Capítulo 23

Sus amigos aplaudieron, gritaron, continuaron llorando, se besaron y abrazaron, como si aquello hubiera sido una victoria de todos. E Irene volvió a reír. Él se levantó, ayudándola a que ella también se pusiera en pie y entonces les llovieron los abrazos y los besos a ellos.

Nadia sonreía ampliamente mientras veía la felicidad de todos. Se había quedado un poco atrás, con su cámara en la mano, haciendo fotos del momento, con las que intentaba reflejar todo lo que ella estaba viendo. Irene la miró, su hermana tenía media cara tapada y sonrió. Varios clic sonaron de nuevo.

El azul de los ojos de Irene se veía más brillante bajo aquellas lágrimas no derramadas. Nadia bajó la cámara y le devolvió la mirada y la sonrisa. Ambas tenían la misma expresión y puede que ese fuera uno de los momentos en los que más se podía notar su parecido. Irene se acercó a ella y la abrazó, era la única que le quedaba.

―Mírala, la que nunca se iba a casar ―comentó Nadia en su oído.

―Creo que nos hemos tragado muchos "nuncas" tú y yo.

―Y yo, hermanitas ―dijo de pronto Nacho, que apareció para abrazarlas.

Continuaron con la fiesta, una vez que todos los hubieron felicitado. Las conversaciones entremezcladas se sucedieron, como solía ocurrir. Había momentos en los que estaban divididos en grupos y otros en los que todos estaban inmersos en la misma conversación.

Miguel Ángel entró en la casa para buscar más bebidas, sin darse cuenta de que Irene entraba detrás de él. Mientras tenía la cabeza metida en el frigorífico ella lo abrazó por la espalda, metiendo sus manos frías bajo su camiseta, lo que le hizo dar un respingo.

―¡Ay, cariño, qué mala leche tienes! ―comentó sin siquiera haberla mirado, pero sabiendo perfectamente que era ella.

Él se dio la vuelta, por lo que ella tuvo que poner entonces las manos los bolsillos de atrás del pantalón.

―¿Mala leche yo? ―preguntó riendo aún por la situación anterior―. ¿Quién me ha puesto en el brete de no poder rechazarlo porque sería muy feo hacerlo delante de todos nuestros amigos?

Ahora fue el turno de él de reír.

―No me puedes negar que ha sido una grandiosa idea. ―Ella negó con la cabeza―. ¿Te ha molestado? ―preguntó ahora un poco preocupado.

Ernesto apareció entonces por la cocina, interrumpiendo la posible respuesta.

―Uuuups ―dijo parándose en seco cuando los vio abrazados y a su amigo un poco serio―. No quiero molestar, pero creíamos que te habías perdido con las cervezas y... bueno, da igual, ―abrió la nevera y comenzó a sacar botellas de cerveza y refrescos sin dejar de hablar―. Yo me voy, no molesto más. Vosotros seguís a lo vuestro, como si yo no estuviera...

Irene sonreía divertida, viendo como hacía por no mirarlos, como si así se hiciera invisible.

―De verdad, yo cojo un par de cositas de aquí y me marcho...

―¿Te puedes marchar ya en vez de hablar tanto, campeón? ―le preguntó Miguel Ángel.

―Cuidado con lo que le dices a tu padrino, ¿eh? ―le comentó con falsa seriedad.

Miguel Ángel lo miró con sorpresa.

―¿Padrino? ¿Sabes que eso le corresponde a Irene, no?

―¿Sabes tú que eso solo corresponde si nos casáramos por la iglesia, cosa que no va a pasar, no? ―le preguntó entonces Irene, haciendo que su novio volviera a mirarla.

―Uuuuuups ―repitió Ernesto.

Con las manos llenas de botellas cerró la puerta del frigorífico, que comenzaba entonces a pitar por llevar más tiempo de la cuenta abierto.

―Me hago un moonwalker y me voy ―anunció andando hacia atrás y saliendo por fin de la cocina.

Ella no había cambiado la postura y él tampoco había hecho por separarse.

―Bicho, ¿te ha molestado? ―preguntó de nuevo.

Irene volvió a sonreír, tranquilizándolo así un poco.

―No me ha molestado ―contestó sincera―. No podría haber sido más bonita una pedida y más tú si no hubieran estado ellos delante. Al fin y al cabo me dijiste que estabas loooocamente enamorado de mí en una playa para nada desierta ―concluyó acercándolo un poco más.

Miguel Ángel sonrió un poco, recordando el momento del que ella hablaba.

―Sí, ¿verdad? Ahí me lo he marcao. ¡Ah! Y en cuanto a lo de antes del padrino... ―volvió a ponerse serio.

―Tranquilo, cariño ―le dijo ella dándole un corto beso―. Sigo sin estar molesta. ¡Mírame! Estoy extrañamente feliz. Pero por la iglesia no paso.

Él levantó las manos en señal de inocencia rápidamente.

―Ni yo lo pretendo.

Lo besó de nuevo, volviendo a poner sus manos ―ahora calientes―, bajo su camiseta.

Desde la terraza Ernesto miraba por la ventana que daba a la cocina. Estaba un poco agachado para que Irene y Miguel Ángel no lo vieran. Nadia lo vio, en su postura agazapada y se acercó a él.

―¿Qué estás...?

―¡Shhhh! ―la calló haciendo aspavientos para que imitara su postura, cosa que ella hizo por inercia, aunque con bastante confusión.

El resto de amigos miraron hacia donde estaban y se comenzaron a acercar también.

―¡Oh, vamos! ―se quejó Ernesto en un susurro―. ¿Esto es una fiesta o qué?

―¿Qué estás haciendo aquí? ―preguntó curiosa Paloma.

―¿Y por qué carajo estamos susurrando?

―¡Dani! ―le regañó Laura en un tono más alto sin darse cuenta―. ¡Esa boca que está el niño!

―¡Oh vamos, cariño! Carajo no es una mala palabra.

―Eso es cierto ―entró en la conversación Diego―. Es la cesta que está en el mástil de un barco y...

―¿Eres ahora patrón de barco, Dieguito? ―preguntó interrumpiéndolo Ernesto que no daba crédito a la conversación que había comenzado.

No se habían dado cuenta de que estaban hablando en un tono normal y totalmente erguidos, por lo que se les podía ver perfectamente desde la cocina.

―¿Qué hacéis todos ahí? ―preguntó entonces Irene, que aparecía detrás de ellos.

―Papá ha disío calajo ―explicó Manu acercándose a ella.

―¡Pero porque es una cesta en un mástil! ―se defendió provocando la risa de los demás.

―¿Nos estabais espiando? ―Miguel Ángel entró en la conversación entonces, al ver donde estaban parados.

Todos miraron a Ernesto, que intentó disimular aunque no le salió muy bien. Nadia entonces lo miró, con cierta indignación y le pegó un puñetazo en el brazo.

―¡Ayyy! ―se quejó cogiéndose el brazo. Nadia pegaba fuerte.

―¿Estabas espiando a mi hermana sin avisarme?

―Lo siento, chiquita. Quería que no se pelearan el mismo día en el que se habían prometido y quería ver que todo iba bien.

―¿Por qué se iban a pelear? ―preguntó ahora Rocío.

―Bueno, he entrado en la cocina y estaban los dos un poco seriotes...

―Un clásico en ti interrumpir ―comentó Víctor con sorna. Ernesto lo miró mal.

―Y luego les he dicho que yo sería el padrino...

―¿Cómo vas a ser el padrino? ―preguntó María.

―¡Eso! ―añadió Dani―. El padrino tendré que ser yo.

―¿Qué dices? El padrino será mi padre.

―Claro que sí, cielo ―le dijo Aída a Nacho, dándole un par de cariñosas palmadas en la cara, como consolándole―. Como que tu hermana se va a casar por la iglesia.

María apoyó a su amiga afirmando con la cabeza.

―¡Hey! Yo me voy a casar por la iglesia, ¿qué tiene de malo? ―preguntó Paloma con fingida indignación.

―Tú eres una capillita* ―explicó Laura sin darle importancia―. Está claro que Irene no. Capillita woman, me gusta como tu nuevo nombre.

Paloma se tapó la cara con una mano, negando con la cabeza. Estaba tardando mucho su amiga en poner un mote a cada uno de los del grupo, era única para eso.

―Y digo yo... ―comenzó Víctor―. ¿Si no es por la iglesia no puede haber padrinos? Porque yo también quiero, a ver si ahora os vais a librar de mí.

Entonces, como si no hubieran avanzado nada, volvieron a hablar de padrinos, cada uno pretendiendo quién sería y qué harían.

Irene miró a su novio y se cruzó de brazos. Él le preguntó sin hablar, haciendo un gesto con las manos, sabiendo que ella tendría algo que decirle.

―¿Has visto la que has liado?

―¡Vengaya! La culpa es tuya por decir que sí. 


*Capillita: persona a la que le gusta la semana santa, incluso fuera del tiempo "semanasantero". 

Nota de autor: segunda parte de la fiesta que se han pegado. ¿Qué os ha parecido? ¡¡Ya sabéis que me gusta saber vuestra opinión!!

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