Enfrentado mi Pasado Parte II


Ella ya no estaba. Aarón había intentado seguir las huellas, pero gracias a los constantes vientos, ya eran historia. Resopló molesto. No estaba seguro de lo que hacía, después de todo él mismo le había dicho que la quería lejos. ¿Por qué la culpa tenía que acosarlo tan fervientemente? Sentía que había cometido un error, y a su vez que había hecho lo correcto.

Aarón observó la luna sobre su cabeza, que apenas si le brindaba la suficiente luz. Prontamente se hizo a la idea de que no habría nada más de que hablar con ella, a la larga sería lo mejor. Dio media vuelta, dispuesto a regresar sobre sus pasos cuando escuchó un aleteó sobre su cabeza y una ráfaga de viento se sintió por todo el desierto. Cerró sus ojos con fuerza para evitar que la arena se colara en ellos, y cuando ésta se disipó subió la cabeza buscando qué pudo haberla ocasionado la pequeña tormenta. Y ahí, con la boca abierta lo vio descender a varios metros de él. Un dragón.

Aarón obligó a su gecko a caminar con cautela para acercarse a la magnífica criatura. Un dragón negro como la noche, con escamas que reflejaban tenuemente la luz de la luna. Unos intensos ojos verdes cual esmeraldas se podían admirar, y su respiración emitía cierto vapor como era conocido en esas criaturas. Aarón sonrió, ese podía ser su boleto de regreso a casa, hasta que vio a alguien bajarse del gigantesco réptil. Paró a unos metros y se escondió detrás de una de las grandes rocas que habían. No lograba divisar nada por la inmensa oscuridad, pero no fue necesario. La persona elevó una de sus manos, la cual se iluminó por completo.

–Familia real– se dijo al recordar las palabras de Hegel –¿Barlock?

Él jamás había visto a Barlock en su vida, pero no había duda que debería ser él. Resopló molesto, y se dio cuenta que si hubiera hablado con Erie sobre su vida en el palacio sabría más sobre cuántos miembros de la familia real habían. De pronto un ruido cual estática se escuchó a la distancia, y se escuchó una voz romper el silencio de la noche diciendo algo que no alcanzó a entender; parecía comunicarse por algún tipo de comunicador o algo por el estilo. Aquel hombre replicó –Te veré entonces.

De nuevo se montó sobre el inmenso dragón para que éste alzara vuelo, levantando una gran ventisca de arena y aire. Aarón protegió sus ojos con su antebrazo escuchándolo partir.

–Hay que seguirlos– indicó al gecko golpeando con sus talones los costados de su réptil y seguirlos por la noche.

Siguió durante lo que sintió fueron horas de pura oscuridad; Aarón a penas podía vislumbrar la tenue sombra entre el oscuro desierto, obligándole así, a guiarse casi exclusivamente por el aleteo. En eso notó algo familiar. La entrada al Valle de Volcanes. No había sido parte de su plan pero había llegado de una manera u otra. Aceleró la marcha viéndolo descender en el inicio de las grandes formaciones de roca volcánica. Aarón se escondió nuevamente a cierta distancia y sacó su cabeza detrás de las grandes rocas para observarlo, aunque no sabía qué era lo que estaba observando con exactitud.

–¡Su alteza!– escuchó un grito. Entonces sí era Barlock. –Tal y como lo prometí.

Aarón vio curioso qué podía ser aquello que él parecía llevar con tanto orgullo, pero las diferentes rocas esparcidas de diferentes tamaños le dificultaban ver. –¡Excelente!– lo escuchó gritar con alegría corriendo hacia los adentros del valle. Aarón se fijó en el dragón que ahora yacía solitario. Si corría lo suficientemente rápido, podría robarlo y escapar. Asintió con la cabeza convencido de su plan.

Dio la primera carrera para ocultarse cerca de una de las rocas más adelante, mientras a lo lejos escuchaba hablar a varias personas. Aún estaban distraídos. Siguió así hasta que sólo se encontraba a unos escasos metros del dragón de aquel emperador. El olor a azufre se impregnó en su nariz y sonrió satisfecho. Le había ahorrado todo el trabajo de adentrarse al valle. Aarón corrió a toda velocidad, y escaló por el dragón desde su cola hasta el lomo del animal viendo el asiento vacío de su jinete.

–¡Morirás!– escuchó un gritó alarmándose oyendo un golpe seco a su vez.

Parecía que hablaba con alguien, y no se escuchaba apacible. Gracias a eso aún no se habían percatado de su presencia. Suspiró con cierto alivio.

Aarón se sentó rápidamente en la silla de cuero café y alzó las riendas provocando que el gigantesco animal se pusiera en pie y extendiera las alas. "¡Lo logre!" pensó extasiado. Se fijó en los diferentes hombres que lo miraban con sorpresa por su repentina aparición, sonriendo triunfante ante su logro. El dragón empezó a aletear para alzar vuelo y mientras ascendía a la libertad notó algo que borró toda sonrisa o sentido de orgullo. Sus ojos ámbar se posaron sobre los de él, mientras yacía ella de rodillas con su cabello suelto y alborotado y un corte profuso sobre su ceja manchaba su cara de sangre.

–...¿Erie?– murmuró al distinguirla –¡ERIE!– gritó por instinto, haciendo que ella lo viera alarmado, como si hubiera dicho algo malo.

Barlock la volteó a ver al notar que él parecía conocerla. Con un ágil movimiento tomó un pequeño cuchillo de las manos de uno de los hombres que la rodeaba para colocarlo sobre la garganta de ella, sujetándola con fuerza del cabello haciéndola levantar su cabeza y exponerla con deleite. Aarón entendió al acto la amenaza, y ahí se vio con la opción de irse y regresar a casa o volver y ayudarla, sabiendo que lo más probable es que no sobreviviría ninguno de los dos.

Un extraño dolor en su pecho nació de repente, deseaba protegerla con desesperación. Frunció el ceño viendo a su agresor desafiante y en eso escuchó una voz desgarradora. –¡NO!– gritó ella con el terror intrínseco en sus ojos, sin que él lograra entender cuando un dolor punzante tocó cada una de las terminaciones nerviosas en su hombro. Eso era un dolor físico real. Perdió el equilibrio al sentir el ataque haciéndolo caer del dragón.

–¡Aarón!– la escuchó gritar según como caía para ver una pequeña vara de metal sobresaliendo de su hombro y en su extremo plumas de color rojo sobresalían. Una flecha.

Erie lo vio caer al suelo con pesadez, mientas el dragón de Barlock descendía al suelo sin jinete que le dijera lo contrario. Ella lo escuchó sonreír ante lo que acaba de pasar y la soltó con brusquedad, mientras los guardias caminaban hacia Aarón con una sonrisa oscura.

–¿Lo conoces?– preguntó Barlock con un tono divertido en su voz. A lo cual ella no respondió –Bueno, no importa– dijo desinteresado –Igual se muere.

Sus palabras resonaron cual sentencia de muerte. Sintió que se quedó sin aire ante la idea, eso no podía ser así. Erie vio a aquellos soldados caminar hacia él, con sus armas listos para terminar, lo que asumió, fue un pobre disparo. Se puso de pie en un brinco, y sin pensar en su propia vida, corrió hacia él mientras con sus manos iniciaba un incendió en las cuerdas que la aprisionaban sintiendo cómo las brasas la rodeaban. Escuchó a su tío gritarle con una furia desmedida, pero no le importó, aunque le disparara ahí mismo, no dejaría que le hiciera daño. Erie forcejeó contra las cuerdas que la aprisionaba según se consumían entre las llamas, las cuales se rompieron con facilidad gracias al fuego cayendo a los lados para terminar de consumirse sobre la arena. Sus mangas blancas se quemaron seriamente debido a al fuego, dejando varios hoyos con bordes negros y su piel con quemaduras sobre sus brazos semidesnudos. Sintió el ardor de las brazas que la habían envuelto, pero el salvar a Aarón era más importante en ese momento.

Erie corrió a toda velocidad estirando su mano creando una llamarada lo suficientemente grande como para alumbrar todo el valle, obligando a los hombres de Barlock a retroceder, dándole espacio para llegar hacia él. Erie se lanzó de rodillas a la arena cayendo a la par del cronence, quién tenía una expresión de dolor en su rostro.

–¡Aarón, Aarón!– llamó ella con desesperé observando la herida.

–Erie...– murmuró intentando reincorporarse. –La flecha– masculló en un intento de quitársela.

–¡No!– lo detuvo –Esto detiene la hemorragia– explicó –Después, cuando estés a salvo.

Esas palabras lo helaron ¿Por qué habló en singular? Aarón la vio pararse delante de él y observar a los hombres que empezaban a rodearla, con cierta cautela.

–No sobreviviras a esto sobrina– la voz de él resonó cual estruendo. –Lo mataré a él y luego te mataré a ti– prometió el Emperador.

–Ya lo intentaste una vez y mira como todo terminó– le sonrió Erie divertida.

Aarón la vio con embebecimiento al escuchar sus palabras, entonces él tenía razón. Barlock había sido el causante de su herida casi mortal, y lo más probable es que la haya dado por muerta al caer a las alcantarillas de Heraticlon. Un sentimiento de alivio vino a él, saber eso lo reconfortaba de alguna manera. Erie no había sido la responsable del a muerte de Yuka, había sido el hombre que ahora yacía parado frente a ellos.

–Esta vez no dejaré cabos sueltos– amenazó caminando hacia ella.

–Yo tampoco– dijo decidida. Erie vio de reojo a Aarón quien ahora se encontraba poniéndose en pie con una expresión adolorida –Tu gecko está aquí ¿verdad?– le susurró, a lo cual él asintió. –Los distraeré y tú irás por él, ocúltate en donde puedas–. ordenó.

Rodó los ojos en señal de exasperación, de nuevo las ordenes. Invocó su espada de hielo, agradeciendo al cielo que el hombro lastimado hubiera sido el izquierdo. Aarón se puso a su par, desafiando a sus contrincantes, quienes no parecían particularmente asustados por su presencia.

–Si tú te quedas, yo me quedo- habló autoritario el cronence empuñando su espada. –Además, aún tengo cuentas pendientes con él– dijo viendo a Barlock directamente.

–Yo no soy importante– le recordó con cierto resentimiento la heraclence, recordando sus últimas palabras hacia ella. –Tú tienes una misión... que no me incluye.

Aarón la volteó a ver con fuego en su mirada. ¿Realmente quería ponerse a pelear ahora? Ella le volteó la cabeza, intentando huir de sus ojos fulminantes; había entendido bastante bien su mirada y los pensamientos detrás de ésta.

–La misión era encontrar un dragón– habló Aarón viendo al réptil a sus espaldas –Y lo encontré– expresó satisfecho.

Erie lo vio de reojo ante sus palabras, con un rosto impasible. No pudo leerla por su falta de expresión de sus pensamientos, ni dolor, ni alegría. La máscara que todo miembro de la realeza debe de llevar.

–Entonces cumplamos la misión– respondió impasible –Además– musitó Erie con una media sonrisa –Me muero por probar esto nuevamente.

Estiró su mano para ver la gema que acaba de conseguir, sonriendo con emoción. Su gema se iluminó bajo la noche negra creando una luz amarillenta iniciando desde la palma de su mano. Una forma empezó a divisarse según su espada se formaba; y por primera vez, desde su última pelea, logró verla. Una espada de metal reluciente de gran tamaño se creó gracias a las propiedades del cristal elemental que con tanto esfuerzo le había costado conseguir. El mango era de color oro, la guarda eran dos flamas de color oro por igual y tres gemas en forma de rombo yacía resplandecientes incrustadas de lado a lado de la misma.

–Por fin...– musitó Erie con una sonrisa al ver su espada.

Barlock se acercó con lentitud a ellos con una sonrisa apenas visible, casi como disfrutando el momento. Aarón lo observó con detenimiento, sintiendo cómo su corazón palpitaba a toda velocidad mientras la adrenalina corría en sus venas. Lo inspeccionó con detenimiento, casi memorizando cada facción de su adversario; su cabello negro yacía peinado cuidadosamente hacia atrás y su pequeña barba en la punta de su barbilla le daba un aire de seriedad. Sus ojos eran del mismo color que los de Erie, y su porte era impecable. Un traje de las más costosas telas de todo el reino de un color carmín lo vestían. Una gran gabardina con botones de oro y mangas sueltas. Pantalones de un color negro de corte recto y unos zapatos del mismo color. Sin lugar a duda alguien de la aristocracia o un asesino muy bien pagado.

Barlock vio a sus hombres, los cuales se mantenían a la expectativa, entre atacar o no pues no había dado la orden. Parecía que el Emperador realmente estaba disfrutando el momento.

–Esa inútil espada no te funcionó antes– dijo apacible con una sonrisa –Pero si deseas volverlo a intentar...– habló con un dejo de desinterés. –Mátenlos a ambos– ordenó con una mirada fría como el mismo hielo.

Aarón los vio correr hacia ellos con sus armas de metal reluciente, y por un instante vio de reojo a Erie, quien tenía en su rostro un amago de sonrisa. Erie elevó su espada sobre su cabeza para hacerla chocar contra la tierra con fuerza. De pronto todo el desierto se iluminó con gran fuerza. Un torrente de fuego recorrió la arena, convirtiendo en cristal la arena que tocaba.

–El verdadero poder de la realeza– musitó Aarón viendo el ataque llevarse a cabo.

Todos los hombres de Barlock tuvieron que protegerse al momento. Siendo segados por el gran resplandor y calor asfixiante.

–Ahora– le tomó ella del brazo haciéndolo caminar de regreso al dragón que yacía a sus espaldas, expectante.

–¿Qué?– se sorprendió Aarón al verla corriendo de regreso –¿Estás loca?, podemos ganarles– indicó con una sonrisa confiada.

–Tú no entiendes– reprendió ella con el ceño fruncido –Ellos me conocen, ellos saben de mis limitantes– dijo aprisa, jalándolo de regreso.

–¿Limitantes?– repitió Aarón sin entender.

–¡Deja de discutir conmigo y...

Erie calló de golpe. Sus ojos se abrieron de par en par para que una expresión de horror invadiera su rostro, sin Aarón entender. Lo abrazó con fuerza, obligándolo a dar media vuelta, y así ver aquello que Erie había divisado. Un rayo se aproximó hacia ellos dando en su objetivo. La escuchó gritar de dolor y el olor a cabello y carne quemada se impregnó en su nariz. Sintió su agarre debilitarse dejándose caer a sus pies.

–¡ERIE!– le gritó sosteniéndola entre sus brazos y caer con una rodilla en el suelo junto a ella.

Chasqueó la lengua en señal de molestia y notó a Barlock apuntar su gran espada hacia ellos. –Falle– dijo inmutable. "¿El ataque no era para Erie?" pensó confundido. La vio de nuevo con aquella expresión de dolor en su rostro y entendió. El ataque era dirigido hacia él. Su blusa yacía hecha añicos, y un leve vapor se notaba desde donde la herida nacía.

–Vete– le indicó adolorida –Me quiere a mí, no tiene nada que ver contigo– ordenó mientras intentaba ponerse en pie.

–¡No digas estupideces!– le reclamó con una opresión en su pecho –Jamás te dejaré... no de nuevo.

Sus palabras abrazaron su corazón herido, obligándola a sonreír. Erie observó a Barlock quien de nuevo tomaba el mango de su espada con ambas manos. Una espada de un metal tan oscuro como la noche, pero que guardaba una energía a su alrededor iluminándola de un particular color azul. Su hoja de metal ondulada parecía darle justicia a la mente retorcida de su dueño. Ambos morirían bajo los rayos de Barlock si ella no pensaba en algo, y en eso un estruendo se escuchó.

Una explosión llamó la atención de todos los presentes, y una bola cubierta en llamas cayó del cielo –¡Cuidado!– se escuchó un grito mientras todo empezaba a explotar sin control. Aarón la protegió con sus brazos de los escombros que volaban sin control de un lado a otro. Una capa de polvo se levantó según como las misteriosas explosiones continuaban, tapando todo en su manto de arena. Aarón intentó visualizar algo, pero le fue imposible, no podía ver más allá de su nariz.

–¡Levántate!– escuchó el grito de una voz familiar.

Aarón lo vio correr hacia ellos con aquella espada color rojizo. Hegel atacó nuevamente y vio una bola de fuego centellante nacer del filo de su espada y verla perderse entre el caos y nuevamente se escuchó otra explosión. La habilidad especial de la espada de Hegel. Llegó hacia ellos y se apresuró desvaneciendo su espada, y con su único brazo en condiciones de hacer algo, lo haló del cuello de su camisa obligándolo a ponerse en pie y a su vez a Erie, quien aún yacía entre sus brazos.

–¡Tenemos que irnos!– insistió Hegel soltándolo y correr hacia el dragón que yacía de pie con una mirada inquieta. –¡Ahora!

Hegel había llegado en el momento justo o eso pensó él aliviado. Aarón regresó su mirada a Erie, quien tenía aquellos ojos llenos de dolor, se aferraba a su pecho mientras él la sostenía procurando no tocar su herida.

–¿Puedes caminar?– le susurró, ella asintió con un débil movimiento de cabeza y como pudo, ayudada de Aarón, siguieron a Hegel.

Hegel los volteó a ver a ambos, notando la lentitud de Erina para poderles llevar el paso. Rodó sus ojos en forma de exasperación y corrió de regreso hacia ellos para tomar a la chica con su brazo y, como cuando la rescató del incendio, llevarla colgada sobre su hombro. –¡Ahora andando Aarón!– ordenó dirigiéndose al dragón delante de ellos, seguido por el cronence. Hegel se montó sobre el reptil con bastante esfuerzo por la carga que llevaba dejándola caer boca abajo en el lomo del réptil negro. Se sentó sobre el asiento del jinete y le extendió su mano a Aarón haciéndolo subir por igual.

–¡¿Sabes volar esto?!– preguntó el cronence mientras se acomodaba junto a Erie.

–¡No!– respondió con una sonrisa divertida –¡Aprenderé en el camino!– agitó las riendas haciendo que el dragón volviera a alzar sus alas y así despejar la nube de polvo. –¡Aarón congela todo lo que puedas!– ordenó Hegel divisando a sus enemigos.

Aarón asintió con la cabeza para con su espada lanzar un ataque frío al aire, el cual impactó la tierra desparramándose en un manto helado. –Mi parte favorita– murmuró Aarón con una amplia sonrisa, Hegel lo observó divertido logrando tomar altura para por fin alejarse de sus enemigos en la oscura noche.

Barlock vio a su dragón alejarse en las alturas, con aquella expresión inmutable nuevamente grabada en su rostro. Ni enojo, ni regodeo, sólo una mirada fija en su objetivo que escapaba nuevamente.

–¿Señor?– llamó Darius viéndolo a la expectativa.

–Maten al dragón– ordenó secamente.

0-0-0-0-0

Sintió el frío de la noche recorrer su piel desnuda, la cual le dio cierto alivio a la quemadura que yacía sobre su piel blanca. Los pedazos de su blusa ondean libres, mientras su espalda parecía albergar un infierno bajo su piel. –Regresemos con los Nómadas– escuchó sugerir a Aarón, mientras Hegel respondía algo que no alcanzó a escuchar. No podían regresar, pondrían en peligro a toda la tribu para tratar sus heridas.

–No te preocupes– le habló el cronence con una expresión de angustia marcada en su rostro –Iremos con Ray y...

–¡No!– interrumpió Erie con rapidez –Condenaremos a toda la tribu.

–¿Entonces qué sugieres?– cuestionó Hegel –Te encuentras mal herida y Aarón no está mejor que tú– indicó viendo la flecha que sobresalía del hombro herido del cronence.

–Hegel ¿Traes las hierbas medicinales que te dio Hanna?– preguntó ella al fin.

–Claro, gracias a eso mi brazo ha sanado casi por completo– respondió estirando su brazo herido. –En tus heridas tal vez sirva, pero no en la herida abierta de Aarón– le recordó. –Esa flecha tendrá que permanecer ahí hasta que tengamos con qué suturarla.

–Será suficiente– asintió Erie –Volaremos al final del reino y buscaremos a Kaya.

–¿Kaya?– repitió Aarón confundido.

–Mi dragón.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top