Sobre el general Rhudo
Un guerrero apasionado como ningún otro. De constitución atlética y musculosa que batalló al lado del rey Bridas en mares y océanos de todo el planeta. En la dimensión donde habitaban, nunca sucumbió al peligro por más letal que fuera, y su indiscutible lealtad al rey y al reino, jamás fue cuestionada al punto de entregar su vida, para lo que no tenía miedo alguno. Fue el símbolo de una amistad inquebrantable y única que suscitó la acumulación de cuantas glorias fueron posibles, logradas a muerte por la sobrevivencia del mundo marino.
Temible depredador de demonios que sucumbió ante uno. Leal y fuerte, hasta que la maldad se apoderó de sus debilidades luciendo el vestido de la inocente perversidad femenina, que lo engatusó convirtiendo su indomable espíritu de guerrero en un mensajero del mal con la voluntad sometida a la respiración de Kamandra, y una nueva reputación para su espíritu. ¿Hasta cuándo? El mismo no lo sabía, cuando no era consciente de su estado.
Kamandra conocía a la perfección sobre la lealtad inquebrantable del general Rhudo hacia el rey, por lo que fue necesario preparar la pócima del mal que lo sometería plenamente. En medio de su hervor, pronunció las palabras que activarían su nefasto poder. Demonios y más demonios se asomaron desde la pócima que sazonaba el mal en una olleta metálica y renegrida. Sus labios mortecinos entonaron rezos diabólicos. La pócima estaba lista para invadir el cerebro de quien la bebiera, paralizando todo sano razonamiento y haciendo florecer los miedos, el odio, la envidia y la rabia condenados en el sacrílego encierro del subconsciente. Solo quedaba motivar el momento.
Valiéndose del grimorio, la bruja aprovechó la noche fantasmal para embelesar una vez más el espíritu de Rhudo. Desde su aposento, con rezos y conjuros infernales doblegó su voluntad languidecida, que no pudo oponerse al repentino deseo de visitarla. A la medianoche, se escabulló sigiloso de Aldana como en otras ocasiones, creyendo no ser visto, pero el rey Bridas, había olfateado su extraño comportamiento desde días atrás; lo interpretó como una desdicha emocional. A partir de la medianoche, era restringida la salida de Aldana para todos los habitantes en cumplimiento al protocolo de seguridad consagrado como ley; ni siquiera el General tenía permiso del rey, a menos que éste, lo aprobara en un caso extremo de emergencia...
Rhudo se abismó en las heladas aguas montando su cabalgadura, con la luz del llamado subliminal latente en su cerebro y cegado por el cúmulo de emociones desvirtuadas acosando en la irreflexión. Un cerebro que antes luciera destellos de sabiduría, en aquel momento, era atormentado entre la incertidumbre y el dolor, súbdito de pasiones postizas que el engaño sembró en su debilidad.
Guiado por el maligno poder, el general tomó el camino en dirección al valle, hacia las profundidades, sin turbulencias que lo detuvieran y a una velocidad que no había experimentado agazapado en el vientre de un extraño ciclón. El agua adoptó su extraña y mansa forma de obediencia para conducirlo al valle prohibido. El desplazamiento pareció tener un solo sentido en descenso, como si los obstáculos existentes de roca, tierra, montañas, cavernas y demás, se hubieran hecho a un lado al ser halado por la voz de la hechicera. La travesía de horas se hizo minutos entre los valles de Dortvlan y Kamandra. Fue un viaje mágico a través del tiempo.
El alcázar estaba frente a sus ojos. En el valle de la bruja, donde su diabólica existencia era sagrada, todo parecía obedecerle, como si su magia fuera la más poderosa de todas las magias existentes. El palacio relumbraba por su aspecto espeluznante, pero atractivo para el nuevo Rhudo. En aquel entonces, ostentaba enormes paredes construidas con trozos de carbón marino negro y azul, erguido sobre un risco, como si fuera un faro que anunciaba el final del descenso a las tinieblas. Radiaba en su entorno, por el ejército de bestias que proliferaban en los alrededores portando los genes del demonio. Bestias que nadaban, corrían y volaban complacidas por su naturaleza extraña y escalofriante.
Kamandra percibió la presencia desde el interior de su palacio dando inicio a la mutación. Fue por su sexto sentido, que en la malignidad femenina ascendía de grado. El mórbido sonido de la bestia marina que habitaba el subterráneo, dio el aviso al detectar la presencia del stethacanthus. Los cinturones de plantas carnívoras se desplazaron creando la primera apertura al castillo; en frente, la puerta de corales y arrecife como una segunda entrada, se abrió sola cuando Rhudo se disponía a tocarla, acompasada por el ruido chirriante de su peso y el quejido de la bestia que parecía celebrar.
La hechicera apareció, transformada en una hermosa doncella de senos enarbolados, luciendo un lujoso collar de piedras negras desde el cuello, hasta posar en el par de masas perfectamente redondeadas y sutiles; de rostro angelical, cabello rubio, y manos y voz perfectas y sensuales, ungidas con el poder de la seducción. Muy adentro en su interior, el espíritu endemoniado palidecía en su figura seductora, ansiando pervertir a la víctima con el aroma de la muerte viva.
Pronto lo llevó a su recinto guiado de su mano derecha como un manso cordero. El general no dudó en postrarse ante su belleza en dirección a sus brazos.
—¡La extrañaba intensamente... mi reina! —lo recitó con voz ronca y sumisa.
Se acercó a un suspiro de su cuerpo venciendo la línea del coqueteo con la ansiedad insinuante al borde del suplicio. La sensualidad de su cuello atentó contra la debilidad del general para que aspirara el aroma del deseo. Fue antes de que sus labios húmedos sedujeran cada parte de su cuerpo.
—¡Que alivio sentirlo, mi general! —respondió excitada, Kamandra—. ¡Uhm! ¡Que atrevimiento! ¡Me encanta! ¡Lo esperaba ansiosa! Gracias por lo de reina... ¡hmmm!... Espero que yo sea la verdadera y única en tu corazón.
EL clímax aconteció en su rostro cuando emitía una palabra por cada atrevida e instintiva caricia que brotaba espontánea de su enamorado.
—Lo eres, Kamandra. No existe luz tenebrosa en el universo acuático que me haga estremecer tanto y que queme suavemente por dentro, como tu amor.
—¡Que romántico eres! Y que apuesto —el ripio de una sonrisa se convirtió en suspiro.
Una de las dos cocuimas que iluminaban el dormitorio, cerró sus alas para dejarlo a media luz.
—Por cierto, mi reina, vives en un hermoso palacio, aunque no hay nada en este mundo que supere tu belleza.
El General no cesó de cortejarla intentando adornar el momento.
—¡Que halagador, General! Le sugiero que no gaste todos los piropos en esta cita...
—Siempre florecerán nuevos y más radiantes. Sólo se requiere de un suspiro de su belleza para motivarlos.
—No exagere, General.
—No hay motivo para hacerlo, mi reina.
—Siempre hay un motivo para todo —manifestó atraída por la fortaleza física del Traivons, que giró el cuerpo a propósito para ser rodeada desde la espalda por sus musculosos brazos.
—Veo que todo está dispuesto para una velada romántica.
Había dirigido la mirada complaciente y sometida hacia el comedor de roca coralina, donde comida y licor estaban dispuestos para el festejo.
—Es un pretexto para mimarlo, mi General... Será el inicio de una encantadora velada. Sin duda, la mejor que jamás haya tenido y el alucinante motivo de mis pretensiones.
Rhudo no comprendió el mensaje y prefirió dejarse domar ante la embestida romántica y perniciosa de Kamandra, que se acercaba contaminante, deslizándose como una serpiente sometida y sensual, con el ferviente deseo de devorarlo de placer hasta someterlo a sus falsos y pestíferos encantos. Era fácil suponer que la voluntad de huesos se hizo ripio desde la primera vez que la miró, el mismo día en que la conoció cuando vagaba solitaria, supuestamente extraviada por los alrededores del valle de Dortvlan, muy cerca de la ciudad de Aldana. La personificación de su belleza en la más hermosa deidad marina que haya existido, conjuró su voluntad quedando subyugado al embrujo pasional de su mirada que selló con un beso de veneno para el alma. Kamandra ya lo tenía previsto y así lo hizo posible. El General era parte de su maquiavélico plan.
—Pude darme cuenta que hasta el hermoso jardín esperaba mi presencia —dijo modestamente.
—Si ya tiene la llave de mi amor incorporada en el alma, la puerta de entrada al palacio no será ningún obstáculo —le susurró al oído...
Desconocía que su espíritu tenebroso y oscuro por el embrujo, ya le pertenecía a Kamandra, y que era la clave para ingresar a su reino. Las plantas carnívoras tenían el poder para interpretar la maldad, y la habilidad para identificar a aquellos seres sometidos por su ama. Al permitir el ingreso, la segunda puerta se abriría majestuosa, dejando al descubierto el apetito siniestro, melancólico y voraz del castillo para atraerlo hacia su interior. Era lo que precisamente había ocurrido. Tratándose de un alma pura o un corazón noble, sería atacado antes de que pretendiera ingresar, a menos de que la malvada hechicera lo permitiera.
La noche avanzó entre sentimientos creados, insinuados y postizos de dos bestias; una inconsciente de lo que ocurría, lejos de entenderlo; y la otra, vociferando el triunfo en sus primeros pasos con su risa sarcástica y estridente que brotaba de su alma pervertida, y que cuando lo decidía, ella la escuchaba en su castillo, pero que fuera de éste, latigueaba con su miedo acobardando a toda sana criatura. El sonido estremecedor viajó hasta las entrañas de Aldana, lastimando el oído de sus habitantes que se inquietaban atemorizados.
Aquel día, el bebedizo alicorado espolvoreó de nuevo la voluntad del General y lo convirtió en presa fácil, como la mortecina dispuesta al paladar del gallinazo. Adicional al placer, Kamandra le dio de beber el brebaje con el hechizo que, a distancia, lo activaría cuando fuera el momento. Como era de esperarse, se sació de beberlo, y se sació de la pócima de amor natural al humectar sus deseos tendido sobre el cuerpo desnudo de su amada. Un cuerpo que no era su cuerpo.
La noche y la bruja fueron el imán para su nueva vida. Los días de la valerosa amistad con el rey estaban contados.
Todo estaba dispuesto y en secreto. Se transformó en un ser repugnante cuando su corazón perdió el brillo que Kamandra le robó. Un hechizo infernal fue suficiente... El cuerpo fue adquiriendo un aspecto grotesco y su rostro le sirvió de espejo al demonio más temible de sus miedos. Se había convertido en un alma en pena atormentada y viva. Kamandra sujetaba las riendas invisibles que se proyectaban desde su albedrío. Sucedió, luego de ingerir el bebedizo de la pasión preparado con líquidos de sus entrañas, para convertirlo en un ser semejante a ella. Su nuevo corazón era el de un demonio enjaulado. La clave perfecta para que se quedara habitando en su reino de sombras como uno más de sus sirvientes, a la espera inconsciente de que su ama lo liberara del hechizo, o lo desencarnara para sentir el alivio de una muerte limpia. Pero Kamandra, tenía planes para él.
La convivencia con la bruja lo amoldó a su amaño y lo transformó en una poderosa bestia de las profundidades. El aliado perfecto para derrocar al rey Bridas. La pretensión de su ama la tenía memorizada en su instinto bestial y asesino. En cuestión de días, Rhudo se dio a la tarea de seleccionar entre los Traivons, a su propio ejército. La debilidad emocional de algunos los convirtió en presa fácil de su comandante. Apenas quedaba esperar el amanecer temprano.
Desde su dormitorio personal en el alcázar, surcando la inmensidad del valle tenebroso sin dar un paso fuera de éste, la bruja observaba a través de los ojos de Rhudo. Las imágenes eran proyectadas en el muro de transparencia viscosa que parecía tener vida, construido con el usufructo de los espíritus de Traivons, Grícantol, Cecaelias y de otras comunidades que perecieron trágicamente ante los efectos de las guerras ocultas en la historia, quedando atrapados en las profundidades del océano en ese valle prohibido.
El demonio omnipotente de Jafen ayudó a Kamandra a empaquetar los espíritus en un conjuro infernal, que tenía el poder de reflejar las emociones de aquellos que estuvieran bajo su hechizo. Bastaba con pronunciar el nombre de Rhudo, para que las almas en pena prisioneras en el muro quedaran enlazadas a él, sin desplazarse del sitio donde estaban atrapadas. Así, la maléfica hechicera lo vería todo a través de los ojos del hechizado; incluso, haría sus perversiones a distancia. Solo era cuestión de enlazar el mal con su voz estridente, que viajaría al cerebro sometido a su voluntad para obligarlo a cumplir sus vilezas.
Y la voz se dejó escuchar en su cerebro dando inicio al proceso de sometimiento; su aspecto interior se doblegó a la voluntad de la hechicera. El veneno subliminal de las palabras abrió las puertas del subconsciente sin que se enterara. Salió de su casa. Se dirigió hacia el salón real pasando por un costado del rey Bridas sin reverencia ni saludo alguno. Iba con el rostro nublado y la mirada enceguecida. El rey lo observó inquieto. De inmediato, Rhudo tomó su espada, y en una acción repentina cuando el demonio apoderado de su instinto le dio la orden, dio vuelta para quedar sobre su espalda y atravesarla con el ímpetu de la obediencia. Pero el reflejo del monarca lo superó.
—¿Qué le pasa, general Rhudo?
El General no pronunció una palabra, pero a cambio, gimió con rudeza sacándole voz a la espada que silbaba, sentenciando al atacar una y otra vez. La amistad fue cercenada a muerte cuando sus espadas se cruzaron como dos enemigos acérrimos y desconocidos que jamás habían congeniado.
—¡Asesínalo! —gritó Kamandra, argumentando el premio a su obediencia.
—¡Ganarás el respeto de todos! El Señor de los demonios te lo agradecerá, obsequiándote un poder especial que hasta el mismo rey Bridas lo veneraría, hincado como cualquier habitante marino ante tus pies.
Olvidó mencionar que siempre sería su vasallo.
—¡Asesínalo! ¡No puedes fallar! ¡Asesínalo!
Las órdenes llegaban de su ama como microbios demoledores y mortíferos con una sola intención.
—¡No quiero lastimarte, Rhudo!
Vociferó amenazante el rey, para luego valerse de la protección del báculo que custodiaba sus días como si fuera el amuleto de la suerte glorificado por los Dioses. Las vanas palabras no alcanzaron a lacerar la conciencia sedada por el embrujo. El rey reaccionó sosteniendo el báculo entre sus manos que, ante la incidencia agresiva, lo enfrentó con éste, dándole el uso ordinario de una espada; lo hizo para protegerse de las embestidas letales del arma de su leal amigo, que ahora lo desafiaba sin temor. Pese a lo que estaba ocurriendo, no concebía su actitud desenfrenada de rebeldía para cambiar el concepto de lealtad de muchos años. En un momento de forcejeo, los filosos dientes del General como sierras eléctricas, hicieron daño en el cuerpo del rey que alcanzó a lacerar algunas de sus partes; éste, en medio del dolor, descifró el iris de sus ojos enclaustrado en una sombra de terror, comprendiendo que la voluntad de su amigo Rhudo, estaba siendo manipulada por una fuerza siniestra. Ahora tenía otro dueño.
El rey Bridas se vio obligado a usar el poder del báculo en la forma correcta, y empuñándolo en dirección a Rhudo, descargó con furia controlada un rayo misericordioso que lo levantó por los aires, desgarrando parte de sus músculos y abriendo una profunda herida en su pecho. El General reaccionó en actitud ofensiva lanzando su espada, la misma que alcanzó a esquivar el rey.
Rugiendo como un demonio en el cerebro del General, que asumía de su propiedad, Kamandra, desde la intimidad de su habitación en el castillo, levantó su mano derecha apuntando hacia la pared y a través del muro de los espíritus, motivada por un conjuro aterrador que fluyó de su monstruosa boca, lanzó una intensa descarga eléctrica a través del dedo índice convertido en varita, que los lamentos atrapados en el muro se convirtieron en aullidos de fieras atormentadas de dolor, llevando consigo la descarga hasta el cuerpo del general Rhudo, quien extendió sus manos para lanzarla con furia sobre el rey Bridas. La descarga lo arrojó por los aires hiriendo su cuerpo y despojándolo del báculo.
—¡Toma el báculo y asesínalo! ¡Toma el báculo y asesínalo! ¡Toma el báculo y asesínalo!...
Repitió la bruja cuantas veces fuera necesario para que cumpliera la orden. El rey Bridas escuchó la voz atrapada en el cerebro de su leal amigo, intentando persuadirlo de la intención del perverso ser que lo estaba manipulando.
Erguido por la fuerza del mal se dirigió hacia el báculo.
—No le obedezca, General... ¡No lo haga! —insistía vanamente el rey—. El poder del báculo sólo conoce la intención del bien y se alimenta de un corazón noble para actuar con justicia. En las manos equivocadas, el mal se esparcirá por todos los océanos acabando con reinos marinos y exterminando nuestro mundo. Lo conozco, general Rhudo. Sé, que no es lo que quiere.... Ayudaste a construir a Aldana. ¡No ayudes a destruirla!
El rey Bridas no pudo incorporarse.
Rhudo tomó el báculo cuando las palabras de su rey se oponían a las maléficas intenciones. Los demonios debieron batallar en su inconsciencia. Pero el mensaje instigador de Kamandra ensombreció del todo su juicio, al alterar la mínima voluntad que el rey logró recuperar con la oratoria.
—¡Toma el báculo y asesínalo! ¡Tú serás el rey y nadie podrá destronarte mientras estés conmigo! ¡Dominaremos los océanos¡¡Toma el báculo y asesínalo!
Sucedió, entonces, que la reina Lucefa apareció dolida y abrumada en compañía de su hija Serenia. Fabrich y Perkes arribaron detrás, casi caminando en sus pasos. Fueron motivados por un vago presentimiento, y luego, por el caos desatado entre los soldados rebeldes que obedecían la orden del General en su plan de debilitar al ejército. La audacia de los comandantes Safro y Zorquiel, anticiparon la situación ante la extraña conducta de algunos guerreros.
La primera batalla, lúcida y barbárica, estaba por comenzar al desequilibrarse las vértebras del bien. Los soldados leales al General, batallaron como si fueran tres veces más, combatiendo duramente contra los soldados fieles al rey Bridas. Apenas unos cuantos en la ciudad se enteraron de la situación. Leopoldi inmerso en sus prácticas de guerra a solas, ni siquiera se dio por enterado.
Rhudo dirigió el báculo hacia el rey. La mirada nimia y despreciable confirmó que la maldad se había apoderado de su conciencia, y que tan solo estaba a un abrazo de suscitar el fermentado aroma de la muerte. Luego de que su lealtad fuera asesinada, las intenciones del rey se tornaron vanas al morir en el sarcófago de la indiferencia, enjuiciadas por la irreflexión del General. Un grito lastimero fluyó desde muy adentro de las entrañas del monarca reprochando la actitud, cuando los brazos inconscientes del verdugo, levantaban con fuerza el báculo para descargarlo sin misericordia sobre el cuerpo caído del soberano, que se valía de sus manos como protección, cuando iba a ser usado de batán para castigarlo a muerte con golpes de acero.
En las manos mancilladas del enemigo, la supremacía milagrosa del báculo había quedado atrapada en su alma de metal. La brutal intención del General sobre la aún sumisa autoridad del rey, con seguridad dejaría su cuerpo en estado deplorable; pero antes que el impacto acariciara mortalmente el rostro de Bridas, un rayo emergente como un relámpago de luz y agua lanzado por Zadira, luego de ser invocada por la reina, lo detuvo absorbiendo la energía de Rhudo hasta debilitarlo, despojándolo del báculo que voló por el espacio del salón hasta caer cerca a los pies del monarca; al sentirlo libre, abrió la empuñadura de su mano derecha para atraerlo hacia sí como una orden directa...
Kamandra rugió desde su castillo lanzando descargas continuas de rayos y truenos, fluyendo desde el muro a través de los lamentos de los espíritus para transferirlos al cuerpo de Rhudo, donde su espíritu parecía quemarse en medio de gritos desaforados que vertían de su hocico, mezclados con la ira de Kamandra.
—¡Debes detenerlo como rey de Aldana! ¡Dispón de Bércijuz!, para doblegar el mal que intenta despertar —expresó briosamente, Zadira.
—¡Hazlo ya, Bridas! —manifestó Lucefa conmovida con la intención de la orden, mientras cubría el rostro atemorizado de Serenia que no paraba de llorar.
—¡Debes hacerlo, padre! —suplicó Perkes, mientras Fabrich, permanecía condolido por el comportamiento del General y amigo íntimo de la familia.
—¡No puedo hacerlo! ¡No puedo hacerlo! —respondió emocional el rey.
—Es tu deber, Bridas. ¡Hazlo! Si le das la oportunidad, no dudará en matarte —insistió Zadira.
—¡¡Dije que no!! ¡¡¡No lo sacrificaré!!! —vociferó con tal fuerza, que el eco de sus palabras convertidas en ley, tronó en las aguas y los muros de la ciudad.
La doncella Zadira, en un mensaje de sacrificio desautorizado por el rey, sintió la necesidad de actuar sin miramientos entendiendo que el amigo convertido en enemigo, actuaba bajo las leyes del verdugo.
—Si no lo haces, la seguridad de la ciudad estará en entredicho —dijo—. Tu General, ya no es tu General, está sometido bajo un maléfico poder que intenta resucitar de los suburbios del averno y lo ha convertido en tu enemigo. Ahora no puedes permitir que se fortalezca desconociendo su poder.
Hubo tiempo para que el general Rhudo se incorporara exponiendo a la vista de todos, el rostro patibulario. Se atrevió a levantar la espada y vociferando se dirigió hacia la reina y su pequeña hija. Fabrich se interpuso al empuñar su espada para aguerridamente batallar, pero la experiencia de guerras pasadas y el mal como guía azotando desde su espíritu corrompido, fue la causa para que el General lo impactara, hiriéndolo a la altura de la pierna derecha que lo obligó a bajar la defensa. Un segundo impacto tan feroz como el anterior le hizo perder el equilibrio y la espada. Perkes estaba petrificado de espectador y sin un arma. Quiso entonces arremeter con furia sobre el inerme cuerpo de Fabrich, en el preciso instante en que, el rey, compenetrado con Bércijuz, lanzó un grito lastimero a la par con el rayo vertiginoso que brotó del extremo superior del báculo, abalanzándose como una serpiente eléctrica sobre el violento cuerpo de Rhudo.
Ya no había elección ni diferencia. La familia era, es, y será un asunto sagrado que está por encima de cualquier amistad por más leal y perpetua que sea. Así lo intuyó sabiamente el monarca.
Casi a la par con el rayo emitido desde el báculo, la bruja intervino robando el cuerpo del General, con un rayo semejante e inofensivo que lanzó desde su castillo. Había desaparecido ante los ojos del rey Bridas, de su esposa Lucefa, de sus atemorizados hijos, de la doncella Zadira y de los muros de Aldana. Lo transportó a través del muro de los espíritus, luego de atravesar la dimensión por donde transita la muerte. La coincidencia de los dos rayos no fue detectada, pero sí entendida por todos como una acción del báculo que, con su magia, evaporó su cuerpo.
El dios Wol lo había vivido todo desde su trono. Pero ya había hecho su parte con el obsequio del artefacto y con Zadira. No quería intervenir.
Consciente de lo ocurrido pero conmovido por el dolor de sentirse culpable por el crimen, las lágrimas del rey fueron inevitables resbalando de su rostro hasta mojar su barba y caer sobre el báculo, del cual se aferró con la voluntad en declive, a muy poco de quedar postrado sobre el piso. Serenia se abalanzó sobre el cuerpo de su padre reclamando algo de paz, que lo alentó a levantarse para acercarse a su familia. De su cuerpo herido fluía sangre con destellos de dolor. Observó a sus hijos con mirada agradecida, que Fabrich correspondió. Perkes no lograba recuperarse. Luego, abrazó a su esposa para reparar con su aliento la decepción que le estaba carcomiendo el alma. No pudo evitar dirigirse a Zadira, que lo miraba paciente y complacida.
—No era él —explicó—. Estaba bajo el efecto de un potente conjuro. Lo leí en su mirada. Pero sé que no es excusa para haber dudado. Aun así, te pido, Zadira, que hagamos algo para vengar su muerte. Hay un responsable directo que desconocemos y al que repudio por su infamia.
—Sabe bien, rey, que no es posible acatar esa solicitud. Mi propósito es otro y está relacionado con la seguridad de Aldana —respondió.
Los últimos rugidos de terror brotaron distorsionados de su garganta. Las voces habitando en el muro de los espíritus quedaron resentidas con la batalla, que parecían quejarse antes de quedar mudas. La varita mágica se encogió hasta convertirse en el dedo índice reseco y disecado, sin diferir mucho de los demás dedos naturales. En tanto que, el general Rhudo, permaneció inconsciente por un largo rato, bajo el efecto del ataque propiciado por su amigo de batallas y guerras.
A la reina Lucefa, igual le dolió el desenlace con el comandante al compartir el mismo lazo emocional que su esposo. Pero lo que más le importó, fue saber que su familia estaba bien y que el gobernante de Aldana en su autoridad, había tomado la decisión correcta. No cabía duda que fue motivada por la valentía de su hijo Fabrich. Serenia estuvo todo el tiempo acurrucada con todo y susto cargando a su mascota, protegida entre los brazos de su madre.
Para Fabrich, con el miedo rondando en su inexperiencia y la herida producida por el enfrentamiento, la situación vivida sacudió su torpeza, y le recordó, que el atrevimiento es necesario cuando se trata de proteger a la familia, así no se cuente todavía con la actitud beligerante de un perfecto guerrero. Un elemental acto de entrega que en el futuro lo haría digno de proteger a toda una comunidad.
—No está muerto —dijo, después de inclinarse y olfatear el espacio donde desapareció el cuerpo.
El rey y la reina silenciaron. Zadira se inquietó, y el dios Wol sonrió en su trono.
—Un rayo misterioso emergido de la nada, madrugó antes que el rayo del báculo le hiciera daño —explicó Fabrich.
—La herida te ha hecho delirar. Debes ir a que te curen —dijo el rey.
Conociendo la intransigencia emocional de su padre, prefirió callar que discutir su percepción por el temor a equivocarse. Una verdad que el dios Wol advirtió, y que Fabrich no se equivocó al maquinarla en su juicio, así desconociera la verdadera razón de lo ocurrido. El poder maléfico de Kamandra emitido desde su ubicación, le ganó con su rayo por un suspiro inapreciable a la morosidad del rey, recuperando el cuerpo del general Rhudo para llevarlo de retorno a su palacio. Todavía era significativo para sus propósitos como para su corazón. Los guerreros Traivons que se revelaron, alcanzaron a huir de Aldana en sus cabalgaduras rumbo al valle de Kamandra, orientados por el letárgico aroma del mal.
La certeza de su muerte por parte del rey Bridas, luego de convulsionar con sus emociones la pérdida durante días y noches, la contrajo poco después de haber intentado vanamente con su aliento, olfatearlo innumerables veces a través del espíritu del agua, sin percibir el más mínimo hálito de vida pendiendo de los hilos del destino. Pero siendo obstinado, llegó a tener pensamientos necios que coincidían con la creencia de su hijo Fabrich, al relacionar la desaparición de Rhudo con el mal resucitando de las entrañas del valle oscuro. Y sobre Kamandra, la perversa reina, un pensamiento más atrevido le sugirió una muerte fingida... Recordó el final de la última batalla que proclamó su derrota, cuando jamás se encontró su cuerpo ni trozos de él. Era inevitable imaginarla viva y apoyada por seres igual de perversos. «¿Es otra de tus argucias, Jafén? Has tenido tiempo suficiente para maquinar tu venganza». Pensó en voz alta al recordar el Dios que la creó, y que desapareció de la faz marina al caer el imperio de Kamandra. Desde entonces, ni los ojos invisibles de los Dioses sintieron latir su corazón. El dios Wol preocupado desde su trono, coincidía con el rey Bridas al leer su pensamiento.
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