La Verdad Parte IV


Aarón lo vio desconcertado. No podía creer lo que escuchaba, eso no tenía ningún sentido "¿Princesa?" Se repitió en su cabeza. Volteó a ver a Erie, quien ocultaba su rostro detrás de mechones de cabello que caían sobre éste. Yacía sin mover ni un sólo músculo, con una expresión indescifrable ante las acusaciones de Hegel.

-Eso no es cierto- negó Aarón en suave voz. Él recordaba aquella historia fantasiosa que la misma esposa de Hegel le había contado tiempo atrás, en la historia del heredero perdido nunca había habido algo como una princesa, ella había dicho que era un hijo varón el supuesto heredero al trono. –Alessa dijo que era un príncipe, un...

-¡No!- le cortó Hegel –Yo había escuchado que el rey y la reina habían tenido una niña, la cual ocultaron en el palacio de la vista de todos para protegerla. La princesa que vendió su reino por rebeldía y permitió todo esto. – dijo con resentimiento –La princesa que mató a tu hermana- indicó sombrío.

-¡Eso no es cierto!- se defendió Erie hablando al fin, reviviendo de su estado catatónico –Yo no sabía que serían emboscados- confesó sin pensar –Pensé que Yuka no había podido llegar a...

-¿Lo sabías?- cortó Aarón viéndola receloso.

La lluvia de repente se detuvo, y así los primeros rayos de sol se empezaron a colar de entre las nubes, los últimos del día. Erie notó aquella mirada fría como hielo mismo, observándola impasible. Todo rastro de dulzura o compasión desapareció, como si hubiese liberado el lado más oscuro de Aarón, un lado que nunca había visto antes. Se quedó muda.

-¡¿Tú mandaste a traer a mi hermana?!- explotó trayendo el recuerdo del asesinato de su hermana, indeseablemente. La ira y el pesar barrieron en su rostro.

Mordió su labio inferior al escuchar la pregunta, desviando su mirar de sus ojos rabiosos viendo sus manos que tocaban la arena. Erie había sido el contacto de Yuka, ella misma se había propuesto en buscar a alguien con sus preciados talentos. Domar bestias. Jamás en su vida imaginó que algo tan horrible le había sucedido... o tal vez sí, pero le restó importancia en su momento. Nunca pensó en que conocería a su hermano mayor, de quien se enamoraría tiempo después.

-Aarón...- murmuró con una voz entrecortada, intentando no quebrarse ante la culpa -Perdóname- rogó con lágrimas en sus ojos, viéndolo culpable.

-¡Por tu culpa Alessa ha muerto!- la inculpó Hegel nuevamente.

-¡Yo no quería que nada de esto pasará!- replicó Erie con rapidez.

-Pero pasó- habló Aarón con tal frialdad que un escalofrío recorrió su médula. La vio con desprecio, como si su vida misma fuera comparada con la de un simple insecto.

-Y por eso has de pagar- sentenció Hegel, apuntándola nuevamente con su espada.

Vio de nuevo el filo de su espada venir hacia ella, y con un rápido movimiento eludió el ataque haciendo que éste chocara en la arena mojada. Erie se puso de pie con cierta torpeza para así voltear a ver a su contrincante, quien de nuevo alzó la espada al aire.

-Si sabes quién soy- murmuró la joven frunciendo el ceño con una mirada dura –Entonces sabes que no es bueno hacerme enojar- completó.

Erie movió sus brazos en círculo en el aire para que sus manos empezaran a iluminarse en la penumbra y así, estirando sus brazos, creó dos bolas de fuego de la palma de sus manos. -¡Cuidado!- escuchó un grito. Las dos bolas se perdieron en el desierto sin poder dar a su objetivo. Erie observó a Aarón yacer a un lado de Hegel, quien ahora estaba de bruces sobre el suelo, parecía que Aarón lo había protegido de su ataque al abalanzarse sobre él.

-Pero... ¿Qué fue eso?- preguntó el cronence viendo a Erie con desconcierto.

-Los de la realeza son los únicos que pueden invocar fuego sin necesidad de una espada elemental- explicó Hegel levantándose precavido -Así se inició el incendió cuando desperté, al igual que el segundo, en la carpa auxiliar. Ella lo hizo mientras dormía, cuando la vi con fuego alrededor sin ser quemada por éste. –explicó –Fue cuando empecé a sospechar de ella, cuando imagine que Erie pertenecía a la familia Crowley. La familia real.

De pronto todo empezó a cobrar sentido.

-Claro- musitó Aarón con una sonrisa torcida –Ahí fue cuando recordaste todo, al despertar esa madrugada que te vi- indicó viéndola nuevamente. –Por eso estabas tan distinta.

-No sabía cómo decírtelo- confesó Erie meneando su cabeza de lado a lado en forma de negación –No podía dejarte saber que...

-¿Que mandaste a mi hermana a su muerte? ¿Que nos traicionaste?- preguntó Aarón con desdén para ponerse de pie. –Hiciste bien- habló para caminar de regreso donde yacía aquella bolsa sobre el suelo. Recogió las pocas pertenencias de ella para regresar sobre sus pasos y lanzársela con brusquedad, haciéndola tambalear al atraparla entre sus brazos. –Vete- ordenó Aarón –A dónde quiera que tu maldito mapa te lleve.

-Aarón...- susurró Erie con tristeza.

-No quiero saber nada más de ti- dijo por último dando media vuelta y caminar de regreso por el desierto. –¡Andando Hegel!- lo llamó molesto.

Por alguna razón Hegel pareció aceptar su mandato y en silencio siguió al cronence. Vio una vez más a Erie, quien yacía con aquella expresión de desolación y mirada apagada, la cual se mantenía sobre el cronence, quien se alejaba a paso firme. Se le notaba destrozada a simple vista, casi podías ver los restos de corazón regados sobre la arena dorada.

-Ella no es importante- insistió Aarón –Nuestra meta es encontrar un dragón para ayudar a los rebeldes.

Esas palabras le hicieron olvidar por un momento su venganza sin sentido. La razón de ese loco viaje. Hegel la escuchó dejarse caer de rodillas al suelo bajando la mirada y escuchar a la distancia su sollozo cual murmuro del viento. Sonrió satisfecho. Ni la muerte misma pudo haberle dado la satisfacción que él sentía en ese momento. Ella le había robado a su verdadero amor y ahora él se lo había arrancado a ella. Hegel tomó las correas del gecko que el mismo había traído con intención de llevárselo de regreso, sin embargo, volteó a verla una vez más y una sonrisa de gratificación se pintó sobre sus labios.

-Tú lo necesitarás más- replicó lanzando las correas a la arena con desdén y luego alejarse caminando.

Su pecho se comprimió dificultándole el respirar, un dolor que quemaba y desgarraba desde adentro, arañando sus entrañas impulsándola a derramar aquellas gotas saldas. Con fuerza estrujó aquel bolso mientras las lágrimas mojaban sus mejillas, sin encontrar alivio. Esa era la razón por la cual no deseaba que él lo supiera. Erie siempre supo que él la dejaría una vez descubriera su pecado. Su llanto se amplió para aferrarse a aquel bolso con insistencia, como si fuese un salvavidas en medio de un mar de desolación y desesperanza.

Sus mejillas eran bañadas con cálidas gotas saladas y sus ojos, hinchados por el constante lloriqueo, yacían cerrados con fuerza, recordando aquella madrugada cruda y amarga:

Había despertado antes del amanecer con la consciencia de su procedencia. De repente todas aquellas memorias, antes ocultas en las tinieblas, se hicieron presentes con gran imponencia. Tembló ante los recuerdos que llegaban cual tren sin freno, y se aborreció por primera vez en toda vida, aborreció aquello que representaba. Y la culpa se infiltró en sus venas como si hubiese cometido el más grande de los agravios, y enseguida pensó: ¿Cómo podría decirle a Aarón que lo que había pasado era su responsabilidad? ¿Cómo encararía a un reino que ella misma había decidido dejar atrás para librarse de las ataduras de ser reina? Aún recordaba ese día.

*****

-¿Desearías que todo esto termine?- preguntaron sobresaltándola. Erie volteó a ver a sus espaldas distinguiendo un rostro familiar.

-¡Yo no deseo esto y tú lo sabes!- gritó desesperada.

-Pero Erina, tú familia te necesita- indicó él -Además, si no te casas con el prometido que te han encontrado, tu cabeza rodara...

-¡¿Por qué debo de estar con un hombre que no amo?!

-Porque serás nuestra futura reina.

-¡Yo jamás pedí ser reina!- reclamó sulfurosa.

-Lo sé sobrina- le habló con una actitud apacible –Y odio verte así –dijo con una sonrisa discreta –Si lo odias tanto ¿por qué no me dejas reinar a mí en tu lugar?

*****

Esa pregunta, esa pregunta que alguna vez había sido una luz de esperanza, ahora no era más que un mortífero recordatorio de todo aquello que había salido mal. Barlock, su tío, había destruido Heraticlon a los pocos meses de haberle entregado potestad de su reino.

Erie se limpió las incesantes lágrimas con la empuñadura de su blusa mojada, y sin ánimos se puso en pie nuevamente intentando recobrar la compostura. Erie divisó una vez más al horizonte, y él había desaparecido en el desierto, junto con sus dulces palabras. Suspiró con tristeza, y sintiendo sus ojos aguarse nuevamente con aquel dolor en su pecho y un nudo en su garganta, se despidió de lo que alguna vez fue lo más importante para ella –...Adiós- dijo al viento caminando al gecko que yacía acostado sobre la arena en reposo.

Como su madre le había enseñado tiempo atrás, guardó sus emociones para arrinconarlas en lo más profundo de su ser con la intención de no volverlas a dejarlas salir. Aarón había sido el primer hombre que ella había amado, tal vez porque simplemente había olvidado que no debía de dejarse permitir tales emociones. –Te olvidaré- se prometió con un dolor insufrible en su pecho. Lo olvidaría a él y a sus sentimientos; él regresaría a las manos de su prometida y ella cumpliría con el rol que le habían asignado desde antes de nacer; y para hacerlo debería de terminar con su misión, debería de encontrar a Kaya.

Se montó en el gecko con una expresión inmutable y con sus talones lo golpeó levemente para hacerlo andar. La noche caería prontamente y no tenía tiempo que perder. Necesitaba con urgencia un nuevo cristal elemental para así encontrar a Kaya en el borde del reino, donde esperaba que aún aguardara por ella.

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