Capítulo 16
El domingo había sido bastante tranquilo, sobre todo teniendo en cuenta lo intenso del día anterior. Se dedicaron a pasear por las calles de Faraján, el pueblo que tanto había enamorado a Belén en su momento, e hicieron una ruta senderista que les llevó a Las Chorreras, una zona con dos altas caídas de agua que encantó a todos, a pesar de no tener tanto caudal como en otros meses del año.
No se dieron cuenta del pasar de los minutos y las horas, pero tenían que volver a la realidad, por lo que con los coches ya cargados, hicieron el camino de regreso de la misma forma que habían ido, aunque esta vez era Nadia la que conducía el coche de Ernesto.
Él estaba bastante serio y, por el temor de no ser una buena compañía, había decidido sentarse en la parte de atrás. Sonaba música de El Kanka mucho más animada de lo que estaban ellos.
―Nadia, ¿puedes cambiar el CD?
Ella lo miró por el espejo retrovisor un instante.
―Claro ―contestó con cierta ironía que sus dos acompañantes captaron al instante―. ¿Cuál prefieres? ¿Te pongo el de Pablo Alborán o el de Alex Ubago? ¿Con cuál prefieres cortarte las venas?
Rocío soltó una carcajada mientras que Ernesto le devolvió la mirada entrecerrando los ojos. Nadia seguía con los ojos puestos en la carretera, pero sabía que él la estaba mirando.
―El viernes por la noche querías ir corriendo a Málaga a cortarle las pelotas a Rafa y ahí no sabíamos nada ―observó aún serio.
―Tienes razón. Pero me entretuviste ―comentó con voz tranquila, aunque notó calor en la cara ya que Rocío tenía una sonrisita en la suya―, y han pasado unas horas en las que el odio intenso y corrosivo ha dejado paso al odio controlado. ¿Qué te crees, que no duele?
―Yo no estoy diciendo eso. ¿Pero sabes qué pasa? Que hoy día se tiene un odio intenso y corrosivo a los hombres ―la parafraseó―, y es por hijos de puta como Rafa. No puedo con eso, no los soporto.
―Entiendo lo que dices, Ernesto ―entró en la conversación Rocío―. El maltrato no es exclusivo de los hombres, eso es obvio, pero el porcentaje es taaaaan dispar...
―¡Lo sé! ―se incorporó un poco en su asiento para acercarse a ellas―. No estoy diciendo otra cosa. Pero eso no quita que nosotros mismos nos sintamos asqueados. Porque se dice: ¡qué cabrones los hombres! Cuando ellos no son hombres son... son... otra cosa.
―Estamos todos de acuerdo, Ernesti. Pero así no ayudamos en nada y lo sabes. Cuando lleguemos hablaremos con mi hermano, estaremos preparados por si el capullo intenta siquiera hablar con ella.
―¿Y no le puedo partir la cara?
Las dos rieron por su indignación y él se tiró de mala gana hacia atrás en el asiento, cruzándose de brazos enfurruñado.
Se mantuvieron un rato más en silencio, hasta que Nadia volvió a romper el silencio.
―Estás muy callada, Rocío. En este coche puedes desfogar lo que quieras.
Rocío rio quedamente por el comentario.
―Estaba pensando en Belén, nada nuevo en el frente.
―Es que es muy fuerte, ¿verdad? ¡En nuestras narices!
―Pasa más de lo creemos. Y Belén ha conseguido darse cuenta a tiempo de que fuera a más. Es una chica independiente, con su trabajo, su carrera, sus padres... Muchas otras personas no tienen esa suerte, ¿sabéis? Lo veo todos los días en el trabajo y es alarmante en verdad.
Rocío era trabajadora social y cada día trabajaba con niños y adultos con problemas de drogas, maltratos, abandonos... Era complicado, pero también era algo que le apasionaba. Disfrutaba mucho de ayudar a cambiar ciertas cosas. No obstante, una vez fuera del trabajo intentaba aligerarlo todo, era divertida y alocada.
―No podría hacer tu trabajo. Qué mérito tienes, chiquilla ―comentó Ernesto.
―Cuesta, no te lo niego. Cuando llega un caso malo me tiro unos días bastante chungos, pero me encanta.
―¿Por eso recogiste a Víctor del basurero? ―sonrió Nadia, mirándola por el rabillo del ojo.
Rocío rio con ella y afirmó con la cabeza.
―Se puede decir que sí. Le tuve que decir varias veces que allí había mafia chunga para que viniera. Yo ayudo a todo aquel que venga a pedirme ayuda, pero allí hay algunos que directamente no quieren y ya sabemos que no todo el mundo es bueno. Aún así costó convencerlo, menos mal que María también presionaba. Ella se lo iba a decir, pero sabía que Víctor no se iría con ella y con Aída.
Ernesto volvió a incorporarse un poco, todo lo que le daba el cinturón de seguridad. La preocupación no se había borrado de su rostro y de su voz.
―¿Por qué crees que no pidió ayuda?
―¿Quién? ¿Víctor o Belén?
―Los dos ―dijeron Nadia y Ernesto a la vez, lo que les hizo sonreír. Él puso la mano sobre su hombro y lo apretó, estaba arrepintiéndose de ir detrás y no poder tocarla.
―Creo que el orgullo tiene mucho que ver con Víctor y un poquito con Belén. Aunque ella ya dio esa respuesta. No se daba cuenta de lo que pasaba y, cuando se dio, probablemente tenía más vergüenza de decirlo, por lo que se mantuvo callada.
―Víctor es idiota ―farfulló Ernesto volviendo a su sitio, una vez más.
―Estás hoy muy enfadón, cariño.
―Mi mejor amigo es un idiota, tengo derecho.
Rocío reía con el intercambio, e intentó defender la postura de su compañero de piso.
―Sois todos un grupo muy hermético, se lo dije el viernes a Nadia. Nada sale de este grupo, pero a veces nada entra tampoco. Y en vuestro caso... sois los tres extrañamente cerrados. Lo raro es que con vosotros mismos también, lleváis mucho tiempo en esa dinámica y para vosotros es lo normal. Aún así eso me intriga mucho.
―Sí, a mí también ―reconoció él.
―¿Somos muy extraños? ―preguntó Nadia con cierto temor.
―¡Qué dices! ―Rocío la miró con sorpresa―. Sois extrañísimos ¿No lo sabías?
―¡No! ―contestó ella en el mismo tono que había usado su amiga.
―Tenéis una pedrada en la cabeza pero de las gordas, en serio. No me malinterpretes ―continuó evitando que le contraargumentara―, es genial. Tenéis una personalidad que me encanta, en serio. En fin, yo tampoco soy muy normal, mírame, estoy probando el crudiveganismo como parte de un experimento que estoy haciendo. Pero el caso es que sois raros, ¿no es genial?
Nadia se comunicó con Ernesto con la mirada a través del espejo. Éste tenía una expresión divertida en la cara, estaba bastante de acuerdo con lo que había dicho Rocío, pero ella parecía que no tanto.
―Pues yo me considero una persona normal, no rara.
―El problema aquí está en que crees que me estoy metiendo contigo. A veces eres demasiado susceptible, ¿no te lo han dicho?
La miró de nuevo, por un breve instante, con una cara nada amigable.
―Sí, alguna vez me lo han comentado ―respondió finalmente con voz monótona.
―¿Ves? ―comentó con un gesto de suficiencia―. Lo mismo os podéis plantear una terapia. A lo mejor os hacen precio de grupo ―bromeó.
―Já, já ―se rió falsamente―. Tendrías que entrar tú con nosotros también, a ver qué te crees.
―No te digo yo que no ―comentó divertida―. Mañana mismo pregunto en mi manicomio de confianza, seguro que nos hacen algún descuentillo.
Las risas volvieron a resonar en el coche, que era justo lo que necesitaban en ese momento. La tensión se disipó un poco y pudieron disfrutar un poco más del viaje de vuelta a casa, de vuelta a la realidad, donde les esperaba un camino difícil de recorrer entre todos y que entre todos seguro conseguirían hacer más fácil.
Nota autora: Un capítulo cortito, lo sé. Y sé que he tardado más de la cuenta. Estoy un poco absorta en otras cosas pero os compensaré con otro capítulo muuuuy pronto.
Este en concreto está dedicado a mi gemelier, @MarcePeralta , aunque sé que aún no puede leerlo y hacerse spoiler, no se puede hablar de ciertos temas y mencionar "El basurero" sin que su maravillosa historia me venga a la cabeza. No dudéis en pasar por su perfil y leerla. Os encantará
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