La Verdad Parte III
Durante las horas que siguieron anduvieron por el desierto, pero había algo inquietante que había mantenido un aire de tensión entre los tres jinetes. El cielo. Erie subía la mirada de tanto en tanto para notar aquel cielo nublado y un viento helado que se intensificaba según como se acercaban a su destino. El Valle de los Volcanes se divisaba a la distancia, y según como se aproximaban el desierto antes compuesto de arena y pequeñas piedras, empezaba a tener un suelo rocoso, y paredes de rocas se formaban cual cañón.
-Será mejor buscar refugio- aseveró Aarón acerándose a Hegel y Erie.
-Concuerdo- asintió Hegel –Esto puede convertirse en una tempestad sin previo aviso.
-Pero estamos muy cerca- insistió Erie al ver a la distancia la entrada al valle -¡Podemos llegar!
-No pienso correr el riesgo- debatió Aarón –Si nos atrapa la lluvia ahí podría ser realmente todo un problema- explicó -¡Ahí!- gritó señalando una cueva en las formaciones rocosas.
-Pero...- musitó Erie fijando su vista al Valle de Volcanes.
-¡No hay tiempo!- escuchó de nuevo la voz de Aarón, quien empezaba a desviarse yendo a la cueva. Erie subió la mirada una vez más maldiciendo al cielo por las condiciones climáticas. Los siguió de mala gana sin poder replicar más a sus órdenes para así adentrarse a una cueva de tamaño considerable; ellos tres y sus geckos cabrían sin problemas.
-Descansaremos aquí, necesitaremos energía una vez que lleguemos- habló Aarón inspeccionando la cueva con un rápido vistazo. -¿Notaste las pequeñas plantas y helechos?- preguntó fijando su atención al rebelde que se baja de su gecko.
-Sí, habrá una fuente de agua muy cerca- indicó Hegel empezando a desempacar.
-Iré a buscarla.
-¿Por qué?- se involucró Erie al verlo retomar sus pasos e ir de regreso al desierto –Tenemos suficiente.
-No para los geckos.
-Bien, entonces iré con...
-No- interrumpió Aarón con rapidez previendo su enunciado –Será rápido, sólo iré a ver por los alrededores y regresaré. Quédate aquí con Hegel hasta entonces, yo volveré pronto –comandó.
-De acuerdo- asintió Erie de mala manera –No tardes mucho- dijo desmontando su réptil.
-No lo haré.
Aarón tomó al réptil dando media vuelta y correr por el desierto en busca de una fuente de agua. Erie lo observó alejarse en la distancia, con aquella mirada de consternación, y el impulso de ir tras él realmente era muy fuerte.
-No me había percatado- lo escuchó hablar haciendo que el eco de su voz resonara en la cueva donde yacían, provocando que frunciera el ceño casi al acto. Erie volteó a ver a Hegel, quien con una pequeña navaja cortaba pedazos de una manzana. –De lo que sentías por él- concluyó. Erie se sonrojó con intensidad ante el comentario, al cual no respondió dándole cabida al silencio. –Pero por su actitud contigo asumo que te habrá rechazado ya.
-¿Eh?- exclamó Erie con sorpresa volteándolo a ver.
-Tú sabes, en Cronius las cosas funcionan diferentes que aquí- dijo sin interés manteniendo su vista en la fruta que estaba en sus manos.
De nuevo hubo un prolongado silencio, sin que ninguno dijera nada, pues parecía que Erie intentaba evadir cualquier tipo de conversación con él. Hegel observó atento la reacción de la heraclence mientras degustaba divertido aquella fruta, observándola de reojo. Pronto el semblante de indiferencia empezó a marchitarse cual flor en el invierno, y una mirada de curiosidad se hizo notar en sus ojos color miel.
-...¿Cómo diferentes?- murmuró Erie al fin. Había llamado su atención.
-Los cronences están comprometidos desde el día en que nacen- respondió indiferente –Una marca en su cuerpo lo amarra de por vida a su compañera de vida- explicó viéndola al fin –Al cumplir la mayoría de edad por lo general contraen nupcias, aunque claro no fue el caso de Aarón. Es un pez difícil de atrapar- habló divertido.
-Eso no tiene sentido- dijo con una sonrisa divertida intentando ocultar su verdaderos sentimientos ante la noticia –Yo no he visto tal marca.
-Él me la enseñó- insistió Hegel –En su cuello del lado izquierdo, bajo aquel cuello de tortuga negro, tiene la marca de su compromiso- aseveró -¿Por qué crees que desea tan desesperadamente regresar a casa?- inquirió arqueando una ceja –Su compañera esperará toda la vida de ser necesario, además- dijo dándole otra mordida a su manzana –No es conveniente despertar la ira de una cronence, las mujeres de allá son...- calló por un momento tragando –Peligrosas.
-¿Él te dijo que está comprometido?- indagó desviando su mirada de dolor.
-Lo hizo- asintió –En su momento. De una hermosa chica de belleza incomparable- definió para que ella lo volteara a ver con cierta tristeza –Aunque claro a mí eso no me consta.
Su alegría, que había sido desbordante aquella mañana, ahora yacía ahogada en los mantos de la incertidumbre y el hecho de saber que anhelaba algo que no le pertenecía a ella. ¿Era esa su razón por no querer hablar sobre el tema? ¿Es que aquella mujer de belleza única le había robado su corazón antes de que ella siquiera pudiera tocarlo?
-Pero realmente creo que deberías de preguntárselo tú misma- aconsejó Hegel al ver aquel semblante depresivo.
-No hay nada que preguntar- habló Erie con frialdad, ocultando sus ojos en la penumbra de su flequillo. –Él tiene otra vida a la cual quiere regresar- masculló.
-Oh, me alegro que lo veas así- asintió Hegel con cierta inocencia –Todos tenemos una vida secreta, como una doble vida o algo así- dijo ahogando una sonrisa –Tú sabes, como los espías imperiales, que pretenden ser una cosa y luego ¡zaz!- gritó chasqueando los dedos en el aire –Traicionan a su nación.
Erie posó su mirada sobre él nuevamente, con aquellos ojos que parecían llenarse de temor o asombro, aún no estaba seguro de cuál de los dos. Le volteó la cara rápidamente como intentando escapar de sus palabras frunciendo el ceño molesta. Hegel sabía que ella ocultaba algo, y la razón insistente para continuar con ellos sería descubrir si sus sospechas serían ciertas.
Un trueno se escuchó cual grito de guerra en el cielo, iluminando el grisáceo paisaje, dándole fin a la incómoda conversación. Pequeñas gotas de agua empezaron a caer, para luego una tempestad liberarse de las nubes rechonchas. La lluvia inundó todo el desierto, apenas dejando la suficiente visibilidad tras el manto de agua. Erie se puso de pie viendo con preocupación los exteriores de la cueva, esperando por el regreso de Aarón. El tiempo parecía eterno, y los minutos parecían horas en la espera, al menos eso sintió hasta que vio una silueta aproximarse a gran velocidad.
Aarón entró a prisa a la cueva, empapado gracias a la lluvia inesperada.
-Parece que encontraste agua- dijo Hegel burlón.
-Demonios- maldijo Aarón por lo bajo viendo como sus ropas destilaban de los pies a la cabeza.
-Iniciaré una fogata- habló Erie para conseguir ramas secas y poder quemarlas.
-Buena idea, no necesitamos más enfermos- increpó Hegel viendo al cronence –Sécate cuanto antes.
Aarón frunció el ceño ante el comentario, como si él no supiera eso. Sin decirle nada, se quitó aquel chaleco blanco que destilaba agua, para así lanzarlo cerca de la fogata. Por último se quitó aquella camisa negra dejando ver su torso desnudo, que relucía gracias al reflejo del agua sobre su piel blanca.
Erie lo observó con deleite, sonrojándose con intensidad al verlo tan expuesto por primera vez sin intenciones de quitar su mirada de encima y sonriendo con disimulo. Por primera vez logró admirar el cuerpo del cronence; sus brazos tenían aquellos bíceps bien formados gracias a los constantes entrenamientos con la espada, y su abdomen marcado le hacía ver curvas que no sabía que tenía sobre tantas capas de ropa al igual que una que otra cicatriz sobre su inmaculada piel. No pudo hacer nada más que admirar embobada al hombre de cabello plateado frente a ella, al menos hasta que algo llamó su atención. Su sonrisa se desvaneció poco a poco al ver un extraño tatuaje sobre su cuello. Un pentagrama color azul marino con unos símbolos extraños con dos lunas dentro de un par de círculos.
-Aarón- llamó ella en voz baja, captando la atención del cronence que estrujaba su camisa para remover el exceso de agua. -¿Qué es eso en tu cuello?- alcanzó a preguntar con una voz entrecortada.
Tapó aquel tatuaje por instinto al escuchar su pregunta, desviando su mirada de la de ella en un intento de evitar la respuesta. De repente un ambiente tensión entre los dos empezó a crearse entre ellos según como él aguardaba en silencio, mientras Hegel observaba como espectador, intentando hacer que su presencia fuera tan poco notable como le fuese posible. No quería interrumpir el momento.
-Una marca- respondió Aarón apenas audible.
-Eso es...- calló temerosa de completar la pregunta por la respuesta que podía obtener. –Es...- inició de nuevo dudosa. Una sonrisa nació de la comisura de sus labios sonriendo forzadamente, intentando enmascarar sus verdaderos sentimientos –...Muy hermoso- completó sin lograr agarrar el valor para preguntar lo que rondaba en su mente.
Aarón la volteó a ver, notando aquella expresión extraña, pero no por eso preguntó nada o siguió hablando del tema. –Toma- habló Erie nuevamente sacando algo de su bolso –Es un poco más holgada y no es de cuello alto, pero te servirá hasta que tus ropas se sequen – explicó extendiéndolo una camisa blanca de cuello en V. Aarón la tomó con cierta timidez rozando con delicadeza los dedos de su mano, un acto intencionado. Sintió de nuevo aquella corriente eléctrica por el simple contacto haciendo que Erie soltara la prenda casi al momento. Ella sabía.
-Gracias- respondió Aarón secamente.
-No hay de qué- habló Erie cortante, fijando su mirada ámbar sobre la pequeña fogata.
Aarón volteó a ver a Hegel con una mirada intensa, intuyendo que ese momento incómodo tenía que ver con él. Hegel alzó los hombros en señal de desinterés al percatarse de su mirada inquisitiva, siendo ajeno al problema que había provocado. Aarón suspiró con pesadez regresando su atención a Erie, quien ahora no le regalaba ni una mirada; sabía que en algún momento tendría que hablar de la raíz de esa marca, pero no pensó que sería tan pronto. Aarón suspiró derrotado, sabiendo que callarlo no sería más que incrementar el problema.
-Su nombre es Sakori- explicó Aarón colocándose la playera con rapidez. Ya no tenía caso ocultarlo.
-¿El nombre de quién?- preguntó Erie curiosa alzando la vista.
-La dueña de la Marca de Unión- respondió señalando al pentagrama en su cuello –Mi prometida- concluyó.
La palabra prometida le cayó como un balde de agua helada, a su vez que una extraña sensación se apoderaba de ella. Una mezcla entre tristeza y enojo que nunca había experimentado antes. Erie de nuevo clavó su mirada al fuego, intentado lo mejor posible de guardar sus emociones.
-En Cronius es lo normal- empezó de nuevo el chico de ojos azules –El hombre lleva una marca y la mujer una igual, algo que los une toda la vida- dijo en un intento de sonar desinteresado.
-Claro, la chica que mencionaste antes- se involucró Hegel con una cierta emoción en su voz –La de belleza única e incomparable- le recordó. Aarón le dio una mirada fulminante a la cual él no prestó atención -De la que estabas muy enamorado ¿verdad?
La pequeña fogata de pronto se encendió cual explosión, asustando a los presentes obligándolos a retroceder para no ser tocados por sus flamas. Aarón y Hegel observaron con asombro las brasas que pronto volvieron a consumirse y dejar la tenue flama que había en un principio. Hegel rápidamente posó su mirada en Erie, quien yacía con aquella expresión inmutable, con su mirada cubierta en las penumbras. Desde su lugar vislumbró cómo apretaba sus puños con fuerza.
-Es cierto...- musitó Hegel con asombro.
-Necesito aire- dijo Erie poniéndose en pie con velocidad y salir a toda prisa de aquella cueva.
-¡E-Espera!- balbuceó Aarón al notar su impulsiva reacción -¡Está lloviendo!- advirtió sin ser escuchado.
La vio salir corriendo de aquel lugar enfrentándose a la lluvia que parecía estar de paso, pues empezaba a disminuir. Aarón no lo dudo y salió detrás de ella, sabiendo que eso era culpa de las palabras innecesarias de Hegel.
-¡Espera, Aarón!- gritó Hegel poniéndose en pie.
-¡Ahora no!- respondió molesto viéndolo desafiante. –Necesito arreglar esto.
-Es que hay algo que debes de saber antes de...
Pero Aarón no siguió escuchando sus palabras y la siguió. Hegel gruñó por lo bajo viéndolo correr fuera de la cueva. –Rayos- masculló observando de nuevo al fuego frente a ellos aún impresionado por lo que acaba de presenciar, lo que había pensado que había sido su imaginación en la carpa con los nómadas, había sido real.
Algo yaciente en la tierra llamó su atención. Hegel se acercó con apuro y tomó la bolsa de Erie inspeccionando sus adentros con curiosidad.
-¿Qué es esto?- se preguntó para encontrar un viejo pergamino y examinarlo con un vistazo rápido, haciendo alusión a algo que únicamente comprobaba sus pensamientos. -¡MALDITA TRAIDORA!- gritó con rencor arrugando el mapa en sus manos.
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No lo pudo evitar, no pudo seguir a su lado al escuchar esas horribles palabras "De la que estabas muy enamorado ¿verdad?" Aquellas palabras que no dejaban de vagar sin rumbo en su mente. La lluvia, que poco a poco atenuaba y se movía con las nubes grises a nuevas áreas del Reino de Fuego, lavó con sus gotas saladas sus ideas al igual que sus emociones alborotadas. ¿Cuándo había empezado? ¿En qué momento el compañerismo se había vuelto algo más? Se preguntaba, odiándose por lo que sentía y que no le era correspondido.
-¡ERIE!- escuchó un gritó entre la tormenta volteándola a ver a sus espaldas y verlo correr hacia ella. Sus mechones plateados se movían con delicadeza en cada trote y aquella camisa blanca se había pegado a su cuerpo gracias a la lluvia para marcar con definición cada músculo de su fornido cuerpo; y aquellos ojos azules que resplandecían cual zafiros al ser tocados por la tenue luz del día grisáceo la miraban de aquella manera que sólo provocaban que aquel sentimiento, que ahora odiaba, se intensificara. -¡Espera por favor!- comandó Aarón viéndola con el ceño fruncido y llegar hasta ella con la respiración acelerada gracias a la carrera tras ella.
-¡Es por ella que lo que pasó en la tienda no lo podemos volver a hablar!- reclamó Erie molesta sin poder guardar un minuto más aquello que la estaba carcomiendo. Aarón desvió su mirada ante sus quejas. Quedando en silencio con una expresión culpable. -¡¿Por qué cuando te dije que deseaba irme a Cronius contigo no dijiste nada?!- habló con un nudo en su garganta -¡¿Para qué me querías ahí?!- preguntó con unos ojos cristalinos -¡¿Para qué?!
-¡Para tenerte cerca!- respondió con enfado. -¡Jamás planee que todo esto pasará!- le confesó avergonzado. –Jamás pensé que tú y yo...
- ¿Y luego qué?- interrumpió ella a suave voz -¿Te casabas con ella y yo miraba todo desde lejos?
-¡Tú no lo entiendes!- le gritó en frustración –Las cosas allá son...- calló cerrando sus ojos con pesar y enfado –Ella es...
-¿La amas?- le cortó Erie. Tomándolo desprevenido.
Aarón la vio con desconcierto. Sus ojos ámbar suplicaban por una respuesta que él sabía que no podía darle. No tenía que darle.
-Tengo qué- respondió secamente. Aarón observó como con sus crueles palabras rompía su corazón, viéndola derramar una lágrima fugaz, que era lavada con la tenue lluvia sobre sus cabezas.
-Entiendo- susurró Erie dándole la espalda ocultando su corazón partido. –Es hermoso amar a alguien... creo- murmuró apretando sus puños con fuerza. –A mí me quisieron casar una vez, con alguien muy poderoso... pero no lo amaba- le habló al viento que soplaba con suavidad –Preferí huir- recordó viendo hacia el cielo mientras sentía caer la lluvia sobre ella –Me alegró que tú la ames- fingió una felicidad que sabía que no tenía –Odiaría que te hicieran lo mismo que a mí.
No lo resistió. Aarón la abrazó con fuerza por la espalda, dejándose llevar por aquellos sentimientos que persistía en mantener en silencio. Ocultó su rostro en sus cabellos, aspirando su sutil aroma de azúcar y canela, un aroma que lo embriagaba. Su cuerpo se pegó contra el de ella encajando perfectamente, como aquella noche. Sintió un nudo en su garganta y el deseo incontenible de soltar lágrimas saladas vino a él. -Suéltame- le ordenó ella con suavidad, estremeciéndolo ante sus duras palabras. La abrazó aún con más fuerza, no podía acceder a su petición, no quería.
-Prometiste que no me dejarías- le recordó él con una voz entrecortada.
De nuevo las lágrimas rebosaban sobre sus mejillas mientras sentía como aquel corazón que ella juró jamás daría a nadie, le era arrebatado de sus manos. Erie se libró de él con cierto esfuerzo para voltearlo a ver, y notar aquella mirada oculta entre sus cabellos de plata; por primera vez en su vida divisó una expresión de tristeza en su fuerte Aarón. Se acercó a él, y con su mano acarició su mejilla, afecto al que él correspondió acercando su rostro aún más a su tacto. Aarón colocó ambas manos suavemente sobre la de ella, intensificando su toque. Sintió todas aquellas emociones de aflicción y tortura que yacían en él; casi como si la idea de perderla era algo que lo devastaba desde sus adentros. Detrás de aquella mirada de dureza y fuerza existía un sentimiento de desolación y anhelo de cariño... de su cariño.
-Jamás lo haré- respondió Erie al fin para que él abriera sus ojos y la viera con sorpresa, una imposible de ocultar en sus ojos azul cielo. –Porque yo...
-¡LO SABÍA!- un gritó interrumpió la confesión de Erie para que ambos voltearan al acto y vieran llegar a Hegel sobre uno de los geckos. Su mirada albergaba el fuego de la furia y la venganza -¡ESTO FUE TODO TU CULPA!- acusó.
-¿Qué demonios sucede contigo?- preguntó Aarón al verlo desmontar el gecko y caminar hacia ellos con aquella postura amenazadora.
-Tú la mataste- culpó invocando a su espada. Aarón caminó hacia él con cierta precaución, como apaciguando a una bestia. Se detuvo frente a él, con aquella expresión apacible, en un vano intento de calmarlo. Intentó decirle algo, pero Hegel se lo impidió al empujarlo a un lado con fuerza. Derribándolo a la suelo. Enfocó su mirada hacia la chica que lo observaba con desconcierto y sorpresa. –Esto la vas a pagar... Erina Crowlay.
Tragó pesado al escuchar su nombre y lo vio con miedo, un miedo que recorrió todo su cuerpo, y en eso, lo vio colgando de su brazo herido, su mochila, y en ésta, su mapa. Erie le regresó la mirada nuevamente retrocediendo un par de pasos. A la expectativa.
-¿Qué haces con mis cosas?- preguntó ella a la defensiva, con un dejo de inseguridad en su voz.
-¡Esta mujer es una traidora!- gritó tirando aquel bolso negro en donde Aarón se encontraba. –¡Mira!- dijo volteándolo a ver -¡Mira su traición!
Aarón observó al rebelde con desconcierto ante el barullo de su voz, y luego vio el mapa que sobresalía del morral negro, tomándolo con ambas manos. Una cruz roja sobresalía del papel amarillento, y lo que apuntaba no era el Valle de los Volcanes, era el borde del Reino, donde iniciaba el Mar de Nubes. Aarón vio a Erie, esperando algún tipo de explicación.
-¡Sé quién eres!- descubrió Hegel -¡Y jamás te lo perdonaré!- pactó en piedra -¡Nadie del Reino lo hará!- gritó corriendo hacia ella con espada en mano.
-¡Erie!- gritó Aarón levantándose del suelo al acto.
Erie invocó aquella débil espada de fuego, y así logró contener el ataque de su oponente. El sonido sordo del choque de ambos metales resonó en el desierto. Su espada era considerablemente más grande que la suya. El metal no era color plata, sino de un color rojizo brillante con pequeñas llamas talladas en todo su filo con un mango dorado que Hegel sostenía fuertemente. Erie lo vio desafiante, hasta que escuchó algo que la hizo estremecer, el viejo metal de su espada partiéndose en dos cortando su defensa, cayendo al suelo, desarmada.
-¡Hegel ya es suficiente!- amenazó Aarón invocando su espada blanca.
-¡Ni un paso más!- increpó Hegel apuntando su espada a la chica. Un simple movimiento y matarla no sería un problema –Que esto es personal.
-¡¿Qué demonios pasa contigo?!- le gritó Aarón.
Un bufido fue exhalado por parte de él para verlo de reojo, controlándose al fin –Ella es la Princesa Erina Crowlay, la última heredera del trono- reveló viéndola nuevamente con gran intensidad –¡La causante de todo lo que le ha pasado a nuestro reino!
Después de años de haber publicado esta historia y revisarla me percate que había omitido un capítulo clave, este. Así que lo traigo, no sé realmente qué pasó pero lamento mucho a aquellos que leyeron dicha historia sin esta parte. ¡Lamento mucho el error!
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