Todo inició en un mar oculto dentro de otro mar, a la vez oculto en las profundidades más insinuantes del océano, donde los pensamientos humanos no llegan por sus propios medios. En aquel entonces, el planeta era un entorno irregular aglomerado de precipicios y vacíos deformes, caminos que no eran caminos, terreno abrupto, cordilleras submarinas y fosas oceánicas donde nacería secretamente la ciudad de Aldana. Un lugar recóndito, ignorado e inexplorado, tan subacuático, que existía debajo del agua donde sólo había agua en una dimensión paralela.
Antes de ese principio, hubo otro principio; aquel que podemos dilucidar imaginando un mundo sin agua; revelando a un planeta achatado sin forma en su interior, que dejaba al descubierto cráteres desolados cubiertos de polvo, y cementerios de ruinas para delatar el homo sapiens de un pasado imaginado.
Pero lo indeseable sucedió un día cualquiera en que los Dioses descansaban, y al cerrar sus conciencias puras como quien cubre los ojos para negarle la visión al cerebro, todo cambió. Fue el día en que el mal se manifestó, y bajo la soberanía de Jafén, el Dios del mal, o el mismísimo señor de los demonios, procreó los primeros pobladores de su misma naturaleza. La conciencia impura, la forjadora del mal había tomado ventaja.
Los Dioses del bien se revelaron y como castigo para ocultar los detalles pecaminosos, le pusieron su vestimenta líquida al planeta para que lo refrescara en su agonía, sepultando en lo más recóndito del infierno marino, a los demonios que no lo dejarían pelechar. La pelota de polvo y cráteres, luego de barro santiguada por el agua, comenzó a tener palpitaciones, y el dios Wol, al que se le atribuyeron todas las responsabilidades de la existencia en la dimensión del mar oculto, hizo fructificar las distintas formas de vida en comunidades marinas. La raza privilegiada de los Traivons fue una de ellas.
Siendo el agua, la espina dorsal del planeta que disimuló su forma irregular, fue una razón suficiente para que existiera el antagonismo y se propagara el deseo de poder. Porque con agua o sin agua, el mal persistía desde la voluntad de Jafén. Los demonios sobrevivieron, mutaron, aprendieron a volar en el agua y se multiplicaron para inseminarlo todo de perversión. Las comunidades marinas fueron violentadas y casi sometidas. La guerra para controlar lo nuevamente descontrolado fue inevitable. Cruentas batallas debieron darse.
Los Traivons contaron con la ayuda divina que se convirtió en una ley natural para su existencia, logrando una sabia y majestuosa victoria al someter el mal, y aniquilar gran parte de su poderío, lejos de imaginar otro día irracional en que el mal despertara y los tiempos de gloria se vieran de nuevo amenazados. En pos de la conquista, la sabia decisión de los Dioses, en la gestación de nuevas formas de vida marina y terrenal para habitar en el planeta, los indujo a separarlas en una dimensión paralela en el océano. De pronto, las bestias que los primeros humanos conocieron... ya no existían.
Excepto para los Dioses, pasar de un mundo oceánico a otro, sólo era posible a través de un campo interdimensional. Pero no todos tenían ese privilegio. Y muy pocos lo sabían.
La ciudad de Aldana, emergió en la mar oculta pregonada como un premio divino para simbolizar el final de las guerras. El dios Wol, el rey Bridas, su ejército de Traivons, y los habitantes de las comunidades: Cláganmer, Rhomban y Nangucrí fueron los artesanos que la forjaron. Por la generosidad de los Dioses del olimpo ante el rey Bridas y los nobles guerreros Traivons como sus aliados en la guerra, la ciudad de Aldana fue erigida rodeada de agua y vacía de agua en su interior. Una joya monumental jamás creada que con el tiempo fue reconocida por todas las comunidades marinas como "el alma de las hondonadas".
Merecía decirse que nació oculta convertida en secreto, y a la vez, altiva entre las profundidades, excelsa sobre el inmenso valle de Dortvlan que se avecinaba con los valles de: Cranos, Lesvot, Anfas y Kamandra. Lucía envuelta en una coraza protectora de agua congelada y traslúcida, que parecía una corpulenta cubierta de cristal de alta resistencia. El dios Wol como su guía espiritual, la disfrutó plácido luego de la última pincelada de grandeza, al insinuar que se trataba de una edificación sugestiva y milagrosa, delicada y sabiamente embutida en una placenta cósmica para disfrutar desde el olimpo.
Su creación fue tan emotiva como experimentar la ilusión de verla a través de un lente convexo. Cardúmenes de luciérnagas y peces abisales la rondaban día y noche; desde fuera de la coraza protectora, emitían destellos de luz biológica que se proyectaban hacia el interior para simular la luz del día. Parecían delicados fulgores provenientes de diversos y diminutos satélites marinos dotados con movimiento propio.
Verla desde adentro, era apreciarla debajo de un cielo pardo, casi atrapada por una infinidad de estrellas flotando. Un lienzo celestial inmerso en un bocado de océano; imponente, extraña y mágica, guarnecida de milagros que le daban la vitalidad y el color, adornándola como si fuera una gigantesca nave espacial subacuática que, desprendida de algún cielo, se hubiera clavado en el océano hasta enterrarse y anclar en una especie de plataforma rocosa, ajustada ingeniosamente sobre la superficie horizontal del valle.
Se veía como un gigantesco reptil extendido, rosando el borde del risco que se proyectaba hacia el fondo desde la pared ubicada a su espalda, como si estuviera metida en el fondo de una botella. Y la botella misma, estuviera recostada en una meseta sobre un peñasco, con el fondo hacia la orilla del abismo y la boca hacia las afueras del valle.
Era parte de una montaña talada sobre otra montaña talada, acomodada en un bosque de precipicios, desde donde podía divisarse, en la vasta inmensidad: grupos de arrecifes, bancos aluviales, plataformas y taludes continentales de fondos suaves y rígidos, cañones submarinos, planicies abisales, cordilleras submarinas y fosas oceánicas. Todos los lugares respirando sobre los valles de: Dortvlan, Tanacla, Mursaj, Anfas, Cranos y Lesvot en la infinidad del universo marino; y todos, lindando con la curiosidad de su Dios. Incluso, el valle de Kamandra, que también permanecía oculto entre las opulentas formas espectrales de las profundidades del océano, abrigado por nubes de tormenta descolorida suspendidas en la atmósfera del agua que, desde la altura de Aldana, era imposible divisarlo.
La espalda de la mágica ciudad de los Traivons, era un gigantesco témpano de hielo rizado sumergido en agua densa y salpicado de vegetación, cuya pared rocosa en su primera planta, continuaba en caída libre desafiando el misterio más profundo, haciéndola ver como un colosal iceberg fundido en una montaña de piedra y polvo, que al girarla con el pensamiento, revelaba la fachada esculpida de mil formas, que se extendía hasta la cúspide del castillo donde estaba ubicada la habitación marital de los reyes.
Hacia el frente se llegaba a nado, o caminando sobre la superficie. Una enorme pared de hielo horizontal tendida plácida sobre la verticalidad de los riscos, creaba una vasta meseta que parecía fundida de rocas de agua congelada y resistente de tonalidad grisácea, con la apariencia de carbones extremadamente fríos que, a la vez, congelaban los miedos de quien transitara por ella.
Con la claridad del día un espléndido valle se divisaba a los lejos, y al llegar la noche, se transformaba en una especie de valle huracanado visto desde la entrada principal hacia el fondo, donde se diluía la visión.
A cada lado de la meseta donde reposaba la ciudad, las paredes se desprendían formando precipicios que, en la profundidad, se unían con el vacío abrumador del risco ubicado a la espalda de la urbe, dando la impresión de un agujero infinito en el que las penas desprendidas por más que se precipitaran... jamás tocarían el fondo.
Ubicada en el centro de la fachada, se encontraba la gran compuerta maciza de hielo congelado y níveo en forma de arco, que abría en sus dos alas; lucía portentosa con la altura de tres pisos, por donde era conducida el agua desde el mar hacia el interior de la ciudad. Seguidamente, hacia los laterales en los tres niveles existentes, estaban continuas las pequeñas portezuelas ovaladas, destinadas para el acceso personalizado de sus habitantes en sus cabalgaduras. Su distribución era semejante a un lienzo cuadriculado de tres hileras con ventanas, que hacían ver las naves laterales de la ciudad, como gigantescos navíos sumergidos con vista panorámica, donde los agujeros con entrada y salida al mar estando dentro del mar, facilitaban el ingreso de los stethacantus hacia el inmenso estanque utilizado en forma de estacionamiento, que recorría toda la ciudad por abajo y sus alrededores, para permitir el desplazamiento cerca al lugar de destino.
El turno al interior de la villa marina, le tocaba a los pies y los pulmones, como un segundo lenguaje que formaba parte de su creación. Desde los aparcamientos, los Traivons se desplazaban a pie por la bondad de sus miembros inferiores, hacia sus aposentos y demás lugares de la ciudad, haciendo uso de los distintos caminos, pasillos, puentes y escaleras. Las ventosas dispuestas en las extremidades inferiores se camuflaban al salir del agua sin que se notaran para erguirse como verdaderos seres de dos patas.
Sobre la meseta, distante algunos metros de la entrada principal y sembrada sobre el suelo áspero, una colosal muralla del grosor de una ballena azul protegía la ciudad. Parecía un enorme cinturón de agua condensada de consistencia grumosa y opaca, instalado alrededor de la cintura de la urbe marina que la hacía visible desde lejos. Había que traspasarla para ingresar. Se extendía con principio y fin en los laterales, bordeándola, y ascendiendo hasta la altura de la coraza de agua congelada y traslúcida, sellando el ingreso a nado desde cualquier ruta imaginada.
La parte de la muralla de agua que quedaba en frente de la gran compuerta maciza, tenía el aspecto de un enorme monitor monocromo luciendo la imagen distorsionada. Parecía la hebilla de la correa, el sitio por donde se podía ingresar. Una muralla de agua mágica que era sólo agua cuando la atravesaba el cuerpo de un Traivons. Pero aún siendo líquida, se volvía impenetrable para los extraños, solidificada como roca, creando todo tipo de interferencia para evitar que hasta el más insignificante y necio pensamiento pudiera cruzar a la ciudad. Fue idea del Dios Wol.
Hasta el ingreso de otros seres quedaba restringido, a menos que lo hicieran conectados físicamente al cuerpo del Traivons, o fueran autorizados por el consentimiento del rey Bridas y la magia del báculo. Su arma personal.
Vista desde arriba, el único camino delineado alrededor de Aldana para transitar por él con los pies, patas o aletas... era el que conducía a la entrada principal, que se divisaba con la visión de un águila, como una colosal serpiente de tierra desplazándose ondulada sobre el ombligo del océano. Desde allí, los caminos se iban reduciendo a lo lejos, hasta empalmar con otros caminos que se perdían entre los peñascos y la vegetación; le pertenecían al valle de Dortvlan. Era distinto al valle de Kamandra, que parecía no tener caminos y estaba del lado contrario, ubicándolo al dirigir la mirada desde la posición de espalda de la ciudad.
Las edificaciones eran de paredes rocosas, ensortijadas o escarchadas con surcos de franjas oscuras sobre la textura blanca, que le daban la apariencia rústica de un semblante longevo, serio, refinado por el tiempo y la historia. El dios Wol la observaba vigilante con su mirada infinita a través del reflejo del agua. Una ciudad avizora y espléndida que aparentaba ser de cristal y cuarzo, luciendo destellos que la delataban a la distancia, como un enorme ojo de aceite brillante, nítido, matizado y transparente aferrado a la inmensa formaleta acuosa y oscura que ocultaba sus secretos.
Desde las más distantes cordilleras y precipicios alejados alcanzaba a notarse el resplandor, pero ni siquiera esparcido en el agua, era suficiente para crear dolencias en el valle de Kamandra, diluyéndose en su densidad antes de llegar a los lugares recónditos y perniciosos olfateando las puertas del averno, donde los perversos habitantes, se sentían libres de ser mortificados por los destellos de luz que amenazaran con tocarlos y hacerles daño, como si fueran vampiros oceánicos.
El movimiento sensual del agua la hacía ver como un barco en alta mar navegando por dentro, siendo halado por los precipicios que caminaban con las olas al cuello, atravesando la inmensidad del océano para vigilarlo todo y gestar en otros mares.
Como parte de la vida y cotidianidad de los Traivons, los acompañaban los stethacanthus, más que cabalgaduras, eran guerreros fieles, que daban la apariencia de naves marinas en forma de torpedos con el hocico achatado, que se incrustaban como piezas de bisutería en los tres primeros niveles de la parte baja de la ciudad, aparcados donde el agua los cubriera.
Estas bestiales y amigables cabalgaduras sólo se valían de la respiración branquial; y formaban parte de los animales abisales de transporte que convivían en Aldana. Los iniciaban desde el primer año de vida y retornaban a la actividad durante su vejez. También eran entrenados para participar en las actividades deportivas de fuerza y destreza, que debía ser compartida con sus jinetes. Pero siempre, estaban dispuestos para combatir.
Entre los animales domésticos existían los cambratilos, que eran verdaderos corceles de agua y tierra dispuestos para cabalgar, pero ajenos a la guerra. Como pasatiempo, los utilizaban de forma cotidiana para el transporte de los Traivons y sus familias por las afueras de la ciudad o dentro de ésta. Eran caballos de mar con cualidades anfibias, que los Dioses evolucionaron en un millón de veces el tamaño de un hipocampo, dotados con algunas características especiales para satisfacer el ocio de los habitantes de Aldana. Poseían aletas dorsales recubiertas de piel escamosa y resistente, que parecía finamente tejidas como el techo de un bohío. Lucían una fuerte y huesosa cola prensil y tenían cuatro patas, siendo las dos patas delanteras, algo más cortas y gruesas que las patas traseras.
Cuando el cambratilo nadaba, se apreciaba el esbelto cuerpo de un hipocampo con el tronco robusto, por la acción de recoger las patas traseras y delanteras y que, al tocar la tierra, ya fuera sobre la superficie marina o fuera de ésta, las estiraban como el ave que despliega sus alas. Un espectáculo que los hacía ver fascinantes y enigmáticos en su entorno. Algunos ejemplares poseían habilidades y destrezas para las competencias, por lo que adicional a sus tareas cotidianas, se les brindaba entrenamiento para su participación en las olimpiadas.
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