El desafío
Fabrich sintió morir a Asicante en su interior que helaba cualquier sensación de vida, pero su alma guerrera se avivó para dar la pelea con el escarmiento de la muerte ajena, una muerte que acusaba a su corazón, torturándose así mismo por el error cometido. El recuerdo de su familia centelleó entre las neuronas de la memoria; rememoró las sabias palabras de su padre ocultas en las enseñanzas, libres para compartirlas, pero sabias y confusas para aplicarlas:
«La fortaleza en la batalla, hijo mío, es como la primera fruta madura dispuesta en el árbol, todos la desean, así como la debilidad, es la misma fruta que ha perdido el vigor ante los síntomas del deterioro, pero a cambio de desearla, la maldicen, intentando arrancarla».
No estaba dispuesto a dejarse arrancar del árbol de su familia, ni de las entrañas de Aldana. En un esfuerzo emocional obligado que apeló a la voluntad convertido en deseo de supervivencia, se sintió prevenido e injuriado para dar la pelea, cuando no estaba preparado para padecer inclemencias de ningún tipo. Bastaría la muerte para desclavar la única entraña que lo guarda todo: la vida.
Como si su padre lo hubiera anunciado, Fabrich reaccionó pensando en Zadira, la protectora de Aldana, y sin pensarlo, un suspiro emergente de su propio miedo ante el acorralamiento de sus enemigos, unió sus extremidades inferiores en una sola adoptando una actitud enérgica y beligerante, y le inyectó fortaleza emocional a su cuerpo creyendo en la fuerza de su corazón para doblegar el mal, un acto que la magia del báculo interpretó como benévolo... Se arrojó decidido en forma de proyectil sujetando con tesón el báculo y la espada entre sus manos, moviéndose en distintas direcciones para intentar zafarse de sus adversarios. Hasta las maliandras se sintieron guerreras, y al igual que los murpélagos, las cocuimas y las anguilas oceánicas, experimentaron el relampagueo de la muerte a través de la energía fluyendo por el báculo que calcinó sus intenciones.
Huir de las alimañas marinas, era apenas un empeño frustrado que podía intentarse. Pero extraviarse de la visión de Kamandra, era casi imposible habitando en su valle. Los reflejos del sitio lo acorralaron, y los lugares parecían moverse con sus forcejeos; de pronto, se vio ante el jardín ubicado enfrente de la puerta principal del castillo. Las plantas se arrastraron voluntariamente hacia los lados gesticulando emociones carnívoras y complacientes, dando el permiso de ingreso hacia la entrada principal; la pesada puerta remolcó su peso atiborrado de historia, perversidad, acertijos y diantres permitiendo la entrada obligada del visitante. El Traivons se estaba metiendo en la cueva ancestral del demonio.
Al interior del castillo, el general Rhudo lo enfrentó en una nueva batalla recordando lo ocurrido meses atrás; fue reconocido por Fabrich a pesar de la horrenda transformación que le desfiguró los contornos del rostro. Intentó arrebatarle el báculo sin lograrlo. Forcejearon como dos guerreros batallando con sus almas; la una inexperta y aguerrida; la otra, corrompida por el sumo del mal. Kamandra hizo su aparición para apoyar al general que combatía bajo sus órdenes; invocando el conjuro que detendría al Traivon, levantó sus manos, pero esta vez, sus uñas se alargaron como agujas puntiagudas, esperando la orden de la hechicera para mutilarse de sus dedos y precipitarse como dardos venenosos sobre la víctima. Fabrich reaccionó recordando la muerte de Asicante bajo otro ritual de las manos, y tan pronto como pudo, en medio de la turbulencia, la fluidez mental le llegó superando el umbral del deseo inevitable de vivir. Fue cuando invocó mentalmente a su padre para que lo ayudara. Las alimañas marinas intentaron acorralarlo para evitar su fuga.
—¡Ayúdalo, Zadira! Ve a él a través de mi corazón —oró en tono bajo el rey Bridas; su corazón inquieto presentía una tragedia y el olfato advertía el violento aroma del dolor que pretendía resucitar en pleno corazón del averno. La doncella no se hizo esperar para brindar su ayuda. Conocía perfectamente las intenciones del rey Bridas, aun, cuando no se trataba de proteger a la ciudad, sólo a uno de sus habitantes que era el sucesor del rey, su futuro heredero al trono. Desde su mundo, la doncella invocó un conjuro a través del báculo de protección en las manos de Fabrich, para avivar su poder insinuando una copia del corazón del rey Bridas en el cuerpo de su hijo. Tal y como el rey lo había insinuado: «ve a él, a través de mi corazón». En tanto que esto ocurría, el rey se debilitaba cabalgando sobre el lomo del stethacanthus, y el báculo se iluminaba transformado en vida. Fue entonces que Fabrich sintió una especie de verdad sabia guiando sus instintos.
Empuñó con vigor el báculo en la mitad de su trayectoria, que en sus manos se había convertido en un arma de artes marciales. Bércijuz interpretó con sabiduría el lenguaje de los músculos y la energía de la mano que lo sujetaba, donde cada estímulo orientado mentalmente por el rey como un mensaje telepático que viajara a través del brazalete, era un recado en forma de orden que el rey Bridas conocía. Fabrich sólo lo empuñó, lejos de imaginar que, con las vibraciones inducidas, estaba asemejando la energía de su padre activa en la palma de su mano, presagiando la clave inmersa secretamente en su autoridad, con la que estaba recreando el dictado al cerebro del báculo. Era la verdad oculta en el corazón del rey.
Qués, el gatupez favorito de Kamandra, como una porcelana ornamental posado en el hombro izquierdo de la hechicera, presintió el suceso antes que Fabrich, al traspasar con su visión nocturna un trozo del futuro próximo. Un gemido horroroso que lanzó como un aviso, tenía la intención de una necropsia a un espíritu esquivo, buscando cercenar sus partes con una daga impalpable.
Ante la mirada perpleja del general Rhudo y la amargura tormentosa de Kamandra que presagió la existencia de una magia más poderosa que la suya, los pernos metálicos sobrepuestos en los extremos del báculo, giraron, ascendiendo unos centímetros hasta hacerlo más largo, quedando al descubierto, dos ojos de diamante incrustados antes de los vértices que estuvieran ocultos por el metal. De uno de los ojos, una fuente de luz emergió en diagonal como un poderoso rayo multicolor y un potente rayo de luz blanca proveyó del otro ojo, unidos mágicamente para formar un triángulo con la vara metálica que, en el cruce de los dos rayos, insinuaba la forma de un soplete, desplazándose por sí mismo en forma circular y ajeno de la voluntad de Fabrich, recreando una perforación desde el mar oculto hacia el otro mar. Era una especie de agujero negro en el universo marino sirviendo de canal, y al final del canal, se observaba el espectro luminoso convertido en un campo gravitatorio, donde la frontera a lo desconocido abría su puerta en una dimensión paralela del espacio marino, posibilitando una mirada hacia dentro en el desequilibrio del tiempo. Simplemente, era otro tiempo. Una nueva dimensión ya existente de naturaleza misteriosa, envuelta en la memoria del agua que la activó el báculo, dejando entrever, otro mundo acuático revestido de vida y de color, de especies distintas en tiempos distintos. Un milagro que trascendía las épocas observando con los ojos del pasado y los ojos del futuro a través de los mismos ojos.
El centelleo se apoderó de su organismo en todos los niveles, inducido en forma de descarga luminosa, que invadió entrañas, espíritu, miedos y cada uno de los años de su cuerpo físico en cuestión de segundos, creando una sensación de inexistencia que podía percibirse más allá de los sentidos. Fabrich, en medio de gritos metafóricos que nacieron con la escena, fue absorbido por el campo intuyendo en su cerebro, un nuevo despertar; otro horizonte de vida jugueteando con la razón que no alcanzaba a comprender lo que había sucedido.
Kamandra reaccionó a destiempo, operando el pernicioso poder de la magia negra proveniente de la oscuridad que habitaba en su corazón, para evitar que Bércijuz viajara con el Traivons a través de la apertura. Los rayos desatados sobre la puerta ovalada no hicieron bien su tarea, rebotando en dirección a la agresora convertidos en latigazos eléctricos, que tasajearon profundamente los brazos y parte de su vientre, salpicando de heridas superficiales el resto del cuerpo. La bruja maulló colérica castigada por su propia medicina, desahogando su hostilidad con un alarido de muerte que el leal gatupez acompasó con la segunda voz, abortando en las facciones de su rostro descarnado, la extremaunción del peor de los pecados. Pero a la vez, sintió un doloroso alivio al saber lo que podía hacer un simple mástil.
La bruja ya conocía algo de su poder, y su mente retorcida comenzó a divagar sobre el viaje desde el averno en su valle de muerte hacia otros mundos, donde posiblemente existía la forma de fortificar la simiente del mal, fortalecer el imperio y expandir sus raíces bastando sólo con abrir una puerta. Bércijuz ya era parte de sus ambiciones.
La sensación de vida se hizo palpable cuando Fabrich sintió que existía, y que no existía.
¿Cómo comprenderlo? El báculo hervía en sus manos mostrando el verdadero resplandor de su poder, en tanto que los enemigos... habían desaparecido. Hasta el castillo se había hecho humo, aunque para ellos, había sucedido, al contrario.
El túnel cerró su puerta ovalada hasta quedar sin forma y desaparecer. La hechicera Kamandra, apenas desquiciada, vociferó la suerte de perder una oportunidad única que el displicente y maléfico destino le concedió. Sus resquebrajados labios hervían candentes con el fuego provocado por la humillación moral y física que le propició su oponente; partes de su cuerpo sufrieron quemaduras térmicas y eléctricas. La ira desató escarnios ofensivos sobrepasando los límites, y de su dedo índice, vertió rayos en todas las direcciones generando un holocausto al interior del castillo. Plagas de animales quedaron descuartizados, esparcidos en la inmensidad de su espacio. Muchos otros quedaron batiendo entre los muros. Cientos morían y cientos nacían de la abiogénesis del terror brotando a borbotones de su boca, que parecía no tener final. Pero cuando el grito fue cortado en su garganta desprendiéndose en la dirección del eco, cientos de alimañas cayeron al piso creando un tapiz demoníaco que batía sus alas insinuando vida. Era la alfombra negra por donde se desplazaría la hechicera.
El bullicio se esparció velozmente y sin alas, como una epidemia en el cráneo del valle buscando la salida a todas partes; las moléculas del agua sintieron el punzón del desafío por cada segundo en su vasta inmensidad, un grito lastimero que surcó las puertas de Aldana y alertó a sus habitantes y visitantes. El rey Bridas en su travesía y la reina Lucefa en Aldana, respiraron inquietos lo que sus corazones presentían. El nombre de Fabrich tenía que ver con su nuevo estado emocional, y el fuerte rugido que provenía desde lo más profundo del vientre del mar, les anunciaba que todo estaba relacionado. El rey lo sabía con exactitud, y la reina Lucefa, supuso que algo peor estaba ocurriendo, algo que su rey prefirió callar.
La sangre corría desde el hervor de las heridas en hilos delgados con el aspecto de tinta de carbón. Cantidades de alimañas sacrificadas se posaron en las partes laceradas de su estructura corporal en el instante en que Kamandra permanecía erguida, con las manos en actitud suplicante.
Siendo la reencarnación del demonio en el averno oceánico, le imploró a su amo un poco de compasión. Fue así, como una repentina lluvia de maliandras apareció de la nada para apropiarse del cuerpo de la bruja y adentrarse en las heridas deshaciéndose como plástico fundido, restaurando la anatomía mutilada y regenerando músculos. Se diluyeron esparciéndose como tintura sobre la superficie afectada del cuerpo, adoptando la forma de mascarilla, tonificando y convirtiéndose en su piel; una maliandra más, reposó en sus labios agrietados y otras dos cubrieron su horrible rostro sobrepasando los pómulos y la nariz, que excoriado, descubría los entresijos de la perversidad y esparcía un repugnante olor a demonio, semejante al efluvio maloliente infiltrado en las cavernas oceánicas, como si fueran las cloacas del valle. Los ojos que se desprendieron de los cuerpos de las maliandras en su benévola actitud de sacrificio, quedaron dispersos observándolo todo. El par de maliandras convertidas en resina, quedaron adheridas como un bálsamo de alquitrán líquido a la envoltura flácida y arrugada de la tez, pigmentando y restaurando las lesiones cutáneas hasta dejarla sana.
La embajadora del mal, no tuvo más que darse al dolor al perder la batalla en su propia morada. El general Rhudo presenció la tragedia atontado en su inconciencia por una risa sarcástica, que de haberla escuchado Kamandra, la había incinerado desde su origen. La actitud del general pudo significar que no se hallaba a gusto en su nueva vida.
Sin comprenderlo, Fabrich sintió el placer de la debilidad luego que el campo de fuerza, le retuviera parte de su energía. Se había dado un nuevo principio que aún desconocía y por el que, de seguro, perdería no sólo la fortaleza, sino, hasta la debilidad misma. Por un momento, experimentó el aturdimiento de un pasado que no vivió empujando hacia el presente; escarmentó recuerdos insólitos que no eran suyos; sintió vivir el apocalipsis de una pesadilla implantada por un Dios enojado que castigaba su actitud infantil. Padeció la sensación de haber perdido la vida siendo premiado en un paraíso de agua celestial. Desconocía que se trataba del comienzo de otro tiempo desligado de demonios, que quedaron atrapados en el revés de la muerte. No halló explicación lógica para su comprensión que apenas contaba con la madurez indicada para la edad. Para Fabrich, aquel nuevo lugar no era cualquier parte, era una especie de cielo que lo había rescatado del mal. La horda de alimañas pendencieras y la bruja, habían desaparecido.
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