La Verdad Parte II
Los primeros rayos de sol acariciaron la tierra, y se reflejaron sobre la arena dorada que brillaba tan intensamente como el oro. Todo estaba empacado y listo para el último tramo de su viaje. Erie tomó su pequeño bolso con sus pertenencias y suspiró con pesadez. El viaje sin duda no sería fácil, y se alegraba de no tener que hacerlo sola.
Volteó a ver a la cama vacía a su par. Él no había regresado durante toda la noche. Sus labios aún tenía la sensación de los de él y su cuerpo aún podía sentir sus caricias haciéndola estremecer. Su corazón se aceleró al recuerdo de nuevo invadir su mente, y como una adolescente risueña se dejó caer de espaldas sobre su cama para perderse por un momento en sus memorias. Erie acarició con las yemas de sus dedos sus labios color rosa sonriendo con soltura.
–Quisiera...– murmuró para sí –Repetirlo– confesó sonrojándose y tapando con ambas manos su rostro, avergonzada de sus propios pensamientos, pero sin poder borrar aquella tonta sonrisa de su rostro. –¡Esto es demasiado maravilloso!– exclamó rodando sobre sí con emoción, dejando que por una vez en su vida sus emociones descontroladas se apoderaran de ella. "Y jamás dejará de existir" el gritó de Ray cruzó su mente acallando todas sus emociones. Erie frunció el ceño con desagrado ante ese recuerdo. Se sentó nuevamente para que aquella expresión dura borrara todo rastro de alegría.
–E-Ri-Na– pronunció sílaba por sílaba como reconociéndose a ella misma.
–¡Upper ya es tarde!– escuchó el grito de Aarón desde afuera de la tienda, provocando que su corazón se acelerara nuevamente. Olvidó las palabras de Ray y cualquier cosa parecida. Él había llegado al fin.
Se levantó a prisa y corrió hacia su encuentro. Erie salió de su carpa viéndolo de pie con la vista hacia el sol, obligándose a sonreír ante su presencia.
–A...
–Demonios, te tardaste demasiado– interrumpió Aarón haciéndola a un lado con rudeza, abriéndose camino entrando a la tienda tan apático como el día que lo conoció.
Erie se volteó viéndolo confundida. Parecía estar molesto, aunque no estaba seguro si era con ella o con algo más. De nuevo entró a la carpa observándolo alistar de rodillas con rapidez el resto de sus pertenencias, sin prestarle atención a su presencia. Erie observó de reojo a sus espaldas, y en la lejanía pudo observar una silueta escuchando voces a la distancia. Era Hegel. Si quería hablar con Aarón esa era su oportunidad, pues, en contra de su voluntad, Hegel los acompañaría. No habría tiempo más adelante.
–Ray nos consiguió otro gecko del desierto– habló Aarón al sentir su presencia dentro de la carpa –Dos creo que...
–¿Estás molesto conmigo?– interrumpió Erie con timidez, haciendo que el chico de ojos azules se detuviera en seco. –¿Hice algo mal?
Aarón la volteó a ver al escuchar sus palabras culposas. Sus ojos tristes y expresión seria le indicaron que ella hablaba en serio. Suspiró con pesadez, y su mirada regresó a su regazo, sin saber cómo encararla. De nuevo hubo un silencio entre ambos, una mala costumbre adquirida últimamente.
–Por lo general– habló Erie nuevamente inundado de sonido la tienda –En los libros que he leído, la mujer es la que sale corriendo después de algún acto de amor prohibido, para luego ser perseguida por el caballero quien la alcanza, y quien, con manos firmes, le abraza haciéndole saber que lo que pasó no fue algo malo, y que todo estará bien– relató con un dejo de tristeza en su voz –Supongo que tú y yo nunca leímos los mismos libros.– El silenció fue lo único que se escuchó después de sus palabras. Erie suspiró con pesadumbre desviando su mirada, para de nuevo acogerse en el recuerdo de la noche anterior. –Sé que tú y yo jamás hemos hablado de... pues, de nosotros– empezó mientras sus mejillas empezaban a teñirse en carmín. Era un tema difícil de tratar –Has salvado mi vida en todas las formas en que se le puede salvar a alguien... y yo...- murmuró viéndolo nuevamente –Y yo...
–Detente– le paró. Aarón se puso en pie viéndola al fin –Lo que pasó– murmuró sonrojándose con intensidad –Lo lamento– dijo con arrepentimiento –Yo nunca tuve...
–¡No digas eso!– rogó ella acercándose a él, acortando el espacio entre ambos –A mí... a mí me gustó– confesó sonrojada –No te atrevas a pedirme disculpas por eso- reclamó con una falsa molestia.
–No lo entiendes- espetó molesto tomando distancia de ella nuevamente –Fue un error- aclaró con frialdad –Y no volverá a pasar jamás.
La palabra "Jamás" apedreó su corazón, una palabra que estaba empezando a odiar con fuerza. Erie lo vio tomar sus cosas a prisa del suelo y caminar de nuevo hacia la salida.
–¡Tú me gustas!– le gritó, antes de que Aarón pudiera salir. El chico de cabello plateado paró en seco volteándola a ver con sorpresa y a su vez incredulidad. –Y si no puede volver a pasar...– habló Erie mientras un nudo en su garganta se formaba y sus ojos traicioneros se cristalizaban ante la idea del rechazo. –Al menos déjame permanecer a tu lado– completó con una mirada de súplica –No volveremos hablar del tema... no volverás a llamarme por mi nombre si no lo deseas– dijo con un dolor notable en su semblante –Pero me dejarás permanecer a tu lado.
Mordió su labio inferior quebrando la promesa que se había hecho antes de dormir la noche anterior. Aarón soltó aquel pequeño morral que llevaba en sus manos dejándolo caer al suelo para ir hacia ella, y abrazarla con tal fuerza que por un momento temió lastimarla. El cabello de ella voló con suavidad desprendió un aroma dulce con una mezcla de canela que lo embelesaba. Aarón sintió su corazón latir tan fuerte como aquella noche. ¿Por qué no podía alejarse? ¿Por qué su cuerpo parecía reclamar tenerla entre sus brazos?
Aarón se separó de ella viéndola una vez más a los ojos, unos ojos que yacían ahogados en lágrimas que intentaba contener en sus cuencas. Acarició su largo y rizado cabello entre sus dedos con el cuidado con el que se toca a una flor. Su mirada se suavizó y quedó en silencio para deleitarse de la presencia de ella.
–No volveremos hablar del tema– consintió –Una vez salgamos de esta carpa– completó.
Dicho aquellas últimas palabras tomó su mentón con delicadeza, y así sus labios buscaron nuevamente los suyos para fundirse en un cálido beso. Erie cerró sus ojos y un par de lágrimas desbordaron de los mismos, mientras el sabor del fruto prohibido recorría su boca. Esta vez no era pasión desbordada lo que había entre ellos, era algo más dulce, más cálido. Su mano acarició con dulzura su mejilla y con la otra tomó su cintura para atraerla delicadamente hacía él. La suave unión de sus labios y el fragante olor de su ser lo cautivó una vez más.
Aarón se separó de ella lentamente mientras sus labios se despedían de los suyos viéndola con ternura, admirando aquel rubor que él mismo había provocado. Por un momento no se dijeron nada pues las palabras parecían estar de más. Se quedaron absortos en aquel momento, que pareció durar por siempre.
–Nunca más– le murmuró soltándola lentamente y regresar sobre sus pasos, tomando aquel morral yaciente en el suelo y dar el primer paso afuera, dejando entrar la luz del sol al mover el pedazo de tela que yacía por puerta. –¡Andado Upper, ya vas tarde!– gritó saliendo por completo.
Erie se quedó parada en aquel punto exacto, sin saber exactamente cómo sentirse o qué pensar. Aarón actuaba nuevamente como el mismo Aarón de siempre, como si aquel beso arrebatado jamás hubiera pasado. Secó sus lágrimas con la manga de su blusa blanca y asintió con cierta tristeza. Lo escuchó marcharse, sin voltear a ver atrás, y suspiró con pesadez. Erie tomó sus pertenencias nuevamente para momentos después sonreír sutilmente, imperceptiblemente, y de nuevo su corazón llenarse de alegría.
–Sólo déjame estar a tu lado– susurró con aquella máscara de alegría que encubría una tristeza desconcertante.
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Caminó hasta encontrarse de nuevo con aquel rebelde de cabello alborotado y ojos color chocolate. Erie frunció el ceño al verlo y una mirada desafiante tuvo lugar en sus pupilas.
–En buena hora– habló Hegel caminando hacia ella con otro gecko –Tres geckos– sonrió estirándole la correa del gran reptil.
–Iré con Aarón– rechazó la correa –No es necesario un tercero– dijo caminando lejos del rebelde.
–No seas ridícula- el regaño de Aarón repicó entre ellos –Llegaremos en una semana con tanto peso encima. No es exactamente que estés en forma ¿Sabes?– se burló con una sonrisa traviesa.
Erie lo vio con enfado sintiendo su rostro tornarse rojo de la vergüenza. La escandalosa risa de Hegel, ante el comentario de Aarón, pareció invadir cada rincón del Desierto de Brasas.
–Así que no seas testaruda– reprendió Aarón nuevamente para caminar hacia ella y tomar su mano con cierta brusquedad, moviéndola hacia la correa que aún yacía en la mano de Hegel. –Y toma la correa– ordenó.
Erie sintió su mano sobre la de ella, como su suave y a la vez tosco contacto la hacía revivir el cálido beso de momentos atrás. Lo volteó a ver con un ligero rubor en sus mejillas, para deleitarse del dulce momento. Aarón sintió la intensa mirada de ella, y así la volteó a ver para poder notar aquel ligero sonroje sobre sus mejillas, notando la razón. La soltó al momento tomando su distancia rápidamente.
Hegel observó la escena intrigado, era obvio para él que muchas cosas habían pasado entre ellos desde que se habían separado al entrar al desierto.
–Bien, será mejor que nos vayamos entonces– habló Hegel terminando con el silencio –Si es que queremos llegar antes del anochecer.
Erie lo volteó a ver al escucharlo hablar, y de pronto aquella mirada inocente y mejillas sonrojadas desaparecieron para que una expresión ruda y fría se grabara en su rostro. Lo vio con aquel ceño fruncido y mirada retadora. No era sorpresa para Hegel notar que su presencia la molestaba de sobre manera, y él pronto entendió el por qué. Era por Aarón.
–Andando– insistió Hegel –Erina– recalcó con cierta diversión
–Es Erie– corrigió ella montándose sobre el gecko. –No vuelvas a llamarme así– ordenó por último obligando a hacer andar al reptil.
–¡Erina, espera!– escuchó a Ray gritar mientras corría hacia ellos –¿No te olvidas de algo?
Erie le sonrió con calidez desmontando el réptil y correr hacia él, dándole un fuerte abrazo despidiéndose de su preciado amigo. Sin él y su tribu, ellos tres hubieran estado en grandes problemas en el desierto.
–No te olvides, que si te aburres de tu vida ya sabes dónde encontrarme, aún puedes ser mi prometida– murmuró divertido a manera que nadie escuchara.
–No lo haré– rió por lo bajo.
–Gracias por todo– asintió Aarón acercándose a ambos dándole una mirada intensa a Erie, provocando que tomara su distancia de Ray casi por inercia. –Nos has ayudado mucho.
–Los amigos de Erina son mis amigos– habló orgulloso –Si necesitan algo estaremos siempre por los alrededores.
–Ya sabes a donde iremos– dijo Erie montando al gecko.
–¡Hasta luego!– se despidió ameno.
–Hasta pronto Ray.
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