Capítulo 33
Habían tenido una tarde bastante movida sin poder parar. En ese momento, siendo casi las diez y media de la noche, ya parecía que había menos gente, pues casi todo el mundo había salido para ir a cenar a otros bares.
María, que no había parado de preparar crepes y tés, preparaba una nueva carga de platos en el lavavajillas. Aída por su parte, seguía preparando algún que otro zumo que le habían pedido.
―¡Madre mía, qué diíta! ―comentó Víctor dejándose caer un poco sobre la barra―. Dame la cuenta de la Azul-10 por fa, nena. Son los únicos que quedan ya en esa sala.
María fue hacia la pantalla del ordenador para sacar el ticket.
―Y la de la C-2 ―añadió Mari, otra de las camareras, que resoplaba por el cansancio.
Normalmente media hora después cerrarían las puertas, pero sabían que aunque quedaran pocas mesas ocupadas ese día saldrían más tarde al tener que recogerlo todo y dejarlo preparado para abrir al día siguiente.
La campana de la puerta volvió a sonar, en esa ocasión anunciando que alguien llegaba y no que se iba. Era Laura, que llegaba acompañada.
―¡Hostia pu...!
―¡María! ―le llamó la atención Aída porque la maldición la iba a escuchar todo el mundo.
―Ya llevo yo las cuentas estas, chicos ―dijo marchándose apresuradamente sin esperar contestación.
Aída entonces miró a Víctor y Mari de una forma interrogante. Estos solo se encogieron de hombros y se giraron hacia la puerta para comprobar a quién había visto María.
Laura ya había llegado a la barra. Tras ella, un tímido Quique se procuraba mantener en un segundo plano.
―¡Hola, chicos! ―saludó alegremente.
Todos le devolvieron el saludo dándole dos besos en las mejillas. Ella presentó a Quique a sus amigos, lo que dio tiempo a que María volviera.
―¡Mira quién vuelve! ―dijo sonriente Aída―. ¿Quique conoces a María, verdad?
―Cla... claro ―contestó él titubeante alargando la mano para que ella la estrechara―. Bueno, ya sabes os conozco a todos porque me gusta venir por aquí. Tenéis un sitio muy tranquilo y acogedor.
―¡Muchas gracias! ―contestó de nuevo Aída.
―¿Os queréis sentar o estáis de paso? ―dijo por fin María.
Tanto Víctor como Mari estaban bastante divertidos al ver la cara encendida de una de sus jefas.
―Nos vamos a sentar ―contestó Laura―. Si no cerráis aún.
―¡No! Quiero decir... ―María se corrigió, hizo una mueca rara con la cara y de pronto miró hacia uno de los lados―. ¡Voy!
Se marchó rápidamente hacia una de las mesas que estaban en aquella sala, desde la que nadie la había llamado pero ella había simulado que sí. Víctor y Mari se fueron sonrientes aguantando una carcajada. Aída se tapó la boca con la mano, intentando no delatar a su amiga, y les hizo finalmente un gesto con la mano para que pasaran y se sentaran en la mesa que quisieran.
Mientras Laura y Quique se sentaban, María volvió a la barra y dejó caer su cabeza sobre sus manos, apoyando los codos con desgana sobre la madera. Aída le puso la mano en el hombro y la apretó, dándole su silencioso apoyo.
―Te puedes reír si quieres ―le dijo con la voz amortiguada por sus manos.
Aída soltó una carcajada antes de obligarla a levantar la cabeza y hacer que se diera la vuelta.
―No me río de ti, a pesar de que se te ha vuelto a subir el magenta. Me río de lo tonta que te pones a pesar de que está claro que ese chico no viene aquí precisamente a leer. Así que ahora vas a ir a sentarte con ellos...
―¿Qué dices? ¿Estás loca? ―la interrumpió.
―Bueno, vale. Eso no que estarán poniéndose al día. Pero vas a tomarles nota y ver qué quieren, con tu sonrisa radiante.
―Que vaya Víctor con su sonrisa radiante.
―Vamos, nena. No creo que le gane su sonrisa, pero por si acaso guardemos la sonrisa radiante de Vic para otro, porque no queremos que se vaya con él, queremos que se vaya contigo.
No permitió que contestara más y la empujó hacia donde sabía que se habían sentado. María le hizo caso a regañadientes. Respiró hondo antes de llegar. Laura y Quique se habían sentado en una de las mesas ubicada en una sala contigua, desde la que no se veía la barra, ya que en la que siempre se sentaba él no estaba disponible.
Llegó con una gran sonrisa, aunque aún nerviosa y les preguntó lo que querían tomar. Ambos tenían una bebida predilecta, por lo que no dudaron en pedir lo mismo de siempre, lo que por supuesto María intuía iba a ocurrir.
―¿Qué tal? ¿Te ha dicho algo? ―Aída estaba ansiosa.
―Claro que sí. Lo que quieren de beber, idiota.
Su amiga bufó.
―Qué aburrida eres ―se quejó por la falta de información.
Prepararon bastante rápido el pedido y la propia María cogió la bandeja para llevarla, a pesar de que Vic estaba por allí.
―Aquí tenéis, chicos ―les dijo al soltar los vasos sobre la mesa―. ¿Queréis algo más?
―No, gracias. Está todo perfecto ―contestó él con una sonrisa que ella devolvió sin darse cuenta.
Ambos se quedaron mirándose unos segundos, ante la atenta y curiosa mirada de su amiga, que carraspeó un poco.
―¿Por qué no te sientas con nosotros, María?
Esta volvió a notar el calor en su cara, como siempre le ocurría y negó con la cabeza, alegando que tenía trabajo.
―Además, os estaréis poniendo al día, no voy yo a molestar ―se excusó.
―No... no... molestas ―comentó Quique.
―¡Claro que no, mujer! Además, ya no hay mucha gente. Ahora en un rato vendrán los niños y nos tomamos algo más fuerte que un zumo.
―No, de verdad. Hay que limpiar todo aún y eso. Cuando terminemos os tomo la palabra, ¿vale? ―dijo finalmente.
Ambos asintieron y ella se marchó de nuevo a su puesto. Tenía ganas de recogerlo todo y de que llegaran sus amigos para tener una excusa y no sentirse tan nerviosa.
Una media hora después, la última pareja salía saludando con la mano como despedida. Pusieron el cartel de cerrado y comenzaron a recoger lo que quedaba, que era solo lo que había en esa mesa pues lo demás lo habían ido haciendo poco a poco.
Solo había una única mesa ocupada y era en la que sus amigos pasaban el rato charlando y riendo. A Mari le habían dicho que se fuera hacía rato y no lo dudó, ya que había sido un duro día.
―Yo termino esto ―dijo Víctor cuando echó el cierre a la puerta―. Sentaos con los niños, anda.
―Deja, id vosotros ―contradijo María.
―Ni de coña. Yo esto lo hago en un pis pas y así puedo decir que mis jefas son unas explotadoras.
María le dio con un trapo como queja por lo dicho, lo que provocó que este se riera. Al final le hicieron caso y ambas se fueron hacia la mesa en la que estaban sentados sus amigos.
Tal y como Laura había comentado, tras aparecer ella habían ido llegando Nadia con Irene; Ernesto con Miguel Ángel y Dani; y por último Nacho, que lo primero que había hecho antes de reunirse con los demás, fue ir hacia la barra a besar a su novia.
―Hola, bonita ―dijo Nacho cuando aparecieron las dos pero mirando directamente hacia Aída.
―Hola también, Nachete ―comentó bromista María.
Este la miró, sonriendo ampliamente.
―Hola, preciosa ―le dijo ahora a ella.
―Zalamero ―respondió despeinándolo un poco.
Luego se sentó, sin darse cuenta de que lo hacía al lado de Quique, quien ella creía que se había ido. Aída por su parte, se puso en el sitio que tenía al lado de Nacho, dejando otro hueco a su lado para cuando llegara Víctor, que estaba ya secándose las manos con un trapo de cocina.
―¿Qué me he perdido? ―preguntó Víctor cuando llegó y se sentó en el sitio que le habían dejado―. ¿Y mi niño, por cierto? ―volvió a preguntar sin haber dejado que nadie hablara.
―Tu niño estaba hoy revolucionado porque quería quedarse con sus primos. Cualquiera le decía que no, así que se ha quedado con mi hermana ―explicó Dani.
―A veces nos hace falta un respiro, también te lo digo. ¿Suena eso muy mal? ―añadió Laura haciendo una mueca con la cara.
―¡Anda ya! ―le respondió Nadia―. Es normal que necesitéis ese respiro. El enano es un torbellino. Nosotros lo tenemos un rato y acabamos reventados, vosotros que lo tenéis en casa... Y por muy bueno que sea ya tenéis una edad.
―¡Oye! ―se quejó la propia Laura―. Ya decía yo que estabas siendo muy amable.
Nadia se encogió de hombros y puso una mueca de suficiencia que les hizo reír.
―Bueno, ¿Quique eras, no? ―le preguntó Nacho directamente, haciendo que todos le prestaran atención.
Quique asintió lentamente y entonces él continuó hablando.
―¿Estudiaste teleco como esta gente, no? ―Quique volvió a asentir―. ¿Y a qué te dedicas?
―Pues... ―comenzó titubeando. No le gustaba mucho hablar delante de tanta gente a la que no conocía―. Soy autónomo. Creo páginas webs.
―¡Anda qué bien! ¿Y te va bien?
―Nacho es un cotilla, Quique, no hace falta que le contestes a todo lo que pregunta ―le comentó Laura―. Él quería ser detective en realidad, ¿verdad, Sherlock?
―¡Oye! ¿Sherlock no era yo? ―preguntó Miguel Ángel con falsa indignación. Laura solo se encogió de hombros.
Nacho por su parte la miró entrecerrando los ojos. Iba a contestar pero Aída se le adelantó.
―¡Qué va! Quería ser estrella de rock.
―¡Es verdad! No lo recordaba ―dijo entonces Nadia.
―¿Cómo no lo recuerdas? Le duró mucho aquello, se creía Bon Jovi y hasta hizo un grupo en la facultad ―añadió Irene.
―¿Qué me dices?
―¿Tú no lo sabías, Migue? ¡Si tenía hasta melena! ―dijo Ernesto, divertido.
―Te aseguro que los noventa hicieron mucho daño ―comentó ahora Víctor.
Comenzaron entonces a meterse con Nacho y sus aires de grandeza en la juventud. Miguel Ángel, Dani y Quique eran los únicos que no podían aportar datos en su contra, pero estaban disfrutando de los aprietos en los que se veía envuelto.
Sobre las una de la noche alguno comenzó a bostezar, contagiando a los demás, por lo que decidieron marcharse y se verían otro día más temprano. Se empezaron a despedir en la puerta de la tetería entre besos y abrazos, como era su costumbre.
Todos los chicos estrecharon las manos con Quique y lo invitaron a salir con ellos otro día, al igual que las chicas que hicieron lo propio. Laura fue la última en despedirse de él mientras los demás continuaban con las conversaciones de última hora. Esas que siempre tenían cuando estaban a la intemperie, hiciera frío o calor.
―Me ha encantado echar un rato contigo como en los viejos tiempos, compi ―le dijo abrazándolo.
―Sí, la verdad es que te he echado de menos. No sé por qué perdimos tanto el contacto.
―¡Te fuiste a Londres, loco! ―respondió dándole un golpe en el brazo―. Oye, ¿me harías un favor? ―Quique asintió―. ¿Podrías acompañar a María? Vive aquí cerca.
―Cla... claro.
María se giró hacia Laura con los ojos muy abiertos, advirtiéndole con la mirada.
―No es necesario, Quique ―le dijo esta para que él no se viera obligado.
―Nada, nada ―contestó en su lugar Laura, que comenzó a empujarlos y a andar ella, instando a los demás a hacer lo mismo, que miraban la escena riendo sin disimulo―. Si él ha dejado el coche por ahí, no le cuesta nada. Tira, tira.
Quique seguía siendo empujado en la dirección que tenía que tomar, hasta que no tuvo más remedio que reírse él también con la situación. Laura le guiñó el ojo antes de dejarlo andar por su propio pie. María le hacía gestos con la boca que ella ignoró pues solo sonrió y le dijo adiós con la mano como solía hacer su hijo.
―Alcahueta ―le dijo Dani cuando vio que estaban un poco más alejados.
―Es que si no ninguno se arranca. Mira que son tontos.
Entre risas todos volvieron a decirse adiós más rápidamente y a marcharse en distintas direcciones, cada uno hacia su casa. No les cabía ninguna duda de que al día siguiente se enterarían de lo que María les quería decir con sus gestos agresivos.
Nota: Como ya dije, cada capítulo que subiera mi sister @Azzaroa yo subiría tres. Este es el segundo de ellos y se lo dedico a ella, que siempre está ahí para escucharme (y leerme). ¡Espero que os haya gustado y me lo hagáis saber!
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