Enfrentando mi Pasado Parte I


Caminó en silencio hasta regresar a aquella cueva. A lo lejos escuchó los pasos de Hegel seguirle, pero faltaba alguien. Aarón vio de reojo y notó que ella no lo seguía, que ella se había quedado atrás. "Prometiste que no me dejarías" recordó "Jamás lo haré". Esas palabras ahora parecían quemarle el alma y consumir su espíritu.

Poco a poco todo empezaba a tener sentido, las preguntas extrañas después de su repentina recuperación "Si yo no fuera la persona que tú crees que soy... ¿Te alejarías de mí?" Su extraño comportamiento y su repentina confianza. Aarón cerró sus ojos con fuerza ahogando su molestia y acallando su consciencia. Erie no era Erie... su nombre era Erina, Princesa Erina. Ella era el contacto que había llamado a su hermana a esa tierra peligrosa y había provocado su muerte

–"Aarón... perdóname"

Todas sus palabras parecían un susurro silencioso en sus oídos, una vocecilla en su cabeza que no pretendía acallar. Sus ojos pronto revelaron su verdadero estado de ánimo, lágrimas traicioneras y una mirada que se ahogaba entre la traición, la decepción y la culpa.

Aarón vio al gecko de ella, que aún seguía acostado a la par de la fogata descansando apacible. Invocó su espada blanca y lo vio desafiante, como si con su muerte pudiera acallar todas aquellas emociones contradictorias.

–¡Estás loco!– gritó Hegel tomando de su muñeca obligando a detenerse -¡Sólo tenemos dos!- le recordó al notar sus intenciones.

–¡Tú lo supiste todo este tiempo!– contraatacó soltándose con brusquedad.

–Claro que no– se defendió Hegel viéndolo inmutable –Lo intuí. Por eso me ofrecí a acompañarte.

–¡Demonios!– gritó al cielo chocando su espada al suelo, congelando la entrada de la cueva.

Aarón se dejó caer con una rodilla al suelo, abatido, cayendo presa de todas sus emociones reprimidas. No sabía cómo sentirse con todo lo que acaba de pasar, no sabía si enojarse o llorar, si culparla o culparse.

–¿Quién es Erina Crowlay?– preguntó con suave voz el cronence.

–Una traidora– contestó Hegel con desdén.

–¿Por qué dijiste que regaló su reino?–inquirió viéndolo con aquella mirada fría.

Hegel se rascó el cuero cabelludo con cierta exasperación, rodando los ojos ante su pregunta. No era algo que tuviera ánimos de conversar en ese momento. Observó aquellos ojos azules que lo miraban impasibles en espera de una respuesta y notó algo de lo que no se había percatado antes, algo que lo hizo estremecer.

–Oh no...– musitó Hegel con sorpresa –¿Tú te enamoraste de ella?

–¡Responde maldita sea!– arremetió.

Era obvio que no respondería esa pregunta. Hegel suspiró con pesadez asintiendo lentamente; le diría lo que él sabía, tal vez eso ayudaría a su estado actual.

–La teoría de un príncipe se escuchó durante meses al llegar Barlock al poder, pero no hubo nada que lo garantizara– indicó Hegel –Un día, escuche rumores de una princesa, quien había dado su reino a su tío pues no gustaba de política – empezó –Que la princesa había sido escondida de todos por su propia seguridad desde el momento en que nació, debido a algún tipo de incidente político con algún reino o algo por el estilo– explicó –Pero claro esa era información de una simple mucama desempleada que alguna vez trabajó en el palacio, y que, en ese momento se conocía por su ingesta de drogas y demás–. Recordó pensativo –En fin, intenté averiguar un poco más después de eso, pero nadie me daba razón del hecho, así que lo descarté prontamente. Pero sí sabía que los Crowley, la familia real, es capaz de usar fuego sin necesidad de una espada. Todo y cada uno de los miembros son adiestrados en el fino arte de la espada también. Las mujeres de la realeza son las únicas que se les da acceso a este tipo de entrenamiento tan riguroso además de los soldados imperiales.

–No sabes por qué lo hizo entonces– murmuró decepcionado.

–¿Acaso eso importa?– debatió –Ella mató Alessa.

–¡Ella no lo hizo!– la defendió, asombrándose un poco a sí mismo de sus palabras. Se sentía realmente confundido con la mezcla de emociones dentro de él. –No fue ella– puntualizó. Al final de cuentas eso sí era cierto. Erie no había matado con su mano a Alessa –Fueron unos...– calló antes de completar su enunciado.

Erie se lo había dicho antes, alguien había querido asesinarla, un hombre sin rostro. ¿Sería posible que el mismísimo Barlock hubiera sido el responsable de que ella terminara mal herida? Eso empezaba a tener un sentido escalofriante y una pregunta de pronto irrumpió en su mente: ¿Y si ella intentó pelear de regreso?

Aarón volteó a ver a sus espaldas con rapidez, notando como el sol era tragado por la tierra y la noche empezaba a asomarse. Esta vez la luna se había ocultado tras un manto de nubes nocturnas y las estrellas habían sido borradas del firmamento. Un lienzo de colores púrpuras se vislumbró como despidiendo el día.

–Debo hablar con ella– musitó, acto seguido corrió a prisa al interior de la cueva y se montó sobre el gecko que alguna vez le perteneció.

–¡Espera!– detuvo Hegel interponiéndose en su camino –¡¿No hablarás en serio?!

Su cabeza le decía que debía de olvidar el asunto y conseguir pronto una manera de regresar a casa, pero su corazón le decía que debía de hablar con ella una última vez; necesitaba saber si ella realmente había intentado arreglar las cosas.

–Si deseas vengar la muerte de tu esposa no puedo quitarte ese odio arraigado– habló Aarón con severidad –Pero incluso Alessa sabría que si quieres cambiar esta situación, Erie...- calló un instante –Erina- corrigió –Es la solución.

–¿Perdonaras la muerte de tu hermana tan fácil?– preguntó sombrío.

–Jamás– negó –Pero no fue ella quien lo hizo– reconoció al fin –Fue Barlock y sus matones– puntualizó –Quieres vengar a Alessa, mata a Barlock– dijo por último.

Con un grito ordenó a su gecko correr a su encuentro.

Hegel lo vio partir de regreso a ella. No había perdón posible en él para lo que, gracias a su decisión, ella había hecho. Regresó su mirada a la cueva en disposición de continuar con su plan él solo, cuando sintió como una sombra cubrió todo de pronto. La vio moverse por la arena. Una sombra alargada que viajaba a gran velocidad. Subió la mirada sabiendo que eso no podía ser una nube, ya que iría en contra de la dirección del viento y eso no era posible. Al hacerlo vio algo que le pareció imposible, algo que provocó que su boca se secara y sus ojos se abrieran de par en par; y sin embargo ahí yacía, surcando los cielos cual nube en invierno.

–...Un dragón– murmuró con asombro.

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La desviación había estado más lejos de lo que esperó. Anduvo con cautela en lo que podría llamarse un sendero rocoso, mientras los volcanes gruñían de tanto en tanto. El calor era abrazador y el aire sofocante. Erie secó el sudor de su frente con su antebrazo. Sus ropas se habían secado por completo, a excepción ciertas áreas cubiertas de su propio sudor.

Erie buscó con la mirada por los alrededores en busca de aquello que perdió en la guerra.

–Vamos– indicó a su gecko, quien no se miraba particularmente contento por tener que estar ahí. –Arriba– le susurró para señalar una de las laderas de los volcanes que rugían. Su gecko gruñó molesto y ella lo vio con reproche –Entre más te niegues más tiempo estaremos aquí.

Erie se sentía un poco tonta hablando con una animal que no tenía la capacidad de responderle, pero la verdad era que se sentía sola. Un suspiro le fue robado al recordar su presencia, sintiendo aún el contorno de sus ojos doler por el constante lloriqueo. Sacudió su cabeza con fuerza intentando esfumar los dolorosos recuerdos que la atormentaban.

–Lo solucionaré– se prometió empezando a escalar la pendiente –Aunque me cueste mi vida... te lo prometo– se dijo pensando en el cronence.

Escuchó un rugir intenso que movió toda la tierra haciendo que sus gecko se levantara en dos patas, asustado. Erie intentó aferrarse a él, sin éxito, cayendo de espaldas en la tierra volcánica. Su gecko corrió desesperado por los kilómetros que habían recorrido adentrándose a ese infierno rocoso. –¡Espera por favor!– le suplicó Erie alzando su mano al aire quedando suspendida en la nada.

La desesperación se presentó con sus mejores galas y le sonrió burlona. Erie vio a diferentes direcciones, perdida y sin rumbo. Se abrazó en un intento de consolarse, mientras la desolación le hacía una compañía silenciosa. ¿Por qué él la había dejado? Se preguntó sintiendo sus ojos aguarse nuevamente. Si tan sólo le hubiese dejado explicarle. "¿Es qué acaso hubiera hecho una diferencia?", una odiosa voz en su cabeza le habló con altanería. Su conciencia había empezado a despertar de su larga hibernación; una parte oscura que se le conocía por salir de las tinieblas en los peores momentos. Erie negó con la cabeza sabiendo que su molesta conciencia tenía razón.

–Genial... ahora discuto conmigo misma– se dijo con una sonrisa forzada.

Se levantó del suelo y fijó su vista a la cumbre. Ella había prometido que arreglaría todo aunque perdiera su vida en el intento, y eso haría. Subió con un esfuerzo que ella misma consideró sobrehumano, pues no recordaba que pudiera hacer algo como eso cuando practicaba con Phil, su entrenador personal. Escaló con cuidado, rogando porque la tierra fuera más estable que su mente en ese momento.

Llegó exhausta hasta la ladera, mientras el calor infernal substraía de ella el líquido vital de su cuerpo, si es que aún quedaba después de tanto llorar. Se dejó caer de espaldas con una respiración agitada, sentía que desvanecía. Sacó del morral, que yacía cruzado su pecho colgando de un lado, una botella de agua. Agradecía al cielo el no haber puesto su bolso en el gecko o estaría en problemas. Dio un gran sorbo y retomó las pocas energías que aún tenía. Se puso de pie y empezó a buscar aquellas extraordinarias gemas. Ray le había dicho que él mismo las había visto en uno de los puntos altos de los volcanes.

Recorrió el lugar un tanto perdida, sin saber si debería ir aún más adentro del valle o si debería de subir aún más a la cima del volcán. No tenía idea de dónde podría encontrar aquel tesoro de guerreros. Erie divisó nuevamente su mano derecha, en donde tenía aquel guante negro con aquel cristal oscuro que ya no irradiaba luz. Se quitó el guante observándolo un poco decepcionada, y así con una expresión impasible, aplastó el cristal sobre éste contra el muro de roca quebrándolo en mil pedazos, liberando cierta energía.

–Ya no me es útil– se dijo para colocarse aquel guante nuevamente. –Necesito el cristal– se dijo para acelerar el paso.

La noche llegó y el brillo de los volcanes incandescentes parecían antorchas que iluminaban su oscuro camino. No sabía cuánto había recorrido desde que había logrado subir la pendiente, pero sí que el camino era cada vez más dificultoso. Maldijo a su gecko, quien ahora seguramente rondaba sin rumbo en el desierto, tal vez incluso había regresado a casa.

–Con Aarón– musitó por lo bajo –Basta, detente– se reprimió a ella misma por sus indeseados pensamientos. –Esto no ayudará...

Caminó a prisa, huyendo de sí misma. Agradeció a la noche su clima frío, pues hacía un tanto más agradable el horno en donde se encontraba. Siguió su paso apresurado cuando divisó al fin el final del camino. Lo que había delante de ella era un derrumbe de rocas de diferentes tamaños, las cuales se sacudían y caían ante los gruñidos de los volcanes. La decepción brilló en su rostro, sin saber qué hacer ahora, hasta que algo relució en la noche; un destello a unos pies sobre su cabeza. Una luz rojiza perdida entre la roca volcánica.

–Eso es...– musitó esbozando una sonrisa, la primera desde hace mucho. –¡Ahí está!– gritó con entusiasmo. Su voz viajó por todo el valle, haciéndola estremecer al escuchar su eco disiparse. No era buena idea que alguien supiera que estaba ahí, más si era un dragón.

Ajustó su único guante con fuerza y se dio a la misión de escalar donde yacía el cristal elemental. Su faldón le dificultaba, sin lugar a duda, la misión, y se maldijo a sí misma por no haber aceptado las prendas que Ray le había ofrecido al enterarse de su misión. Resopló molesta y siguió su acenso con gran impulso. Necesitaba un arma, y ella extrañaba la suya.

Siguió así hasta que por fin alcanzó su objetivo. Ahí, entre rocas vio el cristal que nacía de la mismísima lava volcánica. Un trozo del espíritu del Reino del Fuego, así le decía su madre. Lo arrancó con fuerza del suelo volcánico en un intento de no caer de espaldas hacia su muerte en el proceso, y lo admiró una vez lo tuvo en su mano –Igual al mío- dijo con aquella sonrisa sobre sus labios. Erie aún lo recordaba, aunque claro el suyo tenía forma de rombo, hecho a la medida para ella, pero ese serviría igual. Se deslizó montaña abajo y paró al llegar al sendero que había seguido. Buscó dentro de su bolso a prisa y sacó un pequeño cuchillo, y así, intentó partir el cristal a la mitad, pues no podría usarla con aquella forma esférica irregular que poseía.

–Demonios, esto es más difícil de lo que pensé- masculló al ver que no lograba partirlo –Jamás me enseñaron esto en mis clases de etiqueta– dijo divertida. Necesitaba reírse de sí misma si no quería volver a perder la sensatez para lanzarse a los brazos de la desesperación, quien yacía parada a la par de ella en su espera.

Erie volvió a apuñalar la roca con toda su fuerza para así lograr partirla en dos. A diferencia del cristal que había quebrado antes, éste, aún poseía su poder, y por consiguiente era mucho más resistente a los golpes. Sonrió satisfecha. Agarró la parte más grande y se quitó su guante a prisa, que aún tenía aquel espacio que aprisionaba el cristal anterior. Tomó el cristal con ambas manos y así vio brillar frente a ella el cristal al igual que sus manos que ahora lo quemaban. Necesitaba crearle una forma más adecuada. Después de unos minutos el tamaño disminuyó y el cristal pronto tuvo la forma ovalada que ella necesitaba. Lo colocó lo mejor que pudo, y aunque no cabía con precisión, no se salía tampoco. –Esto será suficiente– se dijo orgullosa de su trabajo. Se colocó el guante en su mano derecha y admiró su arte. Un verdadero cristal de fuego.

–Bien, a probarlo– dijo poniéndose en pie.

–¡La encontramos!– escuchó un grito. Erie se alarmó moviendo su cabeza a diferentes direcciones, en busca de dónde provenía la voz, pero todo estaba demasiado oscuro para poder distinguir algo. –¡Ahora!

Sintió como algo chocaba contra su pecho. Una cuerda con dos pesadas esferas metálicas en cada uno de sus extremos que la envolvían rápidamente en su fuerte abrazo, enredándola. Erie cayó a un lado por las pesadas bolas de metal. Sus brazos yacían pegados de lado a lado de su cuerpo, y con un vano esfuerzo intentó librarse de las sogas.

–Por fin te encontré Erina– una voz resonó en la oscuridad, y así un rostro familiar se dejó ver.

–¿Darius?– musitó al reconocerlo –¡Tú maldito traidor!– gritó Erie, sulfurándose –¡Juro que te colgaré por tu traición a la corona!

–Tú ya no eres nada, es más, ni existes ante los ciudadanos de Heraticlon– indicó divertido ante sus vacías promesas.

–¿Cómo pudiste?– le preguntó con decepción –Se suponía que eras mi guardián– recordó con pesar.

–El guardián de una mocosa engreída de veintitrés años que únicamente quería dedicarse a entrenar con su maldita espada y vivía escabulléndose de entre las paredes del castillo– recordó con fastidio. –El Emperador Barlock me mandó a mí para terminar su trabajo, porque...– se detuvo hincándose a su nivel, tomando su mentón con brusquedad viéndola a esos ojos desafiantes –Yo siempre logré encontrarte.

Erina le escupió al rostro mientras su mirada retadora se avivaba ante su tacto.

–¡Perra!– le gritó para golpearla con fuerza en la cara haciéndola caer al suelo.

Nunca nadie la había golpeado en su vida, no en el rostro al menos, y eso realmente había dolido. Un par de lágrimas corrieron libres ante el dolor, el cual parecía regarse desde su mentón hasta su abdomen. Escupió al suelo al sentir el amargo sabor de la sangre en su boca; estaba segura que se había cortado con sus propios dientes al momento del impacto.

–¡Entonces!– gritó alzándola del suelo con fuerza obligándola a verlo nuevamente poniéndola de pie –Te llevaré con él– dijo a regañadientes. Erie lo vio con cierta sorpresa ante sus palabras –Quería matarte yo mismo, pero Barlock cambió de opinión– recordó de mala gana –No te imaginas todo lo que he pasado para tener esa satisfacción, incluso tus amigos rebeldes pagaron el precio de huir Erina– dijo caminando de regreso, llevándola a rastras.

–¡¿Qué hiciste?!– gritó intentando resistirse.

–Tuve que matarla Erina– respondió con aires de orgullo –Esa rebelde realmente era una molestia.

"¿Matarla?"– pensó con horror. Eso significaba que no había encontrado a Aarón o a Hegel, pero entonces ¿A quién? Y así con un trago amargo descifró de quién hablaba –Alessa– musitó con pesar.

–Seguimos las huellas en el desierto, pero encontramos a una rebelde testaruda y a otro que quedó moribundo. Comida de carroñeros en este punto.

Ellos habían sido quienes casi habían matado a Hegel, dejándolo a su suerte en el desierto, y para empeorar las cosas habían tomado la vida de su esposa. Entonces realmente Alessa había muerto. Se le acongojó el corazón al pensar en eso, y su mirada entristeció.

–Si te hubieras quedado muerta nada de eso hubiera pasado.

–"¡Hegel tenía razón!"– su mente le gritó –"Es mi culpa que Alessa hubiera muerto"

–Pero no importa– siguió Darius con su charla –Ahora Barlock hará tu cabeza rodar.

Eso pareció avivarla según como la obligaba a caminar. Darius la tiró en contra de algo suave, un gecko, y así la subió como si fuese una simple bolsa de carga. La dejó yacer de lado del gecko y así habló a la noche –Barlock nos espera en la salida de esta trampa mortal– dijo a la nada, o eso creyó Erie hasta que distinguió más rostros familiares. Los guardias reales. Erie los vio con decepción, a lo cual ellos no respondieron.

El animal empezó a moverse en la oscuridad, mientras ella ideaba una manera de salir de ahí con vida. Si se lanzaba fuera del réptil caería atada varios metros abajo en donde sólo roca solida la esperaba para moler sus huesos. Mala idea. Pensó entonces en tal vez invocar su espada, pero no podría soltarse por cómo estaba amarrada y romperían el cristal que yacía encubierto debajo de la manga blanca de su blusa antes que pudiera hacer algo. ¿Quemar las sogas con sus manos? "Claro y quémate viva junto con ellas" pensó ella casi burlándose de sí misma. Suspiró resignada. Erie debería de esperar hasta salir del valle para tener la mínima posibilidad de salir con vida.

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