Capítulo 1
Era un cálido sábado de junio. Irene y Nadia estaban en una terraza al sol en uno de los bares que se ubicaban en el paseo marítimo de la playa de El Pedregal, conocido por todos como Pedregalejo, concretamente en el de Marco, un italiano amigo de Irene que no dudaba en piropearla sin vergüenza cada vez que la veía. Estaban aprovechando el buen día a su manera, ya que Miguel Ángel y Ernesto se habían ido a jugar al padel pues el primero necesitaba pareja para el campeonato de empresa, e Irene, desde que se enteró de que estaba embarazada, no podía jugar.
Nadia quiso solidarizarse con su hermana y decidió que ambas podían pasar un rato juntas tomando algo. Irene tomaba su zumo de naranja, el que disfrutaba como si fuera el mejor del mundo, mientras ella intentaba hacer lo propio con su café, a pesar de que lo único que hacía era removerlo sin prestarle atención alguna. La leche, a pesar de que en principio estaba muy caliente, como es la costumbre en Málaga, ya se había enfriado y seguía sin apenas haberlo probado.
―¿Me vas a contar ya lo que te tiene así, hermanita? ―preguntó Irene sin reprimir más su curiosidad.
Nadia la miró saliendo de su ensoñación, con una cara un tanto confusa, así que su hermana continuó con la aclaración.
―No paras de suspirar por las esquinas. Puede que sea el amor ―bromeó alzando las cejas repetidamente, provocando la risa de Nadia―, pero creo que es algo más. Pareces un tanto preocupada. ¿Es por lo tuyo?
Hacía un mes que a Nadia le habían dado la noticia, tras hacerle muchas pruebas, de que tenía Esclerosis Múltiple, lo que supuso un jarro de agua fría tanto para ella como para su familia y amigos. No obstante, la idea ya se había asentado en su mente y después de mucha recogida de información por distintas vías médicas, ya tenía un plan de acción en marcha y tenía tratamiento. Sabía que eso no quería decir que se curaría, pero al menos tenía posibilidades de frenar el desarrollo de la enfermedad y esperaba que la ciencia y la investigación siguieran su curso.
Irene continuó saboreando el zumo mientras Nadia ordenaba sus ideas. Algo la frenaba a la hora de hablar con alguien de lo que le ocurría.
―Lo cierto es que eso me preocupa, sí. Pero no es que pueda hacer más de lo que estoy haciendo, así que no está en mis manos. ―Se encogió de hombros.
―¿Entonces?
Nadia se removió incómoda en su asiento, lo que sorprendió a su hermana. Pensó que aquello tenía más que ver con su recientemente aceptado enamoramiento de Ernesto, lo que la hizo sonreír.
―Va, dime. ¿Qué te pasa? ―insistió―. Tiene que ver con Ernes, ¿verdad?
―Es que... ―titubeó.
Irene le palmeó el brazo con poco miramiento.
―¡Auch!
―¿Va a darte fatiga a estas alturas? ¡Si te he cambiado los pañales!
La miró entrecerrando los ojos.
―No te pases que solo me llevas un año.
Irene rió por el comentario, le recordaba a una conversación que había tenido con Ernesto no hacía tanto tiempo.
―Sois tal para cual ―comentó en un susurro.
Nadia la escuchó murmurar algo pero no le preguntó, seguramente era algo que no quería saber. Al final decidió olvidarse de su vergüenza y hablar.
―Bueno sí. Tiene que ver con Ernes.
―¿Acaso no va bien la cosa? ―preguntó ahora con cierta preocupación en su voz.
―Sí, va bien. Va muy bien todo, la verdad. Está en modo: quiero demostrarte que soy un buen novio y no te vas a tener que preocupar ―contestó poniendo su voz más grave en una supuesta imitación, que provocó la risa de su hermana.
―¿Y cuál es el problema entonces?
Irene era ahora la confundida. Si todo iba bien entre los dos no entendía cuál era el problema que la tenía suspirando por las esquinas.
―Pues... ―Nadia seguía titubeando. Era buena escuchando a los demás, pero no era lo mismo tener que hablar ella―. Estoy... estoy un tanto... ¿frustrada?
A pesar de que lo último lo había dicho en apenas un susurro, su hermana la escuchó perfectamente y no pudo reprimir una carcajada. Nadia de nuevo entrecerró los ojos, mirándola con cierto odio.
―Claaaaaaaro que sí. Lo que necesito ahora es justamente que te rías de mí.
Volvió a remover su café, que ya en ese momento estaba helado, y se recostó un poco en su silla, alejándose un poco de su hermana y su risa.
―No te enfades, Nadia ―le pidió―. No me estoy riendo de ti. Es por la situación, no me esperaba que fuera eso que además es tan fácilmente solucionable. ¿Por qué no lo hablas con él?
―¿Con él? Sí, claro ―contestó incorporándose un poco―. Está en modo caballeroso, en plan soy el novio perfecto. Pareciera que quiere esperar a una boda, carajo.
Irene contuvo la risa esta vez, aunque se le vio perfectamente en la cara. Sin embargo, aguantó estoicamente hasta que Nadia tampoco pudo reprimirla. Ambas rieron por la situación que se planteaba. Todo lo lanzado que parecía muchas veces Ernesto se perdía por completo cuando se trataba de ella, con la que andaba de puntillas.
―Habéis estado toda la vida sin decir nada, chiquita. Va a ser cuestión de que empecéis a solucionar eso, ¿no crees?
Nadia bufó como única respuesta y su hermana volvió a reír con ella.
―Aunque si no quieres hablarlo siempre puedes abalanzarte sobre él. ―Nadia rió―. ¡No te rías! Sabes que tengo razón.
―¿Crees que no lo intento?
Irene se sorprendió bastante.
―¡¿Qué me dices?!
―¿Por qué te crees que me frustro? Bueno, aparte de por lo obvio ―se corrigió entrecerrando los ojos―. En fin, llevamos tres semanas en un subidón de azúcar, todo es idílico, todo es bonito, nos besamos... ―A Nadia se le subieron los colores mientras Irene seguía sonriendo.
―¿Y? ―tuvo que preguntar finalmente ya que había dejado de hablar.
―Y cuando intento ir más allá, no estoy diciendo que le abra el pantalón así de buenas a primeras, pero en fin, eso se nota, ¿no? Nunca me ha pasado que un tío no lo pillara.
―Lo notan, sí ―afirmó Irene divertida.
―Pues se ve que o es muy tonto, o cuando nota que quiero dar un paso más pues se separa... respira y ya.
Irene la miraba fijamente, sus ojos denotando aún sorpresa y una chispa de diversión. Su cara hacía las preguntas por ella y Nadia la entendía a la perfección.
―¡Como te lo cuento! Es... es... ¡idiota!
Volvieron a reír. Cuando se pudieron tranquilizar un poco, se limpiaron las lágrimas del ataque de risa y continuaron la conversación.
―Bueno, si él se lo quiere tomar con calma... ―se calló abruptamente cuando vio la cara de pocos amigos de su hermana.
―Irene, me dijo que fuera su novia en torno a dos minutos después de nuestro primer beso. No se lo quiere tomar con calma, lo que quiere es no agobiarme, o eso es lo que creo. ¡La verdad es que ni sé lo que quiere!
―¡Qué mono es!
―Sí, mucho ―contestó con voz soñadora. Recibió un nuevo golpe por parte de Irene y volvió a la realidad―. No hace falta que me agredas. El caso es que sí, es muy mono, es un encanto, lo adoro... ¡Pero podría no frustrarme!
―¡Bambina! Chi ti sta frustrando? ―dijo de pronto Marco, que había escuchado el final de la conversación ya que Nadia había empezado a levantar la voz.
Tenía un marcado acento italiano y mezclaba alguna que otra palabra de su idioma aunque siempre lo entendían perfectamente. Ella a su pregunta tan solo se tapó la cara con las manos, un tanto abochornada.
―Marco, ¿come stai? ―le preguntó Irene en su parco italiano.
No había podido saludarlo antes porque había estado muy ocupado, por lo que ahora que se había acercado se levantó para saludarlo con dos besos en las mejillas. Nadia también lo saludó de la misma forma. Marco se quedó de pie e insistió en su pregunta, lo que provocó que Nadia se pusiera más roja aún de lo que ya estaba.
―Su novio, Marco, que la tiene loquita ―contestó Irene en su lugar.
―La bambina tiene novio, ¿eh? ¿Necesita che parle con él?
Ambas rieron. Aquel chico era encantador, siempre decía que Irene con él tendría asegurado un plan de fuga y ahora parecía que quería ser el consejero de Nadia, lo que la hizo reír. Por suerte para ella, lo llamaron de otra mesa que querían que los atendiera, por lo que no se vio en la tesitura de esquivar las preguntas.
―Bueno, dejando la frustración a un lado estás bien, ¿no?
Suspiró de nuevo, soñadora y sonrió ampliamente afirmando con la cabeza.
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