Otras comunidades
La comunidad Traivons era el eslabón principal de la cadena, la chapa de seguridad del universo oceánico. Un mundo acuoso que había sido distribuido en varias hermandades marinas. En la repartición, los Dioses no incluyeron a Kamandra y su legión de demonios. El valle que habitaban les llegó como herencia en una profecía escrita por Jafén, el Dios del mal.
Cada hermandad vivía con sus propias reglas en el valle que poblaron, rehaciendo sus vidas, manteniendo sus costumbres, disfrutando las bondades del universo acuático que les tocó, y procurando cumplir las normas generales del bien impuestas por el dios Wol en el cosmos oceánico.
El rey Bridas, gobernante de Aldana, era conocido y respetado en todas las comunidades, y en los tiempos de guerra, muchos de los más leales guerreros Traivons se relacionaron con algunas de ellas.
En las afueras del averno en la dirección oriente, lejos del valle de Kamandra, sin un sol ni luz naciente en su geografía, el camino se bifurcaba hacia nuevos destinos. A lo lejos, se divisaba una zona selvática en cuya frondosidad estaba oculto el valle de Mursaj, poblado por la comunidad de las Cecaelias; mujeres pulpo de grandes cualidades. Hechiceras pasivas del mar que en tiempos lejanos, congeniaron con la bruja del averno, la favorita del Señor de los demonios, siendo en la última guerra, apaciguadas por los Traivons y favorecidas por el dios Wol, quien les concedió una vida distinta y plácida, ajena de las atrocidades de Kamandra. La hechicera ya había intentado envenenar sus conductas como vasallas de su poder villano, con el noble propósito de fortalecer las fuerzas malignas para doblegar a los Traivons, sin la esperanza de una retribución futura más que el sometimiento. Por intención de su reina, se revelaron a tiempo contribuyendo a cambiar el desenlace de la guerra. Al final de ésta, habitaron en su valle padeciendo las desavenencias de su propio mundo, aprendiendo a convivir y disfrutar las leyes que les fueron encomendadas en su reino.
Los Grícantol, antes nómadas, luego sedentarios habitando sobre el valle de Cranos, en la dirección sureste sobre los valles de Kamandra y Mursaj, y con parte del territorio extendiéndose hasta el valle de Dortvlan en el occidente, eran una población de caracoles marinos gigantes que alcanzaban el metro y medio de estatura. Sin embargo, ante muchos de sus adversarios, se veían pequeños. Fueron Provistos de una concha en espiral en la que ocultaban sus patas cartilaginosas, gelatinosas y flexibles como si fueran ancas de rana, que comprendían las dos terceras partes de su cuerpo, quedando sólo medio metro para la parte babosa superior, que integraba la cabeza con las antenas y el tronco, del que salían dos aletas, una a cada lado, delgadas y musculosas, simulando un par de manos sin dedos, pero con la forma de aprehender con la porción final de la aleta.
La concha era su escudo protector que igual utilizaban para vivir. Sus largas patas les servían para caminar en posición erguida con el escudo en su parte trasera. Cuando requerían ocultarse, se escondían en la concha y se arrastraban o flotaban hacia su destino. Eran de naturaleza pasiva, pero irascibles cuando atacaban en manadas por una causa instintiva justa. Hábiles guerreros con la espada y sumamente peligrosos por la saliva venenosa que escupían a sus enemigos cuando los enfrentaban cuerpo a cuerpo; una ventaja por la que la estatura ya dejaba de ser un limitante.
Los Cláganmer habitaban sobre el valle de Tanacla, geográficamente más alejado del valle de Cranos, hacia el sur, como una comunidad reservada de calamares facinerosos, en especial, cuando las condiciones lo determinaban. Alcanzaban un tamaño de tres metros en edad adulta. Tenían la cabeza voluminosa que sugería un enorme cerebro sin ser así, y por su fortaleza física, poseían la capacidad para destronar la valentía y multiplicar el miedo. Sus ojos brotados con mirada tenebrosa y el escalofrío que producían sus dos poderosos tentáculos, y ocho brazos equipados de ventosas, los convertían en el arma perfecta para atacar a distancia, evitando muy de cerca el contacto con el enemigo. Veían a los Traivons con respeto sin considerarlos hostiles y se unieron a su causa para controlar el mal.
El dios Wol, los complació con su propio valle, aunque para ellos el valle era el océano mismo. La cruenta batalla final escribió su sabiduría en cada soldado, y para los Cláganmer, hizo un especial efecto en su cerebro reducido. Sintieron la muerte de cerca aferrada a sus ventosas, que mutiló descaradamente con su haz de metal frío una parte de su comunidad. El instintivo dolor los aplacó y en su lenguaje, aprendieron a convivir en el sitio asignado fuera de las profundidades abisales, en el intermedio de un océano sin superficie.
Limitando con el valle de Dortvlan, sobre el lado izquierdo y extendiéndose kilómetros entre el occidente y el norte, como una delgada garganta hasta tocar el valle de Kamandra, se divisaba el valle de Lesvot, donde habitaban las Mhedunaz. También conocidas como la comunidad de las Aguas Malas. Atractivas y encantadoras medusas que alcanzaban el tamaño de un metro. Tan peligrosas como cordiales. Tenían la capacidad para envolver partes de la víctima, principalmente el rostro, donde se adherían para depositar su veneno y succionar las sustancias casi hasta disecarlos en segundos. Enemigos difíciles de vencer con una espada, siendo preferible, convencerlos con la palabra para tenerlos como aliados. Kamandra tenía algunos cófrades entre esta comunidad.
A varios días de camino por encima de la comunidad Cláganmer, con parte de su territorio limitando al noroccidente con el valle de Dortvlan, habitaban los Rhomban, en el valle de Anfas. Eran anfibios como las Cecaelias y los Traivons. Hombres rana con el torso humano y la cabeza alternando entre lo humano y lo batracio, sobresaliendo la boca ancha con dientes diminutos, la lengua protráctil y los ojos brotados. La piel era fría, deslizante y pegajosa, de matices que involucraban el verde, el azul y el amarillo. Desde el nacimiento de sus patas traseras hasta la punta de sus dedos, se evidenciaba la estructura de la rana. Caminaban en posición erguida cuando no estaban dando saltos recorriendo los polos de la existencia. Sus enormes patas constaban de tres segmentos: muslo, pierna y pie de la misma longitud, que facilitaba la adaptación a los saltos y los señalaba como guerreros hábiles y astutos. Para todos los eventos de su existencia, se comunicaban con su croar profundo y resonante.
El pasado y la guerra, insertados como peces en una estaca, tuvieron su huella impresa que no desapareció y permaneció en el tiempo por más que el agua trató de borrarla. Hasta Kamandra la llevaba oculta en su malignidad, repudiando el día en que sus enormes saltos ofensivos y su destreza en la batalla, le dieron la espalda. Sus razones tenían. Eran un valeroso y peligroso oponente cuando poseían la facilidad de producir alcaloides tóxicos en la piel, siendo vistos como flechas vivas y venenosas. Eran sumamente hábiles en el uso de la lanza y la espada. Desde la última guerra, permanecieron acuartelados y neutrales en su consentimiento de apoyo asumiendo una actitud pacifista, aunque la existencia misma, los evocó como un espécimen dotado del brebaje del mal.
Casi en el extremo opuesto del valle de Anfas, a más de una semana de desplazamiento sobre el norte del valle de Kamandra, limitando al occidente del valle de Lesvot y extendiéndose al oriente hasta tocar el valle de Mursaj, en el desierto oceánico de Yolart, sobresalía una tierra extraña de mesetas y cavernas de roca de aspecto rústico, brillante, rojizo y cálido como si permaneciera candente por la magia de algún crisol subterráneo, ocultando los encantos de la población Nangucrí. Corpulentas bestias oceánicas, como enormes bichos cubiertos de escamas que alcanzaban los dos metros de estatura. De color gris y rojo en sus diversas tonalidades y mezclas. Se asemejaban a canguros en su forma física y su movilidad. Y se desplazaban dando saltos sobre el piso o nadando fuera de éste. Fueron creados con dos formas abultadas desde el inicio del tronco hacia la parte inferior sin moldear la perfección de las piernas, que se asemejaba a dos patas largas e independientes y provistas de garras, sin la posibilidad de unirse como en los Traivons, pero les servían de apoyo al pararse y quedar en posición erguida manteniendo el equilibrio con su enorme y musculosa cola escamada, que más parecía una añadidura al tronco a última hora, una tercera pata, o un arma mortal que igual les servía para defenderse de sus adversarios, y entre otras funciones, para impulsarse al nadar y mantenerse a flote sacudiéndola de extremo a extremo. Su fisonomía marina la complementaban dos brazos cortos con apariencia de aletas que hacían las veces de sus miembros superiores. La cabeza era similar al aspecto de un asno con dos enormes orejas que percibían los murmullos silenciosos del océano. De respiración branquial. Pasivos o enérgicos según las circunstancias. El pasado de una de las guerras dormido en el tiempo, conoció de su existencia. El rey Bridas igual los conoció y mantuvo una entrañable relación con su líder Neógiton. Eran tan temidos en la guerra hasta por los mismos Traivons.
Más allá del desierto de Yolart, a varios días de camino, el terreno cambiaba su vestimenta cálida por la corteza arenosa y fría de aspecto escarchado. Los Merfolk, era la comunidad agraciada que habitaba la gélida comarca de Ramelof desde tiempos desconocidos. Eran los diminutos hombres peces, que no pasaban de un metro en su enorme tamaño. Habilidosos y agresivos como todos los encantos diminutos del mar. Se ocultaban con facilidad burlando al enemigo, porque contaban con una característica especial que los convertía en animales mansos o bestias salvajes. Poseían la milagrosa facultad de razonar durante el día, en que la temperatura disminuía; pero, durante las noches con temperaturas altamente frías, el cerebro sufría una leve metamorfosis que detenía su capacidad de razonamiento. Era en este instante en que se hacía preferible no tratarlos, a menos que se pretendiera combatir contra su irracionalidad y agresividad espontánea.
Fueron conocidos entre las distintas comunidades como seres poco amigables por su condición hermafrodita de razón y sinrazón. Como lo enunciara el rey Bridas desde su trono: «Los Merfolk, son más difíciles de tratar que de entender, porque cuando los consideras tus amigos, es cuando más debes cuidarte de ellos».
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