Capítulo 15
El olor del café llegó hasta él, que gimió en apreciación escapándose de sus labios una involuntaria sonrisa. Le encantaba ese olor, ese aroma tostado estaba entre sus favoritos, aunque no sabía realmente por qué ya que implicaba despertar y espabilarse. Se dio la vuelta para abrazar a Aída, cuando se dio cuenta que no estaba allí. Fue entonces cuando entendió que su ausencia y el olor del café estaban conectados. Se aplaudió mentalmente por relacionar ambos hechos tan rápido, por norma general le costaba más tiempo que su mente funcionara.
Se desperezó en la cama, estirando los brazos todo lo posible. Ella entró en la habitación, usando solo una camisa de él como única vestimenta. Él abrió mucho los ojos cuando la vio aparecer, a lo que ella soltó una carcajada.
―¿Qué te ha pasado, abogado?
Nacho ya estaba sentado, apoyado en el cabecero.
―¿Sabes que en las pelis siempre parece que la chica se ve súper sexy cuando sale vestida con ropa de él?
Aída, que seguía apoyada en el marco de la puerta, sonreía y afirmaba con la cabeza.
―Pues no es solo que lo parezca ―alzó las cejas repetidamente―. Realmente no sé qué haces aún ahí y no vienes. En las pelis la chica nunca lleva ropa interior... ¿sabes lo que te digo?
―Cariño ―comenzó Aída sin moverse―, todo el mundo sabe lo que dices. No te caracterizas por tu sutileza. Pero si voy para allá no voy a desayunar y tengo hambre.
Fue él quien se levantó entonces y rápidamente e intentando no tropezar, se dirigió hacia ella.
―¿Quién dice que yo no tengo hambre? ―dijo abrazándola e intentando poner lo que pensaba era una voz sensual.
Aída volvió a reírse de él. Podría haberse sentido herido en su orgullo, pero lo cierto es que su voz sensual era bastante patética.
―Vale, tengo que mejorarla. Al actor de doblaje del Grey seguro que le queda mejor. Pero sí que es cierto que tengo hambre.
―Esa me gusta más ―comentó Aída abrazándolo por el cuello―. Incluso más que la de Grey ―le dio un corto beso en los labios, que él correspondió sonriendo.
―¡Un momento! ―Se separó bruscamente―. ¿Has visto las películas esas? ¡Si decías que las odiabas!
―No me gusta odiar desde el desconocimiento y además he hecho mis geniales crepes.
Nacho frunció el ceño, sorprendido por las dos afirmaciones tan diferentes.
―¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
―Nada, pero es que tengo hambre... ¡de comida! ―aclaró―. Y he visto que ibas a seguir hablando de la dichosa película.
Nacho la besó antes de alzarla por sorpresa, lo que provocó un pequeño grito por su parte. La llevó hasta la cocina, donde vio el desayuno que había preparado: crepes, café y zumos, su especialidad y lo que sabía que le encantaba. La dejó en el suelo suavemente y volvió a mirar a su alrededor. Se le hizo la boca agua.
―¿Esto desayunas normalmente?
―¡Claro que no! Me pondría gordísima. Aunque en realidad tendríamos que desayunar así todos los días, es la comida más impor...
―¿Has comido lengua también? ―la interrumpió al ver que iba a continuar contando los beneficios de la primera comida del día.
―Paaaaaaso de ti ―concluyó yendo a sentarse.
Él la siguió en silencio, se sentó a su lado y comenzó, como estaba haciendo ella, por ponerse un crepe en su plato para echarle Nutella.
―No recordaba tener todas estas cosas en mi casa. ¿Yo uso harina?
Aída rio por el despiste. No sabía bien cómo había sobrevivido estando solo en casa, puesto que era cierto que era un desastre en la cocina.
―Sí que lo tenías. Lo vi anoche, por eso me quedé, sino me habría ido a mi casa ―contestó sacándole la lengua.
Nacho puso cara de falsa ofensa. Continuó disfrutando de aquel momento. Seguía con una sonrisa en la cara.
―¿Qué te pasa que tienes cara de tonto?
―¿Y después soy yo el sutil?
―Veeeenga, va. Dime, cielito, ¿qué te ocurre que tienes tu rostro angelical un poco alelado?
Puso los ojos en blanco y resopló una sonrisa. Antes de que rectificara y dijera algo peor decidió contestar.
―Pensaba en que disfruto mucho contigo, y creo que sí que he sido un poco tonto para no darme cuenta mucho antes.
Aída lo escuchaba atenta mientras continuaba bebiendo su zumo.
―Me dijiste el otro día que el que te hubiera pedido que vinieras a vivir aquí era un arrebato. Sí, posiblemente, pero te vuelvo a decir que no me arrepiento de ello.
Ella se frotó la frente y cerró los ojos, solía hacerlo cuando estaba nerviosa y en ese momento volvía a estarlo, porque no tenía dudas acerca de lo que ella quería hacer, pero sí que tenía dudas con respecto a que él se lo pensara mejor en poco tiempo.
―¿Cuál es el problema? ―insistió―. ¿No me crees?
Aída negó con la cabeza suavemente, pero se apresuró a aclarar lo que quería decir para no dar lugar a dudas.
―No se trata de no creer, cariño. Se trata de que acabamos de empezar, todo es bonito, estamos en la luna de miel, por decirlo de algún modo. Pero en verdad no sabemos cuánto te va a durar esto.
Nacho frunció el ceño, tenía una expresión seria. Respiró hondo una vez, queriendo contener su tono.
―¿Qué significa lo último que has dicho? ¿Acaso no te fías de mí?
―No, cariño... ―intentó tocarle la cara pero él se separó de forma brusca.
―No seas condescendiente conmigo ―Nacho finalmente se estaba empezando a enfadar―. Has dicho que no sabes cuánto ME va a durar esto. A mí. No a ti, no a los dos... a MÍ. ¿Crees que estoy jugando? ―Alzaba la voz en las palabras a las que quería dar importancia.
Aída se dio cuenta de que sus palabras no habían sido nada acertadas y si lo pensaba bien no tenía muy claro por qué lo había dicho.
―No, Nacho. Lo cierto es que no creo que estés jugando.
Sus palabras no estaban consiguiendo que su enfado disminuyera.
―Me costó mucho trabajo reconocer lo que sentía, vale. Lo admito, y lo sabes mejor que nadie ―volvió a hablar Nacho, recordando su negativa inicial a estar con ella―. Me puedes decir que es muy pronto, que llevamos poco saliendo, que quieres seguir con tu vida tal y como está, me puedes decir lo que quieras y yo lo aceptaré como el hombre racional y adulto que soy. Lo que no voy a aceptar es que lo achaques a que no sabes cuánto me va a durar esto. ¡Como si fuera un avenate que me ha dado de pronto! ―Se levantó de su silla y comenzó a pasear.
Ella suspiró y negó con la cabeza una vez más, en parte para contradecir lo que él decía, en parte enfadada consigo misma.
―No forcé el enamorarme de ti. ¡No quería enamorarme de ti! ―continuó alzando la voz―. Luché contra eso y... y... ahora mismo no tengo ni idea de por qué carajo hice eso. ¡Y mira dónde estoy! Enamorado como un idiota que no puede más que sonreír cuando estás cerca. Y tú vas y crees que esto es un capricho. ―Resopló.
―Nacho, tranquilízate ―le pidió ella tomándole la mano y haciendo que se sentara―. Déjame hablar, ¿vale? Sé que no he estado acertada con lo que he dicho, pero tampoco es fácil para mí, ¿sabes? Llevo colgada por ti tanto tiempo que creo que te vas a aburrir.
Apretó los dientes y la miró intentando tranquilizarse.
―Sabes que mis... bueno, que Nadia y yo tenemos cierta fama de tontos, ¿verdad?
―Eso no es...
―Vale, no quieres la palabra tontos ―interrumpió―. Dejémoslo en ingenuos, un poco lentos para ciertas cosas, brutos, poco sutiles... da igual, llámalo equis. Pues en este caso creo que la tontería se pega y bastante, porque se ve que tú también lo eres un poco.
―Vaya, gracias ―contestó irónica.
―No te puedo asegurar que esto no vaya a acabar nunca ―prosiguió ignorando su comentario y suavizando un poco su tono de voz―. También sabes que una frase que nos inculcaron desde pequeños es que "nunca" es un lapso de tiempo demasiado largo. Sin embargo me gustaría pensar en un para siempre contigo, Aída. Llevas siendo una constante en mi vida desde hace tanto... y nunca me he aburrido de ti. Es absurdo pensar eso, pequeña. No te vengas a vivir conmigo si no quieres, ya se hablará más adelante cuando estés preparada, pero lo que sí te pido por favor, es que no me cabrees con ese tipo de gilipolleces.
Aída una vez más aquella mañana, volvió a negar con la cabeza esta vez por su brusquedad, tapando su sonrisa con una mano.
―Ríete si quieres, pero ni tú te mereces que pienses así de ti, ni yo me merezco estas dudas.
―Tienes razón. ―Suspiró. Le cogió la mano por encima de la mesa―. Soy muy segura con todo menos con lo que respecta a ti. Y no tiene que ver contigo y con lo que hagas, es que creo que te tengo en cierta forma... idolatrado, y mi yo adolescente en ocasiones me hace aún verte en tu pedestal.
―¿En mi pedestal? ―bufó―. Nunca me tuviste en un pedestal.
―¡Claro que sí! ¡Eras mayor! Te conocí cuando eras universitario y me deslumbraste por completo con tu perfección.
No le quedó más remedio que reír con aquello. Sabía que era lo que pensaba o no se lo hubiera dicho, pero le pareció absolutamente surrealista.
―Muy bien ―dijo habiendo soltado ya un poco de tensión―. Y luego me conociste a fondo durante años y supiste que no era perfecto en absoluto. Nada más lejos de la realidad. Se te ha ido cayendo ese mito a lo largo del tiempo y por fin sabes cómo soy.
Ambos sonrieron ya más tranquilos.
―¿Y conviviendo? ―continuó―. Conviviendo soy un puto desastre, te lo digo desde ya. Sólo me libra que soy muy ordenado, pero cocino lo justo y necesario, soy un tiquismiquis, eructaré o me tiraré pedos delante de ti y tú lo harás delante de mí. Porque esa luna de miel de la que hablas terminará, pero la vida en común seguirá. Y yo quiero los pros y los contra de vivir. Y superar los contra para volver a los pro. Y quiero todo contigo, Aída.
Ella se tapó la cara con las manos, y se quedó apoyada sobre ellas.
―¿Cómo se te puede decir que no después de eso? ―se preguntó con la voz amortiguada.
―No, ahora no me dirás nada. Por el momento retiro la oferta.
Ella levantó la cabeza bruscamente y lo miró, bastante sorprendida. Él con total tranquilidad, se echó un poco más de zumo con deliberada lentitud.
―No me mires así. Te parece muy pronto y crees que es porque estamos en el momento "luna de miel" ―comentó haciendo el gesto de entrecomillado con las manos―. Ahora esperaré a que se acabe ese momento para pedírtelo de nuevo.
―¿Y si no se acaba nunca? ―preguntó ella aún sorprendida.
Nacho solo se encogió de hombros y comenzó a beber.
―¿En serio? ―ella lo miró incrédula.
Con toda la parsimonia del mundo, Nacho soltó el vaso sobre la mesa, puso los codos en la misma y apoyó su cara sobre sus manos cruzadas. Estaba creando cierta tensión que, en parte, estaba molestando a Aída quien no veía tan complicada su pregunta.
―¿En qué quedamos, Aída? ―preguntó con una voz un poco más grave de la habitual.
Ella parpadeó un par de veces, un tanto desconcertada.
―Hace un momento no sabías cuándo me iba a aburrir; ahora te planteas que puede que no acabe nunca. Por eso me pregunto que qué es lo que crees.
―¿Estás en modo abogado conmigo? ―Alzó una ceja.
Nacho continuó en la misma postura, pero hizo una leve sonrisa de suficiencia. No se esperó que la respuesta de ella fuera abalanzarse sobre él para besarlo como si no hubiera un mañana. Él le correspondió el beso tan efusivo como ella, que acabó sentada sobre él en la silla. Un instante después Aída se separó.
―¿Lo has dicho en serio? ¿De verdad lo quieres todo conmigo?
Sus ojos estaban brillantes por la emoción y la excitación del momento. Nacho afirmó con la cabeza lentamente.
―Todo.
Sonrió y lo volvió a besar.
Nota de autora: ¿Qué os ha parecido? Un poco cambio de tema con respecto al capítulo anterior pero así desestresábamos un poquito, ¿no? Espero que os haya gustado y me lo hagáis saber, que me gustan vuestros comentarios.
Este capitulito va dedicado a mi prima chica (no tan chica), que siempre está pendiente cuando subo capítulo, aunque no creáis que por ser yo me regala los votos, que es mi juez más implacable y si no me lo merezco no le da a la estrellita, así que aquí me espero siempre a ver si ha sido de su agrado.
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