Capítulo 42

Era un caluroso y soleado domingo, así que decidieron que era buena idea pasar un día de playa como hacía tiempo no pasaban.

―No me puedo creer la cantidad de cosas que hay que cargar. Ni que nos fuéramos una semana de vacaciones ―se quejó Dani pinchando la sombrilla.

―Porque ya no somos jóvenes e inconscientes ―le contestó divertido Miguel Ángel―. Ya no vale solo con echar la toalla y un bocadillo en la mochila y a volar. Ahora somos más sibaritas.

Ernesto no pudo evitar entrar en la conversación.

―Sí. Ahora hay que venir con las sombrillas, las sillas, una muda de ropa para después no irse escocío, las gafas...

―Por si nos apetece hacer snorkel ―añadió Miguel Ángel ganándose un asentimiento de aprobación de su amigo, que continuó enumerando.

―La red...

―Por si nos apetece jugar voleibol.

―La pérgola...

―Que se ve que con la sombrilla no es suficiente.

Cada vez que Ernesto decía algo, Miguel Ángel completaba su explicación, ignorando ambos el gesto de hastío de Dani, que luchaba por abrir finalmente la sombrilla que se le había quedado encasquillada.

―¿Y un bocadillo? ¡Venga ya! ―volvió Ernesto a la carga.

―¡Claro que no! Ahora nos vamos al chiringuito a comer espetos de sardina.

―¿Podéis dejar de hacer el payaso los dos y ayudar a Dani, que se le ha rebelado la sombrilla? ―preguntó Irene que se echaba crema solar sobre todo en la barriga, como si los rayos solares fueran a atravesar su piel y dañar a su hija.

―Le quitas toda la diversión, cariño. Él ya puede solo... o no ―le contestó Miguel Ángel cuando vio que Ernesto se sumaba a la pelea―. Además, solo constatábamos el hecho de que ya nos vamos haciendo mayores y tiquismiquis.

―Habla por ti, guapito. Yo estoy en la flor de la vida ―dijo entonces Nadia.

―Obviando por completo que has llamado guapo a otro que no soy yo, mucho decir que estás en la flor de la vida pero eres la primera en venirte con la silla.

Ernesto se llevó un puñetazo en el brazo de Laura, que había terminado de pelear en ese caso con su hijo, para que no se fuera al agua sin echarle crema.

―No te pegan esos celitos. Además, no es ningún secreto que Migue está buenorro.

―¡Lauri!

―¡Dani! ―contestó ella en el mismo tono, él solo puso los ojos en blanco―. Perdona, creí que estábamos jugando a decir nuestros nombres.

Dani no pudo más que sonreír y negar con la cabeza. Avisó de que se iba al agua con Manu y se marchó acto seguido. Miguel Ángel, más colorado que otras veces, y Ernesto lo siguieron segundos después tras quedarse en bañador.

―Es más mono ―dijo de nuevo Laura cuando se fueron―, tu niño se sigue poniendo colorado cuando decimos lo bueno que está.

Irene y Nadia rieron con su amiga.

―Después soy yo la bocazas y la que está fuera de lugar, pero cuando vosotras os juntáis sois lo peor.

―¡Amén, hermanita! ―contestó divertida Irene, levantando un pequeño cartón de zumo de naranja que había abierto para beber.

De pronto, antes de que Nadia pudiera decir nada más, fue alzada del suelo de improviso por Víctor, que había aparecido por detrás sin que se diera cuenta. Ella pegó un grito por la sorpresa que asustó además a sus amigas, que una vez que vieron qué había pasado se echaron a reír, no sin regañar a su amigo por darles ese susto.

Víctor dio besos a las tres y alzó la mano en el aire para saludar a los que estaban en el agua, que le devolvieron el saludo de la misma manera y lo instaron a unirse a ellos.

―¿Has venido solo con eso? ―le preguntó Nadia señalando la mochila que había soltado en el suelo.

―¡Claro! ¿Para qué quiero más?

―¡Por Dios! Que Dani no te oiga ―suplicó Laura.

Con él llegaban Rocío y Belén, que también saludaron a todos, formando una algarabía. Poco a poco fueron llegando los demás, que iban añadiendo sombrillas y toallas alrededor, haciendo que el sitio ocupado fuera cada vez mayor. Primero Paloma y Diego y siendo los últimos en aparecer Nacho, Aída y María, que llegó protestando.

―¿No podíamos venir a una playa que estuviera más lejos? ¿Y por qué tan temprano?

―¡Hola, María! Es un placer tenerte por aquí ―comentó irónica Irene.

―Hooooola ―respondió a regañadientes, saludando a todos―. Es que yo luego trabajo. Encima Nacho no me ha dejado venir en mi coche para irme después.

―Por eso hemos quedado pronto, porque luego vas a ser una cortarrollos y te querrás ir a trabajar ―comentó Paloma tranquilamente.

―¡Y claro que no puedes venir en tu coche! Mi broder tiene un super coche que resiste cualquier cosa, no puede permitir que los demás vengan en sus cascarrias ―entró Nadia en la conversación―. Raro es que no se compre un autobús para traernos a todos.

―No es mala idea, hermanita. Voy a empezar a mirar en Aliexpress ―contestó sacándole la lengua infantilmente.

Era una manía que Nacho no podía evitar. Si tenía que ir a alguna parte siempre aportaba el coche, no se arrepentía, pero lucía un tanto colorado por la vergüenza tras lo dicho por su hermana.

Tal y como había comentado María, habían optado por ir a una playa que estuviera un poco más alejada de las de la capital para estar más tranquilos y tener espacio para todos.

―¿Y Quique? ―preguntó Laura.

―En su casa imagino ―contestó María encogiéndose de hombros.

―¿No le has dicho que viniera?

María miró con disimulo a su alrededor. Estaban todos en las toallas, incluido Manu, que se había hecho con un paquete de patatas del que estaba dando buena cuenta.

―Me siento un poco juzgada ahora mismo ―contestó un tanto intimidada―. Imaginaos él.

―Enano, tápate los oídos ―le dijo Nadia―, porque creo que tita María está diciendo que no se fía de nosotros y esas mentiras no las tendrías que escuchar.

Manu, que seguía entretenido con sus patatas se tapó solo un oído para no dejar de comer.

―Seeeh, con eso vale ―le dijo de nuevo Nadia haciendo un gesto divertido con la cara que le hizo reír.

―Lo estás llamando pero ya ―ordenó Laura.

―¿Qué dices? Llevamos unas pocas citas, no lo voy a poner en el compromiso de aguantaros un día de playa. ¡Me lo espantareis!

Comenzó un sinfín de quejas por parte de sus amigos, que juraban que no harían nada que le hiciera quedar mal, así que ante eso y las miradas amenazantes de Laura decidió mandarle un mensaje con su ubicación por si se quería pasar. Mensaje que contestó apenas un minuto después diciéndole que contara con ello.

A María le apareció una boba sonrisa en la cara que fue motivo de burla por parte de los demás. Como siempre, su reacción fue sonrojarse hasta límites insospechados, algo muy común en ella.

Apenas una hora después apareció Quique en la ubicación que le había mandado. En cuanto apareció fue, lejos de lo que habían prometido, el motivo de todas las conversaciones y bromas. Él lo tomó bastante bien pues Laura ya se lo había advertido por mensaje, así que iba preparado. Era una iniciación en aquel diverso grupo y él no tenía reparos en ser el objetivo si era lo que hacía falta para estar con María, con la que le encantaba estar.

Pasaron toda la mañana hasta la hora de comer, entre juegos en la arena y chapuzones. Manu no parecía ser el único niño, pues todos disfrutaban como él. Correteaban por la playa persiguiéndolo, o hacían peleas en el agua con unos subidos en los hombros de otros.

Después de comer en el chiringuito, tal y como había previsto Miguel Ángel, que decidió llamar el día anterior para reservar para tanta gente, volvieron a la arena.

―¡Ayyyy, he comido demasiado! ―se quejó Ernesto, que se lanzó hacia su toalla, que estaba perfectamente colocada a la sombra, para quedarse tumbado boca abajo de cualquier manera.

Nadia se tumbó encima de él, lo que provocó que se quejara de nuevo. Manu la imitó y se puso encima de ella sin dejar de reír por su ocurrencia. Ernesto no paraba de quejarse porque notaba cada vez más peso de los que se iban sumando.

―¡Al final potaré! ―amenazó con la voz amortiguada por tener la cara pegada al suelo.

Aquello sirvió para que se quitaran todos los que habían decidido aplastarlo. No cambió su postura y el resto también se sentaron o tumbaron en sus sitios para tratar de descansar un poco después del almuerzo.

Nadia se tiró a su lado pisando más la toalla de él que la propia. Aprovechó para hacerle leves caricias en el brazo que tenía flexionado, usando su mano como almohada. Ernesto entreabrió un poco los ojos y la miró, dándole una sonrisa de las que tanto le gustaban, la que provocaba que se le formaran una arrugas de pura felicidad junto a los ojos.

Se echó las gafas hacia arriba, dejándolas sobre la cabeza a modo de felpa y miró aquellos ojos azules que brillaban. Siempre había adorado cómo se veían los ojos de él en la playa.

―¿Qué? ―preguntó él en un susurro.

Nadia sonrió y negó con la cabeza. Él se puso de medio lado, apoyado sobre un brazo y poniendo el otro sobre su cintura. Se acercó más a ella, estando ahora frente a frente.

―Vamos, dime qué pensabas y por qué me mirabas así ―susurró casi encima de sus labios.

Ella le sostuvo la mirada, aunque con dificultad porque solo quería cerrar los ojos y cerrar esa mínima distancia que había entre ellos.

―Siempre me ha gustado cómo se ven tus ojos en la playa. Son más azules ―susurró ella en respuesta. Él de nuevo sonrió.

―Es por el sol. Me molesta y ya sabes, se contrae la pupila y se me ve más el iris... ¿Qué? ―preguntó de nuevo cuando vio la sonrisilla mal disimulada que tenía.

―Podrías haber aceptado el cumplido y ya, no darme una lección de biología.

―Ups. Dímelo otra vez. ―Nadia negó y él hizo un puchero con la boca―. Dímelo otra vez, por favor.

Rió silenciosamente, para que su conversación continuara siendo privada como estaba siendo hasta ese momento.

―Me gusta cómo se ven tus ojos en la playa.

―Siempre ―corrigió―. Siempre te han gustado.

―Siempre me han gustado ―concedió con un asentimiento.

―Y a mí siempre me has gustado tú.

La besó, como quería hacer desde hacía rato. Notó en sus labios la sonrisa mientras ella le respondía gustosa.

―¡Eh, tortolitos! María y Aída dicen que se van.

Nacho los sacó de su burbuja y se separaron, aunque sin dejar de sonreír. Ernesto le guiñó el ojo discretamente y se levantaron de la toalla.

―¿Qué es esa tontería de que os vais? ―preguntó Nadia sacudiéndose la arena que se le había adherido a las piernas.

―Tontería no, que tenemos que trabajar. Así que ya estáis dejándome unas llaves de uno de vuestros coches. Aída si quiere que se quede.

―¿Por qué no os quedáis las dos? ―preguntó Irene―. No creo que pase nada por un día que cerréis.

―No es un día, es un domingo y en verano ―contestó ahora Aída―. Menuda socia que tenemos.

―Si es ahora cuando vamos a montar la red de volei ―añadió Rocío.

―¡Y alguna ventaja tendrá que seáis autónomas! ―aportó Diego, que aunque normalmente era callado, solía dar su opinión de todo.

―Ser autónomo no tiene ventajas casi, Dieguito ―comentó Nacho intentando apoyarlas, pero con cara de pena porque se tendrían que ir y quería pasar el día con todos.

Entre todos empezaron a intentar convencerlas. Se tenían que ir las dos porque le habían dado el día libre a Víctor, pero tampoco ellas tenían ganas de irse.

Nacho, Víctor y Quique eran los únicos que se mantuvieron callados, mientras que los demás insistían para convencerlas. Sabían que estaban jugando sucio, pero cada vez eran menos las ocasiones en las que podían estar todos juntos con las obligaciones y los trabajos.

Manu llegó, seguido por Dani, y se acercó a ellos todo empapado de estar jugando en el agua.

―¿Vas, tita Madía?

María entonces miró al pequeño, luego a Quique, que mantenía una expresión serena esperando para llevarlas a su casa para que se ducharan y cambiaran. Luego dirigió la vista a Aída y esta supo que habían perdido la batalla.

―¿Ponemos un cartel de cerrado por defunción? ―le preguntó a Aída haciendo una extraña mueca con la cara.

―Se ve que tenemos una mala racha. ―Se encogió de hombros―. Cerrados por defunción.

―Pues nos quedamos, Manu ―le explicó al niño agachándose para estar a su altura―. Hoy toca defunción.

―¡Bieeeeeen! ¡Defunción! ―gritó Manu inocente.

María abrió mucho los ojos y miró a Laura, que negaba con la cabeza por el escaso tacto de sus amigos.

―Y luego soy yo ―bufó Nadia―. Vamos al agua, enano.

Lo despeinó un poco y lo empujó levemente para que la acompañara al agua, como si él necesitara mucho más para volver al juego. Su amiga se incorporó de nuevo. 

―Esto se lo vas a explicar tú, que lo sepas ―le advirtió Laura señalándola con el dedo y yendo también al agua.

Todos miraban el intercambio con sonrisas mal disimuladas.

―¡Bieeeen! ¡Defunción! ―susurró bromista Rocío con la misma entonación con la que lo había dicho Manu―. Vamos a bañarnos, anda. Pasemos el luto al fresquito.

Estallaron todos en carcajadas y se fueron, dispuestos a seguir disfrutando de días como aquel.


¡¡Y llegamos al final!! ¿Qué os ha parecido? Para mí ha sido genial haber compartido esta historia con vosotros y que os haya gustado, espero que para vosotros también. Ya sabéis que me gusta saber lo que opináis y estoy deseando leer vuestras impresiones.

En breve el epílogo y alguna noticia nueva.

Gracias por haber estado ahí todo el tiempo. Gracias CamusiDobleG porque no me vota sino le parece híper mega high excelente y eso me hace querer superarme (aunque podía ser menos tiquismiquis :p); gracias CassandraAcuri por tus comentarios alocados; gracias Roch1092 por estar siempre ahí con tus ocurrencias.

Y sobre todo a tres compañeras que encontré en el camino. Me desafían cada dos por tres para provocarme y hacerme mejor y está claro que sin ellas esta trilogía no habría existido. Gracias MarcePeralta , MPSouthwell y mi sister y beta Azzaroa . Sois las mejores. Miiiiiil besos.

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