Capítulo 29
Belén estaba en el sofá, echa un ovillo. Miraba al frente, hacia la tele, donde llevaban echando toda la tarde CSI Miami, aunque no la estaba viendo realmente. A veces, cuando el personaje Horatio Caine hablaba ladeando la cabeza sonreía, acordándose de Nadia cuando decía: te miro de laíto.
Había optado por quedarse en casa, no le apetecía salir después de la desagradable visita que había tenido hacía un par de horas. Le había dicho a Rocío por activa y por pasiva que se fuera ella, que estaba bien y que lo único que quería era estar tranquila viendo sin ver la televisión. Sin embargo, lo único que su amiga había hecho era coger el móvil para avisar al resto y que no las esperaran; rebuscar en la cocina y hacerse una bolsa de palomitas en el microondas; y sentarse al otro lado del sofá a comérselas mientras veía la serie.
―Hay que ver el odio que le tiene Nadia a este tío, ¿eh? ―comentaba mientras se echaba un puñado de palomitas a la boca. Cuando tragó la mayoría continuó hablando―. Pero es que míralo, es verdad que cuando dice algo importante mira de laíto y repite la frase.
―Tienes razón, Rocío. Tienes razón ―imitó Belén al personaje televisivo, lo que provocó que ambas rieran.
En realidad tenerla allí estaba siendo bastante reconfortante para ella y continuaron manteniendo un cómodo silencio.
Irene vio el mensaje de Rocío en el grupo de Whatsapp. No decía si había ocurrido algo, al fin y al cabo no le correspondía a ella decir nada, pero Irene sabía leer entre líneas e intuía que algo malo había pasado. Fue ella misma la que comentó en el grupo que podían posponer la quedada de aquel jueves al siguiente, que seguramente habría más ánimos. El resto estuvo de acuerdo y así lo dijeron a través de varios mensajes.
―Bueno, ¿estás listo o no? ―le preguntó a Miguel Ángel.
Este la miró frunciendo el ceño.
―¿No eres tú quien ha dicho de no vernos hoy?
―No vamos a vernos todos, pero yo quiero saber cómo está Belén porque algo ha pasado. Estaba clarísimo, Migue.
Su novio hizo una mueca con la cara y se encogió de hombros, levantándose a continuación. No sabía cómo no se le había ocurrido antes.
―Dame un minuto que me ponga una camiseta en condiciones.
―Con una camiseta en condiciones te refieres a una de tus camisetas frikis, ¿no?
Él tan solo sonrió y le guiñó un ojo, marchándose acto seguido hacia su habitación a cambiarse. Irene fue mientras a la cocina, cogió cervezas con y sin alcohol de la nevera y las puso en una bolsa. Seguro que allí María tendría algo para hacer una cena de picoteo o pedirían algo a domicilio.
Un par de minutos después salían hacia casa de su amiga. Los dos iban más que entretenidos en el coche, comentando lo que podría haber pasado aquella tarde.
María abría la puerta de su casa justo cuando Horatio salvaba a una niña que había desaparecido, Aída entrando justo detrás de ella.
―¡Hola, chicas! ―saludó María alegremente.
Rocío giró la cabeza, por encima del respaldar y sonrió devolviéndole el saludo sin dejar de masticar su preciado maíz. Belén, a la que no se le veía por estar aún recostada de medio lado, solo levantó la mano y la movió de lado a lado un par de veces, antes de dejarla caer de nuevo sobre su pierna.
―Hey, Bel ―dijo ahora Aída, que había entrado por completo y se asomaba por la parte de arriba del sofá―. ¿Cómo estás?
―Estoy bien ―dijo con la voz un poco ronca.
―Pues se te ve bien jodida ―añadió María que por su parte se había puesto delante de la tele para verla de frente.
Rocío se tapó la cara con una mano y negó con la cabeza. Escuchó como Aída le decía que era una bruta y avisaba que prepararían algo de cena.
Belén se sorprendió de ello, creía que habían llegado porque María necesitaba coger algo antes de ir al bar de costumbre, no que se iban a quedar allí a cenar. Rocío que sí había leído todos los mensajes del grupo le comentó que habían decidido no quedar esa noche, y que seguramente Aída se acopló al plan de María porque echaba de menos la casa. Belén volvió a reír con la ocurrencia.
El timbre sonó poco después. Aída fue casi dando saltitos, sabiendo que sería Nacho quien también había dicho que se pasaría.
―Hola, bonita ―saludó él. Aída sonrió ampliamente y lo abrazó sin demora, alzándose un poco para besarle.
―Valeeeee. ¡Buscaros un hotel! ―La voz de Nadia se escuchó justo detrás.
Tanto ella como Ernesto se hicieron hueco esquivando a los dos que aún no se habían apartado de la puerta.
―A ver si dejamos espacio, empalagosos ―se metió también con ellos Ernesto, que se llevó la colleja de su cuñado―. ¡Auch, castrojo*! Desde que formo parte de esta familia me estáis pegando mucho, ¡eh! ―se quejó.
―No seas idiota, te pegábamos mucho antes ―le dijo el propio Nacho.
Entraron todos y comenzaron a dar besos en la cara a los que ya estaban en la casa. Belén ya se había incorporado, aunque seguía en el sofá, un tanto confusa por lo que estaba pasando.
―Hemos traído cerveza, ¡que empiece la fiesta! ―habló de nuevo Ernesto.
A nadie le dio tiempo a preguntar qué hacían allí cuando el timbre volvió a sonar. El propio Ernesto, que era quien estaba más cerca de la puerta fue el encargado de abrir.
―Migueeee ―exclamó contento abriendo los brazos.
―Erneeees ―respondió el otro en el mismo tono y haciendo el mismo gesto.
Ambos se dieron su clásico saludo, abrazándose y dándose fuertes palmadas en la espalda, aunque separados de cintura para abajo.
―Payasos ―comentó Irene acercándose a su cuñado y dándole un beso en la mejilla―. ¿Qué hacéis aquí?
―¿Qué haces tú aquí, hermanita?
―Un respeto que soy mayor que tú. Mete las cervezas en el frigo, anda.
También ellos comenzaron a saludar al resto de sus amigos y apenas pudieron hablar de nada cuando pegaron a la puerta, escuchándose esta vez golpes con los nudillos.
―Ahí está mi Víctor ―vaticinó Nadia sonriente.
Al abrir la puerta, esta vez María, comprobó que efectivamente era así. Llegaba además con Laura, Dani y el pequeño Manu.
―Mirad a quién me he encontrado en la puerta.
―¡Eh! ¿No te habíamos dejado trabajando? ―preguntó María con falso reproche.
Entraron todos y de nuevo la ronda de besos y saludos.
―Se han quedado Mari y Luis a cerrar. El chaparrón que ha caído otra vez ha hecho que estuviera la noche tranquila ―explicó. Luego frunció el ceño―. ¿No hay problema, verdad?
―¡Qué va, tonto! ―Le dio un beso para dejarlo tranquilo. Luego miró la bolsa que llevaba en la mano―. ¿Es que nadie ha pensado en traer algo de comer?
―¿Cómo? ¿En casa de María no hay algo rico para preparar? ―preguntó bromista Miguel Ángel―. No me lo creo.
―Yo he comido palomitas ―comentó Rocío, que estaba de pie apoyada sobre el respaldar del sofá, y aún tenía el bol en la mano compartiéndolo en ese momento con un feliz Manu.
―No, en serio, ¿qué hacéis todos aquí? ―consiguió preguntar finalmente Belén.
Sonó el timbre de nuevo.
―¡Oh, venga ya! ―dijo de nuevo Belén.
―Algo no tiene que estar bien en el portal ―comentó María que le hizo un gesto a Ernesto para que abriera él.
―Yo todo ―se quejó mientras iba a abrir.
―Ninguno habéis pegado al portero. Habéis subido directamente ―continuó obviando las tonterías de su amigo.
―¿Una fiesta y no nos invitáis? ―se escuchó la voz de Paloma, que entraba seguida por Diego.
―Traemos cerveza y vino ―comentó este―. Pero no para todos, no sabíamos que estaríais aquí.
Belén, que ya llevaba un rato de pie en mitad del salón, notó que no podía retener más las lágrimas. Sabía que Rocío no había dado explicaciones de lo ocurrido y, sin embargo, todos habían decidido ir allí por ella, para estar a su lado.
Paloma se dio cuenta de que su prima estaba llorando y fue corriendo hacia ella, chocándose en un apretado y brusco abrazo.
―Tita Bele ta llolando ―comentó Manu, sentado sobre el respaldar al lado de Rocío, que era quien lo había subido allí.
―¡Qué va, peque! ―le dijo su compañera de palomitas como si fuera una confidencia―. Es que está emocionada porque se ha dado cuenta que tiene unos amigos del carajo.
―¿Calajo de balco?
Laura miró a Dani con cierto reproche. Este se encogió de hombros y levantó las manos en señal de inocencia.
―Carajo de barco ―repitió ella negando con la cabeza―. Lo que hay que escuchar.
―Hombre, técnicamente es corre... ―se interrumpió DIego cuando notó el codazo que Ernesto le dio en las costillas.
―¿Ves esa cara de Laura? Esa es la cara de que le importa un carajo lo qué es técnicamente un carajo ―le comentó en un susurro audible.
―No lo has arreglado, Ernesti ―le dijo entonces Nadia.
Tras el breve intercambio, y una vez que Belén parecía más tranquila y sonriente, fue Víctor el que habló.
―Bueno, ¿qué pizza pedimos?
―¡Pizza! ―gritaron varios a la vez alzando el puño en señal de victoria.
En ese momento las risas y las voces se volvieron a entremezclar. Todos habían ido con la intención de saber qué había pasado; animar a Belén; estar con ella y apoyarla. Pero todas esas ansias de saber habían pasado a un segundo plano. Ya se enterarían, no había prisa. En esos momentos disfrutarían sin más de estar juntos otro jueves.
*Castrojo: persona que es muy bruta.
Nota de autora: ¿Qué tal? ¿Os ha gustado? Este capítulo para mí es especial porque está muy inspirado y basado en hechos (diferentes en contexto a los narrado) que ocurrieron hace mucho, allá por febrero del '81. A quien se lo querría dedicar ya no puede ser etiquetada pero se lo dedico desde aquí abajo.
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