Capítulo 3

                  

Ella fue directa hacia el lado del conductor pero él se lo impidió, alegando que si ella se encontraba mal sería él quien conduciría. Nadia no tenía ganas de protestar y se fue hacia la otra puerta dándole las llaves cuando se cruzaron.

Durante el camino no hablaron, la música del mp3 de Nadia sonaba por los altavoces y él canturreaba en voz baja. Ella miraba ausente por la ventana, no queriendo pensar en la mano que Ernesto tenía posada inocentemente sobre su rodilla. No estaban muy lejos de la casa de Nadia, realmente Málaga no era una ciudad grande y las distancias a recorrer no eran largas, por lo que no tardaron mucho en llegar.

―¡Oh, carajo! ―se quejó él cuando ya estaba abriendo la puerta del garaje.

―¿Qué te pasa? ―Salió de su mente.

―Que tengo mi coche en las pistas de pádel.

―Bueno, luego vamos a por él si lo necesitas.

―Pensaba irme ahora a mi piso, al fin y al cabo tú no te encuentras bien y deberías descansar.

Nadia apretó los labios e inspiró hondo.

―Sube a casa anda ―dijo sin dar más explicaciones.

Se encogió de hombros y entró con el coche para aparcarlo. Estaba rara, creía que tenía que dejarla descansar, pero no iba a cuestionarla si quería estar con él. Iban cogidos de la mano, donde repartía pequeñas caricias con su dedo gordo en su palma.

Una vez dentro de la casa, dejó las llaves del coche donde ella siempre lo hacía. Nadia por su parte, soltó el bolso en el perchero de la entrada, fue hasta donde estaba y lo besó sin preámbulos. Ernesto se sorprendió bastante, pero no dudó en responder el beso. Estaban aún en la puerta de entrada y por eso mismo, Nadia se fue dirigiendo hacia el sofá del salón sin separarse en ningún momento.

Cayó sobre el sofá y Ernesto encima de ella. Poco a poco fue suavizando el beso, aunque ella lo mantenía aún cerca, cogiéndolo de la nuca y no dejando que se fuera muy lejos. No lo consiguió, pues él se separó, pegando su frente a la de ella y respiró hondo, aún con los ojos cerrados.

―¿Por qué te separas?

La miró y le acarició suavemente la cara.

―¡Se acabó! ―volvió a decir ella de pronto.

Lo empujó un poco hacia un lado y se levantó como un resorte. Ernesto abrió mucho los ojos, con verdadero pánico en su rostro.

―¿Qué...? ―titubeó, no podía siquiera plantearse la pregunta.

―Que se acabó ―repitió dando vueltas por el salón―. No podemos seguir así.

Él seguía sentado en el sofá, la miraba sin verla completamente abrumado por sus palabras. Nadia continuaba sus paseos por el salón sin darse cuenta de la expresión de su novio.

―A veces pienso que esto es una mala broma, ¿sabes? Que toda nuestra vida está dictada por un ser que se cree superior, como un escritor que maneja la vida de sus personajes a su antojo. Como que todo nos tiene que pasar a nosotros, como que no se puede llegar a ser feliz del todo porque eso no vende, ¿no te parece? ¿No te ocurre lo mismo?

Nadia estaba desatada, lanzando preguntas al aire que no tenían realmente una respuesta. De pronto fijó su mirada en él, viendo entonces la desolación en sus ojos. Se sentó rápidamente a su lado, provocando con ello que él la mirara también, quedando frente a frente.

―¿Me... me estás dejando? ―pudo preguntar finalmente con un hilo de voz.

―¿Qué? ―ahora fue ella la sorprendida―. ¡¿Por qué te iba a dejar?!

―¿Cómo que por qué? ¡Acabas de decir que se acabó! ―contestó ya con su voz normal.

Ahora fue él quien se levantó de un salto, intentando sacar toda la tensión que había acumulado en apenas unos segundos.

―Te acabas de levantar como una posesa y has empezado a hablar de dioses, o de escritores, de bromas... o de yo que sé qué mierda. ¡Has dicho que no puedes más! ―exclamó―. ¿Qué quieres que piense?

Nadia suspiró, se estiró un poco para alcanzar su mano y tiró de él hasta que volvió a sentarlo a su lado. Le acarició dulcemente la cara, haciendo que él cerrara los ojos disfrutando del contacto, aunque los abrió enseguida pues sabía que aún necesitaba una explicación.

―¿Cuántos años nos ha llevado llegar hasta aquí, Ernesti?

Él bufó.

―Pues eso, si nos ha costado todo un pfff no vamos a dejarlo tres semanas después.

―No me jodas, Nadia...

―Eso ni lo jures ―susurró ella para sí misma.

―¿Por qué entonces lo de que se acabó? ―continuó él ignorando su farfullar.

―Que no podemos seguir así sin hablar. El se acabó era a la situación, no a lo nuestro, tonto.

Ernesto se permitió entonces respirar hondo, el oxígeno llenó por fin sus pulmones y notó como poco a poco las pulsaciones volvían a su ritmo habitual. A pesar de que aún no entendía del todo lo que le estaba diciendo, por lo menos le tranquilizaba el saber que el que todo hubiera acabado casi a la vez de empezar no iba a ocurrir.

―Es que no entiendo lo que te ocurre, Ernes. Es muy frustrante querer algo y que tú no quieras lo mismo.

Él seguía sin comprender nada, no sabía qué había hecho. Nadia se frotó las sienes, intentando ordenar sus ideas para no meter la pata como ya había hecho antes. Le cogió una de sus manos entre las suyas, acariciando su dorso en lo que quería fuera un movimiento tranquilizador. Decidió finalmente sincerarse.

―Nuestro problema siempre ha sido no querer perder nuestra amistad, ¿verdad? ―él asintió en respuesta―. Pero después resultó que todo se estaba dando de forma muy natural entre nosotros.

Ernesto puso su otra mano junto a las de ella, muy pendiente de lo que estaba diciendo.

―Pero ahora llevamos tres semanas, ¡tres! ―insistió poniendo tres dedos delante de él―. ¡Y no ha pasado nada!

―Bueno, quería ir despacio ―se defendió una vez que supo por dónde iban los derroteros.

―¡Ya lo veo! De hecho he visto caracoles más rápidos. ¿Te puedo hacer una pregunta? ―Ernesto asintió―. ¿Con Beatriz estuviste tres semanas sin acostarte con ella?

Él se removió incómodo en el sofá, notó calor en su cara y supo que se estaba poniendo colorado.

―Mira, en realidad no quiero saberlo, es solamente para comprobar si solo te ocurría conmigo. Y ya veo que sí ―continuó, esta vez decepcionada.

―¡¿Qué?! ¡No! ¡No solo me pasa contigo! Bueno sí, digo... no. Joder, Nadia, no sé ni lo que digo. Es que quiero ir despacio para no asustarte, para no cagarla.

―Pues insisto en que tu ritmo es muy frustrante. En fin, yo te intento meter mano y me paras, ¿qué es lo que tengo que hacer? Porque no es que yo sea una sex simbol ni nada, pero la realidad es que ningún tío se me ha resistido tanto...

―Bla, bla, bla, bla, bla, bla... ―la interrumpió él tapándose los oídos con las manos para no escucharla.

Nadia rió por la tontería y le cogió de nuevo las manos apartándolas de sus oídos y volviendo a ponerlas en su regazo, manteniéndolas una vez más entre las suyas. Se puso entonces un poco más seria.

―Nunca sentí por nadie ni una pequeña parte de lo que siento por ti. ―Ahora fue ella la que se puso roja, no estaba acostumbrada a hablar de sentimientos y le costaba mucho hacerlo―. Te quiero, Ernesto. Creí que tenía que enterrar mis sentimientos para no fastidiar nuestra amistad, pero esto es mucho mejor que lo que teníamos, algo que me parecía imposible, la verdad sea dicha. Ahora que ya he podido ver tu faceta de novio caballeroso, ¿podemos ver alguna otra faceta? Porque cualquiera que nos viera diría más que somos primos a que estamos enamorados.

Él sonrió, una sonrisa que le llegó a los ojos, donde se formaban esas pequeñas arrugas que tanto la enloquecían. Esas que con el tiempo quedarían como reflejo de todos los momentos felices que había vivido. La besó, sin abandonar la sonrisa.

―Has dicho que estamos enamorados ―comentó separándose de sus labios.

Ella parpadeó un par de veces, algo sorprendida por su tono. Lo veía todo tan claro que no sabía bien en qué punto él se había perdido.

―Perdona pero... ¿te estoy contando algo nuevo?

―Nunca me lo has dicho en ese sentido. Alguna vez sí me has dicho que me adorabas o incluso que me querías, pero como amigo. Es la primera vez que me dices que me quieres desde que te besé la primera vez.

Nadia abrió mucho los ojos y puso la boca en forma de O, como si de pronto todo hubiera encajado como las piezas de un puzzle.

―¡Era un castigo! ―declaró convencida soltando sus manos para señalarlo acusadoramente.

―¿Qué? ―Ernesto se separó un poco más de ella, la sonrisa no se le borraba de la cara.

―¡Lo que oyes! ¡Que me has castigado sin sexo hasta que no dijera que te quería!

―Estás muy loca, pequeña. No tengo ni idea de qué me estás hablando.

Nadia asintió varias veces, divertida por la situación.

―Así que esas tenemos, ¿eh? A este juego pueden jugar dos, ¿sabes? Que seguro que yo no he sido la única frustrada en esto.

Ernesto se abalanzó hacia ella besándola, primero dulcemente, después profundizándolo y ella se olvidó de estar enfadada y se dejó hacer. Puso sus manos alrededor de su cuello, acercándolo, no queriendo que se arrepintiera una vez más, deseando que ese momento acabara nunca. Poco a poco se fueron recostando sobre el sofá, él encima pero sin dejar caer su peso sobre ella. Un pequeño gemido se escapó de sus labios y él volvió a esbozar una sonrisa separándose apenas unos milímetros.

―Me quieres ―dijo pagado de sí mismo.

―Que sííííí, pesao. ¿Crees que habría puesto en riesgo nuestra perfecta amistad por menos? Te quiero, te adoro, eres el novio más caballeroso que he tenido nunca. ¿Vamos a tener sexo ya?

La besó de nuevo, aunque enseguida se separó de nuevo, haciendo que Nadia gruñera algo frustrada una vez más.

―¿Ahora qué? Te aviso que estás fastidiando mucho el momento...

―¿Podemos hacerlo dos veces? ―interrumpió su amenaza. Ella sonrió por la pregunta aunque hizo un gesto de incomprensión―. Es que creo que la primera no voy a durar mucho.

Nadia soltó una carcajada que le salió de lo más profundo de su alma.

―Eso es de la peli «Primos», capullo ―comentó sin dejar de sonreír―. ¿Alguna vez me vas a decir algo que no sea de una película?

―¡Eh! Es una peli genial, y por lo menos no te he dicho "Martina, baja y haznos una paja" ―contestó con falsa inocencia refiriéndose a otra de las frases de la película que había mencionado.

Volvieron a reír, parecía que todos sus momentos estaban teñidos de humor absurdo que les hacía desviarse de lo que estaban haciendo en principio, pero de nuevo tomaron conciencia de que seguían recostados en el sofá, por lo que la risa fue cesando. Nadia puso las manos en su cara, con la suavidad que parecía haber adquirido de repente.

―Te quiero.

Lo besó dulcemente, dejándolo con ganas de más pues en ese momento fue ella quien se separó enseguida.

―Te quiero mucho. Demasiado ―sonrió y él también en respuesta―. Y sí, podemos hacerlo dos veces... o las que quieras ―concluyó levantando las cejas repetidamente.

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