La Realidad del Reino
Mantuvo su mirada fija en la chica que yacía recostada sobre aquel colchón, mientras con una navaja pelaba una manzana roja. Habían pasado dos días desde el ataque de los misioneros y ella no había reaccionado aún. Alessa se había encargado de suturar nuevamente la herida, que gracias al esfuerzo que la chica nueva había hecho, se había abierto nuevamente.
Aarón tomó aquella manzana para morderla con fuerza, mientras su mirada se mantenía fija en ella. La joven que había caído desde las alturas era un misterio para todos los que habitaban en aquel mundo subterráneo, no era normal que gente de la superficie cayera viva a las profundidades. Suspiró pensativo, con aquella mirada impasible sobre ella. Aarón realmente no simpatizaba mucho con los Uppers. Hasta donde llegaba su experiencia, los Uppers no traían más que problemas.
-¿Aún sigue dormida?- escuchó preguntar a sus espaldas para distinguir a Alessa parada en el marco de la puerta.
Su cara y lentes estaban manchados de hollín al igual que sus ropas. Aquella playera café y pantalones negros tenían residuos oscuros, como pequeños parches negros, en diferentes lugares de su cuerpo.
-Sí- respondió Aarón desanimado -¿Estuviste con Hegel?
-No hay nadie mejor que él para poder limpiar el desastre luego de los ataques de los misioneros- dijo Alessa con una sonrisa para sentarse a su par -¡Manzana!- exclamó con alegría arrebatándole la fruta cual niña pequeña, y comerla con gran entusiasmo.
-¿Es que acaso esto no te molesta? – preguntó irritado viéndola con desaprobación.
-¿Qué cosa?- cuestionó Alessa mientras masticaba con la boca semi abierta.
-¡Los misioneros nos roban cada vez más terreno y tú te comportas como si nada grave pasara!
Alessa se limpió con su antebrazo los rastros de manzana sobre su rostro, viéndolo con aquella inusual mirada fría y estoica.
-Claro que me importa, sabes que cada miembro de nuestro clan es importante para mí- aclaró molesta –Pero con preocuparme de sobremanera como tú lo haces, y alterándome por cada pequeña cosa que pasa a mi alrededor no arreglaré nada.
-¡¿Por pequeñas cosas dices?!- gritó el chico de cabellos de plata poniéndose en pie, perdiendo la compostura – ¡Los ataques de los misioneros se están volviendo cada vez peores!
-¡¿Y qué ganamos con vivir en la preocupación constante de que nos encuentren?!- replicó.
-¡Porque tal vez harías algo para combatir a la tiranía del ejército imperial!- reclamó frustrado.
No se molestó en responder a su alegato, y un silencio incómodo se posó en el ambiente como un mal invitado. Alessa fijó su vista de nuevo en la fruta que yacía en su mano, absorta en sus propios pensamientos nuevamente. Aarón suspiró resignado. Cada vez que tenían alguna discusión sobre ese tema siempre terminaba de la misma manera, en una Alessa pensativa que no respondía a la pregunta más importante ¿por qué no tomaban la ofensiva?
-¿Por qué debemos de esperar?- preguntó Aarón con una calma que precede a una tormenta.
-Porque- susurró ella sin verlo en ningún momento –No tenemos posibilidades de ganar- completó.
Aarón apretó sus puños con fuerza. Él sabía eso, pero odiaba escucharlo, odiaba pensar que el resto de sus días lo pasaría escondido como una rata de alcantarilla bajo una ciudad que le era ajena. Tenía que haber algo más en la vida que intentar sobrevivir a la tiranía del imperio que yacía sobre sus cabezas.
-Aunque- habló Alessa de nuevo –Puede haber una forma.
-Ni lo menciones- anticipó con rapidez.
-¿Por qué no?- preguntó ella volteándolo a ver. –Tú eres quien está desesperado de nuestro estilo de vida, ¿Por qué esa no puede ser una solución?
-¡Porque si el heredero verdadero quisiera ayudarnos ya lo habría hecho!- gritó exaltado nuevamente. Gritaba porque sentía que sus palabras no la alcanzaban, porque desde que había mencionado susodicho tema, nunca había habido algún indicio de que aquel argumento fuese verídico.
-Tú tienes un serio problema de ira, ¿lo sabías?- dijo ella sin darle mayor importancia a su rabieta.
-Es que... tú... ¡Aggggh!- clamó frustrado -¡Olvídalo!
Escucharon el clamor de Erie, quien aún yacía con sus ojos cerrados. Parecía que por fin estaba recuperando la consciencia, haciéndolos enfriar su discusión. La ira de Aarón se congeló casi al instante, apaciguando una vez más a la bestia que vivía dentro de él.
-Ella no tiene idea de lo que está sucediendo aquí- resopló Aarón con una mirada inexpresiva y fría –Y hacer lo que hizo el día del ataque es peligroso.
-Lo sé, lo sé- respondió Alessa observándola con detenimiento.
-Entonces explícale cómo funcionan las cosas- dijo en tono de orden poniéndose en pie.
-¿Uh?- exclamó Alessa con sorpresa viéndolo dirigirse a la puerta -¿No vas a hacerlo tú?
-Los Upper son problemáticos, y ella no será la diferencia- dijo con una expresión clara de ira en su rostro -No quiero involucrarme.
-Si eso piensas, ¿Por qué aún la sigues ayudando?- cuestionó Alessa con intriga –Es acaso por...
-No te atrevas a completar esa frase- amenazó Aarón volteándola a ver con una mirada intensa.
-Bien, como quieras- respondió restándole importancia.
-Iré a ayudar a los demás a limpiar el desastre de los misioneros- explicó más tranquilo –Y por favor, si en serio piensas conservarla, asígnale algo que hacer. Gastamos demasiado en ella como para dejarla dormir todo el día.
Alessa le sonrió con calidez para asentir con la cabeza. El chico de cabellos plateados salió de la habitación, para ella seguir degustando la manzana roja que estaba en sus manos, y fijar sus pupilas en la forajida, quien empezaba a abrir los ojos con pesadez. Erie era una interesante adquisición para ellos, bien podría encontrar algo interesante que hacer con ella.
-Buenos días Erie- saludó Alessa con una extensa sonrisa –O tardes, o noches, aquí abajo es algo difícil de saber la hora exacta- habló divertida.
-¿Qué me pasó?- preguntó somnolienta y confusa.
-Te desmayaste, bueno, realmente te abriste la herida nuevamente y tuviste altas fiebres los últimos días- explicó -Tu voluntad de vivir es realmente asombrosa.
Observó a sus alrededores, confundida, pero pronto reconoció la misma habitación mohosa en la que había despertado la última vez. Erie se vio a sí misma y yacía de nuevo con aquel pijama blanco parchado. Aún sentía el dolor en su abdomen por la herida que intentaba cicatrizar, pero los mareos y escalofríos habían desaparecido por completo.
-Eres una chica traviesa- habló Alessa llamando su atención –No puedes vagar así como así por aquí, es peligroso.
-Había explosiones- recordó con esfuerzo -Y además...
-Lo sé- interrumpió –Verás Erie, para estar aquí y ser parte de los rebeldes, hay reglas que acatar o consecuencias que sufrir- dijo con una sonrisa un tanto escalofriante.
Eso le había sonado a amenaza. Erie mantuvo su vista en la chica de gafas, quien la miraba con aquella expresión relajada y sonrisa amplia. Su actitud divertida y desinteresada parecía encubrir algo escalofriante a su vez.
-¿Reglas?- repitió viéndola con cierta inseguridad.
-Es por tu seguridad- recalcó en un intento de restarle dureza a sus palabras –Entre ellas, obedecer sin cuestionar.
-¿Y qué pasa si cuestiono?- se atrevió a preguntar.
-Pierdes tu vida.
Un trago pesado recorrió su garganta ante la respuesta cruda de aquella chica de apariencia inocente. ¿Realmente estaba a salvo en aquel lugar?, ¿Habría alguna manera de salir de ahí de ser necesario? Erie fijó su vista en la puerta, o el trapo que tenía esa función, frente a ella con rapidez, acto que Alessa notó al instante.
-No temas- dijo con calidez –No lo digo porque nosotros te hagamos algo, es porque algo puede pasarte.
-Eso no me dice mucho- respondió desconfiada.
-Bien, empecemos por el principio- dijo Alessa acomodándose en su asiento –Te contaré qué es lo que pasa para que puedas entender un poco mejor- habló serena -Heraticlon, era hace mucho tiempo una ciudad prospera, la más importante de un reino lleno de armonía y paz, dirigido por sus dos soberanos, el rey y la reina; sin embargo, por una extraña enfermedad a una temprana edad, la reina murió dejando solo al rey, quien empezó a descuidar su reino, y años después murió en una expedición en las entrañas del reino.- recordó pensativa –Ahí empezaron los problemas- contó con un pesado suspiro -Sin un heredero al trono, su hermano Barlock, rigió Heraticlon con puño de acero. Todo lo que alguna vez conocimos empezó a morir- dijo con tristeza – Cada vez más la vida en la superficie se volvió intolerante... Muchos perdimos a seres amados por culpa de la brutalidad del nuevo emperador.
-¿Así fue como terminaste tu aquí?- cuestionó Erie curiosa.
-Yo...- silenció por un segundo –Yo perdí a Manika, en manos del ejercito imperial- recordó con tristeza. –Eso obligó a mi esposo y a mi huir de las tierras del reino.
-¿Quién es Manika?- preguntó con curiosidad.
Alessa sacó de su bolsillo trasero un pedazo de papel doblado en cuatro, para así abrirlo y enseñarle la foto desgastada de una niña pequeña, abrazando a un pequeño oso de peluche.
-Era mi hija- respondió viendo la fotografía con nostalgia.
-Lamento mucho tu perdida.
-Pasó hace mucho tiempo- habló con una sonrisa fingida guardando la fotografía en su bolsillo nuevamente –En fin, en nuestro camino en busca de libertad encontramos unos pocos más que tenían los mismos anhelos de salir del reino, pero...
-No puedes dejar Heraticlon- interrumpió Aarón entrando a la habitación.
-¡Aarón!- llamó Alessa con alegría -Pensé que estarías ayudando a Miku y los otros; oh, espera, no me digas, estuviste afuera espiándonos- dedujo con una sonrisa pícara –Eres todo un pervertido ¿Lo sabías?
-¡Por supuesto que no!- le debatió irritado –Es sólo que no confió en tu versión de la historia- indicó con el ceño fruncido.
-¿Qué tiene de mala mi versión de la historia?- preguntó con un puchero infantil.
-Siempre le agrega cosas como...
-¿A qué te refieres con que no puedes salir de Heraticlon?- retomó el tema Erie, obviando la pequeña discusión entre ambos.
-Los cinco reinos están separados uno del otro por el gran abismo de nubes- habló Aarón, respondiendo a su pregunta -Ir y venir no es posible sin un medio de transporte adecuado; por esa razón el emperador se encargó de eliminar a los dragones del Reino de Fuego, asegurándose de esa manera que su gente no saliera en busca de auxilio.
-¿Dragones?, ¿Reinos?
-Más despacio Aarón- lo detuvo Alessa –Ella no conoce nada de Heraticlon, menos de lo que está afuera de sus tierras.
-Escucha- habló el chico de cabello plateado -Heraticlon es la ciudad principal del Reino del Fuego, un reino formado por un desierto incandescente con una ciudad de metal y hierro forjado en su centro. Reino alimentado de volcanes y por su elemental, el dragón de fuego- explicó –Existen otros cuatro reinos aparte de este, el reino del agua, hielo, aire y tierra. Cada reino separado en lo que pareciera islas en el cielo por el abismo de nubes.
-Todos coexistíamos de manera pacifica- se involucró Alessa nuevamente -Una vez, incluso pude viajar al reino de tierra. Es muy hermoso y fresco - recordó con un mohín de felicidad.
-Suena maravilloso- dijo Erie con una amplia sonrisa.
–Así es, pero con el tiempo uno extraña su propia tierra. Por eso realmente quiero ayudar a Aarón y Miku. Sé lo que es estar lejos de casa.
-¿Ellos no son de aquí?
Alessa negó sutilmente con su cabeza, haciendo ondear su corto cabello en el aire –Verás, la mayoría de los refugiados somos de Heraticlon, a excepción de Aarón y Miku, ellos pertenecen a los reinos del hielo y el aire respectivamente- indicó -Por eso el aspecto diferente de ambos- le susurró por lo bajo.
-Mi aspecto es normal entre mi gente- exclamó Aarón molesto, alcanzando a escuchar lo que Alessa había dicho
Erie miró a Aarón con atención. Un cabello plateado como la luna y una tez blanca que bien podría confundirse con la nieve. Sus ojos eran de un azul intenso que sobresalían entre su palidez. Sin duda alguna no se parecía a ella o a Alessa, quienes poseían un tono de piel más bronceado y cabello color castaño.
Todo empezaba a tomar sentido poco a poco, a excepción de qué era lo que ella hacía ahí o por qué yacía herida.
-Entonces- habló Erie pensativa -Ustedes son como una rebeldía en contra del emperador.
-Más bien unos refugiados viviendo en las alcantarillas- musitó Aarón con un dejo de molestia en su voz.
-¿La parte baja de Heraticlon son alcantarillas?- cuestionó Erie con sorpresa.
-Si, algo así- respondió Alessa –Verás, debido a que no podíamos huir a otro reino, tuvimos que refugiarnos aquí abajo.
-Pero no por eso es seguro- recalcó Aarón.
-El Emperador Barlock sabe de nosotros, y a veces manda misioneros, un tipo de soldados que buscan a gente como nosotros con el afán de destruirnos- dijo Alessa con tristeza –Por eso te digo que vagar por aquí no es seguro, no hasta que conozcas bien los pasadizos.
-¿Y eso es todo?- preguntó Erie inconforme -¿No pueden salir al mundo exterior ¿Deben de resignarse a vivir aquí?
-Atacar es imposible, no tendríamos oportunidad- respondió Alessa –Aunque existe una esperanza.
-Ahí va de nuevo- dijo Aarón con un suspiró.
-Se dice que la reina y el rey tuvieron un hijo, el heredero legítimo del trono, pero que el Emperador lo tiene escondido entre las puertas del palacio para que no sepa de la cruda realidad.
-O simplemente no existe- apuntó Aarón.
-No le hagas caso, él es un incrédulo- lo ignoró Alessa –Pero si fuera cierto, y podemos destronar a Barlock, nosotros podríamos regresar a la superficie, y Aarón y Miku a sus verdaderos hogares.
-Entonces ¿Toda su esperanza se basa en si el príncipe se decide a tomar el trono?- preguntó ella arqueando una ceja.
-Incluso ella que no está al tanto de todo piensa que es una locura- sonrió Aarón divertido.
-No es...
-¿Y cómo saben que el príncipe no está del lado de Barlock?- cuestionó Erie sentándose sobre aquel colchón con cuidado –Esa no es una esperanza realista.
Alessa y Aarón dirigieron su atención a la chica de cabello largo que hablaba con veracidad. Que existiera la posibilidad de un heredero, no significaba que estuviera de su lado. Alessa entristeció la mirada fijándola en aquella manzana a medio comer.
-Y tomar la ofensiva tampoco lo es- indicó Erie –Creo que deberíamos de buscar algún elemental de fuego para conseguir salir del reino, y así...
-Espera, espera, espera- detuvo Aarón – ¿Es que acaso no escuchaste? No hay más dragones.
-¿Es acaso Heraticlon tan pequeño?
-La ciudad es de un tamaño considerable- respondió Alessa –Pero no se compara con los kilómetros y kilómetros de desierto del reino.
-Buscar en un ambiente así es suicidio- puntualizó Aarón.
-Pero no pudieron exterminar a cada dragón, debe de haber alguna manera de poder cruzar.
Alessa la vio con una sonrisa ante su enunciado, complacida por sus palabras. -Sabes, no es una mala idea- apoyó -¡Aarón, ve por Steve!- ordenó para ponerse en pie con emoción.
-¿No hablarás en serio Alessa?- cuestionó el joven sin entusiasmo.
-Steve es el único que sabe lo que es y no es en Heraticlon, él es el indicado para escuchar esta idea descabellada.
-La cual intentamos tiempo atrás, ¿Lo recuerdas?, cuando yo la mencione- le recordó.
-¿Tú pensaste en lo mismo?- preguntó Erie.
-Algo similar, pero no logramos ni sacar nuestras cabezas de estos ductos- respondió en tono de regaño –Si no pudimos antes qué te hace suponer que...
-Oh bien, no importa, yo iré- interrumpió Alessa con emoción sin escuchar las palabras de Aarón –Sabía que serías de ayuda- felicitó a la chica antes de marcharse.
-¡Esp... -Aarón calló al verla correr por el pasillo, sin poder detenerla. -Increíble- musitó para sí.
Erie observó con intriga al chico del reino del hielo. Si había un abismo de nubes que separaba cada uno de los reinos, ¿cómo es que él había terminado en un lugar tan opuesto a su hogar?
-Y dime- habló Erie iniciando una conversación -¿Tú como terminaste aquí exactamente?- preguntó la forajida llamando su atención.
Aarón la volteó a ver al escucharla a hablar con aquella expresión de pocos amigos grabada en su rostro. Una mirada fría le fue lanzada haciéndola estremecer de pronto bajo los ojos azules de él.
-Eso no es tu incumbencia- respondió cortante. –Y no te emociones mucho, mientras tú no puedas blandir una espada no eres alguien de verdadera utilidad para nosotros.
-Eso no es... - se interrumpió abrupta para traer un recuerdo a su mente -"En mi sueño yo podía blandir una espada y pelear diestramente"- pensó.
-Ahora eres sólo una carga- habló con un dejo de desprecio en su voz -No sabes cómo se manejan las cosas aquí y no eres nadie para dar este tipo de sugerencias.
-Para no ser nadie me escuchan más que a ti- replicó con enfado.
-No sabes como funcionan las cosas aquí- recalcó –Decir ese tipo de cosas no...
-¡No eres nadie para decirme qué hacer!- exclamó sulfurosa. Aarón empezaba a volverse una persona sumamente irritante y estaba perdiendo la poca paciencia que acaba de descubrir que tenía.
-¡Harás lo que yo diga!- sentenció.
-¡¿Sólo por qué tú lo dices?!- elevó Erie su voz para imponerse aún más.
-¡¿Es que acaso no ves lo peligroso que es, Yuka?!
Aarón calló bruscamente después de pronunciar ese nombre, y su ira pareció congelarse para que un mal recuerdo venir a su mente, un recuerdo demasiado doloroso como para soportar su presencia. Una memoria que sólo deseaba ahogar en el rincón más oscuro y olvidado de su mente.
Su mirada se sumió en la tristeza y una expresión pensativa adornó su rostro. Llevaba mucho tiempo sin pensar en ella, y no quería tener que hacerlo nuevamente.
-Mandaré a Miku a cuidarte- habló al fin con una mirada entristecida –No te pongas en pie nuevamente- ordenó Aarón dando media vuelta y caminar a la salida.
-Espera, ¿Quién es...
-¡No la menciones!- gritó con rabia sin verla en ningún momento -¡Nunca digas su nombre!
Erie lo vio salir aprisa en un desesperado intento de alejarse de ella, o tal vez de un recuerdo doloroso. De nuevo se encontraba sola.
-Genial- murmuró para dejarse caer sobre el colchón de resortes viejos.
Había tantos recuerdos sepultados en aquel cementerio lleno de dolor y sufrimiento que se localizaba en la mente de cada uno de aquellos rebeldes que acaba de conocer, los cuales, parecían aclamar por salir y perseguir con empeño a sus dueños. Erie fijó su vista al techo negruzco, apreciando cada mancha de moho y rajadura. Cada quien tenía una memoria llena de sufrimiento que lo mantenía encarcelado en aquel lugar subterráneo, y ella que no poseía ninguna, tenía una libertad que nadie más tenía, la libertad de salir de las alcantarillas y subir sin problemas. -"¡Larga vida al dragón!"- recordó aquel hombre que había blandido su espada en su contra; o eso quería pensar. La única verdad que ella conocía es que alguien había intentado asesinarla, y una vez ella pudiera ponerse en pie, descubriría el porqué.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top