Capítulo 25


Estaba preparando las maletas por segunda vez en demasiado poco tiempo, y lo necesitaba tanto como la primera. No sabía cómo había aguantado todo ese tiempo. Recordaba que vivir con sus padres había sido difícil en su momento, pero creía que era por la edad. Esa juventud donde todo molestaba y se creía a pies juntillas que el mundo conspiraba en contra.

Había podido comprobar que no era cosa de la edad, y que llegado un punto solo se estaba tranquilo viviendo fuera de casa, aunque necesitara compartir piso por el momento.

Su madre se asomó a la puerta, se quedó mirando unos segundos a su hija, que no paraba de moverse de un lado a otro recogiendo sus cosas.

―Sigo sin entenderlo ―dijo de pronto.

―Hola, mamá. El día bien, gracias por preguntar ―contestó de mal humor.

―¡Belén! ―la regañó como cuando era pequeña―. Esa no es forma de contestar.

Belén se giró de donde estaba y la miró, suspiró cansada por la situación.

―¿Qué quieres, mamá?

―No entiendo qué pasa. No sé por qué no quieres hablar con Rafa, no para de llamar. Es un buen chico, ¿qué ha ocurrido?

―Sí, es un santo.

No les había dicho nada a sus padres. Sabía que pensarían que estaba siendo una exagerada, que no tenía nada de lo que quejarse. Rafa era encantador, siempre se había llevado bien con su familia y sabía que ellos no iban a entender que ella lo hubiera dejado.

Su madre apretó los labios y la miró con reproche. Ella siempre había sido prudente y callada y ahora le salía respondona. No sabía por qué ese cambio, solo sabía que no le gustaba nada. Belén solo negó con la cabeza, más agotada aún que antes, tras aquel brevísimo diálogo. No era lo poco que se habían dicho, era lo que sabía que su madre pensaba lo que la dejaba exhausta. Volvió a lo que estaba haciendo antes de la interrupción.

Carmen ―su madre― se fue sin decir nada más. Belén volvió a mirar la puerta, ahora sola. Se sentó en su cama, esa en la que había soñado tantas cosas. En la que había fantaseado con todo eso que la mayoría de las niñas desean. Ella no era para nada imaginativa, era una chica de ciencias, un tanto cuadriculada en su forma de ser, pero siempre había imaginado que a los treinta años estaría casada con un buen hombre con el que podría viajar y descubrir nuevas especies de plantas e insectos.

Sí se había imaginado con hijos a los que cuidar, aunque aquel infantil pensamiento se fue desdibujando con el paso del tiempo, no tenía muy claro si fue después de conocer a Rafa o en algún momento anterior, pero sabía que estaba en su derecho de cambiar de opinión sin sentirse culpable por ello.

Escuchó el timbre de su casa y los pasos presurosos de su madre. Una breve conversación en la puerta y de pronto alguien golpeaba el quicio de la puerta, pidiendo permiso para entrar como si la puerta estuviera cerrada.

Giró la cabeza, pues estaba de espaldas, y vio a su amiga María que tenía una radiante sonrisa. Belén se contagió de inmediato y le devolvió la sonrisa, poniéndose de pie acto seguido.

―¿Qué haces aquí?

―Ayudarte, ¿qué si no? No sabía lo que tenías aquí, así que he venido para aportar mano de obra y el coche, en el que tengo a Víctor dando vueltas buscando aparcamiento.

―Así que se va con ese Víctor.

La madre de Belén había aparecido de pronto sobresaltándolas a ambas.

―¡Por Dios, Carmen! ¡Qué susto me ha dado! ―comentó María, que tenía la mano derecha sobre el corazón.

Ella ignoró el comentario y continuó mirando a su hija con los brazos cruzados y con cara de querer respuestas.

―No empieces, mamá.

―Nada de no empieces, mamá. Te vas con él, ¿no? ¿Por eso has dejado a Rafael?

María abrió mucho los ojos. Soltó una carcajada que tuvo que acallar con la mano, intentando disimular convirtiéndola en una tos. Carmen dirigió su vista a ella y María miró rápidamente a su amiga.

―Ups ―dijo escueta―. ¿Nos vamos? ―le preguntó en voz baja haciendo una mueca extraña con la cara.

Belén cerró su última maleta y la dejó en el suelo, ignorando por último a su madre, que ahora volvía a mirarla a ella sin relajar el ceño.

Le acercó una de las cajas que tenía preparada a su amiga y ella cogió un par de maletas con ruedas para arrastrarlas. María no demoró el momento y comenzó a andar con la caja en las manos.

―Bueno, Carmen. Nos vemos... otro... ―intentaba despedirse cordialmente pero la mujer la ignoraba, por lo que lo dejó―. Sí, bueno. Hasta luego.

Salió al final esquivándola, pues tapaba parte de la puerta.

―Me voy, mamá ―comentó Belén como si no fuera obvio―. Ya hablamos esta semana. Te llamaré.

El gesto severo de la mujer no se relajó mientras veía cómo su hija salía precedida de su amiga. Suspiró y negó con la cabeza con reprobación, no le gustaba nada la actitud que había tenido Belén con ella.

En el ascensor, María no pudo dejar de reírse por la situación absurda que había vivido. Sabía que no tenía que hacerlo, que había sido una conversación totalmente seria pero no pudo evitarlo. Belén la miraba, a ella no le hacía tanta gracia porque pagaría aquello teniendo que aguantar los ojos acusadores de sus padres, pero la risa contagiosa de María estaba consiguiendo que ella misma sonriera.

Todo el trayecto del ascensor, desde el séptimo piso en el que estaban, María se había estado riendo, intentando tranquilizarse.

―¡Con Víctor! ¡Te has liado con Víctor! ―repetía para volver a soltar una carcajada.

Belén reía con ella ahora más abiertamente. Decirlo en voz alta lo hacía más absurdo.

―¿Cómo no le has dicho que te venías conmigo? ―consiguió preguntar finalmente, mientras se limpiaba las lágrimas.

―No estoy tan loca. Mis padres adoran a Rafa, no quiero que sepa ni dónde estoy ni qué hago. Solo quiero que me deje tranquila. ¿Dónde está Víc?

María se puso seria de pronto, fue como un tortazo de realidad.

―¿Lo has visto?

―No, por eso te pregunto que dónde está.

María la miró incrédula. Soltó la caja en el suelo, y le pegó un golpe en el brazo. Belén le devolvió la mirada frunciéndole el ceño.

―¡A Rafa, idiota!

―¡Ah, no! Mira, ahí está.

―¿Rafa? ¿Dónde?

―¿Quién es ahora la idiota? ―le dijo señalando al frente―. ¡Víctor!

Este las miraba desde el coche, enfadado por no haber encontrado dónde aparcar. Estaba en doble fila y las apremiaba para que se acercaran, pues la zona en la que estaban era susceptible de multa.

―¡Ya vamos, enfadón! ―le gritó María agachándose para coger de nuevo la caja.

Cuando llegaron y soltaron las cosas en el maletero Víctor continuó metiéndoles prisa.

―¿Cómo tardáis tanto?

María se había sentado en el asiento del acompañante mientras que Belén estaba detrás. Ambas lo ignoraron mientras se ponían el cinturón. Él ya había puesto el coche en marcha aunque habían llegado a un semáforo en rojo bastante pronto.

―Aquí la niña nos dijo que estaría sobre las doce, pero su madre no estaba muy por la labor de dejarla marchar. ¿Sabes que eres el nuevo amante de Belén?

Víctor se sorprendió bastante y giró la cabeza para mirarla directamente. Tenía una sonrisa irónica en su cara, que provocó que Belén pusiera los ojos en blanco divertida.

―Me he tenido que descojonar allí mismo ―continuó María. Luego se giró también a mirarla―. Maaaaadre mía, Belén, menuda mirada matadora tiene tu madre.

―¿Me lo dices o me lo cuentas?

Escucharon un pitido desde el coche de atrás. El semáforo se había puesto en verde y no se habían dado cuenta. Víctor levantó una mano en disculpa y volvió a centrarse en la carretera. María continuaba en la misma postura.

―¿Siempre ha sido así?

―María, no empieces a psicoanalizar ahora.

―Yo no psicoanalizo a nadie, sabes que soy más de números, pero no lo has visto. Me ha dado hasta miedo. De hecho lo pienso y ufff ―se estremeció―. ¡Mira, mira! ―Enseñó su brazo, donde tenía la piel de gallina.

―Sí. Siempre ha sido así, hija. Menos mal que mi tía entraba a defenderme a veces. Alguna vez me he querido cambiar de madre con Paloma ―contestó Belén con cierta melancolía en la voz.

María apretó los labios e hizo una mueca de lástima sin poder evitarlo. Víctor la miró a través del espejo retrovisor.

―¡Hey! ―le llamó la atención. Belén levantó la cabeza y miró sus ojos, ahora pendientes de la carretera, en el reflejo―. Entonces... ahora que somos amantes, ¿te puedo presentar así ante mis padres? Les vas a dar la alegría del año.

Levantó las cejas y volvió a verla fugazmente. Belén rio con ellos dos de sus locuras.

―Estáis fatal ―dijo recostándose un poco más en el asiento.

―Y te encanta ―declaró María que volvió a girar la cabeza para mirarla y le guiñó el ojo.

―No te lo puedo negar.


Nota de autora: ¡Y aquí está el primero de hoy! Lo prometido es deuda y como avisé, si @Azzaroa publicaba su capítulo de Aquí y ahora (la que os recomiendo muy mucho), yo subía tres capítulos del tirón. Este es el primero de ellos así que contadme: ¿Os ha gustado? ¿Qué os ha parecido? ¡Venga, va, decidme cosas! 

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