Capítulo 20
Eran las ocho cuando Laura decidió levantarse. Le había gustado mucho pasar la tarde junto a sus amigas, pero quería ver a su niño, darle de cenar y arroparlo. Aída y María siguieron su ejemplo y comenzaron a recoger sus cosas para marcharse.
―¿Te vienes, Missing? ―le preguntó Laura.
―Sí ―contestó levantándose también―. Voy a llamar a Ernes por el camino a ver por dónde anda.
―¡Ooooooh! ―canturreó Aída―. Echa de menos a su niño.
Nadia comenzó a perseguirla por la habitación, aunque su amiga se libraba de ella escudándose en los muebles del salón.
―¿En serio sois personas adultas? ―les preguntó Irene sin dejar de reír.
Ambas dejaron de dar vueltas alrededor del sofá intentando comportarse. Aída cogió su ligera camisa, les dio un par de besos a cada una como despedida, al igual que hicieron las demás y se dispuso a marcharse.
―Nadia, espérate ―le dijo de pronto Miguel Ángel, que tenía el móvil en la mano.
Se quedó en su sitio. Las otras tres se marcharon sin más dilación, siempre decían que tardaban mucho en despedirse y no dejaba de ser cierto.
Miguel Ángel hablaba por teléfono en voz baja. Nadia seguía en pie, con el bolso colgado del hombro, esperando para saber lo que le tenía que decir. Veía como su cuñado sonreía por lo que quiera que le estuvieran diciendo.
―Te puedes sentar ―le dijo su hermana, que estaba cómodamente en el sofá.
Le hizo caso y se dejó caer a su lado. Se descolgó el bolso y comenzaron a hablar de cualquier cosa mientras él terminaba la conversación.
―Se le ve muy divertido ―comentó Nadia mirando hacia atrás por encima del respaldar.
―Sí. Es la sonrisilla que pone cuando algo le parece absurdo. Probablemente esté hablando con Ernesto ―comentó mirando hacia el mismo lado que ella―. Sí, definitivamente es la cara de hablar con Ernesto.
―¿Por eso me ha dicho que me quede?
Irene se encogió de hombros, gesto característico de su hermana.
―Bueno, era Ernesto ―declaró Miguel Ángel.
―Te lo dije ―le susurró Irene.
―Está muy enfadado ―dijo sin dejar de sonreír.
Nadia frunció el ceño. Las palabras que decía no eran para nada acordes con sus gestos.
―¿Está muy enfadado? ―repitió Nadia incrédula―. ¿Por qué se supone que lo está?
―Porque hemos hecho una "fiesta" sin él ―contestó haciendo las comillas con los dedos.
Irene no pudo reprimir una carcajada. Miguel Ángel se sentó al lado de su novia, aún con cara de sorna.
―Este chico es idiota ―comentó Nadia riéndose también.
―No te digo lo contrario ―le dijo su hermana―. Vas a tener que hacer esfuerzos extra esta noche para consolarlo ―canturreó.
Se llevó un manotazo de Nadia.
―Eres muuuuuuuy tonta ―le dijo levantándose. Al ver que los dos estaban tan divertidos les señaló con el dedo―. Los dos lo sois.
Se fue hacia la puerta con decisión.
―Suerteeeee ―volvió a canturrear.
Nadia se giró, le sacó la lengua y salió. Se fue sonriendo hacia el coche, pensando en lo tonto que podía ser su novio. Fue directa hacia su piso, donde sabía que estaría.
Pegó al portero, un gruñido le respondió y ella soltó una leve risilla. La puerta estaba entreabierta, pero aún así dio un par de golpes avisando de que iba a entrar. Se lo encontró sentado en el sofá, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Nadia dejó el bolso colgado del respaldar de una de las sillas del salón y fue a sentarse a su lado.
―Hola ―dijo sonriente.
Un nuevo gruñido se escuchó como saludo, lo que provocó una nueva carcajada. Él la miró de soslayo, aún con cara de pocos amigos.
―A ver, enano Gruñón. ¿Qué te pasa?
Nadia le picó en el brazo con su dedo, intentando así llamar su atención. Él no contestó.
―Si no me piensas hablar yo me largo, que mañana madrugo.
Intentó levantarse, pero él la sujetó gentilmente por la muñeca evitándolo.
―No te vayas ―dijo aún enfurruñado.
Ella volvió a su sitio, cambiando la postura hasta que lo miró de frente, a pesar de que él seguía mirando hacia delante.
―No me voy. ¡Pero si mira cómo estás! ¿Esto no será porque he quedado con las niñas, no? Que hasta ahí podíamos llegar.
Eso sí llamó su atención y la miró fijamente.
―¿Qué me dices? ―Casi se indignó.
―No sé. Me dice Migue que estás enfadado porque hemos hecho una "fiesta" sin ti. ―También hizo comillas con los dedos―. Y vengo y efectivamente estás plofado. ¿Qué fiesta se supone que hemos hecho sin ti? Porque que yo sepa no tengo que pedirte permiso para quedar con mis amigas.
―¡Yo no te pido explicaciones! Pero cuando luego ha llegado Migue me podrías haber dicho de ir también, ¿no? Que no te has acordado de mí en toda la tarde.
Nadia volvió a reírse. Se incorporó un poco y se sentó encima de él, con una pierna a cada lado de las suyas. Él volvía a estar con los brazos cruzados y ella se los descruzó, poniéndolos en sus caderas. Ernesto se dejó hacer sin resistencia. Luego ella le rodeó el cuello con sus brazos, haciéndole caricias en la nuca, donde jugueteaba con su pelo.
―¿Quién dice que no me he acordado de ti? Pero estábamos haciendo el test del bedel, como lo llama Lauri, y hemos decidido no hablar de chicos. No quiere decir que no haya pensado en ti.
―¿El test de quién? ¿También había allí un bedel?
La cara confusa de Ernesto era bastante cómica y Nadia volvió a reírse. Le sujetó la cara entre sus manos y le dio un corto beso en los labios.
―Teníamos un bedel, no paraba de intentar que entráramos en clase ―dijo irónica―. ¿Cómo vamos a tener un bedel, idiota? Es el test de Bechdel, pero Laura es mortal con los motes y ya no había quien le dijera el nombre correcto.
―¿Entonces has pensado en mí un poquito? ―preguntó con un puchero en los labios.
―Bueno, solo un poquito ―contestó con una sonrisa en los labios, mientras con una de sus manos hacía un gesto juntando el dedo índice y el pulgar.
A pesar de que entre los dedos no había separación alguna, él se veía bastante complacido con la respuesta.
―¿Te animas ya un poco? ―insistió dándole un beso en la mejilla.
―Un poco ―contestó con poca convicción―. Es que después del fin de semana juntos y de haber tenido hoy un día de mierda me apetecía verte un rato y no me contestabas. ―Se encogió de hombros.
―Hemos pasado un poco del móvil cuando estábamos todas. Es liberador hacerlo, ¿sabes?
―Cierto ―concedió.
Nadia seguía acariciando su cuello, lo que lo tenía bastante más relajado. No estaba realmente enfadado, pero le gustaba llamar su atención, como si eso fuera necesario.
―¿Ha sido un día malo? ―preguntó ella trayéndolo a la realidad.
―Sí, ha sido un lunes caótico. Pierre es un gilipollas y cada vez lo soporto menos ―explicó haciendo una mueca de asco con la cara.
―Siempre hay algún tonto suelto. Tú pasa de él.
―He echado de menos a Laura. Cuando está ella al menos lo tiene a raya. No quiero pensar cuando le den la baja por maternidad.
Nadia lo escuchaba atenta. Ella tenía suerte de trabajar en algo que le encantaba y con un buen ambiente alrededor. Él, aunque era feliz con lo que hacía, a veces se le cruzaba uno de los jefes que siempre exigía cosas imposibles y lo solicitaba "para ayer", por lo que eran los programadores quienes se tenían que quebrar la cabeza y echar horas extra para terminarlo a tiempo. Él no se quejaba normalmente, ahora Nadia entendía que era porque Laura controlaba las locuras de algunos.
―No te quería aburrir con tonterías.
―Bah, no te preocupes. ―Le restó importancia―. De algo hay que morir.
―¡Oye! ―se quejó haciéndole cosquillas a los costados en venganza por la broma.
Nadia se rindió poco después. No tenía muchas cosquillas, pero él sabía perfectamente el punto y no solía durar mucho hasta pedir piedad.
Volvieron a su posición inicial, pues se habían tumbado un poco en el sofá por el forcejeo.
―Estoy pensando... ―se paró cuando lo vio con el ceño fruncido.
Ernesto le tocó la frente, poniendo una falsa cara de preocupación, y ella no pudo más que apretar los labios y entrecerrar lo ojos.
―Te iba a decir que si te apetecía ir Al chino ―comentó acompañando sus palabras con el gesto típico que usaban para referirse a su chino favorito―. Pero como si pienso es que tengo fiebre...
A él se le había cambiado la cara en cuanto escuchó su plan, negando vehemente con la cabeza.
―¿Podemos ir Al chino? ―rogó él―. Porfiiiiiiii.
No se pudo resistir a su puchero y sonrió, accediendo a la petición. Sabía que no se podía resistir a ir allí y que aquello lo iba a animar.
Se acercó repartiendo besos por toda su cara con emoción. Se levantó con ella encima, que se agarró con las piernas instintivamente, pues no se lo esperaba. Luego la soltó de forma suave y comenzó a buscar su móvil.
―¿Llamamos a Migue? ―La miró con una amplia sonrisa y enseñándole el teléfono que ya tenía en la mano.
Volvía a parecer un niño chico al que los Reyes le traen el regalo que ha pedido y ella, por enésima vez, volvió a reír.
Nota de autora: Os dije que volvería muy prontito. Y es que me apetecía mucho poder dedicar este capítulo a mi AMIGA, sí con mayúsculas, @Azzaroa. Que siempre me está apoyando y siempre está para mí. Un placer haberme encontrado en este mundo de la escritura con ella. ¡¡No os perdáis sus obras!!
Sé que este no será uno de los mejores capítulos, pero sale tu Ernesto. Espero que te haya gustado. Mil besos
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