se adelantó a Aarón para correr apresurada hacia el réptil. Llegó hacia el gecko de arena, que parecía estar recuperando su aliento por su extensa carrera; y ahí sobre la montura distinguió a Hegel mal herido.
-Es Hegel- dijo al reconocerlo -Pero ¿Qué pasó?- preguntó Erie al ver las heridas del líder de los rebeldes.
-¿Dónde estará Alessa?- preguntó Aarón al llegar con ella y notar que venía solo.
-¿Crees que algo malo le pasó?
Aarón volteó a ver a sus espaldas, y no notó indicios de que alguien más viniera. Fuera lo que fuera que hubiera pasado, estaba solo. -No hay nada que podamos hacer- indicó Aarón sin darle más importancia al tema e inspeccionar las cosas que el gecko llevaba consigo en los bolsos laterales -¡Bingo!- gritó con alegría -¡Aquí está el mapa!
-¡No seas un insensible!- regañó Erie viéndolo desaprobatoriamente -¡Hegel está realmente en un estado crítico!
-¿Yo? ¿Insensible?- replicó ofendido -Él fue el insensible que se olvidó de ti en la ciudad- le recordó.
-Lo sé- respondió cabizbaja –Pero también fue quien me acogió cuando necesité recuperarme, además...- habló revisando su cabeza sangrante –Morirá si no hacemos algo.
Aarón observó al rebelde que yacía en estado agónico sobre el lagarto. No es que no quisiera ayudarlo, es sólo que por el momento tener a una persona en su estado sería más un retraso que una ayuda. Miró a Erie nuevamente y era obvio que ella no dejaría al chico tirado por ahí a su suerte.
-De acuerdo- asintió con un pesado suspiro -Como quieras- respondió no contento con la situación –Pero tú te haces cargo de él.
-No sé mucho de medicina, pero haré lo que pueda- dijo acomodando al chico en la montura.
-Bien- concluyó el tema revisando el mapa y verificar su ubicación –Parece que no estamos muy lejos de la ruta indicada- dijo viendo a los alrededores –Debemos de seguir un poco más al Norte y no tardaremos en distinguir los volcanes.
-¡Esplendido!- dijo Erie con alegría.
-Excepto por él- señaló a Hegel –El Valle de los Volcanes es muy peligroso para llevarlo con nosotros, si nos acompaña seguramente morirá.
-¡No lo abandonaremos en medio de la nada!- repitió molesta.
-Esa es decisión tuya, pero si hay que elegir entre su vida o la nuestra, nuestra vida será primero.
-Verás que no habrá porque- habló Erie con una falsa sonrisa.
Aarón no continuó hablando del tema y siguió revisando todo aquello que el gecko cargaba. Erie realmente esperaba que Hegel pudiera recuperarse pronto, pero sabía que llevarlo al Valle de los Volcanes comprometería no sólo la vida de él, sino la de ellos por igual. A pesar de la traición, aún sentía que le debía algo a esa gente, a los únicos que respondieron por ella.
-Andando- habló Aarón acomodándose sobre el gecko –Debemos de buscar un buen lugar para acampar antes de que caiga la noche.
-De acuerdo- Erie asintió con la cabeza y con cuidado se montó sobre el reptil. Era momento de proseguir.
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