Lazos Nuevos Parte I

Recorrieron el implacable desierto durante el tiempo en que el sol decidió brindarles la luz suficiente para iluminar su camino. Se dirigieron al Este, en busca de un lugar que a simple vista era imposible de vislumbrar entre el abrasante calor del desierto.

Las horas pasaron y pronto el cielo empezó a bañarse de negro para dejar ver las primeras estrellas en el firmamento mientras el sol era tragado por la tierra regalando sus últimos rayos de luz de aquel día de verano.

-Debemos de acampar- habló Aarón viendo hacia el ocaso –No veremos nada de noche, esperaremos la mañana para continuar.

-¿Crees que los hayamos perdido?- preguntó Erie preocupada volteando a ver a sus espaldas.

-Bueno, les llevamos bastante ventaja- dijo deteniendo al gecko en medio de la nada –Y ellos tampoco podrán continuar a media noche, así que por el momento estaremos bien.

Erie siguió con su vista en el oscuro horizonte; había algo que le decía que debían de seguir huyendo, que debían escapar sin importar el precio. -¿Piensas bajar?- le preguntó Aarón haciéndola reaccionar. –El pobre reptil también tiene que descansar sabes- regañó al verla inmóvil.

-Lo siento- dijo apenada para desmontar al gecko –Es sólo que...

-No te preocupes Upper- habló prediciendo su comentario –Si alguien viene yo me encargaré.- dijo provocando que ella esbozara una sonrisa en su rostro.

-Lo cierto es, que eres muy bueno con tu espada- halagó la heraclence –La mía no me sirvió como esperaba- expresó con cierta decepción, observando el cristal de un rojo apagado sobre su mano.

-Puedes buscar uno nuevo en el Valle de Volcanes, de ahí provienen hasta donde sé.

-¿En serio?- cuestionó asombrada.

-Sí, ahí lo cambiaremos.

-Bien, sólo espero poderlo volver a usar- dijo Erie pensativa. La última vez que había logrado invocarlo había sido un accidente.

-Estoy seguro que si me ves en peligro nuevamente podrás hacerlo- habló Aarón con una sonrisa pretenciosa.

-¡¿Eh?!- exclamó sonrojándose con intensidad -¡Eso fue sólo una coincidencia!- refutó Erie sonrojada por el comentario.

-Yo sólo sé, que mi vida te importa más que la tuya- dijo burlón mientras hacía los preparativos para una fogata.

-¡No seas ridículo!- exclamó avergonzada con sus mejillas bañadas de color carmín –Es sólo que...bueno, no era justo.

-¿Qué cosa?- preguntó Aarón manteniendo su vista fija a la pila de ramas secas que había recolectado de la flora muerta regada entre la arena, encendiendo una pequeña llama sobre ésta.

-Tú fuiste por mí, no era justo que murieras por mi culpa...o eso pensé en ese momento. –confesó avergonzada.

-Puedo cuidarme solo Upper- indicó poniéndose en pie y desempacar las pocas provisiones que tenían. –No necesito que me cuides.

-De no ser por mí ahora estarías muerto- indicó Erie sentándose a la par de él.

-Te preocupas demasiado.- dijo indiferente.

Erie frunció el ceño en señal de molestia, lo cual no duró mucho al ver los pocos víveres que entre los dos llevaban. La comida no alcanzaría más que para un día o tal vez dos. Aarón se percató de la expresión de angustia que ella tenía en su rostro al notar algo que él ya sabía; la comida no era suficiente para ambos, no para el largo recorrido que debían de hacer.

-Hegel y Alessa llevaban la mayor parte de suministros- explicó Aarón guardando lo que no usarían esa noche. –Pero no te preocupes, cazaremos si es necesario. Hay serpientes y diferentes tipos de lagartos. Los cactus nos darán agua extra.

-¿Sabes cazar?

-Sí- asintió con la cabeza -En Cronius, parte del entrenamiento de un guerrero era conseguir su propia comida- explicó –Si aquí hay poca vida, allá hay mucha menos. Será pan comido.

Erie sonrió con calidez, y la expresión de tranquilidad regresó a su rostro para relajarse un poco más.

La temperatura empezó a descender drásticamente según como oscurecía, y lo que había sido un calor agobiante pronto se convirtió en un frío impasible. Erie mantenía sus manos cerca de la fogata sin poder evitar titiritar del frío que se colaba por sus ropas; no estaba acostumbrada a los climas fríos, y en la ciudad de Heraticlon, no hacía tanto frío como en el cruel desierto.

Aarón observó a la chica titiritar de tanto en tanto por el clima helado que se había situado. Para él, ese era su tipo de clima, y por primera vez en mucho tiempo se sintió realmente a gusto; pero era obvio que para su compañera las cosas eran un poco diferentes. Aarón buscó entre una de las bolsas de cuero colgadas al lado del gecko que yacía recostado a su par, encontrando así una cobija negra que Alessa lo había obligado a meter.

-Toma- dijo lanzando la manta hacia la chica con cierta brusquedad –Cúbrete con eso.

Sobre su regazo cayó una cobija de algodón de color negro, haciéndola sonreír casi al instante; por fin el frío disminuiría. Erie expandió la manta doblada en cuatro y la puso sobre sus hombros para intentar entrar en calor.

-Gracias- dijo la heraclence con una sonrisa -¿Tú estás bien?- preguntó al darse cuenta que lo único que lo cubría era aquel chaleco blanco que tenía encima.

-Soy del Reino de Hielo ¿Lo recuerdas?- respondió Aarón para recostarse sobre el reptil a sus espaldas –Este tipo de clima es agradable para mí.

Erie se sintió un poco tonta por su pregunta, eso tuvo que haber sido obvio. Prestó atención de nuevo a los dos cinturones cruzados sobre sus caderas, que no les veía practicidad pues no sostenían su pantalón.

-No pensé que fueras del tipo de muchachos que les gustara la moda- habló Erie para exhalar su propio aliento en sus manos congeladas.

-¿Qué te hace pensar que lo soy?

-Los cinturones- señaló con un dedo –No sujetan tu pantalón, parecen más una moda para mí.

-Están hechos de piel de dragón- aclaró –Maté uno un par de años atrás. Nos dimos un festín en mi aldea ese día y como símbolo de mi hazaña mande a hacer los cinturones.

-Oh, ahora entiendo- asintió -¿Y cómo es allá, en Cronius?- preguntó Erie con una curiosidad infantil.

-Es maravilloso- dijo para ver hacia el cielo estrellado –Hay montañas de nieve hasta donde la vista alcanza, y osos blancos que merodean a los alrededores- recordó con una sonrisa –Cuando es primavera, los oseznos salen a explorar todo primera vez, y ves como pequeñas bolas blancas de algodón corretearan por los alrededores entre los árboles resaltan con su follaje verde- contó con una amplia sonrisa –Recuerdo que mi hermana y yo íbamos a...- Aarón interrumpió de golpe, borrando aquella sonrisa que antes había esbozado con entusiasmo.

-¿Por qué paras?- preguntó Erie confundida.

-No, es sólo que...- calló pensativo –No habló mucho de mi hermana... eso es todo.

-¿Ella se quedó en Cronius?

-No... ella...- enmudeció para reacomodarse con aquella expresión seria –Murió- completó.

-Oh... Lo lamento.

-No la conoces, no tienes porque decir eso.- respondió frío.

-Bueno, es obvio que era importante para ti- expresó Erie acercándose un poco más a él acortando la distancia entre ambos –Esa es una buena razón para decir que lamento mucho el dolor que ahora sientes.

Aarón la vio moverse hacia él y de repente acortar la distancia entre ambos, haciéndolo sentir extrañamente incómodo.

-¿Por qué estás tan cerca?- preguntó Aarón viéndola de reojo.

-Porque si necesitas un abrazo aquí estaré- respondió Erie con una sonrisa.

-¡Tonta!- gritó el cronence molesto viéndola al fin -¡Claro que no!

-Además, hace mucho frío- dijo la chica de ojos miel estirando sus manos de nuevo al fuego.

Sus mejillas empezaron a adoptar un color carmín por la cercanía de la chica; podía sentir su cuerpo rozar levemente el suyo cada cuanto ella se movía. Aarón desvió la mirada y de nuevo permaneció en silencio viendo el fuego arder junto a ella, únicamente escuchando un palpitar acelerado. En Cronius las expresiones de afecto eran reducidas, y para alguien que no era su pareja, estar en esa cercanía no estaba bien, pero tampoco era como si fuese apartarse.

-Yo no recuerdo a mi familia- habló ella de nuevo viendo las llamas bailar bajo la noche estrellada, mientras se consumían en los pocos maderos que tenían. Despertándolo de sus pensamientos. –Así que no es como que pueda compartir mis anécdotas contigo.

-No es necesario que hables de nada- puntualizó el chico aún avergonzado por la cercanía entre ambos.

-Pero...- musitó Erie ignorando el comentario del muchacho –Creo que tal vez no tenía una.

-¿Por qué lo dices?- preguntó viéndola curioso.

-Porque- un nudo se formó en su garganta al ese pensamiento cruzar su mente, imposibilitándole de continuar. De nuevo sintió sus ojos humedecer e intentó con todas sus fuerzas tragar aquellas lágrimas que delataban su estado de ánimo –Porque si la tuve, entonces seguramente fui una muy mala persona para que no me buscaran- completó. Un par de gotas se deslizaran por sus mejillas, siendo absorbidas por la arena al tocar ésta.

-Hey, no te pongas así, eso no lo sabes- intentó calmarla. Aarón no era bueno para consolar a las personas una vez se ponían a llorar, no sabía cómo manejarlo –Puede que sólo no tuvieras comunicación con ellos o...

-¿Qué tan mala persona se tiene que ser para que nadie busque por ti durante un mes?

-¡Deja de decir que eres una mala persona!- exclamó para verla molesto -No eres una mala persona- dijo haciendo que ella lo volteará a ver con aquellos ojos cristalinos y expresión apacible. –Eres una muy buena de hecho- admitió –No cualquiera arriesga su vida en la forma en la que tú lo hiciste- le recordó. Aarón le desvió la mirada clavándola nuevamente en la hoguera frente a ellos. Decir esas palabras en voz alta había sonado más dulce y amable de lo que había pretendido en un principio.

-¿En serio lo crees?- cuestionó ella sacando sus ojos húmedos con una mano.

-No lo repetiré dos veces Upper- dijo molesto, aún avergonzado por lo que había dicho antes.

Erie le sonrió juntándose aún más a él, quedando hombro a hombro, haciéndolo estremecer por el contacto. La heraclence dobló sus rodillas pegándolas a su pecho para abrazarlas y poner su mentón sobre éstas, manteniendo su vista directo al fuego al igual que él. –Yo también creo que eres una buena persona Aarón- admitió con una sonrisa. –Por eso tome una decisión.

-¿De qué hablas?- preguntó volteándola a ver.

-Te ayudaré a regresar a tu hogar.

-¿Qué? ¿Ya no piensas hacer una rabieta y quedarte sola en medio de la nada?- se mofó.

-No- respondió con calma –Antes estaba muy confundida sobre qué hacer, pero ahora, sé que en Heraticlon no encontraré las respuestas que busco... o eso creo. Empezaré de nuevo- dijo animada. –Si existe una ciudad como Heraticlon en el Reino de Fuego, significa que debe de haber otras ciudades en otro lado, algún lugar nuevo que pueda llamar hogar.

-De ser el caso, podemos sobre volar el reino en busca de otra comunidad una vez que consigamos un dragón tipo volador- sugirió Aarón.

-Eso estaría bien- asintió Erie con una sonrisa.

Los ojos de ella tenían un brillo diferente y extraño, uno que hace mucho tiempo Aarón no veía. Esperanza. Se deleitó de aquel sentimiento que ella emanaba en ese momento y dejó que lo envolviera, haciéndolo sentir reconfortado. Sus ojos azules se perdieron en los de ella, sin poderle quitar la mirada de encima o dejar de sonreír.

Erie se perdió en los ojos azul cielo frente a ella. Una mirada sincera y reconfortante. Jamás hubiese elegido a Aarón como compañero de viaje, pero parecía no ser realmente una mala opción, de hecho, había empezado a creer que había un golpe afortunado del destino. Erie admiró bajo el resplandor de la hoguera la piel blanca que relucía en la noche, al igual que las facciones, que si bien eran toscas, le daban aquel aire de chico malo que la hacía sentir de alguna manera extraña.

El crujir de la madera al quemarse los hizo alertarse, despertándolos del trance en el que ambos se habían metido.

-Amm... es hora de ir a dormir- habló al fin el chico de ojos azules para desviar la mirada incómodo por la situación. –Mañana deberemos levantarnos temprano para continuar.

-Sí, ya es tarde- respondió ella con una sonrisa nerviosa –Descansa - dijo acostándose sobre la arena para cubrirse tan bien como pudo con aquella cobija –Buenas noches- habló por último acomodándose cerca de él cerrando sus ojos.

Aarón la vio dejarse llevar en los brazos de Morfeo y así navegar en un mundo de sueños en donde olvidaría la tragedia de su diario vivir. Una pequeña sonrisa se formó en su rostro y tal como ella, él también se acostó sobre la arena en posición fetal para ver a la chica que estaba durmiendo plácidamente frente a él hasta que cedió ante el cansancio por igual.

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Caminaba apresurada sobre aquel suelo de granito que hacía que sus pasos resonaran por todo el pasillo cual trueno iracundo. Tomó rumbo hacia aquella habitación de grandes puertas de madera con retoques en hierro forjado para abrirlas de un solo golpe, adentrándose a la misma sin presentación.

-¡¿Cómo pudiste?!- gritó con lágrimas en sus ojos -¡No pienso permitir que sigas con esto!

-Muy buenas tardes Erina- saludó tranquilamente.

-¡No dejaré que lastimes a Kaya!- gritó con lágrimas en sus ojos.

-No lo tomes personal.

-¡Eres un mentiroso traidor!- gritó viéndolo con una mirada asesina.

-Estoy en mi derecho y tú lo sabes- habló con una sonrisa el hombre con barba en forma de candado frente a ella. –Al final de cuentas tú fuiste quien me dio ese poder ¿lo olvidas?

-No... ya no más- amenazó -¡No te permitiré continuar!

-Intenta detenerme, si puedes.

-¡Despierta!- un gritó sonoro interrumpió aquel sueño envuelto en misterio.

Erie abrió los ojos somnolienta notando que aún era de noche; parecía que el sol no saldría todavía. Restregó sus ojos con una mano y un sonoro bostezo se escuchó por parte de ella viendo al chico de cabello plateado cargar las cosas al gecko con gran rapidez. –Aarón...- musitó adormitada. -¿Qué sucede?

-¡Arriba!, ¡Es hora de partir!- dijo el cronence, terminando de ajustar las hebillas en el reptil.

-Pero... ¿Por qué?- cuestionó poniéndose en pie -Aún es de noche- indicó somnolienta.

-Vamos- dijo subiendo al reptil que también se ponía en pie –Tenías razón, alguien nos está siguiendo.

-¿Eh?- exclamó despabilándose.

-Allá- indicó con su dedo índice.

Erie volteó a ver a sus espaldas para notar pequeños puntos luminosos dirigirse a prisa hacia ellos. Parecían antorchas que caminaban en la noche.

-Los mismos hombres que vi antes...

-Y no se ven amigables, así que andando.

Erie asintió con la cabeza para subir al reptil y de nuevo empezar su carrera en el desierto. La visibilidad de ellos era muy mala, pues el sol aún no tenía señas de despertar pronto, por consiguiente la luz de la luna de aquella noche sería su única guía.

-¿Sabes a dónde vamos?- preguntó Erie quien se sujetaba fuertemente de su cintura.

-Al Noreste- respondió con su mirada fija al frente –Es lo único que podemos hacer, seguir nuestro camino.

Erie ladeó su cabeza parcialmente para intentar ver más allá del chaleco blanco y cabello alborotado del cronence, pero no miraba nada más que una abrumadora oscuridad. -¿Estás seguro de... ¡Aarón cuidado!- gritó al ver un gigantesco hoyo delante de ellos. Se habían topado con un acantilado.

Aarón sujetó las riendas lo más fuerte que pudo al percatarse del final del camino, halando hacia atrás al animal, el cual se levantó en dos patas ante las ordenes de su jinete, perdiendo todo equilibrio para caer sobre la arena tirando a sus tripulantes, quienes se deslizaron junto al gecko sobre la arena rodando sin control para llegar al borde del acantilado cayendo hacia sus entrañas.

Sintió el golpe contra la arena como si hubiese chocado con concreto rodando junto con el gigantesco reptil por el desierto; lo último que supo fue que yacía cayendo al vacío. Aarón se sujetó lo mejor que pudo de una de las raíces secas que sobresalían de entre las paredes de roca, en un intento de no caer al vacío. Fijó su vista a sus pies y lo único que parecía esperarlo si caía era un abismo negro sin fondo alguno. Aarón escuchó un ruido a la distancia, recordándose de su pasajera. La buscó con la mirada y no muy lejos de él logró divisar a Erie sosteniéndose por igual de una de las pocas raíces que yacían un poco más abajo de dónde él se encontraba.

-¡Sostente!- gritó Aarón haciendo que su voz resonara con gran eco por el cañón.

Erie subió la mirada para ver sobre su cabeza al cronence, quien como ella, había evitado la inevitable caída al sostenerse de una de las pocas raíces secas que sobresalían. Erie intentó halarse hacia arriba pero un sonido llamó su atención, la raíz seca empezaba a romperse.

-¡Esta raíz no resistirá por mucho!- gritó al joven por respuesta mientras con su vista buscaba algo más para poder sujetarse y evitarse de caer.

-¡Toma mi mano!- gritó Aarón estirándose tanto como le fue posible.

Erie estiró su brazo derecho tanto como pudo, pero únicamente lograba rosar la punta de los dedos de su mano. Vio de reojo la raíz de la cual se sostenía para ver como fibra por fibra empezaba a romperse, cediendo ante su peso.

-No te alcanzo- murmuró con mirada llena de temor.

-¡Claro que sí!- gritó Aarón con desespere, estirándose un poco más.

Erie pronto se dio cuenta de una cruda verdad, ella no lo lograría. Fijó su vista en la raíz muerta que sujetaba Aarón, y cómo en cada intento que él hacía por acercarse a ella únicamente lograba que ésta empezara a aflojarse de la tierra. Si persistía en salvarse, únicamente lograría que ambos cayeran al vacío.

–Vamos- habló Aarón estirándose hacia ella –Sólo un poco más y...

-Está bien- interrumpió Erie para sonreírle con tristeza –Tú tienes un hogar al cual regresar.

-¡¿Eh?!- exclamó confundido -¿De qué hablas?

-Hasta aquí llega mi viaje- indicó Erie con unos ojos brillosos.

-¡No te dejaré atrás!- gritó él al verla bajar su brazo con lentitud -¡Dame tu mano!-ordenó.

-Gracias por todo Aarón- se despidió con una falsa expresión de felicidad.

-¡Espera!, ¡No!- gritó. El sonido de la raíz al ceder se escuchó con gran resonancia por todo el abismo y vio cómo la última fibra se rompía en dos para ella caer de espaldas hacia la oscuridad. –No...- musitó al ver el último rizo perderse en la abrumante oscuridad -¡ERIE!

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