Capítulo 24

Estaba siendo una tarde bastante tranquila. Apenas tenían dos mesas ocupadas por un par de parejas y eso se debía al nuevo día de lluvia que se había presentado.

―Te digo de verdad que la lluvia me amarga ―dijo Aída apoyándose desganada sobre la barra.

María la escuchaba desde la otra parte de la misma, en la que ella solía estar preparando pedidos. Su actitud sin embargo era contraria a la de su amiga, ella sonreía y se veía feliz por el tiempo.

―Ya está la friki de la lluvia ―comentó de nuevo Aída metiéndose con ella.

―Yo no tengo la culpa, ¡me encanta!

―Mi incinti.

María rio y le tiró lo primero que pilló cerca, que era el tapón de una de sus botellas de agua.

―¿Pero es que no ves que el agua es vida? ―Aída la miró alzando las cejas―. Mira, el ser humano es agua en mayor parte. La tierra es agua. El agua hace crecer las plantas, necesitamos...

―Vale, vale, vale ―la interrumpió finalmente―. Calma las ansias, aguadicta.

Ambas rieron por la conversación. Desde luego se aburrían demasiado aquella tarde. Solo estaban ellas pero no les hacía falta nadie más teniendo en cuenta la poca gente que entraba.

―Como esto siga así hoy cerramos pronto ―comentó María.

―¡Qué dices! Hoy es martes.

María frunció el ceño no entendiendo lo que le quería decir. Aída entró hacia la otra parte de la barra, para ponerse al lado de su amiga y tener delante la puerta.

―Hoy viene el guapito ―explicó por fin.

María notó calor de pronto. Tenía un incontrolable problema pues se ponía bastante colorada.

―Uuuuuuh ―canturreó―. Ya veo que sabes de quién estoy hablando. Es increíble el tono de rojo que eres capaz de coger, ¿eh? ―Le tocó la cara con la mano.

―¡Quita! ―Se zafó de ella y salió, aprovechando que una de las parejas que estaba sentada en una mesa había levantado la mano para pedir la cuenta.

Aída no pudo más que reír por su reacción. La conocía bien, era como la hermana que nunca tuvo. Como hermana que era le encantaba hacerle de rabiar, pero también quería verla feliz. Cada martes desde hacía unas semanas aparecía por la tetería un hombre de su misma edad, que siempre iba solo, se pedía la misma bebida y cuando se la terminaba, tras haberla bebido con toda la parsimonia posible mientras leía un libro, se iba. No sin antes lanzar miradas furtivas hacia la barra, tras la que siempre se encontraba su amiga.

Ella disfrutaba del inocente intercambio desde un segundo plano, totalmente desapercibida, pero disfrutando de él. Cerrar pronto implicaba que tal vez cuando él llegara se encontrara la puerta echada y sería un día menos que lo vería. Aunque conociéndola no le diría nunca nada.

María llegó, empezó a toquetear la caja para volver a ir a la mesa que la había llamado. Lo hizo todo sin dejar de resoplar para que su amiga -que no dejaba de mirarla sonriente- supiera que estaba enfadada.

La pareja que ocupaba la otra mesa había aprovechado para pedir también la cuenta, por lo que cuando María se las llevó, se levantaron las dos casi simultáneamente, quedándose la tetería vacía.

Parecía que en la calle había escampado, así que guardaban la esperanza de que alguien más apareciera en el rato que estaría aún abierta.

La campana de la puerta sonó, instantes después de que se fueran los últimos clientes. Las dos levantaron la cabeza rápidamente, pero cambiaron su expresión cuando vieron quién había entrado.

―No me esperaba para nada un recibimiento taaaan caluroso ―dijo Irene.

―Sí, chicas. Tendríais que practicar un poco más el saludo al cliente ―añadió Miguel Ángel.

Aída rio con la ocurrencias de sus amigos y se acercó hasta ellos para saludarlos con dos besos a cada uno.

―Tenéis que perdonar a la pobre María. Creía que era el chico guapo.

―¡Hey! No digas cosas que no son ―se defendió saludándolos también―. Simplemente creí que eran clientes.

―¡Somos clientes!

―Sí, chiquito, sí ―lo intentó conformar ella misma―. Pero digamos que sois ya clientes fijos. Queremos que vengan unos nuevos.

―No siempre quiere que vengan nuevos. El guapito lleva unas cuantas semanas repitiendo y no se queja.

Los cuatro se sentaron en una mesa, una cercana a la mesa y que controlaba la entrada por si se daba la circunstancia de que alguien más se animaba a entrar.

―Te lo tenías muy callado, María ―comentó Irene.

―¡Oh, vamos! No hay nada de lo que hablar. Es todo la imaginación calenturienta de esta ―dijo señalando con desdén a Aída―. Desde que estás con Nacho estás peor.

―Venga ya, no me quites méritos, estaba así desde antes.

―En eso tiene razón ―confirmó Irene con su sarcasmo habitual.

La campana de entrada sonó de nuevo al abrirse la puerta, siendo esta vez el blanco de las bromas de Aída. Una vez más María subió unos tonos más en la escala del magenta. Su socia soltó una patada por debajo de la mesa, que dio en el tobillo de Miguel Ángel, que aguantó estoico y gritar ningún improperio para no llamar la atención del recién llegado, pero que miró con odio a Aída.

―Ups ―dijo en voz baja haciendo una mueca.

―Ups sería lo justo ―dijo también él con los dientes apretados―. Y anda que has pateado flojo, cabrona.

Aída lo ignoró por un momento y con la cabeza le señaló a María que fuera a atender. Ella negó de forma vehemente no queriendo más burlas, pero Aída volvió a señalarlo.

―Perdona... ―dijo con timidez el muchacho que se había acercado donde estaban ellos antes de sentarse―. ¿Estáis abiertos?

―Sí, sí, claro, por supuesto ―contestó María poniéndose rápidamente de pie―. Siéntate donde quieras que te llevo una carta ―Sonrió afable.

Él le devolvió la sonrisa y afirmó, yendo a sentarse en su mesa de siempre. Sacó un libro de su bolsillo, donde lo había protegido de la lluvia y lo puso sobre la mesa.

―Procura ser simpática con él ―murmuró Aída sin mover los labios apenas.

María le lanzó una mirada de advertencia y los tres en la mesa rieron por su expresión. Se fue, ella tampoco pudo evitar sonreír por las tonterías de sus amigos.

Mientras ella hacía el trabajo los otros tres se pusieron a hablar, sin perder de vista al chico que ahora hacía su pedido de siempre. Miguel Ángel lo miró y frunció un poco el ceño, lo que le valió un pellizco por parte de Irene, que lo hizo volver a la realidad.

―¿Qué haces? Una cosa es que cotilleemos lo que hace María y otra que seas tan descarado ―le regañó en voz baja cuando él se quejó.

―Vale, mamá ―bromeó sacándole la lengua―. Es que me suena el chaval, creo que lo conozco y no sé de qué. Solo era por eso ―explicó finalmente.

―Y mira que tú eres bueno con las caras.

―Lo mismo se parece a alguien ―agregó Aída.

―El caso es que a mí también me suena, pero lo mismo me estoy dejando guiar por tu impresión y no conozco al chiquillo de nada ―comentó Irene. Miguel Ángel solo se encogió de hombros.

María apareció en ese momento con unos zumos para ellos, que agradecieron el detalle.

―Imagino que Laura estará al caer. Me ha dicho que estaba aburrida en casa, con Manu subiéndose por las paredes y que en el tiempo habían dicho que escampaba a las siete y se venía, por lo menos una hora a ver cómo cerrabais ―comentó Irene a sus amigas.

―Pues son las siete y media ―dijo Aída sin mirar el reloj.

―¡Qué precisión, chiquilla! ―se extrañó Miguel Ángel.

Aída sonrió y miró a María con sorna.

―Es que es a la hora a la que aparece... ―murmuró, pero se calló cuando María la miró con cara de pocos amigos.

La campana volvió a sonar y efectivamente Laura y Dani aparecían con el sonriente Manu, que nada más entrar echó a correr hacia ellos. Era muy activo y estar todo el día sin poder salir por la lluvia hacía mella en él. Miguel Ángel lo recogió en un abrazo, parando su carrera para que no le diera un golpe a Irene, a la que ya se le iba notando un poco la barriga.

Sus padres iban detrás, aunque Laura frenó a Dani, con el que iba cogida de la mano, al ver quién estaba sentado en la única mesa ocupada.

―¿Quique? ―preguntó no muy segura.

El muchacho levantó la cabeza de su libro. Había visto de reojo que entraba una pareja pero no les había prestado atención, pero escuchar su nombre le sorprendió. Cuando la vio sonrió ampliamente. Laura supo que no se había equivocado a pesar de no haberlo visto en bastante tiempo y que estaba muy cambiado.

―¡Laurita! ―exclamó poniéndose de pie.

Laura le echó una falsa mirada de enojo por el diminutivo, y luego se soltó de la mano de su novio para dar un abrazo a su reencontrado amigo. Después este miró a Dani, que sonreía un tanto forzado sin saber bien si seguir allí o seguir hacia la mesa donde estaban los demás, todos pendientes del encuentro. Ella decidió por él sin darse siquiera cuenta.

―¿Recuerdas a Dani?

―¡Vaya! ―afirmó con la cabeza―. Es Dani, Dani.

Mientras Laura reía por la forma que había tenido de repetir el nombre, él le tendió la mano, que el otro estrechó de forma cortés.

―Dani. Él es Quique...

―De la facultad ―completó él por ella―. Lo recuerdo.

Quique alzó las cejas, entre sorprendido y divertido. Volvió a mirar a Laura, sin mudar su expresión. Ella rio de nuevo y le dijo que enseguida iba hacia la mesa donde estaban sus amigos. Dani asintió, le volvió a estrechar la mano y se fue.

Mientras Laura se sentaba con su viejo compañero, él se sentó con sus amigos, que lo miraban interrogantes.

―Es Quique ―explicó escueto.

Ellos no habían escuchado todo el intercambio, pues las mesas no estaban tan cercanas y la música ayudaba a que hubiera cierta intimidad y no se mezclaran conversaciones, pero sí que habían escuchado el nombre

―¿Qué Quique? ―preguntó Irene en voz baja.

―Un amigo de "Laurita" de la facultad ―contestó él poniendo las comillas en el diminutivo.

―¡Ves como me sonaba! ―dijo Miguel Ángel.

―Es cierto ―confirmó también Irene―. No sé cómo no lo he reconocido... aunque la verdad es que está bastante cambiado. ¡Voy a saludarlo! Es que era un encanto ―dijo resuelta marchándose a continuación.

―Es que era un encanto ―imitó Dani con burla, lo que hizo reír a todos.

―¿Estás celosillo? ―le preguntó bromista Aída.

―Pfff ―volvió a comentar Miguel Ángel también divertido―. Si es el mismo de la facultad no lo podía ni ver.

―Sí, hijo, sí. Es el mismo.

Cogió uno de los zumos que había en la mesa y le dio un sorbo. Manu no paraba de jugar con sus coches entre las desocupadas mesas, por lo que ellos podían seguir hablando tranquilamente.

―¿Por qué no lo podías ver? ―preguntó con curiosidad María que se había sentado en el sitio dejado por Irene.

―¡Oh, venga ya! ―dijo en un tono más alto pero se arrepintió a continuación, por lo que bajó de nuevo el volumen―. Estaba loquito por Laura. Siempre que iba a recogerla o a verla él estaba al lado, contándole algo divertido... se ve que el cuatro ojos tenía gracia.

―¡Oye! No te metas con la gente con gafas. Como si tú no tuvieras ―defendió María.

Él solo hizo una mueca que acentuó su parecido con su hijo, que en ese momento llegaba pidiéndole un zumo que Aída no tardó en ir a preparar tal y como sabía que le gustaban.

Laura e Irene volvieron a la mesa. Acercaron un par de sillas más y las unieron a donde estaban sus amigos, que querían más información que la que Dani estaba dispuesto a dar.

―He quedado con él otro día, para hablar más tranquilos y ponernos al día ―dijo Laura sonriente.

Dani volvió a hacer una mueca que provocó la risa de todos, incluida Aída que llegaba con Manu que ya disfrutaba de su zumo favorito.

―¡Qué tonto eres! ―dijo cariñosa mientras le daba un tierno beso en los labios.

―Pues llévate a María.

―¡Aída! ―la regañó esta con los labios apretados.

―¿Sí? ¿Quieres venir? ―le preguntó a ella, pero más discretamente.

Ella negó vehementemente con la cabeza. Laura solo rio, como también hicieron el resto de amigos.

―Vale. Te llamaré.

María apretó los labios. Volvió a notar el calor concentrado en su cara y, a continuación, de nuevo la mano de Aída tocándosela, por lo que la miró queriendo saber qué estaba haciendo.

―Es que me sigue flipando cómo llegas a ese tono de magenta. 


Nota de autora: Dedicado a mi galleguiña favorita, porque me dice siempre que soy muy cruel con María. Espero que te guste, Azzaroa, aunque sé que eres mi frikifan :p

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top