Los Traivons
Se decía que era una raza especial edificada en el molde de un tiburón, con torso y rasgos humanos habitando en su forma y otras características especiales que los asemejaban. Fueron creados para premiar a las distintas especies de tiburones en una nueva creación. Variaban en el tamaño de la cabeza, el aspecto físico y la diversidad de colores en la gama de tonos grises, en sintonía con el blanco y el azul. De similitud a la raza humana en sus distintas especies, considerando el color de la piel, la forma del cráneo y el aspecto físico en general.
Tenían la capacidad de regular el metabolismo manteniendo una temperatura corporal estable; sin embargo, debido a su gran fortaleza física, daba la apariencia que tuvieran todas las temperaturas en un solo cuerpo, necesarias para soportar los climas atrapados en las aguas del océano. Una bondad lograda a través de los tiempos en que aprendieron a tener un equilibrio dinámico entre sus necesidades y la satisfacción lograda del entorno; todo, reunido bajo los efectos apremiantes de la dimensión en la que habitaban.
Lo que no había experimentado el cuerpo del Traivons, era la oleada de calor directo, la que se producía sobre la superficie del océano cuando el sol la convertía en una caldera intocable, capaz de producir serios efectos sobre la piel, que podían ser más peligrosos que una bandada oceánica de plagas haciendo daño. En su mundo, no contaban con superficies que les proporcionara este placer.
La raza peleó durante tiempos inmemoriales acompañada del dios Wol y de otros Dioses. En las profundidades de los océanos, las especies prehistóricas abundaron procreándose entre sí, sin leyes que los rigieran en sus designios, actuando bajo el demonio del instinto encerrado en sus cerebros. El dios Wol, conoció el instinto feroz del temible tiburón de los océanos y el instinto racional de la raza humana; cada quien en su espacio dimensional y bajo las circunstancias de sus mundos. Dos depredadores que bajo su supremo poder perfeccionó en uno sólo, creando la raza Traivons para contrarrestar el mal infernal que habitaba en el averno del océano.
La anatomía de los Traivons, fue pues, un milagro natural de su Dios, nacido de las necesidades del mundo hídrico, pero evolucionadas a las necesidades mixtas del agua y de la tierra. Una especie de anfibio dotado con respiración pulmonar y branquial para cubrir las insuficiencias en ambas vidas, que les proporcionara la capacidad de recorrer todos los rincones marinos del planeta sin que los afectara la respiración. Al interior de Aldana, bajo la atmósfera espaciosa de la escafandra de vidrio, libre de agua, respiraban con la magia de los pulmones; pero ya en el agua, el turno era para las branquias. Se adaptaban con facilidad a cada medio. Podían nadar en el espacio abierto donde abundaba el agua, y no hacerlo donde escaseaba. Pero podían caminar, trepar, saltar o correr con agua o sin agua, siempre que los pies estuvieran aterrizados sobre el suelo.
Eran más que vertebrados acuáticos bendecidos por el oxígeno de dos medios para ampliar su universo de vida. Poseían un esqueleto mixto de cartílagos y huesos como una ovación a la naturaleza. Su anatomía era un mosaico de caracteres arcaicos y evolucionados, que conjugaban el instinto animal con el verbo humano; con un olfato especial para denigrar las acciones del enemigo en el espacio marino, así se hallara oculto detrás de la cortina de la muerte.
Era una especie única ornamentada en el cuerpo del tiburón, compartiendo rasgos generales, expresiones y extremidades copiadas de los seres mortales de carne y hueso que bullen en la tierra; bendecidos especialmente, por el uso de la razón y la benevolencia de un corazón pensante y observador, procesador de juicios y de emociones, que hacía que los Traivons, no fueran sólo una proyección anatómica de la raza humana habitando en los confines del tiempo en una dimensión paralela.
Su constitución física estaba conformada por: cabeza, tronco y cola; tres extremidades que definían el cuerpo estilizado, constituido por cartílagos y huesos procesadores de fuerza y de potencia. El color distaba entre tonalidades grisáceas y azules combinadas con los verde marino y sutiles retoques en blanco y negro.
La cabeza de los machos y las hembras, contaba con varias capas de escamas dentadas que se asemejaba a una parcial cabellera de tacto áspero, pero liviana y flexible al aire o al agua, siendo en las hembras, la premonición de la vanidad oculta en su género que, por naturaleza, era más atractiva y sobresaliente.
Se destacaba el rostro afilado en el mentón, abultado y dentado, con expresión facial humana, combinando en perfecta armonía las facciones del humano con el lenguaje del mundo oceánico: pómulos, barbilla, entrecejo, frente, sin vellosidad en el rostro, nariz sobresaliente y mandíbula.
De hocico aventajado, boca pulida y extremadamente abierta que daba vuelta a los laterales; cuello móvil prominente y delineado, dejando entrever, la parte de la clavícula de aspecto humano. Contaba con una resistente aleta dorsal en la mitad de la espalda, aletas pectorales; extremidades superiores constituidas por brazos, antebrazos y manos, con cuatro dedos articulados en cada mano para aprehender; tres dedos iguales, independientes, alineados, de buen grosor y enfrentados a un solo dedo que hacía las veces de pulgar, naciendo en la parte interior donde flexionaba la muñeca.
De dos orejas, ubicada cada una entre el ojo y el espiráculo, con leve pronunciación hacia fuera. Hendiduras branquiales que los limitaban al agua dentro del agua, y un aparato respiratorio con punto de partida en las fosas nasales, que los limitaban a espacios fuera del agua.
De aletas pélvicas y solo una aleta dorsal, y debajo de ésta se insinuaba la cadera desde donde se desprendían las patas, similares a las extremidades inferiores de los humanos, de gran espesor y fortaleza con huesos rodeados de músculos, y a cambio de una, dos aletas caudales simétricas en su forma y afines entre sí, ubicadas en la parte final de las patas. De seis dedos articulados y demarcados de igual tamaño, unidos por pares y protegidos en los extremos por uñas; cada uña atravesaba un par de dedos.
Las aletas caudales operaban en su conjunto de huesos como miembros terminales del tronco, que actuaban independientes en la parte extrema de cada aleta, y hacía ver a los Traivons como si estuvieran calzando zapatos de tacón. Podían soportar el peso y permitir la locomoción con el cuerpo en posición vertical, que les posibilitaba una postura erguida y la ejecución de movimientos propios de los humanos, como tratar de subir y descender a través de los riscos, o simplemente, ejecutar la actividad de caminar o trotar que, por su flexibilidad y fortaleza unidas, soportaba ser practicada en casi todas las circunstancias y lugares sin emplear el espacio abierto del agua.
Estas bondades en su fisonomía, les permitía la posibilidad de convertirse en temibles guerreros dispuestos antes de la batalla, porque la selva inexplorable del océano, aún contaba con animales salvajes y bestias que los consideraban sus enemigos. Sin menospreciar aquellos seres oscuros y despiadados que en cualquier momento resucitarían.
En la densidad del agua, las extremidades inferiores se podían unir por ventosas succionadas entre sí, que las convertían en una sola extremidad, quedando las dos patas acopladas desde la altura de la cadera hasta el final de la aleta caudal semejada a la punta del pie.
En el tronco, se apreciaba el pecho esculpido en los machos, y bien modelado y atractivo en las hembras, como debe ser. En la posición de las aletas pectorales nacían las extremidades superiores, y debajo de éstas, ostentaba dos espacios que moldeaban su forma y se extendían hasta el principio de las aletas pélvicas, uno a cada lado para incorporar: el brazo, el antebrazo y la mano, donde encajaban a la perfección extendidos en posición hacia abajo, adheridos a través de las ventosas de succión, ubicadas en los espacios moldeados como si fueran imanes, que se activaban al acercar las extremidades superiores para convertir la estructura del Traivons, en solamente tres partes principales: la cabeza, que iba desde el rostro incluyendo el cuello, los ojos y la boca hasta las branquias; el cuerpo o tronco, desde donde nacían las extremidades superiores hasta el par de aletas pélvicas; y la cola, fortalecida al fusionar las extremidades inferiores en una sola extremidad, compacta, musculosa y con movilidad en la parte inferior de la aleta caudal para cumplir la función de impulso.
Las aletas pectorales ubicadas en la parte frontal del brazo, se activaban desplegándose como un abanico desde los lados hacia arriba formando un ángulo, al igual que la aleta dorsal que se desplegaba por encima desde su posición en la espalda, cuando todo el conjunto de extremidades superiores se adhería al tronco. Estas aletas cumplían la misma función que en el tiburón, impidiendo que el Traivons se inclinara hacia arriba o hacia abajo, elevándolo cuando nadaba o evitando que se hundiera, y brindándole estabilidad para impedir que girara sobre sí mismo.
Las aletas pectorales y la aleta dorsal, se cerraban cuando las extremidades superiores se desprendían de su cavidad para actuar como miembros independientes, quedando las manos libres y dispuestas para defender, atacar, bracear o cualquier otra tarea que se le ocurriera al cerebro.
La articulación de la cadera no faltaba en su especial fisonomía; de esbeltez y anchura proporcionada en las hembras, uniendo el tronco con las piernas para cumplir la magnífica función de sustentar el peso del cuerpo en la posición bípeda, cuando el Traivons requería de dos extremidades a cambio de una, que hiciera posible los desplazamientos mediante la contracción de su potente musculatura al caminar.
Los Traivons poseían un sistema excepcional de enfoque y resolución que hacía las veces de visión. Tenían ojos expresivos de alta sensibilidad con un brillo similar al que se ve en los ojos de los gatos; dos espejos resplandecientes, infinitos y enormes de forma circular, que recreaban la copia de cada suceso para luego archivarla en el cerebro. Estaban ubicados más hacia el frontal de la cara, permitiendo el contacto visual directo en posición bípeda que facilitaba el relacionamiento con los demás. Era una mirada desprendida de fiereza, pero impregnada de autoridad.
En el agua, se valían del sistema de ecolocación para orientarse. Aunque tenían párpados en la parte inferior del ojo, poseían también una membrana móvil y resistente que los recubría y protegía, similar al tercer párpado de las aves. En las horas nocturnas o de descanso, la membrana se deslizaba como una persiana trasparente para ocultar el atardecer, dejando la conciencia a oscuras y la mirada anestesiada, así el fulgor de los ojos denotara lo contrario. De ser necesario, contaban con la habilidad de la visión nocturna que los hacía superiores en la cercanía y especiales a la distancia, aun en situaciones de bruma.
Al igual que a la especie humana, durante el acto de dormir, los sueños les llegaban como una sucesión de imágenes metafóricas disponibles para ser descifradas, igual que eran acosados por las pesadillas.
Los Traivons usaban los dos lenguajes de su anatomía. Sólo cuando ocultaban las extremidades, recuperaban su forma hidrodinámica asemejándose a un torpedo que los ayudaba a moverse con agilidad y rapidez en el agua. Pero cuando se trataba de caminar, correr, saltar, trepar, impulsarse, detenerse, o cuando lo creían conveniente para sortear las situaciones, liberaban las extremidades a su voluntad y fuerza, sintiéndose animales con instinto racional. La posición requerida para cabalgar sobre los cambratilos, o montar sobre el espinazo de los stethacanthus.
Los Traivons, eran pues, tiburones con rasgos humanos montando tiburones antediluvianos. Algo así, como el hombre actual cabalgando sobre el lomo de Adán.
Las hembras lucían su vanidad en la majestuosidad de su rostro que difería de los machos en otra mezcla especial entre tiburón y salamandra, lo que las convertía en especies únicas. La raza Traivons hacía ver a la ciudad de Aldana, como una descomunal y fantasiosa pecera con encajes humanos, adornando las profundidades del mundo marino para agradar a los Dioses.
Los stethacanthus o preistbur, como coloquialmente llamaban a sus cabalgaduras, eran tiburones prehistóricos sobrevivientes que les tocó el ciclo de la evolución milenaria a través de los tiempos. De entre dos y tres metros de longitud, fortachones y feroces, que fueron domesticados por los Traivons convirtiéndose en sus jinetes, quedando establecido un vínculo de unión instintivo y leal por considerarlos individuos de su propia especie. Juntos en la batalla eran dos guerreros temibles: uno por el instinto de combate y el otro por la astucia, la fuerza y la razón. De la aleta dorsal dispuesta sobre el lomo de los stethacanthus en forma de yunque, se aferraban los jinetes con las riendas para desplazarse recorriendo las profundidades extensas del océano, o para batallar en las guerras.
Su aspecto de guerreros racionales, disimulaba en los Traivons, la fuerza descomunal que encubría a seres piadosos, mansos, obedientes y disciplinados, que se valieron de la guerra como excusa para aplacar la ira de los enemigos. En tiempos pasados, cuando el último suspiro de la última batalla los colmó de gloria protegiendo el reino y liberando de malhechores el valle de Dortvlan, el rey Bridas y los líderes de las demás comunidades, prometieron unir sus esfuerzos con cada hálito de esperanza recuperada, para exaltar durante los juegos deportivos, instituidos en Aldana como un símbolo de paz y fraternidad, que harían florecer a la ciudad y expandir su gloria y hospitalidad durante las olimpiadas.
La imponencia física de los Traivons la soliviaba la bondad desmesurada de un corazón justo, que, por méritos, se convirtió en un símbolo de supervivencia y autoridad enorgulleciendo a la ciudad. Sobresalía su actitud de reacción equilibrada al combinar el combate individual y el grupal. Lo hacían desde dos soldados hasta muchos convertidos en uno solo, coordinando la fuerza del equipo para retener una embestida, y con la habilidad para separarse como esquirlas en el sentido figurado de una granada hecha de Traivons que, con el impacto preciso, se desunían para conformar grupos variados, o actuar de manera individual con la intención de confundir la actitud beligerante del enemigo. Parecía una fascinante coreografía de batalla con una mezcla de gimnasia rítmica, nado sincronizado y artes marciales, con la pericia de los movimientos intuitivos formulados en su ADN.
Se trataba de ventosas funcionales y aptas, similares a las dispuestas para acomodar sus extremidades superiores al tronco, o a las ubicadas en las extremidades inferiores para convertir las dos piernas en una sola y poderosa extremidad inferior. Sólo que estas ventosas, acomodadas como secretos en varias partes de su contextura física, eran utilizadas en situaciones de apremio cuando más se requería el ataque o la defensa colectiva, y se activaban como chupas al contacto con el cuerpo de otro Traivons, atrayéndose entre sí, quedando acoplados, ya fuera por la espalda en forma de estrella con las espadas al frente, o ajustados de los pies para dar fortaleza a la parte inferior, mientras el tronco y las extremidades superiores, tenían toda la movilidad potencial.
También podían adherirse entre las manos, o asumir cualquier otra variación de acople de batalla, formando una cadena rígida y flexible a la vez, con la particularidad de activarse y desactivarse a voluntad propia y con perfecto entendimiento, que, tras el acercamiento y los movimientos coordinados de combate, les permitiera adoptar una mejor posición para evadir los ataques del adversario.
El pasado y el tiempo ya conocían de sus habilidades. Era como apreciar un espectáculo de las artes marciales, combinado con nuevas técnicas de defensa y ataque, con armas y atibutos que le daban mayor efectividad. Golpes certeros de puño y patadas, agarres, lucha en pie, combate a nado en el espacio abierto y en el suelo. Espadas que rechinaban. Flechas que volaban. Todo logrado con disciplina, desafío y sobrevivencia.
Pero la fortaleza del mal no dejaba de ser endemoniada y perpetua. Su vestimenta sepulcral lucía igual por dentro que por fuera. Combatirla, no era nada fácil, como no lo era, que un ejército de Traivons actuara con rectitud por siempre sin el más mínimo síntoma de desviación. Porque, cuando se convive con las caricias del perverso estimulando las emociones, existen dos salidas: adaptarse o revelarse. Sin embargo, por más guerreros que fueran y por más insensatos, temerarios o demoledores que parecieran sus rivales, la razón nunca dejaba de gobernar en sus cabezas perfiladas.
Como lo dijera el dios Wol, luego de su creación:
«He aquí la raza desconocida que estábamos buscando para drenar la paz de las adversidades de la guerra, con mirada de águila, sistema de ecolocación, respiración para dos mundos, instinto animal, facultad de razonamiento, la fórmula anatómica de su estructura física y las habilidades para subsistir en dos medios; simplemente, los caprichos de un milagro experimental que los convierte en guerreros extraordinarios».
No pudo describirlos mejor.
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