Capítulo 36

Salían felices del centro médico donde le habían hecho la ecografía. Ambos cogidos de la mano, con sendas sonrisas en sus rostros por haber escuchado el corazón de su pequeño, que como ellos esperaban era fuerte y rápido. La incertidumbre inicial de saber cómo seguía su pequeña gambita, como ellos lo llamaban al tener ese tamaño, dio paso a la emoción contenida tras saber que todo estaba en orden y que el embarazo seguía su curso con normalidad.

No hubieran tenido tanta inquietud si no fuera porque Irene no se encontraba del todo bien, pero en ese momento iban mucho más tranquilos, sabiendo que todo era parte de los contra de ese gran mundo que era el mundo del embarazo.

Además, saber cuál era el sexo de su bebé había sido una gran noticia, aunque les daba realmente igual si era niño o niña.

―¿Vamos a comer con Nadia? ―preguntó Miguel Ángel sin abandonar en ningún momento su sonrisa―. Querrá saber cómo ha ido todo.

Irene afirmó con la cabeza y se encaminaron hacia su trabajo, donde sabían que estaba debido a la hora que era. No tardaron mucho en llegar pues estaban cerca.

No tuvieron que pegar al portero para que les abrieran el portal, puesto que un numeroso grupo de personas salían en ese momento. Ambos supieron que se trataban de aquellos que habían terminado las clases de la mañana. Subieron las escaleras hacia la primera planta, donde tras la única puerta que había se escuchaban unas voces amortiguadas.

La puerta estaba entornada, así que simplemente empujaron un poco para entrar. No se veía nadie, por lo que optaron por llamar a Nadia en voz alta. Ésta salió de la sala que estaba más cercana a la puerta, que era el estudio donde impartía las clases prácticas de fotografía.

―¡Hola! ―saludó efusiva.

Ernesto salió también de donde ella se encontraba, lo que sorprendió bastante a los recién llegados. Comenzaron todos a saludarse con dos besos en la cara, como era su costumbre.

―No os esperaba por aquí a estas horas, creí que os vería ya por la tarde cuando estuviera desesperada por saber algo.

―Hemos venido a comer contigo ―contestó Irene. Luego se dirigió a Ernesto―. Lo que no sabíamos es que tú estarías también aquí.

―Nadia me propuso que hiciera el taller de retrato que hacía hoy. Me ha venido bien para no quedarme pensando demasiado y así la he podido ver en acción.

―¿Y qué tal? ¿Tiene más paciencia dando clases o es muy ella? ―preguntó Miguel Ángel.

―¡Oye! ―se quejó ella pegándole en el brazo―. A lo mejor no tengo tanta paciencia como tú, pero soy una maestra de puta madre.

Miguel Ángel la regañó por sus malas palabras, alegando que tenía que empezar a controlarse para que después el bebé no las aprendiera.

―Te vas a parecer a mi padre ―le reprochó Nadia en broma, para luego dirigirse a su hermana―. A ver si va a ser verdad las teorías esas que hay y has buscado a papá en tu pareja.

Se llevó el golpe en el hombro de Irene y todos rieron con su intercambio.

No estuvieron mucho rato más allí, pues decidieron ir a comer. Irene no dejaba de decir que tenía mucha hambre y antojo de comida mexicana, así que acabaron en un restaurante no muy lejano en el que, según Nadia, tenían los segundos mejores tacos de cochinita pibil que había comido en su vida.

El lugar era bastante acogedor, con paredes y decoración colorida y agradable, con detalles típicos mexicanos. En el mismo momento en el que entraron, les llegó el olor característico que provenía de la cocina, haciendo que el hambre de Irene se intensificara, escuchándose su estómago por encima del sonido de sus voces.

―¿Por qué los segundos, Nadia? ―preguntó su cuñado una vez que estuvieron acoplados en una mesa.

―¿Por qué los segundos qué?

―Pregunto que por qué son los segundos mejores tacos.

―¡Ah! Pues porque los primeros son otros ―contestó escueta sin dejar de mirar la carta, aunque tenía muy claro lo que iba a pedir.

Miguel Ángel la miró fijamente, con los ojos entornados.

―Me lo has aclarado mucho ―contestó irónico.

Todos rieron ante la absurda conversación que estaban manteniendo. Nadia cerró la carta y lo miró, sonriendo levemente.

―Los primeros fue en una feria de los pueblos de Mijas a la que fui a hacer fotos, y en la que me tiré todo el día comiendo. Había gente de todas partes que habían ido allí expresamente al evento.

»Probé la cochinita pibil en el puestecillo de México, una tremenda arepa en el de Venezuela, un asado que estaba para morirse en una zona que compartían Argentina y Uruguay, y un extrañamente rico bocadillo de carne con salsa de frambuesa en el puesto de Reino Unido. Después de aquello, nadie los ha desbancado del primer puesto.

―Mi niña qué internacional es. Visita todos los países sin salir de la provincia. ―Rio Ernesto dándole un beso en la cabeza.

Ella hizo un gesto de suficiencia siguiendo la broma. El camarero llegó para tomarles nota y ellos no dudaron en qué pedir.

―Bueno, contad qué os ha dicho el médico, que nos tenéis en ascuas ―preguntó curiosa Nadia, apoyándose sobre sus codos.

―Pues está todo bien ―contestó Miguel Ángel con orgullo―. Las molestias que tiene son normales.

―Es que está claro que lo que el embarazo hace con el cuerpo no es normal ―comentó entonces Ernesto haciendo una mueca con la cara―. Se mueve todo por dentro, se recoloca, de pronto tienes el estómago en la garganta, el bazo en el codo...

―¡Pero qué exagerado eres! ―le interrumpió Irene riendo.

―Bueno, un poco de razón sí que tiene, aunque el bazo no llegue al codo ―apoyó Nadia―. ¿Os han dicho si es niño o niña?

Irene y Miguel Ángel asintieron felices. El camarero les llevó sus bebidas en ese momento, ellos se lo agradecieron y continuaron con la conversación.

―¿Tú qué prefieres? ―preguntó curiosa Irene.

Nadia lo meditó durante unos segundos.

―La verdad es que me da igual. Si es niño me voy a ir con él a jugar al baloncesto y al voleibol.

―¿Y si es niña?

―¿Qué pregunta es esa, Migue? Si es una niña me voy a ir con ella a jugar al baloncesto y al voleibol ―contestó con obviedad―. Me da lo mismo, me va a adorar igual.

Sonrieron por el comentario, no esperaban otra cosa de ella ni dudaban de que iba a ser la tita preferida. No sabían exactamente cómo ni por qué, pero Nadia tenía mano con los niños y todos efectivamente la acababan adorando. Probablemente era porque ella aún disfrutaba de su lado más infantil y no vacilaba a la hora de hacer el payaso con ellos.

―Pues vas a disfrutar de ir a jugar al baloncesto y al voleibol con tu sobrina ―dijo Irene con una amplia sonrisa.

Nadia aplaudió feliz por ellos y se levantó para abrazar a su hermana, que estaba justo delante de ella. Antes de volver a su sitio se acercó también a su amigo, le cogió la cabeza y le dio un rápido beso.

―Pues sí que te ha hecho ilusión que sea una niña ―comentó Ernesto.

―Bah, lo habría hecho igual y lo sabes.

―La verdad es que sí ―afirmó.

El camarero les llevó entonces la comida. Irene acercó su nariz al plato, oliéndolo casi con veneración y el resto sonrió ante el gesto. No tardó mucho en atacar su plato, imitándola los demás, lo que hizo que dejara de haber conversación por un momento.

―Y bueno ―comenzó Ernesto entre bocados―, ya que sabemos que tendremos una preciosa niña que esperemos se parezca a su madre...

―Amén a eso, hermano ―comentó Miguel Ángel levantando su vaso para chocarlo con el de su amigo.

―¿Sabemos el nombre o es muy pronto? ―completó una vez que hubo bebido tras el brindis.

Miguel Ángel se encogió de hombros. Como no sabía cuál era el sexo de su pequeño ni se lo había planteado. Sin embargo Irene parecía tener una idea muy clara de lo que quería.

―Tú lo tienes pensado, hermanita ―le dijo conocedora de su expresión.

―No, yo no lo tengo pensado. Tengo una idea, que no es lo mismo.

―¿Sigues con la idea de Luna?

Nadia se acordó de alguna conversación, cuando jugaban a las casitas, en la que Irene le había puesto ese nombre a la muñeca que hacía de su hija. Miguel Ángel se sorprendió ya que no sabía que ella tenía algún nombre en mente.

―¿Luna como el de mi trabajo? ―preguntó Ernesto con una mueca en la cara.

―A ver si te entra en la cabeza que ese muchacho se llama Pablo. Tenéis un problema con el tema apellidos, ¿eh? ―le contestó la propia Nadia para luego insistirle a su hermana sobre el nombre.

―¡Qué va, mujer! Mi niña no va a llamarse como Luna la pepona ―el nombre completo hizo reír a todos de nuevo.

―¿Y cuál tenías pensado? ―preguntó curioso Miguel Ángel.

Ella, que se había llevado el último bocado del taco a la boca, tardó un poco en contestar, impacientándolos a todos.

―Uy, uy, uy. Eso es que no te lo quiere decir ―comentó Nadia.

Su hermana le tiró una servilleta de papel con la que había hecho una bola, aunque ella lo esquivó fácilmente.

―¿Por qué no me lo quieres decir?

―Será un nombre feo ―apostilló Ernesto metiendo un poco más de baza.

―¿Es un nombre feo?

Irene puso los ojos en blanco y lo miró.

―¿En serio vas a hacer caso a estos dos? Parece que no los conozcas.

―¿Entonces por qué no me lo dices?

―Eso, ¿por qué no se lo dices?

Irene miró con los ojos entrecerrados a Nadia, que era quien había hablado y la que en ese momento la miraba con su mejor cara de inocencia, articulando un inaudible "¿qué?" con la boca.

―¡Venga, dímelo! ―insistió Miguel Ángel, al que habían contagiado la impaciencia.

―Quería decírtelo en casa, para que lo pensaras tranquilo, pero como no paras te diré que me gustaría que se llamara Mandai.

Miguel Ángel se quedó mudo, sin dejar de mirarla.

―¡Hooooossssstia! ―susurró Ernesto.

Nadia lo miró, entrecerrando los ojos porque no estaba entendiendo nada, aunque él seguía mirando a su amigo, que no había variado su expresión.

―¿Qué me he perdido? ―susurró ahora Nadia en el oído de su novio.

Ernesto entonces la miró e hizo una mueca. Ella supo que no sabría nada por él. Que lo que quisiera que supiera era algo que no revelaría sin que su amigo le diera pie a contarlo. Ella le guiñó un ojo, para dejarlo tranquilo, con idea de enterarse de cualquier otra manera y él pudo entonces sonreír, girándose acto seguido para continuar mirando a la pareja que tenía enfrente y que parecían estar ajenos a ellos.

Miguel Ángel continuaba con su mutismo e Irene no supo cómo interpretar tanto silencio por su parte, si como algo bueno o malo. Sus amigos continuaban pendientes sin querer romper el momento a la espera de que él se decidiera a decir algo.

―Si no quieres no pasa nada ―dijo tímidamente.

―¿Por...? ¿Por qué? ―habló por fin Miguel Ángel, aunque con una voz que no era la suya habitual.

Irene elevó las cejas, aquella pregunta la confundió bastante. Nadia era la única que no sabía qué pasaba en aquella mesa.

―Le están dando mucha emoción a esto del nombre ―le comentó a Ernesto en voz baja.

Este solo sonrió negando con la cabeza, aunque se llevó la silenciosa regañina de Irene, que la miró de reojo con una expresión poco amigable. Luego volvió su atención a Miguel Ángel.

―Migue, por favor, cariño. No sé...

No pudo acabar la frase porque este la abrazó. Hundió la cabeza en el hueco de su cuello y respiró hondo de ella, siendo automáticamente reconfortado. No se había dado cuenta de en qué momento se había puesto a llorar, solo notó que sus lágrimas mojaban levemente la camisa de Irene, quien le pasaba las manos por la espalda intentando que se calmara.

―Perdona, cariño. Ha sido una mala idea.

Él se separó de pronto y la miró con ojos brillantes por esas lágrimas derramadas. Negó con la cabeza y carraspeó un poco para aclararse la voz.

―Vamos, tío ―medió Ernesto―. ¿Estás bien?

Miguel Ángel se dio cuenta entonces de que no estaban solos, limpiándose rápidamente las lágrimas, y asintió, regalándoles una sonrisa sincera.

―¿Seguro que estás bien? ―preguntó entonces Nadia, también preocupada porque nunca lo había visto así.

―Estoy bien. Simplemente no me lo esperaba, la verdad.

―¿Por qué es tan especial el nombre? ―insistió no pudiendo resistir la curiosidad.

―Hermanita, hay que saber parar a veces ―contestó Irene entre dientes.

Nadia hizo un gesto de resignación con la cabeza, y levantó las manos en señal de rendición y disculpa, viéndose ciertamente avergonzada. Miguel Ángel rio en voz queda ante las locuras de su amiga y cuñada.

―Mandai era el nombre de mi hermana ―explicó entonces con su habitual tono tranquilo.

Nadia frunció el ceño, bastante confusa. Lo conocía desde hacía años y aquella era la primera noticia de aquello.

―Tú eres hijo único.

―Sí. Porque mi hermana murió.


¡Helloooooo! Bueno, ya que la grande de @Azzaroa subió su capítulo, ya sabéis que yo he de subir tres, así que con este empiezo. ¿Qué os ha parecido? Vamos a conocer un poquito más sobre Migue, que es el hombre tranquilo y desconocido de la saga tal vez, ¿no? Espero que me digáis qué os ha parecido que me gusta leer vuestros comentarios. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top